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domingo, 19 de enero de 2025

SPELLLING: Spellling & The Mystery School

Año de publicación: 2023

Valoración: muy recomendable alto

Enorme respeto para Chrystia Cabral, que ha obrado el milagro de publicar un disco que haga salir a este blog del ostentoso letargo/retraso de publicación y, aunque como decimos por aquí, una flor no hace el verano, resulta que este curioso disco activa la espoleta y justifica que me siente al teclado a recomendarlo encarecidamente.

Todo empieza de un modo algo extraño: la entusiasta recomendación de Anthony Fantano de su disco The turning wheel me induce a escucharlo aunque su voz, algo teatral, me produce una sensación algo extraña, como de intentarlo demasiado que no acaba de compensar lo que sí me seduce, que es su portentoso cuidado en los arreglos y su enorme atrevimiento compositivo, evitando escrupulosamente las clásicas estructuras pop y toqueteando un montón de estilos - desde el soul hasta el synth pop pasando por el jazz o el pop de cámara, sin llegar a aposentarse por más de cinco minutos en ninguno. Como muchos discos en los que uno no termina de ahondar, seguramente en ese momento no le doy las oportunidades que se merece. 

Pero entonces, porque al algoritmo que sugiere escuchas algo habremos de agradecerle, surge Under the sun, arreglo proverbial de una de las canciones de uno de sus anteriores discos. En el original, un experimento en clave de ligero wi-fi, pero en la versión que aquí vemos, un suntuoso arreglo de cuerda y una intro de piano, con la justa grandilocuencia, aportan encanto y sofisticación a la canción. Y ese equilibrio se revela: a esa música le faltaba la magia de la producción, algún detalle en los arreglos, alguna armonía vocal, algún lujo en la procucción, toda una suerte de pequeños factores que justifican que Spelling & The mystery school tome cuerpo como trabajo al margen de lo que es: una especie de revisión de un puñado de canciones anteriores al que las mejoras en producción, arreglos, instrumentación otorgan personalidad propia y una entidad que crece a cada escucha. Canciones notables de sus tres primeros discos, como Boys at school, ocho horas de crescendo vocal y de intensidad, Haunted Water como si Kraftwerk se encontrará con Kate Bush, o  Hard to please (reprise), delicada y decidida, parecen elevarse de forma cohesionada y la única pega es que reducen a sus originales, quizás injustamente, a una especie de precaria condición de demos. 

Una maravilla a descubrir.



domingo, 4 de diciembre de 2022

Weyes Blood: And in the darkness, hearts aglow


Año de publicación: 2022

Valoración: muy recomendable

El aparato promocional de este disco explica que se trata del segundo trabajo para una trilogía que se inició con Titanic rising. Comprendo que la referencia corresponda sobre todo a la tonalidad de las letras de las canciones, pero me cuesta pensar que el disco inmediatamente anterior Front row seat to Earth quede fuera de esta agrupación, cuando, ciñéndonos exclusivamente al aspecto puramente sonoro, aprecio una perfecta cohesión en los tres trabajos y me resulta algo curioso separar el primero de ellos. 

Todo ello porque, concretando, Natalie Mering (compositora y cantante del grupo que usa el nombre para tomar, supongo, entidad como grupo y marcar distancia con el alicaído concepto "cantautora") lleva tres discos en apenas cinco años, y los tres resultan ser magníficos. Diría imprescindibles si no tuviera ciertos reparos a la hora de pensar que su estilo puede tener sectores de público en los cuales despierte cierto escepticismo: difícil encajar en cualquier gusto ese sonido reposado, que combina tonos acústicos con aires oníricos, incorpora texturas electrónicas de aires algo perturbados, que no cósmicos, cuyas canciones cuesta diferenciar a la primera pero que (y son casi treinta en esa ristra de trabajos) desvelan sus diferencias, descubren matices a cada escucha y se incrustan de un modo que podríamos definir con cualquier palabra menos pegadizo. Para nada hablamos de pop convencional, sino de algo a la vez elegante y barroco pero poco convencional. Incluso con un entorno auditivo poco definible. Más cerca de lo trágico que de lo lúdico, la voz de Mering es profunda, dulce y ligeramente grave, las comparaciones (Carpenter, Mitchell) han sido constantes pero esto no es un ejercicio de revisión: estamos en el siglo XXI y cuando aparece ataviada con un conjunto marinero y entre invitados sangrantes en el video de It's Not Just Me, It's Everybody revela esa especie de angustia de principio de década. Un single de seis minutos que crece lentamente conforme van apareciendo elementos sonoros: arpa, orquesta elevan el tono y estamos más cerca de Julee Cruise que de, glups, Enya. Y aunque todo podría rezumar un espíritu adulto, no, esto no es AOR, no puede alinearse ahí, encajar en ese concepto tan perverso y tan opuesto a sus intenciones. El ritmo festivo, casi beachboyano de Children of the Empire, con su piano percusivo y sus trucos sonoros (esos chasquidos en el primer parón), la progresiva inclusión de fanfarria sonora que podría hacerla pasar (pero no) con una canción ligeramente celebratoria. Los juegos de voces, la tonalidad festiva que parece esconder sorpresas. Algo suntuoso y complejo, inexplicable, pero no único: tenemos la solemnidad de Grapevine, el tono casi ceremonioso de And in the darkness o de la inmediata Hearts Aglow, la irrupción electrónica inesperada en The Worst Is Done, casi flirteando con el pop o incluso con el folk más abierto, o el alejamiento del tono acústico - esa caja de ritmos - en Twin Flame completan un disco, otro, brillantísimo, y ya hablamos de un repertorio de clásicos al que quizás pueda reprocharse una escasa voluntad por romper con su sonido, pero solo eso. Magnífica música, magnífico disco.

domingo, 22 de mayo de 2022

Nancy Sinatra & Lee Hazlewood: Nancy & Lee

Año de publicación: 1968

Valoración: muy recomendable

Los 60... Apenas unos segundos instrumentales y la voz de Lee Hazlewood entona el primer fraseo: su diafragma parece estar cuarteado y apunto de romperse. Podéis reíros de la voz agónica de Tom Waits, pero la de Hazlewood no le va a la zaga, parece que acabe de bajarse de un caballo tras atravesar el desierto sin tomar líquido alguno en una semana. Entona, junto a Nancy Sinatra (sí: hija de) el clásico de los Righteous Brothers You've Lost That Lovin' Feelin' que aunque fuera una moda de la época, no me parece una canción que marque el tono del disco. Quizás, por demasiado obvia (aunque hasta la Human Leaguet la versioneara pasados unos años) para lo que tiene que venir. Que es un ejercicio extraño erigido a clásico por el paso del tiempo. 

El disco, once canciones y algo más de media hora, se escinde en dos partes con difusas fronteras: las canciones más escoradas hacia el country más canónico son obvias y casi grotescas: hay algo incómodo y ya completamente caduco en canciones como Elusive Dreams o la ramplona Jackson, casi parodias con aire kitsch que queda compensado con la inclusión de los números más osados, donde se opta por la introducción de elementos pop, que junto a las cuerdas y los fabulosos arreglos, como Summer Wine o al avance reptílico de la mejor canción del disco: Some Velvet Morning, junto a Lady Bird. señales inequívocas del reto interpretativo que supone el LP. No fluye química sexual, o no lo hace de una forma sana y abierta, Hazlewood parece un cazador de recompensas plantado en un estudio, aunque atesora las labores compositivas, Nancy Sinatra actúa como si fuera una pin-up aunque sus formas vocales ya habían llamado la atención y había protagonizado la sempiterna canción de créditos en una película de la saga Bond. Obviamente un disco muy recomendable por su notable poder de influencia y evocación.


domingo, 23 de enero de 2022

Frank Ocean: nostalgia, ULTRA

Año de publicación: 2011

Valoración: bastante recomendable

Empeñados (él y Kendrick Lamar) en ceder el cetro a un constante y aguerrido Tyler The Creator, parece que Frank Ocean sigue sin decidirse a publicar la continuación del mítico Blonde. En el caso de Ocean, con cierta predisposición a filtrar oportuna noticias o rumores que acompañan una rácana publicación de canciones de tonos dispersos - la última, prácticamente una demo de ocho minutos - pero negando a sus incondicionales el placer de un tercer disco tan cohesionado e incontestable como sus dos discos oficiales.

Cosa que me ha obligado a ir atrás en el tiempo: nostalgia, ULTRA, representó una extraña carta de presentación y se ha ganado a pulso cierta condición de obra mítica. Se trata de una mixtape, perdonad que use un concepto que no acabo de entender. En este caso, con interludios evocando los ruidos de apertura de las antiquísimas pletinas de cassette, un puñado de canciones que alternan versiones de autores algo dispares (desde Coldplay a MGMT) con canciones propias. Fue precisamente el primer grupo el que le acarreó los problemas que impiden que este disco esté disponible en las plataformas de streaming y que obtener una copia o escucharlo en las condiciones en que Ocean lo publicó represente un esfuerzo más allá de búsquedas y clics. Ya que Ocean se atrevió con uno de los iconos sagrados del legado musical norteamericano. Nada más y nada menos que el cuerpo sonoro del clásico de Eagles Hotel California, al que se sobrepone una letra sobre matrimonios prematuros que titula American Wedding y que es otra demostración de su talento como letrista. Demanda que te crio, con cruce de acusaciones con Don Henley, que no asimiló el homenaje.

El resto del disco muestra, sin cotas de genialidad, la versatilidad de Ocean para, justo en la frontera entre hip-hop y r'n'b, crear estructuras rítmicas atractivas y juguetear con ese equilibrio entre lo intelectual, lo sentimental y lo experimental que, hasta hoy, representa su tarjeta de presentación.



domingo, 16 de enero de 2022

Jazmine Sullivan: Heaux Tales

Año de publicación: 2021

Valoración: recomendable

Ya en 2018 hice una reseña algo quejica a cuenta del disco de la fallecida SOPHIE, aunque no señalaba mi desacuerdo con las extrañas decisiones de Pitchfork (del Pitchfork vendido a los grupos editoriales más versados en moda y tendencias, etc, etc, etc...), y tres años después, me encuentro otra vez algo estupefacto ante la chocante elección del medio de este Heaux Tales como mejor disco del 2021.

Algo que, claro, aquí nos dedicamos a eso, hay que contrastar, en la limitada medida de lo posible que pueda representar no tener tiempo material de oír todo lo publicado (doy por sentado que la miríada de colaboradores de Pitchfork sí, en su conjunto) e incluso, contraviniendo las más básicas normas de atención a la actualidad, dedicando cuantiosos momentos a escuchar música de épocas anteriores (ergo, no de 2021).

Pues bien, este cuarto disco de la solista de Filadelfia resulta ser uno más de esos discos del océano soul/ r'n'b de corte ligeramente reivindicativo que se publican de forma regular. Con buenas interpretaciones vocales, un cierto tono narrativo, producción minimalista (y casi a consecuencia de ello, precisa y relativamente impactante), canciones sin estridencias y colaboraciones coherentes - en este caso, por ejemplo, Anderson.Paak, que repite después de lo de la semana anterior. Posiblemente me esté perdiendo algo no fijándome en los mensajes contenidos en las letras. La apariencia en la portada, a medio camino entre Missy Elliott y alguna de las estrellas del universo más reciente del género, no despeja las dudas. No sé si estamos ya abusando del estereotipo, pero, sin pararme demasiado lejos (podría llegar hasta Nina Simone...) el terreno sonoro aquí presente ya lo han recorrido infinidad de artistas, en ese concurrido terreno de géneros que coquetean con el hip hop, con el soul, con todo el crisol de negritudes. Aquí ha estado Neneh Cherry, Erikah Badu, Amy Winehouse, Solange Knowles, muchas de las divas sin rostro que aportaban calidez al trip-hop (denostado género que aún colea en los números downtempo), mucha, demasiada gente con buenas intenciones y aportaciones destacadas, como para pretender que este sea un disco que se alce por encima de todos ellos. Aún así, canciones como Pick Up Your FeelingsGirl Like Me o The Other Side pueden destacar por encima de la media  On It representa ese tipo de balada adecuada a determinado momento, y siempre es más tolerable que la insufrible y calculada Leave the  door open de la semana anterior.


domingo, 9 de enero de 2022

Silk Sonic: An evening with Silk Sonic


Año de publicación:
2021
Valoración: recomendable (pero inocuo)

Si fuera de los que subraya o retiene frases en libros, encontraría alguna en el brillante Retromania de Simon Reynolds que apuntalara ciertos planteamientos. Sin acritud, sin ser corrosivo y manteniendo que evocación o recreación no son sinónimos de nostalgia. 
Pero no es así; Silk Sonic, acertado nombre, es un proyecto a medias entre Anderson.Paak (al que no he prestado demasiada atención entre todo el océano a medias entre el hip-hop y el r'n'b que Pitchfork lleva años obsesionado en promocionar) y Bruno Mars (imposible no prestar atención a ese omnipresente émulo de Jamiroquai supurante de una algo saturadora energía positiva).
Es un proyecto que no se conforma con la fidelidad sonora, sino que apela, de forma muy eficaz, a la estética. Los sonidos negros de los 70, los trajes blaxploitation, las coreografías, los planos divididos en pantalla en los videos promocionales, se convierten en un complemento de lo sonoro, todo tan preciso y perfecto que me provoca cierta incomodidad. Hace una semana hablé aquí de Fiona Apple, una artista sin miedo a incluir en sus canciones elementos disonantes, incluso abiertamente agresivos o poco amigables con el oyente potencial. Porque es su manera de expresarse. Pero aquí esto no tiene cabida. No sé quién es más influyente en el proyecto, pero parece que Mars, obviamente más popular y aspirante (Marc Peig ya lo apuntaba aquí - spoiler: ha de comer muchas sopas) al inhóspito trono de King of Pop, ha conseguido anestesiar cualquier conato de rebeldía: esto es soul, o funk, o r'n'b, de sedosa (...) producción, de impecable ejecución, que parece no haber reparado en medios ni en artificios promocionales, que ha cuidado hasta el último detalle para alcanzar a todo oyente potencial, olvidando que, a determinados niveles, el órgano al que alcanzar no es ni corazón ni estómago sino hígado. Y eso le falta a este proyecto. Todo es premeditado, desde la compensación de baladas almibaradas con pequeños guiños callejeros, que estamos en 2021  2022, hasta la inclusión de números funkies al uso, con la intervención de estrellas del ayer (Bootsie Collins) y el hoy (Thundercat) ese balance que parece ignorar lo rápido que el mainstream lo absorbe todo con avidez. No diré que aquí haya malas canciones ni plagios: está claro que esto es un homenaje a los Delfonics, a Stevie Wonder, a Isaac Hayes, Mayfield, Gaye, la interminable retahíla de artistas y sonidos (Philly) presentes en el imaginario común desde hace, ya, más de medio siglo. Que el homenaje es respetuoso, tanto que la innovación en tonalidades, en sonidos, en armonías, ha sido desestimada como un punto más a cumplir en la rendición de reverencias. Tanto, que el disco me parece tan brillante y agradable y sencillo en la escucha - apenas 31 minutos, sin devaneos instrumentales -  como inocuo.

domingo, 2 de enero de 2022

Fiona Apple : The Idler Wheel Is Wiser Than The Driver of the Screw and Whipping Cords Will Serve You More than Ropes will ever Do


Año de publicación: 2012

Valoración: muy recomendable

Inmediato precedente de otra de sus obras maestras (Fetch the bolt cutters), este disco de título interminable arroja ya (sí: arroja) alguna de las señales sonoras que empiezan a ser identidad absoluta de la autora neoyorquina. Más que un giro, un escalón más en su incontestable status de autora de culto, asociada a una determinada escena arty que completarían tanto cineastas como otros músicos, pero en la cual Apple se ha establecido de forma casi despótica en base a su enorme talento y la originalidad de su propuesta sonora.

Porque este disco suena como pocas cosas han sonado: una especie de cruce entre actitud experimental propia de Tom Waits, aires de Kurt Weil, excesos vocales al borde del quiebro de garganta, turbulencias pianísticas dignas de Chilly Gonzales al teclado en una sobremesa de cinco horas, sin olvidar otras no tan claras: los escupitajos vocales de grupos como The Knife andan por ahí, como advirtiendo que, tras su apariencia frágil y quebradiza, Fiona Apple no se anda con tapujos, ni desde luego con el mínimo complejo. Lejos de explotar su físico, se atavía con un curioso sombrero en la inicial Every Single Night, al ritmo, casi de caja de músico, pero ya demostrando su poderío pasando del grito amenazador al puro gemido. Una entrada contundente que se reafirma en una primera mitad del disco prácticamente cambiando de registro a cada canción, desde el tono a medias entre la elegancia y la amenaza de  Daredevil hasta una de las cumbres del disco, la espeluznante Valentine, combinando con los aires amargos y casi marciales de Jonathan, con parones en el experimento casi tribal de Hot Knife o el aire impresionista de Largo, que pone con ciertos tono de inocencia un disco quizás no perfecto, pero sí enormemente personal.


domingo, 26 de diciembre de 2021

The Cars: Heartbeat City

Año de publicación: 1984

Valoración: muy recomendable

Así de simple: uno no puede odiar a un grupo como The Cars porque igualmente resulta imposible encontrar razones para amarlos. No hay pasión en ningún extremo, y eso quizás sea más una virtud que un defecto. Formados en Boston, con una carrera que se extendió entre los últimos 70 y los primeros 80, son una banda new wave por antonomasia, y aún alejados de la escena del CBGB, está claro (esas chaquetas) que tienen más de una afinidad con bandas contemporáneas como los sobrevalorados Ramones, Blondie (por su atrevimiento con los teclados) o Devo, por sus tratamientos vocales poco ortodoxos. 

Heartbeat City fue un álbum de absoluto coronamiento, una especie de cúspide perfecta que incluye un material brillante pero accesible, una producción equilibrada y un momento casi perfecto. Por supuesto uno podría criticar una ligera escora hacia un sonido que podría despedir tufillo AOR. De hecho, la eterna (más azucarada en el fondo que en la forma) Drive aún es carnaza de emisoras pestilentes. Pero su actitud estética, hoy casi risible - podría otorgarse al de Ric Ocasek el apelativo de peor corte de pelo de la historia - les hacía parecer cualquier cosa menos trascendentes. De hecho, sus ataques en los riff de Magic parecen más obligación por el hecho de compartir productor con Saxon que otra cosa. Un disco plagado de singles, aspecto casi obligatorio para impulsar la carrera de las bandas por aquel entonces, aspecto que hace subir la media del disco pero eclipsa los temas menores. El rock comercial era así, y aunque los derroteros electrónicos seguían manteniéndose ahí, como en  Why Can't I Have You o en la fascinante canción que da título al album, la banda resultó elevarse a un casi involuntario, aunque fugaz, estrellato. De hecho, alcanzaron tal cumbre que, cosa de la que me he enterado al escribir esta reseña, llegaron a participar, como apreciamos aquí, interpretando Heartbeat City en el Live Aid, el famoso concierto multitudinario que aún es recordado por la presencia de Queen. 

Más influyentes como outsiders que en la generación de un sonido, aunque uno opine que grupos como los Strokes les deben alguna cerveza, también es muy significativo de su estela el haber convencido a todo un Andy Warhol para que se prestara a hacer de camarero en el video de Hello Again, un hito solo por el cual deberían ser, sino venerados, sí recordados.

domingo, 10 de octubre de 2021

The Meters: Look-Ka Py Py

Año de publicación: 1970

Valoración: bastante recomendable

A veces uno tiene que fijarse en lo que rodea a un disco para pronunciarse sobre él, especialmente al tiempo y contexto de su publicación. En el caso de The Meters la cuestión se resumiría en tres datos: 1970, New Orleans, los Neville.

Eso hace un disco como Look-Ka Py Py una experiencia extraña. Cuatro músicos de color abordando instrumentales de funk con la más absoluta desinhibición. Y lo de funk quizás no sea del todo cierto. Porque en muchos casos la adscripción al género podría quedar en entredicho. De hecho, algunos tracks estarían más cerca de Eumir Deodato que de George Clinton. Pero la fecha: esa época en que el pop o el rock instrumental parecía estar en extrañas bandas pre-psicodélicas como los Shadows, con más pinta de músicos de estudio entregados a las pruebas que de otra cosa. Pero The Meters grabaron este disco según cánones precarios. Producción espartana pero limpia  y uso radical y salvaje del estéreo. Sección rítmica casi siempre a la derecha: órgano y batería casi siempre a la izquierda. Canales que no ensucian al otro en lo más mínimo: escuchar el disco con auriculares y probar la audición por un solo lado desnuda las canciones de forma absoluta y seguramente simplifica su masiva incorporación, décadas después, para todo tipo de bases de los estilos por venir: funk, hip-hop, trip-hop. Ahí empieza a valorarse esas canciones, apenas retazos de ritmos entusiastas y melodías indefinidas, eso, señores, es el funk primigenio, por su capacidad evocadora y directa al estómago. Tampoco hay que olvidar al jazz o al be bop como percutores. 

Y así es como The Meters se convierte en una banda de culto y en una referencia importante, al margen de que esa música suena hoy añeja y casi ingenua, desde su pura falta de pretensiones (la portada parece un estereotipo) hasta su propio planteamiento: canciones de apenas tres minutos con títulos que parecen otorgados con efectos puramente diferenciadores. Rindámosles el respeto que merecen, por ser unos auténticos pioneros.

domingo, 12 de septiembre de 2021

Chromatics: Kill for love


Año de publicación: 2012

Valoración: muy recomendable alto 

Otra banda que se ha disuelto recientemente: tampoco voy a interesarme por los detalles. Me conformaría con que Johnny Jewel, que aún sin ser el fundador había tomado las riendas en el sonido del grupo (combinándolo con sus montones de alter egos artísticos y su prolífica carrera contribuyendo a bandas sonoras como la de Drive y su gestión al mando del emblemático sello Italians do it better) siguiera mostrando su inquietud a cada paso.

Aunque la guitarra (curioso, misma pose y gama cromática que la de Useless de MBV) pueda llevar algo a engaño. Kill for love es un extenso trabajo (más de 90 minutos en su versión más habitual) que parece dispararse en varias direcciones. Plagado de influencias, lógico si hablamos de más de quince canciones, aquí podríamos encontrar desde obviedades de lo más clásico: Kraftwerk, el italo-disco, New Order, Blondie, la eterna banda sonora de Vangelis para Blade Runner,  hasta algunas no tan visibles. Mazzy Star, la Velvet Underground, o los mismos MBV en los tratamientos vocales, también Daft Punk, Goldfrapp en las estructuras rítmicas, The XX en la premeditada aridez instrumental, Aphex Twin en la falta de miedo a incorporar lo redundante. Y una que sobresale: la de Low de David Bowie al ser un disco claramente dividido en dos secciones.

Un inicio que desorienta al más pensado: Into the blue, versión de Neil Young que se abre con guitarra en trémolo y voz íntima, aunque a medida que avanza se emborracha de teclados. Rápida irrupción en forma de media docena de canciones que son pura onda dream-pop y en las que los teclados empiezan a acaparar protagonismo. La guitarra queda avasallada por el secuenciador que acapara Lady y apenas se han despejado en ese momento las esencias pop: voz dulce, melodías pegajosas, susurros, todo desprende un aire a luz de neón que, aunque atractivo, no es aún distintivo. El vuelo empieza a partir de ahí: la influencia de la música ambiental gana terreno y temas (ya no les llamaré canciones) como Broken Mirrors, The Eleventh Hour, Running From The Sun (esta última parece house de Detroit ralentizado) dominan el sonido del disco. Nadie esperaba que acabara así, y seguramente el 90 % de los oyentes no llegarían a esa parte de la obra de no ser por la paciencia o las búsquedas aleatorias. Aunque esa parte del disco aún contiene algunas partes vocales (la deliciosa Sally no desentonaría en Berlin  de Lou Reed) la sensación de flotación  constante, casi narcótica, es irrepetible. Incluso debió serlo para la propia banda. Solo un intento más, pasada más de una década, y la disolución.

domingo, 15 de agosto de 2021

Blaze: 25 years later


Año de publicación: 1990
Valoración: casi imprescindible

Uno de esos tesoros escondidos, hasta el punto de que resulta inexplicable que no sea mencionado más a menudo en las repetitivas listas de los mejores discos, aunque sea de su año o su década. Con una producción que obliga a uno a frotarse los oídos, con cada detalle en su punto perfecto en la mezcla y con una sensación persistente de absoluta modernidad y elegancia, para nada reminiscente de las estridencias ya no de su tiempo sino incluso de las propias de muchos de sus compañeros de escena. Porque uno puede publicar un disco con una inspiración de fondo algo retro y mantenerse completamente vigente, y eso es lo que consiguió el grupo estadounidense en este álbum de debut que cuenta con un enorme bagaje de ambición. 
25 years later parece una especie de greatest hits de falsos covers salteados con  brillantes detalles de las serenidades house del momento. Un house nada acid, aclaro. Aquí hablamos de dinámicos temas con fuerte peso vocal, dominados por un piano festivo, percusivo. Pero también de canciones que homenajean desvergonzadamente a las grandes figuras de la música de color, tomando prestados de forma respetuosa y meticulosa sonidos, ambientes, estructuras, pero adaptándolos a las brillantes composiciones del grupo y a su pasmosa maleabilidad sonora, con lo cual el álbum se convierte en una especie de trip iniciático al que beneficia y da cohesión su secuencia de canciones que (si tomamos como referencia su orden en las ediciones en CD, las de vinilo cambian de forma radical) disponen de interludios en forma de diálogos que ahondan en la mencionada ambición. Y el desfile de influencias no puede ser más brillante y lujoso. Ahorraré aportar nombres de canciones pues, aunque difícil de obtener vía Youtube, el álbum merece su degustación en un entorno relajado y abierto de miras. Desfilarán Marvin Gaye, Stevie Wonder o los Third World junto a precedentes clarísimos de los primeros hits del house vocal o incluso del deep house, lustros antes de convertirse en la etiqueta de la exasperante monotonía que fue a partir del 2005, engullido por su propio éxito, y el avance de las canciones confirma que se nos está explicando una historia sonora de sufrimiento y explotación (la composición cromática de la portada no deja de recordarme a la emblemática cubierta de Survival) que trasciende y complementa a la, repito, soberbia y suntuosa producción.

domingo, 1 de agosto de 2021

Billie Eilish: Happier than ever

Año de publicación: 2021

Valoración: muy recomendable

Pues ya está aquí. Billie Eilish se erigió en absoluto icono global gracias a la acumulación de circunstancias extraordinarias que podrían (intento) resumirse en una sola sentencia.

Artista prácticamente adolescente que publica un magnífico disco de pop maduro con toques experimentales, con una estética que huele a angustia existencial.

Aparte de una pandemia, desde 2019, año de publicación de su descomunal debut, Eilish protagonizó una ascensión a la fama, basada en su talento, ascensión fulgurante y mareante. Sus canciones calaron en el público de forma transversal, su mensaje se universalizó, su estética conmocionó a una generación no demasiado alineada a la cuestión de las tribus urbanas.

Bien: para este difícil segundo disco algo de eso ha cambiado. La portada (Eilish maneja unas cifras y un status en que nada es dejado al azar) muestra a Eilish en tonos pastel, pelo rubio platino, mirada al horizonte y aspecto frágil sin llegar a la estética pin up pero sin expresar pretendida inocencia. No hay nada oscuro ni tenebroso: no hay monstruos que acechan debajo de la cama al caer la noche. Hasta cinco canciones anticiparon el trabajo, que han sido sabiamente dosificadas en el tracklisting, siendo acompañadas por once nuevos temas, dieciséis en total. 

La primera baza de su debut era la fascinante coherencia argumental del disco, la secuencia del cual parecía explicar una historia trazando un recorrido en el que las canciones ya conocidas se integraban. Happier than ever, en ese sentido, no ha buscado una coherencia tan contundente. Sí ha integrado bien el material conocido (la tierna y magnífica my future no aparece hasta la cuarta posición) de manera que a la legión de seguidores el disco no les suena de inmediato a ya visto. Tampoco ha apostado por situar un hit en primera línea. Abrir un disco con un downtempo minimalista titulado Getting Older, para un artista de 19 años, no deja de ser un movimiento de madurez. Incluso renunciar a la inmediatez de muchas canciones aleja los fantasmas de la crítica más mordaz. En lo estrictamente sonoro, el intento de emular en modo alguno When We All Fall Sleep, Where Do We Go? es inexistente. Como mucho, podríamos hablar de alguna similaridad estructural, por ejemplo, en NDA, pero no pasamos de ahí, y puede que esa cuestión incida en cierto descenso de la repercusión del disco para cierto perfil de oyente. Aquí no hay Bad guy ni ganas de que lo haya, de hecho los números más puramente electrónicos tienen poco recorrido comercial objetivo, y aunque es cierto que eso despoja al disco de la inmediatez y la perentoriedad del debut, un disco cuya escucha era obsesiva, sí que hay que reconocer a Eilish (y a Finneas, en las funciones que le hayan tocado aquí) que en este segundo disco han dado un paso interesante más encaminado a mantener una carrera musical inquieta y coherente que a volar más alto a cada disco. Y es un enorme mérito que en esa voluntad no hayan dudado en emplear todo tipo de estilos, desde fragilidad casi folk en Your Power hasta ingeniería r'n'b en Lost Cause, sin renunciar a jugueteos variados donde se aprecia que pueden haber pasado mucho de estos dos años escuchando música de todo tipo, adaptándola a su estilo, a las aptitudes vocales (mucho más variadas aquí) de la cantante. Llamar Billie Bossa Nova a una canción ya es una ingenua declaración, pero I Didn't Change My Number parece reunir una mezcla de pop naïf y tono alternativo de forma efectiva, sin llegar a situarse en estilo alguno, o Goldwing, cuyo abrupto cambio de tono espiritual a arrebato electrónico descoloca y fascina. Halley's Comet, podría firmarla el Rufus Wainwright más inspirado. Y la influencia de nuevas estrellas del universo alternativo como Angel Olsen o Phoebe Bridgers es innegable.

Y a este último aspecto debo referirme para acabar: entre las rápidas reacciones y reseñas sobre el disco que han inundado ya las redes apenas un par de días tras su publicación, se hace mucha alusión, se considera su cúspide, el tajante cambio sonoro que se produce en mitad de la canción que le da título. Como el crescendo de Bridgers en This is the end, ese acceso de rabia vocal (las letras del álbum inciden en una mala digestión de su fama y repercusión) y también sonora, incluida saturación en los dos minutos finales en Happier Than Ever me ha hecho entrar en cierta reflexión: cómo parece que la rabia solamente encuentra salida si se manifiesta con la violencia guitarrera más estereotipada. Y no creo que Eilish deba jugar a ser April Lavigne, Alanis Morisette o Joan Jett. O, de lo escuchado en gran parte de su material, no considero que ese debiera ser el camino. En todo caso, quienes pretendiesen considerar a la cantante como un hype y amortizarla en su segundo disco, van a tener que esperar o inventarse el síndrome del difícil tercer disco. Porque aquí confirma que la cosa va muy en serio.

domingo, 11 de julio de 2021

Brian Wilson: Smile

Año de publicación: 2004

Valoración: casi imprescindible

Smile se publica en 2004 bajo la autoría de Brian Wilson, pero todo el mundo afirmaría que es, en realidad, un disco de los Beach Boys. Quizás, más explícitamente, un disco de los Beach Boys post Pet Sounds, es decir, la obra de un grupo cuyo líder, obviamente Brian Wilson, había acaparado de tal forma los roles en la producción de la banda que ya costaba identificar los papeles de sus hermanos, al margen de aportar sus voces en las armonías vocales que eran marca distintiva de la banda. Pero ello no quiere decir, (cuestiones legales, que las hubo, aparte) que Wilson fuera un dictador o un tirano que despreció las aportaciones de sus compañeros. Digamos que su vehemencia y su ciega creencia en el sonido que albergaba su cabeza le impedía aceptar nada que se interpusiera entre su concepción y su ejecución. Cosa a la que el tiempo ha dado la razón. No solo Pet Sounds es considerado uno de los mejores discos de todos los tiempos sino que este Smile suele acompañarle en dichas valoraciones, quizás no en primera línea (las votaciones de este tipo suelen contar con una autocensura inconsciente de los votantes) pero sí en un lugar muy destacado.

Porque si hay un halo de leyenda sobre Pet Sounds, también lo hay sobre este Smile. Un proyecto paralizado por casi cuatro décadas, mientras Wilson no digirió ni el retroceso comercial (las canciones de Pet Sounds se habían alejado, en su complejidad y tonalidades, de las esencias veraniegas de sus hits) ni su propia evolución personal, marcada por las adicciones y su una atormentada vida personal, lo que conllevó que el proyecto quedara paralizado en medio de la clásica expectativa creciente que ha alimentado tradicionalmente los grandes mitos de la música (poned la etiqueta que queráis).

Y Smile recupera el espíritu de Pet Sounds, claro que sí, lo actualiza pues las tecnologías de grabación y el uso desinhibido de instrumentaciones anómalas en el rock, ha evolucionado y el disco suena glorioso, incluso después de una sobria entrada a capella y de algunos temas más clásicos, el desfile de canciones en tonos sombríos o melancólicos pero adornados con un envoltorio sonoro original y voluptuoso, conscientes de buscar fuera de los límites del material (el sonido surf) que les alzó a la fama, Wilson, vamos a usar el singular aunque sea para hacer caso a la portada muestra su maestría en todos los ámbitos. Cerrando el disco con ese clásico Good Vibrations, que no fue incluido en su predecesor, pero llenándolo de extrañas canciones llenas de matices vocales e instrumentales, música que sus voces podrían asociar de manera (casi ) indeleble a los años 60, pero que se muestra aun hoy en día en toda su frescura y en una descomunal capacidad de evocación. Si los grandes hits de la banda eran un canto a la sensualidad y al hedonismo veraniego de las costas de California, escuchar Smile en su totalidad desprende un poderoso sentimiento de pre-nostalgia, y perdonad que intente verbalizar lo que no puede ser capturado en palabras, pero es una sensación poderosa e inexplicable que solo pueden atribuirse unos pocos discos, y este es uno de ellos.


domingo, 4 de julio de 2021

Tyler The Creator: Call me if you get lost

Año de publicación: 2021

Valoración: muy recomendable

Apenas diez días para juzgar un disco como este podría ser poco tiempo. Mi primera valoración era otorgar al disco un discutible como oposición al indiscutible que merecía (que  merece)  Igor, su esplendoroso disco anterior, pero tras cierta reflexión desestimé la posible confusión que tal término pudiera generar. La cosa es que en unos quince meses Tyler The Creator (aprovechando, no lo niego, los prolongados retiros de Frank Ocean y Kendrick Lamar y el alarmante bajón de Kanye West) se ha convertido para mí en una referencia sonora de primer orden, y no creo estar solo: emisoras generalistas mencionaban la noticia, el 25 de junio, de la publicación de este disco con los merecidos respetos acreditados. 

Igor es, lógicamente, una sombra demasiado alargada, no solo en lo concerniente a su propia entidad como disco, sino incluso en su carácter de hito en la obra del músico californiano: un disco de un rapero donde el rap no es el centro de gravedad, un experimento casi inagotable en lo sonoro, pero Call me if you get lost empieza por desmarcarse de pretender constituir un intento en el mismo sentido. Las referencias serían más la etapa más pura en clave rap, la amabilidad sonora de su antepenúltimo disco, el excelso Flowerboy, y puntualmente alguno de los logros de Igor, pero hay muchísimos matices. Primero, la producción es mucho más depurada y más amable con el oyente ocasional. Las aristas que personalizaban el disco anterior (hubo hasta cierta polémica) y le conferían ese espíritu de opus no existen aquí. El espíritu de mixtape resurge, y las omnipresentes intervenciones de DJ Drama (que empiezan resultando algo cargantes pero van tomando sentido con las escuchas, como una especie de hilo argumental) confieren al disco un aire algo retro, pero los aderezos sonoros crecen con las escuchas y, a pesar de la casi voluntaria dispersión (temas muy cortos, muchos de ellos enlazados) cada escucha acrecienta la sensación de que el disco es maduro y cohesionado, no el producto de la cabezonería del músico, que mantiene, a sus recién cumplidos 30 años, un ritmo de publicación de disco largo cada dos años, sino una pieza calculada y meditada. Y las reiteradas escuchas hacen surgir las gemas: MASSA y su aire clásico, con su fondo casi ambiental, HOT WIND BLOWS con sus samples que parecen extraídos de alguna serie televisiva decadente de los años 70, el pulso cinematográfico de LUMBERJACK, o la intimidación (que no agresividad) de canciones como CORSO o RISE, combinadas con aires de Costa Este en WUSYANAME o ese curioso y ya clásico doble track que obra de bisagra en el disco: Sweet parece recuperar al Prince más lúbrico y pop, con sus vientos, sus coros femeninos, su sensualidad, dando paso al reggae de I THOUGHT YOU WANTED TO DANCE, jugueteando con un género anómalo (lo hizo antes con el deep house o incluso el pasodoble, así que por qué no).Siete menciones casi al azar sobre 52 minutos de música que pueden no ser el rutilante espectáculo creativo de su antecesor pero que no tienen aspecto alguno de bache o paso atrás. A estas alturas, si Tyler da un paso atrás, es para tomar impulso. Hasta 2023, SIR BAUDELAIRE.

domingo, 13 de junio de 2021

Flying Lotus: Cosmogramma

Año de publicación: 2010

Valoración: casi imprescindible

Independientemente de que uno caiga en el estereotipo de hablar del gen familiar y la relación de Steve Allison con el clan Coltrane, cuestión que seguramente iría de perillas para el aparato promocional (como si la mera publicación del disco en Warp no definiera suficientemente la intención), los méritos de Cosmogramma superan las expectativas del artista novel y entonces no resulta extraño que autores inquietos como Kendrick Lamar acudieran al músico norteamericano a la búsqueda de sonoridades extrañas, a medio camino entre el caos y la calma.

Otro de esos discos que justifica el no señalar piezas determinadas, diría, a pesar de mis reticencias a las metáforas, Cosmogramma es un océano algo turbio bajo una dura capa de tensión superficial. Obviamente hablamos de sonido experimental y nada relacionado con las corrientes pop, aunque sus hallazgos sonoros encuentren su vía de encaje. Obviamente el Thom Yorke que colabora en una canción es el de Kid A y no el de The Bends. Lo abigarrado de la entrada, un pandemónium de apenas un minuto y medio que firmaría Squarepusher, solo hace las veces de información al oyente. Si hace unas semanas reseñando a Throbbing Gristle informaba de su práctico rechazo del virtuosismo como planteamiento previo para la entrada en el estudio, creo que con Flying Lotus, quizás con una premisa opuesta (Thundercat es, obviamente, uno de los mejores bajistas de la actualidad) alcanza un resultado, si no equivalente, sí equiparable. Cosmogramma es un disco difícil y abstracto a pesar de sus remansos de paz, completamente libres de tufo new age, incluso sus escarceos con el drum'n'bass están ensuciados a base de capas de producción y juegos con las idas y venidas entre lados del sonido, entre capas de éste. La presencia de Thundercat no se limita al lado rítmico, a veces más entregado al 808 mientras el bajo es el que traza las ¿melodías?. Cierto es que hay cierta sensación de amplitud cuando las cuerdas toman protagonismo, pero esa calma es siempre tensa, abigarrada, más deudora de los 12" de Mo' Wax que de la oleada edulcorada de grupos como  Morcheeba. Cosmogramma concibe la calma como precedente de la explosión, lo que no significa que hablemos de música agresiva o intimidante, cuestión que las escuchas confirman. La mezcla de estilos es constante y desinhibida, e incluirían el lounge, el deep house, el ambient, en un principio todo aquello que se ponga por el medio y que pueda ejecutarse con teclados y bajo.  Difícil pero crecientemente fascinante.


domingo, 6 de junio de 2021

Tom Waits: Swordfishtrombones

Año de publicación: 1983

Valoración: imprescindible

En 1983 Tom Waits pasa de Asylum, sello que le ha publicado un puñado de de discos, a Island, sello que publicaba, por ejemplo, la discografía de Bob Marley. El disco tarda casi un año en publicarse desde el inicio de su grabación, hasta ese momento Tom Waits es un brillante músico de culto y lo último que ha publicado ha sido la banda sonora para el sonado fiasco de Coppola, One from the heart, un disco en el que ha combinado clásicas baladas de piano y ambiente humeante con amagos de lo que parece ser un cambio de sonido (o una evolución, concepto que queda más cool). 

Y es así: los ambientes decadentes de piano bar etílico que llenaban discos como Blue Valentine dan paso a una especie de torbellino fascinantemente tosco en lo sonoro (vientos, percusiones secas, guitarras áridas) que combina a la perfección con las cualidades vocales de Waits y que combina a la vez sonoridades añejas y vanguardistas. Waits lo ha hecho, disfruta de la promoción propia del sello, incluso disfruta de un delirante video para In The Neighborhood, mezcla de desfile funerario, de Mardi Gras, y de una eventual salida de paseo de lo más granado de cualquier institución psiquiátrica. Waits no ha traicionado su estilo ni sus temáticas: simplemente ha dado un paso adelante. Todos sus admiradores en la sombra pasan a manifestarse (Rod Stewart llegará a versionearle, pero la verdadera ronquera es la de Waits) y se convierte en una inesperada estrella del firmamento alternativo. 

Swordfishtrombones es una especie de opus de 40 minutos compuesto por muchas piezas cortas que no llegan a enterrar el espíritu sonoro (piano, cuerdas) de sus primeros discos, pero se aventura en mucho lugar inhóspito, y en este caso veo conveniente no centrar la reseña en canciones ya que el disco, sin formar una progresión, sí es disfrutable en su secuencia. Hay piezas cortas de aires lánguidos o marcianos, hay instrumentales de corte inquietante, hay excesos vocales y demostraciones de puro spoken word, hay algo parecido al be bop o al free jazz y sorpresas sonoras a cada rincón. percusiones que parecen haber sido organizadas con cucharas de madera y cuatro tablones, algún aire exótico (¡marimbas!), todo ello plasmado con una completa desinhibición y una intención clara de franqueo de barreras sonoras. Puede ser que sea el equipo de producción o la presión del cambio de entorno dentro de la industria musical, el desplazamiento a una pista central. Es un disco cuyos aires son palpables en muchas obras posteriores, aunque sea de forma aislada. Tricky en Aftermath o Goldfrapp en Oompa Radar le rinden tributo inconsciente, pero esa sonoridad, esa intención de aportar un aire primitivo y ligeramente enajenado teñirá muchas obras posteriores, incluso condicionará a Waits en su obra posterior, que entrará en una espiral de búsqueda de lo extraño que rozará lo autoparódico en algún momento, quizás su justa medida sea la que aquí se contiene, pero de ello va hacer, pronto, casi cuatro décadas.

domingo, 23 de mayo de 2021

Prince: Sign O' the times

Año de publicación: 1987

Valoración: muy recomendable

Curioso que, incluso en 2017, año de puesta en marcha de este blog, a pocos meses de su fallecimiento, hubiera resultado oportuno, pero he tardado casi 4 años y medio en reseñar un disco del músico de Minneapolis, aún reconociendo que prácticamente tengo toda su discografía de su "época dorada" - dejé de comprar sus discos tras el decepcionante Come, sobre el año 94 o así, momento en que dije "basta" como muchos solemos hacer cuando músicos que hemos admirado publican discos, nos damos cuenta de que apenas escuchamos el anterior, y dejamos de pasar por taquilla.

Pero Sign O' the times se inscribe en esa época, es un álbum doble y contiene una de las canciones más emblemáticas (inicia y da título al álbum, cuestión que condiciona enormemente la escucha, como si todo fuera a hacer bajada) de su carrera, no solo por su austero esqueleto sonoro sino por la mera trascendencia de su letra, canción que habla de los tiempos del SIDA, de las bandas callejeras, de las drogas, casi casi un emblema de esa angustia de final de siglo resumida en cinco minutos inmejorables. Y es que Prince siempre me pareció un artista de singles perfectos y de álbumes no tan perfectos. No por culpa de su talento, que muchos se han proclamado estrellas del pop antes que él y ahí lo tenemos, prácticamente haciéndose el álbum él solito, componiendo, cantando, asumiendo instrumentos, arreglos, producción (mucho antes de los tiempos de las colaboraciones que anegan actualmente cualquier disco). Pero esa ambición empujaba a Prince a abarcarlo todo en sus discos, no había estilo que se le escapara y en el cual no fuera brillante, pero, cosas de los gustos de cada uno, el Prince más funky, el más influido por George Clinton y el p-funk, en disco resulta forzado y a veces cargante. En vivo, una maravilla (ni el horrendo sonido me impidió disfrutar su concierto hace décadas en el Palau Sant Jordi), pero en formato grabado, esas canciones tan rítmicas, tan cargadas en producción, resultan algo pesadas, como me pasa con Housequake o con la larguísima It's gonna be a beautiful night.

Pero aquí hay dieciséis canciones y hay de todo. Rock'n'roll clásico a la Springsteen en I Could Never Take The Place Of Your Man, jazz-funk de Rhodes (obvia inspiración para el Tyler The Creator de Flowerboy) en la sobria y elegante Ballad of Dorothy Parker, vertidos r'n'b  de azúcar hipersexualizados en Slow Love, mantras espirituales de cariz reflexivo en The Cross, junto a cénits creativos marca de la casa, los dos últimos minutos de It podrían ser una especie de adelanto de la oleada electrónica que (1987) apenas se vislumbraba en el horizonte, y su poderío narrativo y creatividad se desbordan en Forever in My Life y Strange relationship. Y nos olvidamos de más de uno de los numerosos singles que se extrajeron de este disco, al que solamente aleja de la consideración de obra maestra esa obsesión hiper-fecunda de Prince que le llevaba a publicar a un ritmo endiablado, resintiéndose alguno de sus discos (con frecuencia en formato de doble LP) de su necesidad de publicar, no saciada como sabemos con sus propias grabaciones, sino con constantes cesiones de material a otros artistas. Ochenta minutos de música (ajustados al límite del entonces pujante formato CD) que, convenientemente depurados, hubieran dejado un disco perfecto de 10-11 canciones, pero Prince fue un hombre de excesos y en huida permanente del confort. 

domingo, 16 de mayo de 2021

Weezer: Blue Album

Año de publicación: 1994
Valoración: Imprescindible

Más de 25 años lleva Weezer en el negocio y jamás han llegado a las cotas que alcanzaron con este primer album. Algún pildorazo, sí, alguna chispa porque la capacidad de perpetrar hits no se pierde de la noche a la mañana, pero ningún disco tan perfecto, al menos para los cánones del power-pop (o para yo le pido a un disco de power-pop), como este disco azul.

¿Y qué le pido a un disco de power-pop? Pues eso, melodías perfectas, coros "sesenteros", muchos yeah-yeah, miles de uh-oh-oh y unos cuantos sha-la-las, estribillos pegadizos, etc.  Todo eso lo hay en cantidad en este disco de 41 minutos de duración que tiene diez potenciales singles llenos de guitarras aceleradas, distorsión y armonías vocales, diez canciones en los que el amigo Rivers Cuomo parece haber encajado lo mejor del pop, del punk y del rock estadounidense de la segunda mitad del siglo XX.

Porque en el disco azul de Weezer hay toques del sónido Seattle (nadie podía escapar a eso a principios de los 90), mucho Brian Wilson, algo de punk-rock ramoniano, una pizca de rock and roll de los 50 (y no solo por el título del primer single del disco)... Vaya, lo mejor de casa mezclado, eso sí, con una habilidad y un sentido pop descomunal que hace que el disco no decaiga en ningún momento y que posea un nivel altísimo de principio a fin.

En cuanto a las letras, más allá de cierta "angustia existencial adolescente", destaca el catálogo de personajes que desfilan por las canciones de Cuomo, reflejo en gran medida de una personalidad un tanto peculiar y que en muchas ocasiones no son otra cosa que una declaración de intenciones, como cuando en "In the garage" dice...

I've got an electric guitar
I play my stupid songs
I write these stupid words
And I love every one
Waiting there for me
Yes, I do, I do

In the garage I feel safe
No one cares about my ways
In the garage where I belong
No one hears me sing this song
In the garage
In the garage

Resumiendo, el "Blue Album" es un repaso a la cultura popular americana de la segunda mitad del siglo XX, un catálogo de hits que, al menos en mi opinión, sigue siendo tan vigente, disfrutable y tarareable como hace 25 años. Y eso no es moco de pavo, oigan!  

domingo, 25 de abril de 2021

Weyes Blood: Front row seat to Earth

Año de publicación: 2016

Valoración: muy recomendable

Disco que precede al magnífico Titanic Rising, con el que podría guardar algún parentesco estético (esos tonos azules que acaparan la portada), y un obvio vínculo sonoro. Todos los elementos existen ya aquí y la evolución sonora es todo menos un salto al vacío, simplemente el material de su sucesor es  más autoconsciente y en este Front row seat to Earth las canciones suenan más íntimas, igual de poderosas sobre todo a medida que se suceden las escuchas, pero, voilà, resulta que me suena hasta un disco más cohesionado, con un material que no acusa tanto la diferencia entre canciones, lo cual significa que aquí no hay nada tan inmediato y fascinante como Andromeda, pero que nos enfrentamos a la satisfactoria experiencia de la alternancia entre canciones favoritas según el momento o incluso el orden de escucha. 

Un disco que suena muy personal: se abre con una canción que se llama Diary y ese título ya es una declaración de principios: son nueve canciones largas (excepto la última, una especie de bis instrumental de dos minutos) baladas o midtempos, con la voz de Natalie Mering, grave, poderosa, con matices, en primer plano pero dejando espacio a los instrumentos, que son los clásicos del género: piano, guitarras acústicas, sección rítmica discreta pero eficaz, con esporádicas pero efectivas salidas de la tonalidad. Ahí nos damos cuenta de que el pasado musical de Mering, asociado a la escena indie desde luego mucho más agitada y relajada que las aguas calmas de estas canciones, pesa.. Por eso no desentonan las arpas, las cuerdas, los rasgueos de guitarra ligeramente distorsionada, ligeramente psicodélica, y en algún momento esos devaneos me recuerdan a Seventh Tree, incomprendido disco de Goldfrapp. Aunque las referencias sigan ahí, que si Karen Carpenter, que si Joni Mitchell, que si kd Lang, la toma del género, llamémosle que indie-folk o lo que sea, es arriesgada, es novedosa. Mantiene sus señas de identidad pero aporta alguna especie de inquietud argumental (una reseña muy acertada mencionaba las bandas sonoras de Badalamenti para Lynch) que mantiene a raya los terribles fantasmas del soft-rock o el AOR. Personalidad a raudales, incluso, véanse los videos, cierto sentido algo freak que rompe, y eso le beneficia, el tono solemne que destila el sonido. Seven Words, con su bajo a la Gainsbourg, o  Used To Be podrían considerarse canciones excesivamente canónicas, con sus arrancadas de piano, sus teclados de fondo, su exactitud vocal, pero esa veladura indefinible que las caracteriza, también a  Do You Need My Love o a la emblemática Be Free, y ya llevamos más de medio álbum mencionado, nos advierte con claridad: una artista con la magnífica proyección que su siguiente disco confirmó.

domingo, 14 de febrero de 2021

Angelo Badalamenti: Cousins- OST

Año de publicación: 1989
Valoración: muy recomendable

Angelo Badalamenti tendrá siempre su nombre asociado de forma indeleble al de David Lynch: como compositor de la música de muchas de sus películas y, por encima de todos de la música de la icónica e influyente (en grado superlativo) serie Twin Peaks. Siempre, en los trabajos para Lynch, ajustado a ese tono a medias entre lo melódico y lo trágico. Pero sus obras para otros directores no son, desde luego, nada desdeñables y dicen mucho de su maleabilidad como músico y su capacidad de adaptación al soporte visual. Cousins, la película, dirigida por Joel Schumacher (prolífico director con variadas aportaciones a la historia de la época) fue una indescriptible comedia de tonos algo canallas pero elegantes sobre una reunión familiar (la típica que se desenvuelve en los jardines de alguna casa de los estados más pudientes de los USA) que se desarrolla en medio de escarceos amorosos. Fue estrenada con el oportuno pero algo forzado título de Un toque de infidelidad, contaba con Ted Danson (archiconocido por aquella época por Cheers) y Sean Young (ídem por Blade Runner) y era una película amable y un poco memorable, aunque fuera por la banalización carnal y esas cosas. Por cierto, excelente fotografía la de la portada, casi un mapa posicional de la trama y una de esas imágenes icónicas.

Badalamenti firma una de sus obras maestras en un tono cercano al pop, digamos que toma los tonos levemente italianos o afrancesados de algunas partituras de Morricone y los hace suyos aportando música que podríamos llamar "ligera" pero que es un acompañamiento ejemplar. Al  modo clásico, se permite iniciar con un Overture que funciona como un medley de todos los desarrollos melódicos por venir: lirismo contenido y un tono algo frívolo le van como anillo al dedo y ajustan el tono, con títulos para los temas tan acertados como Adulterer`s blues y con coqueteos con baladas hinchadas de cuerdas, delicados temas al piano, fanfarrias desbordantes de vientos, alguna espontánea aportación vocal, en fin, apenas cuarenta minutos de música que materializan su inagotable inspiración y toman vida propia incluso alejadas de sus imágenes, las de una película menor pero más profunda de lo que podía parecer. Badalamenti toma de aquí y de allá, elige instrumentaciones más convencionales que en algunos otros trabajos (aquí no hay atmósferas turbias saturadas de teclados, por ejemplo) pero se encarga de que cada una de las melodías se incruste en nuestra memoria.
Veneremos a este hombre en vida, por favor.