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domingo, 4 de septiembre de 2022

Neneh Cherry: Homebrew


Año de publicación: 1992

Valoración: bastante recomendable

Aunque Neneh Cherry ya era una artista experimentada cuando publicó Raw like sushi, obviamente el fantasma del difícil segundo disco se aparece en este Homebrew. Para empezar, los aspectos personales son notorios: la vida como madre, haber dejado atrás el frenesí clubber que impregnaba hits como Buffalo stance. Se impone una cierta madurez y Neneh Cherry es aquí más brillante cuando menos se acerca a las premisas de su debut. A pesar de lo cual este disco no contiene hits memorables, más bien un puñado de buenas canciones bastante cohesionado, menos festivo y más reflexivo, donde el uso del sampler prácticamente queda relegado y deja irrumpir ritmos más sosegados, vocales más deudoras del soul que del hip-hop, arreglos más escuetos y de corte más clásico.

Incluso disponemos de irrupciones algo sorprendentes: Michael Stipe aporta vocales en Trout, Gang Starr aportan aires jazzies a la inicial Sassy, pero el disco queda condicionado por los temas más downtempo, no en vano algunos prebostes (como Geoff Barrow) del emergente trip-hop, asoman la cabeza en forma de arreglos o composiciones y lo convierten en un digno disco de continuación, sin nada que ver con su siguiente disco, Woman, ahí ya Cherry fue víctima de la incursión mainstream más absoluta, pero en este Homebrew hay canciones muy dignas. Move With Me toma el relevo de Manchild como balada épica con estribillo cantable, I Ain't Gone Under Yet recupera cierta esencia de tugurio humeante. Twisted desprende el aire casual de las canciones no destinadas a ser single y Somedays es coronada por un arreglo de piano de corte absolutamente clásico.

domingo, 3 de abril de 2022

Rex Orange County: Who cares?


Año de publicación:
2022
Valoración: muy recomendable

Debo reconocer que no sabría ni quién es Rex Orange County de no haber aportado su voz ligeramente perezosa a un par de canciones en el brillante Flowerboy de Tyler The Creator. Y que este Who cares?, cuarto disco del músico británico puede que no sea uno de esos trabajos innovadores y arrebatadores que cambia el panorama musical, pero resulta tratarse del típico disco que, aún sonando algo plano de primeras, crece con las escuchas y revela capas que lo acaban convirtiendo en un disco muy notable.

Podríamos llamarle cantautor pero quizás la definición queda demasiado encasillada en la clásica imagen, y no, Alexander O'Connor desprende una imagen nada sofisticada, parece un estudiante con un trabajo precario a media jornada, muy adecuado a sus escasos veinticuatro años, y sus primeros pasos se dieron por internet. Todo muy sencillo y cercano. Sus referencias son dispares, pero esta claro que apela a ciertos aires clásicos, siendo Stevie Wonder una referencia clarísima, especialmente en ese fraseo ligeramente nasal que domina las canciones, una vez en apariencia poco dada a los alardes, como un Rufus Wainwright (en el alargue de las sílabas) sin histrionismo ni gorgoritos, y uno diría que hay algún deje de (otros influidos por Wonder) Jamiroquai o Bruno Mars, pero la cuestión vocal no es central. Who cares? no llega a los cuarenta y cinco minutos ni a la docena de canciones. Difícil de definir, se trata de un pop con aires soul y con una cierta sofisticación que podría parecer low cost pero no es así. Una de las marcas del disco es la presencia en las canciones de precisos arreglos de cuerda, que les aportan una capa de calidez que acerca al oyente a unas composiciones de aire casual, con tonalidades algo melancólicas pero con un recorrido brillante. Y por lo menos hay cuatro canciones excelentes, casi canónicas, que ya es una enorme marca hoy en día, cosa que no quiere decir que el resto de material sea de relleno, simplemente es imposible no remarcarlas: One In A Million - aquí en vivo, la versión en estudio dispone de unos arabescos de cuerda simplemente fascinantes, Open a window, en la que Tyler The Creator le devuelve el favor, 7AM, puro diario de lo casual y Shoot me Down, poco frecuente encontrar una canción clave en un disco tan cerca del final. Cuatro ejemplos brillantes de pop sofisticado, sin demasiado embalaje de producción: voz, piano, y esas cuerdas que (al igual que en el disco de Lloyd Cole) aportan un brillo especial.

domingo, 16 de enero de 2022

Jazmine Sullivan: Heaux Tales

Año de publicación: 2021

Valoración: recomendable

Ya en 2018 hice una reseña algo quejica a cuenta del disco de la fallecida SOPHIE, aunque no señalaba mi desacuerdo con las extrañas decisiones de Pitchfork (del Pitchfork vendido a los grupos editoriales más versados en moda y tendencias, etc, etc, etc...), y tres años después, me encuentro otra vez algo estupefacto ante la chocante elección del medio de este Heaux Tales como mejor disco del 2021.

Algo que, claro, aquí nos dedicamos a eso, hay que contrastar, en la limitada medida de lo posible que pueda representar no tener tiempo material de oír todo lo publicado (doy por sentado que la miríada de colaboradores de Pitchfork sí, en su conjunto) e incluso, contraviniendo las más básicas normas de atención a la actualidad, dedicando cuantiosos momentos a escuchar música de épocas anteriores (ergo, no de 2021).

Pues bien, este cuarto disco de la solista de Filadelfia resulta ser uno más de esos discos del océano soul/ r'n'b de corte ligeramente reivindicativo que se publican de forma regular. Con buenas interpretaciones vocales, un cierto tono narrativo, producción minimalista (y casi a consecuencia de ello, precisa y relativamente impactante), canciones sin estridencias y colaboraciones coherentes - en este caso, por ejemplo, Anderson.Paak, que repite después de lo de la semana anterior. Posiblemente me esté perdiendo algo no fijándome en los mensajes contenidos en las letras. La apariencia en la portada, a medio camino entre Missy Elliott y alguna de las estrellas del universo más reciente del género, no despeja las dudas. No sé si estamos ya abusando del estereotipo, pero, sin pararme demasiado lejos (podría llegar hasta Nina Simone...) el terreno sonoro aquí presente ya lo han recorrido infinidad de artistas, en ese concurrido terreno de géneros que coquetean con el hip hop, con el soul, con todo el crisol de negritudes. Aquí ha estado Neneh Cherry, Erikah Badu, Amy Winehouse, Solange Knowles, muchas de las divas sin rostro que aportaban calidez al trip-hop (denostado género que aún colea en los números downtempo), mucha, demasiada gente con buenas intenciones y aportaciones destacadas, como para pretender que este sea un disco que se alce por encima de todos ellos. Aún así, canciones como Pick Up Your FeelingsGirl Like Me o The Other Side pueden destacar por encima de la media  On It representa ese tipo de balada adecuada a determinado momento, y siempre es más tolerable que la insufrible y calculada Leave the  door open de la semana anterior.


domingo, 9 de enero de 2022

Silk Sonic: An evening with Silk Sonic


Año de publicación:
2021
Valoración: recomendable (pero inocuo)

Si fuera de los que subraya o retiene frases en libros, encontraría alguna en el brillante Retromania de Simon Reynolds que apuntalara ciertos planteamientos. Sin acritud, sin ser corrosivo y manteniendo que evocación o recreación no son sinónimos de nostalgia. 
Pero no es así; Silk Sonic, acertado nombre, es un proyecto a medias entre Anderson.Paak (al que no he prestado demasiada atención entre todo el océano a medias entre el hip-hop y el r'n'b que Pitchfork lleva años obsesionado en promocionar) y Bruno Mars (imposible no prestar atención a ese omnipresente émulo de Jamiroquai supurante de una algo saturadora energía positiva).
Es un proyecto que no se conforma con la fidelidad sonora, sino que apela, de forma muy eficaz, a la estética. Los sonidos negros de los 70, los trajes blaxploitation, las coreografías, los planos divididos en pantalla en los videos promocionales, se convierten en un complemento de lo sonoro, todo tan preciso y perfecto que me provoca cierta incomodidad. Hace una semana hablé aquí de Fiona Apple, una artista sin miedo a incluir en sus canciones elementos disonantes, incluso abiertamente agresivos o poco amigables con el oyente potencial. Porque es su manera de expresarse. Pero aquí esto no tiene cabida. No sé quién es más influyente en el proyecto, pero parece que Mars, obviamente más popular y aspirante (Marc Peig ya lo apuntaba aquí - spoiler: ha de comer muchas sopas) al inhóspito trono de King of Pop, ha conseguido anestesiar cualquier conato de rebeldía: esto es soul, o funk, o r'n'b, de sedosa (...) producción, de impecable ejecución, que parece no haber reparado en medios ni en artificios promocionales, que ha cuidado hasta el último detalle para alcanzar a todo oyente potencial, olvidando que, a determinados niveles, el órgano al que alcanzar no es ni corazón ni estómago sino hígado. Y eso le falta a este proyecto. Todo es premeditado, desde la compensación de baladas almibaradas con pequeños guiños callejeros, que estamos en 2021  2022, hasta la inclusión de números funkies al uso, con la intervención de estrellas del ayer (Bootsie Collins) y el hoy (Thundercat) ese balance que parece ignorar lo rápido que el mainstream lo absorbe todo con avidez. No diré que aquí haya malas canciones ni plagios: está claro que esto es un homenaje a los Delfonics, a Stevie Wonder, a Isaac Hayes, Mayfield, Gaye, la interminable retahíla de artistas y sonidos (Philly) presentes en el imaginario común desde hace, ya, más de medio siglo. Que el homenaje es respetuoso, tanto que la innovación en tonalidades, en sonidos, en armonías, ha sido desestimada como un punto más a cumplir en la rendición de reverencias. Tanto, que el disco me parece tan brillante y agradable y sencillo en la escucha - apenas 31 minutos, sin devaneos instrumentales -  como inocuo.

domingo, 22 de agosto de 2021

Spandau Ballet: True

Año de publicación: 1983

Valoración: artificial

Aclaro que al que esto escribe la palabra "artificial" no siempre le representa connotaciones negativas. Puede haber cierto talento en el artificio e incluso en la impostura. 

Lamentablemente, True no es el caso. 

Spandau Ballet golpearon con fuerza en su single de presentación, allá por 1981 To cut a long story short era una poderosa rodaja de synth-pop que se refugiaba bajo la aparatosa y algo dudosa imagen del grupo, absolutamente deudora del movimiento new-romantic. Pero dos años (en realidad mucho menos que eso) habían bastado para amortizar la corriente y las bandas que le sobrevivían, en la práctica Duran Duran y Spandau Ballet, se veían obligadas a un reciclaje para sobrevivir. Ninguno de los dos reciclajes funcionó por mucho tiempo, pero he de atribuirle al de Duran Duran una cierta consistencia sonora que en Spandau Ballet fue replicado con una reinvención de enorme impacto comercial, tanto como musicalmente descorazonadora. 

La banda había visto como (ayudados por Trevor Horn) ABC les había tomado la delantera en la introducción del funk blanqueado. Incluso estéticamente. Los ropajes drapeados habían dejado paso a impecables ternos comprados en Saville Row. Y Tony Hadley era también un señor muy bien plantado y con una voz que parecía superar cualquier atisbo de ambigüedad. Spandau Ballet necesitaban recuperar el cetro de machos alfa y eligieron el soul. La canción que da título al disco (tan brillante como azucarada y formulaica) habla de escuchar a Marvin (Gaye) toda la noche. Y las siete canciones que la acompañan, todas medios tempos sostenidos con estructuras pop de manual, no desentonan. Se ceda su título y su evidente reinado al baladón (sampleado hasta la saciedad, por ejemplo, por PM Dawn) que los convertía (a los hechos me remito) en eterna carne de radio-fórmulas, a escasos centímetros de los one hit wonder pero con caudal garantizado de royalties por décadas, a pesar de ello esas siete canciones, incluyendo a la sempiterna y rimbombante Gold, son la muestra del hallazgo de la piedra de Rosetta, la fórmula que alargaría la agonía de la banda y la convertiría en la elección del público a pie y de las princesitas pretendidamente rebeldes. Dieron en la Diana. 

Un disco, eso sí, de la clásica edad del vinilo. Cuatro canciones por cara, apenas 35 minutos de música, un sonido entonces lujoso, hoy desfasado, lleno de ecos, de exactitud instrumental (incluyendo un saxo que los emparentaba con Roxy Music, obvio espejo de las bandas de esa época), el poderío vocal de Hadley, que parecía cantar sin despeinarse, con una impecable técnica desprovista de la más mínima pasión y por supuesto de cualquier atisbo de riesgo. Si esto contara, aunque fuese por su repercusión, como improbable piedra fundacional del blue eyed soul, cuánta aberración y cuánto despropósito que lastraría de forma plana e inofensiva la década de los 80 se le puede recriminar. Forrados de gold, claro, pero tan pulcros e inofensivos que apenas merecieron un par de años más de repercusión. Algunos miembros de la banda acabaron probando como actores en esas sobrevaloradas y cutres películas británicas. Enough said.


domingo, 15 de agosto de 2021

Blaze: 25 years later


Año de publicación: 1990
Valoración: casi imprescindible

Uno de esos tesoros escondidos, hasta el punto de que resulta inexplicable que no sea mencionado más a menudo en las repetitivas listas de los mejores discos, aunque sea de su año o su década. Con una producción que obliga a uno a frotarse los oídos, con cada detalle en su punto perfecto en la mezcla y con una sensación persistente de absoluta modernidad y elegancia, para nada reminiscente de las estridencias ya no de su tiempo sino incluso de las propias de muchos de sus compañeros de escena. Porque uno puede publicar un disco con una inspiración de fondo algo retro y mantenerse completamente vigente, y eso es lo que consiguió el grupo estadounidense en este álbum de debut que cuenta con un enorme bagaje de ambición. 
25 years later parece una especie de greatest hits de falsos covers salteados con  brillantes detalles de las serenidades house del momento. Un house nada acid, aclaro. Aquí hablamos de dinámicos temas con fuerte peso vocal, dominados por un piano festivo, percusivo. Pero también de canciones que homenajean desvergonzadamente a las grandes figuras de la música de color, tomando prestados de forma respetuosa y meticulosa sonidos, ambientes, estructuras, pero adaptándolos a las brillantes composiciones del grupo y a su pasmosa maleabilidad sonora, con lo cual el álbum se convierte en una especie de trip iniciático al que beneficia y da cohesión su secuencia de canciones que (si tomamos como referencia su orden en las ediciones en CD, las de vinilo cambian de forma radical) disponen de interludios en forma de diálogos que ahondan en la mencionada ambición. Y el desfile de influencias no puede ser más brillante y lujoso. Ahorraré aportar nombres de canciones pues, aunque difícil de obtener vía Youtube, el álbum merece su degustación en un entorno relajado y abierto de miras. Desfilarán Marvin Gaye, Stevie Wonder o los Third World junto a precedentes clarísimos de los primeros hits del house vocal o incluso del deep house, lustros antes de convertirse en la etiqueta de la exasperante monotonía que fue a partir del 2005, engullido por su propio éxito, y el avance de las canciones confirma que se nos está explicando una historia sonora de sufrimiento y explotación (la composición cromática de la portada no deja de recordarme a la emblemática cubierta de Survival) que trasciende y complementa a la, repito, soberbia y suntuosa producción.

domingo, 30 de agosto de 2020

SZA: CTRL


Año de publicación: 2017
Valoración: muy recomendable

Las vocalistas femeninas de color tienen sombras demasiado alargadas no solo en forma de nauseabundas preconcepciones trufadas de racismo y machismo. Esta esa lucha constante por evitar ser la nueva Neneh Cherry-Beyoncé-Rihanna, etcétera, artistas,sobre todo las dos últimas, absolutas banderas contemporáneas, divas absolutas que conjugan respeto crítico, avasallador éxito, influencia absoluta que rebasa lo musical. SZA podría apostar por esa liga, pero, por suerte, desmarcarse de esas pretensiones la sitúa en un plano diferente, en una especie de aura de relax creativo, que le permite encuadrarse en una especie de inexistente club de artistas, que con vínculos con la escena hip hop, han optado por el riesgo, por la libertad no solo en la definición de sonido sino incluso en la propia elección del universo creativo con el que quieren intercambiar. Frank Ocean, Dev Hynes bajo sus distintas guisas, las obras recientes de Tyler The Creator.
Y este disco se convierte en una especie de vértice entre Blonded y Negro Swan, y solamente hay que comprobar en Supermodel, su apertura, que curiosamente parece fusionar acordes y arranques de Zeigfield y Nights, temas de Ocean, pero no hablamos de plagio sino de inclusión bien administrada de referencias, no hablamos de apropiación sino de asimilación de hallazgos y profundización en ellos.
SZA presentó en su disco de debut una primera ristra de canciones, esplendoroso inicio en una media docena de canciones que eclipsan la segunda mitad del disco, si bien de este ligeramente desigual reparto en el tracklisting quizás hayamos de ir culpando a la pleitesía a las plataformas de streaming: hay que capturar al oyente y mantenerlo ahí. Y para el formato álbum, la cosa funciona igual, así que quizás CTRL le debe parte de su repercusión, de su glorificación en los círculos influyentes, a ese brillante inicio que incluye Drew Barrymore, curiosa mezcolanza de regustos jazzy o hasta raggamuffin, el coqueteo con el Trap de Love Galore, con la oportuna inclusión vocal de Travis Scott, la fluidez futurista de Prom o el obvio atractivo, más escorado al soul, de Garden (Say It Like Dat)Garden (Say it like Dat), canciones todas ellas de producción casi esquemática, de esa austeridad fake tras la que se esconden varios productores y que, volviendo a mencionar a Frank Ocean, permite al oyente (otra cuestión: muchos de estos discos parecen estar diseñados sonoramente para ser oídos con auriculares o en el reducido espacio de un vehículo) apreciar trucos a medida que se suceden las escuchas. SZA combina estilo descarado y callejero con frecuentes muestras de que podría ser también una vocalista pop al uso, pero ese es el valor de la opción tomada, la elusión del camino fácil. Si la segunda parte del disco cede un poco más hacia algo cercano al mainstream no vamos a tenerlo en cuenta en un primer disco que, aunque sea por puro promedio, es de una brillantez que no debería pasar desapercibida.

domingo, 21 de junio de 2020

Dexys: One day I'm going to soar


Año de publicación: 2012
Valoración: bastante recomendable

Seamos precisos: el bastante recomendable sale casi por promedio. Si el disco fuera como sus primeras cinco canciones, esto sería una obra maestra. Si como las últimas, seguramente hablaremos de los resultados de unos cuantos músicos aburridos que alquilan un estudio recién salidos de una noche de borrachera y se dedican a desbarrar ante micros y mesas de mezcla.
Kevin Rowland es el alma absoluta de Dexys. El nombre del grupo, el  que se usa para la formación en este disco, es estúpido. A más no poder. Alguna traba legal impidió a Rowland usar el auténtico: Dexys Midnight Runners, ese sí un nombre impactante para un grupo y más cuando te tiras 27 años sin publicar nada y tu discografía anterior (tres discos) ha jugado con el oyente hasta en lo estético: los Dexys Midnight Runners fueron, respectivamente, estibadores portuarios, campesinos de ramita entre dientes y dandies de la City. Rowland, imagino, gobernando el grupo con mano férrea y la espantá de casi tres décadas que ve renacer el proyecto con la inestimable ayuda de Mick Talbot, ejem, alias "el de Style Council que no era Paul Weller" y toda un aura para los frikies: una portada a medio camino entre lo afrancesado y los descartes de la primera época de Roxy Music, una aunque sea irremediable sensación de madurez, en fin, esas expectativas que inexplicablemente generan ciertas bandas.
Ah. Son los de Geno y Come On Eileen. Sí: yo también siento ganas de matar a alguien cada vez que ponen esa cancioncilla en las emisoras revisionistas de los 80.
Pero a Rowland le gustaba romper con todo, claro. Quizás antes: ahora, o sea, en 2012, la edad no perdona y toca hacer discos elegantes. Rowland no va a hacer como las estrellonas del heavy metal que no se desembarazan de sus chupas ni que se presente la parca. Rowland se adapta y One day I'm going to soar es un disco depurado y preciso, pensado hasta el detalle aunque esto no sea Steely Dan, no hay una nota fuera de sitio y los arreglos son perfectos hasta, casi, lo aséptico. Dije casi. No es aséptico, aunque quizás haya que dar las gracias (aparte de a los royalties de Come On Eileen) a los avances de las tecnologías de grabación por el lujoso sonido, especialmente cuando acompaña a magníficas composiciones de tonalidades atemporales, más allá del inicio del disco, los aires neo-soul, o bluessies o jazzies o retrofolk de las primeras canciones nos remiten a cualquier placentero lugar sonoro entre los años 50 y la década pasada. Pero sin aires revisionistas: son canciones que parecen haber estado siempre allí. Pronto, por eso, constatamos la enorme irregularidad del disco. A partir de ahí, (hipotético inicio de segunda cara si esto hubiera sido un disco de vinilo) la inspiración se bate en retirada y pasamos a una especie de desfile de canciones de sonoridad y desarrollo demasiado estereotipado. Nada indignante, venimos de una primera mitad excelente, pero la personalidad de los temas iniciales desaparece, y entonces Dexys descienden a una categoría demasiado acomodaticia: parecen una banda de soul-revival acometiendo un medley. No digo que no haya nada salvable: el disco repunta en su última canción, siete minutos de tono intimo y confesional que pudieran, otra vez, sonar a despedida para un largo tiempo.
Lo cual, tratándose de Kevin Rowland, no debería ser demasiado tomado a broma.

domingo, 8 de marzo de 2020

Solange: A Seat at the Table


Año de publicación: 2016
Valoración: muy recomendable alto

Habrá que solventar ciertas reticencias para empezar. Sí, Solange se apellida Knowles y es la hermana de la sempiterna Beyoncé, ídolo global. Solange, aclaremos, es la hermana, ejem, alternativa. O sea, la que no saldrá en la SuperBowl, la que no basa sus canciones en las coreografías, la que, diríamos, parece relegada ante su status icónico.
Pero, lejos de arredrarse o conformarse, Solange cada vez ha hecho mejores discos. Compartiendo cierta costumbre del star-system de la música de color (horrenda etiqueta, pero puede ser que sea la mejor para aglutinar rap, hip-hop. r'n'b, soul, y otras cosas), Solange colabora con frecuencia con músicos como Estelle, Q-Tip, Sampha, su presencia en los discos de otros artistas como Tyler The Creator delata su buen gusto y un cierto punto de riesgo que no he apreciado en los discos de Su Hermana La Famosísima.
Sin ir más lejos, este A Seat on the Table, penúltimo disco de sus discografía en el que ha contado con la ayuda de Rafael Saadiq (otra estrella más encuadrada en el neo-soul de músicos como D'Angelo o Maxwell) es un disco muy brillante. Quizás demasiado condicionado por un track-listing un poco previsible (breve comienzo, breve final, doce piezas principales, siete interludios de todo tipo) que le aporta cohesión como álbum ligeramente conceptual, pero que lo aleja de la colección de canciones inapelables que hubiera sido si. como FKA twigs ha hecho recientemente, cercenase implacable el contenido hasta dejarlo en ocho o nueve canciones brillantísimas. Quizás entonces hubiéramos hablado en otros términos.
Pero este disco es así, extenso, salpicado por interludios que retienen un poquito la progresión y que lo uniformizan. A primeras puede parecer monótono, con sus medios tiempos surgiendo uno tras otro y a veces difíciles de diferenciar. Pero conforme avanzan las escuchas, los tesoros van siendo desenterrados. Se trata de un disco con un sonido sobrio, donde los teclados se muestran dominantes en todo momento, de un modo u otro podríamos reducir el disco a sintetizadores más la dulce y gloriosa voz de la cantante, que compone todo el material y lo eleva con una deliciosa dicción, casi un fraseo que huye de exhibiciones de poderío, detalle nada secundario pues es uno de los atractivos del disco: oír esa voz siempre gobernando las canciones desde contención y dominio, sin caer en lo que yo llamaría síndrome Adele de diseñar música para alardear de capacidad técnica o mera potencia vocal. Solange huye de eso incluso en las canciones donde dobla su voz o se hace coros. Lo importante aquí es el conjunto y solo hay que esperar a que irrumpan las primeras notas de Rhodes de Weary para darse cuenta: se dirige con firmeza al oyente, lo interpela y casi lo intimida en una primera frase. Es soul, claro, como referencia más visible, y el espíritu vocal de Minnie Riperton o Erykah Badu conviven con flujos sonoros evanescentes, Roy Ayers, Lonnie Liston Smith no andan lejos. Una referencia que no aplasta, como esas cuerdas en Cranes in the Sky. Flotan en el ambiente sin elevarse ni caer, como si se tratara de un Unfinished sympathy de un género que es absurdo etiquetar. El piano ligeramente percusivo, casi honky-tonk de  Where Do We Go (también presente en Mad) lo corrobora: es música que bebe de muchas fuentes y se enriquece de todas ellas. Puede uno discutir cierta tendencia al aire íntimo, inevitable con una voz como la de Solange. Creo, por ejemplo, que Sampha estropea con su voz irritante esa maravilla que es Don't touch my hair. Pero hay donde consolarse: Borderline (An Ode to Self Care), es simplemente perfecta, con su aire ligeramente cósmico, y me he dejado aún algunas otras canciones que entran y salen en las preferencias conforme se avanza en el disco. Discos cuyas favoritas van cambiando a medida que se producen las escuchas. Pocos pueden presumir de eso.

domingo, 21 de abril de 2019

Marvin Gaye: What's Going On


Año de publicación: 1971
Valoración: casi imprescindible

¿Pero ibas a solventar este "icono" con un roñoso "muy recomendable"?

Pues me la iba a jugar. Este es un disco magnífico, sí, un poco rácano en duración (no llega a los 35 minutos, pero estamos en 1971, no hacía rellenar una rodaja de plástico con cualquier cosa que sonara), pero al final, quizás un disco más importante en cuanto a su mensaje social que en lo que es estrictamente musical o sonoro. Y no me importaría iniciar un debate sobre lo que es sustancial en la música si pasamos a defender las canciones o incluso si pretendemos considerarlas literatura. Ya hay por ahí algún otro blog que se dedica a eso y, ya que me da por firmar las reseñas, aceptaré que no soy precisamente un entusiasta de Bob Dylan y en su faceta estrictamente musical (con alguna excepción honrosa como la soberbia Hurricane) , nunca me ha parecido un artista ni interesante ni innovador.
Esto iba al hilo de que se suele considerar What's going on como un hito de la música soul ya que es el primer álbum masivo de este estilo que abandona el trillado camino de las letras con referencias a las relaciones personales y expone una problemática social y política, aprovechando la coyuntura para hablar de ecología, de la guerra de Vietnam, de las injusticias sociales. Gaye, orgulloso desde esa portada con mirada firme y decidida, serena también, como si fuera un músico que fuera a apuntarse a las black panthers, contaba con la experiencia de su hermano, tres años en Vietnam, y ya era un músico reputado y poderoso publicando para la Tamla Motown de Berry Gordy, con cuya hermana Anna había estado casado. Tenía serios problemas con la cocaína, ya entonces. Problemas no ajenos al episodio en el que en 1984, su propio padre, un predicador, le mató a disparos, haciendo que se integrara en la nutrida lista de estrellas de color fallecidas en circunstancias turbias o no demasiado naturales, acompañando en consecuencia a Jimi Hendrix, Sam Cooke, Otis Redding, Tupac Shakur, Michael Jackson o Prince.
La música. El disco parece concebido como una suite donde, especialmente los cinco temas de la primera cara comparten prácticamente un ritmo constante, un mid tempo y decidido marcado por percusión y un bajo portentoso, con algo que parecía más un suave funk prominente que el clásico soul caracterizado por la bipolaridad sonora (el que combinaba destellos rítmicos y baladas lacrimógenas), aderezado, ahí sí que hay que quitarse el sombrero, por unas cuerdas y unos coros que deberían, si hubiera justicia en este mundo, haber cobrado royalties de toda la generación lounge habida y por haber. La combinación de esos factores procura un colchón para las reivindicaciones de Gaye, y las seis canciones de la primera cara conjugan, con sus elegantes parones y aceleraciones, lo que parece constituirse en una especie de suite que arranca con dos preguntas (qué está pasando, qué sucede, hermano ) y se lanza a un fascinante viaje que habla de salvar a los niños, de espiritualidad, de ecología, en el que nos adentramos desde el momento en que un saxo salvaje se abre paso entre el rumor de la multitud, un glorioso inicio que algún estúpido ejecutivo se ha permitido cercenar en ediciones posteriores de homenaje al disco. Esas seis canciones, con sus ambiciosos arreglos, las respuestas de los coros, que amagan una agresividad algo contenida, convierten esa primera cara en un emblema, en una reivindicación de que el soul no se contentaba con restringirse a la recreación del dolor, del acatamiento de la represión: esta es música que levanta la voz y alza el puño.
Obviamente, y ello pesa en la valoración del disco, la cara B se resiente del poderoso influjo de la suite inicial, y solo cuando ese ritmo amaga con reaparecer, en Inner City Blues Make Me Wanna Holler, parecemos recuperar algo del espíritu de innovación sonora del disco.

domingo, 30 de septiembre de 2018

Blood Orange: Negro Swan


Año de publicación: 2018
Valoración: casi imprescindible

Pues hay que ir espabilando. O nos va a pillar el final de año y no vamos a tener idea de qué será lo que nos quede en lo musical.
Blood Orange es el nombre del proyecto liderado por Devonté Hynes. Otro vocalista de color, multiinstrumentista, productor, que no es exactamente un rapper. O sea, que no le hace ascos a colaboraciones de entornos hip-hop, pero que decididamente quiere tener su voz propia. Perdonad este gesto al afirmarlo de forma  poco humilde. No es que Hynes sea un recién llegado. Con 32 años, Negro Swan es su cuarto disco bajo el nombre Blood Orange, pero ya ha participado en muchos otros proyectos. Fue el guitarrista de los Test Icicles, un breve combo proto-adolescente de agresivo y nervioso punk. De eso, pasó a un proyecto, ya en solitario, completamente inclasificable llamado Lightspeed Champion, má s cercano estéticamente a cosas como lo nerd, y musicalmente en un sonido pop de regustos ochenteros y más reminiscente de cosas como Prefab Sprout o los Lightning Seeds que de toda la negritud que, puede, se avistara en su futuro como Blood Orange.
Y con este disco se postula al trono de rey del r'n.b Parece que de estos andan saliendo unos cuantos. Muertos Michael Jackson y Prince, ese cetro se lo empiezan a disputar muchos. Más cercanos al sonido urbano o con más tendencias a la innovación, pero ahí andan unos cuantos. Algunos más aventurados, otros más asequibles. The Weeknd. Kanye West. Millas por delante, Kendrick Lamar, y aún más allá, Frank Ocean, inconmensurable en su momento y más aún cuando sus discos maduran con el paso del tiempo. Ocean es una obvia influencia de Blood Orange. No tanto en lo sonoro como en ese espíritu libre y esa desinhibición para abandonar poses duras y presentarse (véase la espléndida portada, a años luz de la pose machorra arquetípica) como puros músicos alejados de corrientes comerciales, ergo sin ninguna clase de cortapisa para, sin abandonar la socorrida etiqueta del r'n'b, tontear con todas las tradiciones (en algún momento me recuerda al emblemático 25 years later de los Blaze) y sacar adelante un disco sumamente atractivo, casi irresistible a la primera escucha (gracias, trucos de producción), que solo el paso del tiempo pondrá a su lugar.
Puede que haya quien le recrimine no ser el primero en alinearse en la liga de los artistas de la escena urbana alineados con el colectivo gay, puede que otros le echen en cara que lo del disco conceptual con intros habladas, aires jazzies y fragmentos recurrentes ya lo hizo Kendrick Lamar de forma casi inmejorable. Yo digo: si esos dos elementos producen, al asimilarse, incorporarse y traducirse al lenguaje propio del artista, maravillas como el neo-soul en Orlando, el espectacular hit, casi godspell, que es Jewelry, la carga de pop fresco y refrescante que es Saint, o esos tracks escondidos entre nubes de algodón, imaginería de producción de alta gama, las ineludibles colaboraciones propias de esa comunidad tan hermanada (por oposición a las rudas guerras del rap) que es la escena r'n'b, si este disco nos reserva maravillas a las alturas del track 10 en adelante (esos que la manía de llenar álbumes con lo que sea), como ese Dagenham Dream que parece tomar prestado por igual de Soft Cell o de The Blue Nile, o Minetta Creek, jugueteo pop inusual, casi una broma que hubiera firmado gustoso el Prince de discos como LoveSexy o Around the world in a day.
Pues eso: a lo tonto, Blood Orange ha entregado, tres meses quedan para que alguien levante la mano para contradecirme, un serio contendiente a disco del año.




domingo, 9 de septiembre de 2018

Erykah Badu: Baduizm

Año de publicación: 1997
Valoración: muy recomendable

Una imagen impactante, glamour callejero con el toque racial justo, el punto chic distintivo de sus tocados textiles en la cabeza, cierta aura más cercana a, por ejemplo, Naomi Campbell o Sade que a Missy Elliott o Rihanna. Erykah Badu podría pasar por una de esas fugaces estrellas a las que se les entrega el cetro de "esperanza del soul", casi siempre gracias a un primer disco descollante... y casi siempre para despojarlas de él en cuanto surge otra estrella de muy parecidas características.
Lo cual no debe evitar que disfrutemos de sus discos. Baduizm, título al que no le falta ese toque ególatra que desprende seguridad, es un formidable debut que no tuvo continuidad en los términos que merecía. Y podriamos decir lo mismo de Kelis, de Jill Stone, de Me'shell Ndegeocello, de las Zhané, de Lauryn Hill, de Jody Watley, de Mary J. Bligee muchas figuras cuyo deslumbrón inicial acabó siendo casi, el necesario preámbulo a un oscurecimiento.
Las credenciales de Erykah Badu en lo artístico: una voz ligeramente gatuna y nasal, comparada en no pocas ocasiones con la de Billie Holiday, un acompañamiento brillante, a medio camino entre el trip-hop tan en boga en su momento y el jazz onda Roy Ayers: base rítmica potente aunque algo perezosa, bajo y bombo en primer plano arropando a la voz, y, el conjunto, claro, cómo no, resulta de esa aterciopelada elegancia que parece ir a traspasar la barrera del engolamiento al que a veces estos experimentos se ven abocados. Baste ver las toneladas de azúcar en forma de baladas que intoxicaron las carreras de muchas divas, desde Whitney Houston a Beyoncé, cayendo de bruces en el mayor de los convencionalismos, la condena de las grandes voces a ser "intérpretes" por encima de "músicos".
Baduizm dispone de material potente al que solamente puede recriminarse cierta homogeneidad, justificada a la hora de aportar cohesión pero algo incómoda para una audición "del tirón". Ciertos trucos vocales regresan, ciertos ambientes son compartidos entre las canciones, y desde luego el inconfundible tono de la artista, que tan pronto se eleva a alturas de los grandes clásicos como parece coquetear con el scat, se encarga de llevarnos de la mano por historias que parecen no acabar siente bien. Canciones de tempo perezoso, no exactamente las baladas dulzonas sino números de regusto agridulce, torch-songs de digestión lenta sin estridencias ni histrionismo. Next Lifetime habla de la reencarnación como una opción a la poligamia, En On & On (atentos al espectacular arranque a los 3:26), el mensaje no es tan claro, pero quede claro que las semejanzas con Billie Holiday no se restringen al tratamiento vocal: Badu transmite mensaje a través de sus palabras y su fascinante tratamiento sonoro (con sutiles reminiscencias caribeñas, las percusiones parecen pedir a gritos someterse a un tratamiento de reverberación), y ese mensaje es indudablemente militante: el video de  Other Side Of The Game muestra a una mujer rodeada de comodidades en una gran casa mientras su pareja entra y sale y no parece ser un médico de urgencia.
Han pasado dos décadas y el mundo ha visto ir y venir (y no regresar) a muchas estrellas fugaces. Badu puede que solo sea una más en ese firmamento, pero este disco merece la pena revisarlo de vez en cuando.

domingo, 6 de mayo de 2018

Stevie Wonder: Songs In The Key of Life

Año de publicación: 1976
Valoración: imprescindible


Un respeto. Antes de desaparecer en lo artístico durante décadas y entregar una de las canciones más cursis de la historia, antes de parecer una parodia y ser objeto de chanzas incorrectas por las que hoy cualquiera podría ser encarcelado, antes de que todas esas circunstancias acabaran mediatizando las meras menciones a su persona, Stevie Wonder era un músico magistral, innovador, arriesgado, atrevido en el uso del sonido y en las combinaciones estilísticas, sin ningún miedo a pasar de un lugar (la balada melosa) a otro (la agresividad del soul combativo), y sin que muchas estrellas contemporáneas pudieran hacerle sombra. Porque donde Marvin Gaye o Sly and the Family Stone o hasta el mismo James Brown podían coincidir en sus períodos de efervescencia creativa, pero Wonder jugaba otra liga y su ristra de discos inapelables de los años 70 así lo demuestra, adelantándose a otro mito, Prince, en eso tan apañado de acaparar todo el proceso de creación, confección y producción de un disco. Si Wonder había sido ya un niño prodigio no lo había sido porque todo se hubiera orquestado a su favor.
Y Songs In The Key of Life es su cúspide y (¡un disco doble + un EP!) su proyecto más ambicioso. Prácticamente un quién es quién de los por aquel entonces llamados sonidos de color. Una enciclopedia repleta de joyas que han pervivido por décadas y que han sido oportunamente recuperadas. A saber. As fue revisitada por George Michael hace unos años, Pastime Paradise fue fusilada sin recato para ilustrar una de esas películas de bandas de los años 90, Another Star fue objeto de una toma brasileñizada por Salomé de Bahia. Ninguna de esas versiones a la altura de sus descomunales originales, claro, pero a ver quién es capaz de fascinar tanto y en tantos registros diferentes. 
El disco empieza en un tono íntimo y relajado, con un mensaje prácticamente espiritual que en muchos momentos bordea el gospelLove's In Need Of Love Today es una de esas baladas que artistas han intentado (con resultados siempre inferiores) imitar por todas sus carreras. En general, todo el espíritu del disco es de completa libertad y de ausencia de prejuicios, y esa circunstancia redunda en que todas las canciones tengan algún tipo de atractivo que las diferencia y las ensalza. En su momento ya obtuvo sus hits que harían palidecer a ciertas medianías de hoy en día: los aires funk imparables (esa línea de bajo que arrastra el burbujeo hasta que entra el Rhodes : gloria pura) de I Wish o el aire festivo  a lo New Orleans de  Sir Duke, son solo piezas destacadas en un festín lleno de guarnición de lujo, repleto de joyas escondidas. O no lo es la transición del arpa y la armónica de la sentida If It's Magic al torbellino de aires jazzies de As, los aires juguetones del piano de Summer Soft, que arranca como una balada y se trastorna, o la marcialidad de minuetto de  Village Ghetto Land.
Ninguno de los planteamientos que esta obra maestra estableció ha caducado. Aún los encontramos no solamente en los homenajes ocasionales que recibe de estrellas como Lady Gaga o Daft Punk, sino en la obra de muchas figuras de la música actual, no solo en ámbitos comerciales o masivos. ¿O no es un homenaje lo que Frank Ocean le hace en Sweet life?
En fin: la música de hoy no parece un terreno muy abonado para discos como éste. En su día, obras resplandecientes, declaraciones de principios, auténticas paletas sonoras donde captar y percibir lo que un artista pretendía transmitir. Hoy en día seguramente hubieran sido tildadas de ampulosas o de excesivas, y el crítico de turno habría tenido que poner el foco sobre ellas. 

domingo, 2 de julio de 2017

Frank Ocean: channel ORANGE

Año de publicación: 2012
Valoración: imprescindible

Seis meses después y primera vez que un mismo autor cuela dos discos aquí. Anda, quejaos a coro blandiendo nombres de grupos a los que aún no hemos prestado atención, relacionadlos de manera intimidatoria y coread a los cuatro vientos qué clase de blog pretencioso puede olvidarse de los Beatles o los Stones o U2 y otorgar protagonismo desmedido a una estrella que solamente cuenta con dos discos y con el aplauso crítico.
Pues una explicación sería que somos muy de apostar a riesgo y que Frank Ocean ha cambiado más la música con sus dos discos de lo que pueden cambiarla alguna de esas estrellas en los turbulentos tiempos que nos ha tocado vivir. O no es rompedor que en un mundo tan cerrilmente machirulo como el de rap surja una estrella proclamando bisexualidad y dejando en una incómoda ambigüedad los objetos de deseo de las canciones, ergo demostrando algo más de sensibilidad en el tratamiento del sonido eludiendo ciertos detalles agresivos que a veces repelen a cierto público y, acabo, mostrándose, como si el resto fuera poco, particularmente inspirado a la hora de homenajear unos cuantos (Wonder, Gaye) de esos iconos de lo secularmente denominado "música negra".
Porque, claro, el que Frank Ocean fuera proclamado como lo más por su condición rayana con el oxímoron de rapero gay seguro que ayudó a que muchos le prestaran atención. Pero de poco hubiera servido si su disco fuera una porquería. Y channel ORANGE puede ser llamado cualquier cosa menos mal disco. Incluso con el excusable y equívoco desliz de que la primera canción notable, Thinkin' bout you, sea una relativa concesión comercial, todo lo que sigue es hacia arriba y hablamos de uno de los discos más completos de música de color de los últimos 20 o 25 años y eso significa situar a Ocean, como mínimo, a la altura de dos omnipresentes referencias más escoradas al hip-hop como Kanye West y Kendrick Lamar (estrellones con los que, por cierto, ha colaborado). E intento soslayar el hecho de que cuando escribo esto ya sé que Ocean ha ajustado aún más su alcance del objetivo con el delicado y ejemplar Blond.

En channel ORANGE encontramos la consolidación de una actitud ecléctica ejemplar. Ocean había publicado Nostalgia, ultra, amenísima mixtape donde perpetraba algo parecido a un crimen de lesa humanidad para el oyente medio blanco estadounidense. Como capturar la base instrumental íntegra de la icónica Hotel California y rellenarla de mensaje social reivindicativo para, glups lo que digo, entregar una American Wedding  que mostraba maneras y personalidad. Pero el material ajeno queda relegado en channel ORANGE y lo que lo sustituye es una demostración de elegancia, una combinación de calidad y accesibilidad que revela no solo la confianza de Ocean en su proyección sino la convicción de su propio material. Sierra Leone, formidable conato de spoken-word que decanta hacia los suntuosos arreglos de cuerda de los mejores discos de Marvin Gaye, seguida subiendo la apuesta de la estratosférica Sweet Life (qué hubiera grabado Stevie Wonder si nadie le hubiera sumergido en el azúcar del cine romántico) o de la extraordinaria y poderosa Super Rich Kids, una más de las cúspides del disco, Earl Sweatshirt endureciendo y aportando flow, y un más que digno guiño a Beyoncé. Tres canciones perfectas, fantásticas, inspiradas, que suenan con unos detalles de producción que revelan lo muy conocedor del negocio que era el tipo, pero que, lejos de ser acompañadas de material de relleno lo son de más joyas: Crack Rock, curso acelerado de acid-jazz que ya firmarían los Incognito para volver a la fama, Pyramids, mastodóntico single de once minutos acompañado de video a la altura, cambios de ritmo, ahora me tranquilizo y ahora parece que me escoro hacia el trance de estadio, o si no, digan que soy el Paranoid Android del eclecticismo multirracial y multiestilo y multitodo. Y me dejo Bad religion, con su solemnidad casi eclesiástica y la colaboración con Andre 3000 para Pink Matter.
Solo saber que Ocean se las apañaría para ser más original, más sutil, más personal y más experimental en Blond impide proclamar channel ORANGE como un hito insuperable en la socorrida etiqueta r'n'b que permite abarcar desde Sampha hasta The Weeknd. Uno no elige a un artista cualquiera para repetir por primera vez mención en un blog tan influyente como éste. Frank Ocean puede perfectamente pegarse el trastazo en dos o tres discos siguientes. Ya sabemos que no le pasará como a Terence Trent D'Arby y ya sabemos, porque su prestigio no hace más que crecer, que los condicionantes comerciales no le afectan lo más mínimo. El futuro irremisible de Ocean es ser uno de los músicos más influyentes de nuestros tiempos. Quien no quiera verlo, allá él.

domingo, 1 de enero de 2017

Frank Ocean: Blond

Año de publicación: 2016
Valoración: imprescindible


Menudo reto para una primera entrada: definir el estilo de un disco como Blond cuando, para empezar, aborrezco las etiquetas y, para continuar, éste es un disco que puede representar un paradigma de los que no encajan en un estilo concreto.
Porque en función de Odd Future, el colectivo al que Frank Ocean pertenecía, la etiqueta podría ser hip-hop. Pero si nos referimos a su extraordinario primer disco, Channel Orange, quizás hablaríamos de rhythm'n'blues. De algunas de sus partes, por eso. Porque otras ya eran soul. O música experimental.
A ver: volvamos a empezar. Cuando en la última semana de agosto, tras retrasos, rumores, falsos arranques, y todas esas cuestiones que preceden a los discos que generan expectativas, Blond se publicó, me expresé con contundencia. Iba a ser uno de los mejores discos del año. Lo dije apenas haberlo oído tres o cuatro veces. Y lo pensaba amparándome en mi opinión sobre los temas más inmediatos, que me resultaban fascinantes. Pasadas unas semanas, prácticamente todo el disco me parecía (me parece) una enormemente inspirada patada en las gónadas, no solo de las expectativas comerciales, sino incluso de una parte sustancial del público que había sido atraído por algunas de las sonoridades de Channel Orange. Porque Frank Ocean decidió hacer el disco que le daba la gana, y ese acto de aparente chulería (porque este es un disco íntimo y casi austero) le ha salido, artísticamente, inmejorable. Blond es un disco que hace avanzar la música hacia terrenos inhóspitos, que ensaya con éxito ahí donde nadie se aventuraba. O no es valiente abrir con Nikes, canción que uno revisa si está reproduciendo con el pitch correcto. Un ritmo gélido, una voz tratada, una sensación irreal. Lo que al principio parece una broma se convierte en una entrada perfecta. Ivy no hace más que confirmar que Ocean está convencido de que su fragilidad va a alcanzar al oyente. Bajo, rasgueo de guitarra y una voz que conduce la canción, que arrastra la melodía hasta cuando parece ir a quebrarse. Uno de los emblemas del disco, y la primera de las canciones que prescinde de elementos percusivos. ¿Pero Frank Ocean no era un artista de hip-hop? ¿Dónde está el bombo, el redoble, la caja de ritmos? Y Pink + white, que la sigue, guiada por unas notas de piano, voz doblada, aire ensoñador, total ausencia de agresividad en la voz. ¿Qué nos traes, Frank? 
Pitchfork, reputada web global sobre música, ha situado este disco como el segundo mejor de 2016. Las votaciones de sus lectores lo han aupado hasta la primera posición. No es que la cosa sea cuestión de otorgar la razón a la mayoría. Pero habrá que hacer una excepción. Blond es, como disco, incluso más sincero y personal que el ya extraordinario debut de Ocean. Cuando lo cómodo y lo seguro hubiera sido alterar pequeños detalles y entregar lo que muchos esperaban, Frank Ocean ha optado por seguir confiando en su intuición. No ha estado solo. Ha recibido ayuda de lo más selecto del panorama musical actual, sin importarle lo más mínimo hacer confluir elementos dispares. Los discretos coros que decoran el fragmento final de Pink + white son de Beyoncé. Kendrick Lamar aparece fugazmente en Skyline to (dos minutos extraños de devaneo narcótico). La guitarra que conduce Ivy es de Rostam Batmanglij, de Vampire Weekend y la producción, de Jamie XX. Pero las colaboraciones no degluten y eclipsan a Ocean. Ni James Blake ni Jonny Greenwood ni Bon Iver. Porque la inspiración del material compuesto por Ocean queda por encima de esos detalles y los convierte en anecdóticos. Hasta temas cortos como Solo (reprise) o Pretty Sweet (¿quién puede conducir dos minutos desde el caos sonoro hasta un coro de niños?) contienen detalles de personalidad. Solamente Nights, con sus interludios y sus cambios de ritmo, encontraría acomodo lógico en Channel Orange. Y nos dejamos canciones importantes: Self control, con su tono de protest-song, el ambient-pop de Seigfreid, la estaticidad de White Ferrari...
Blond cuenta con esa cualidad de los grandes discos. Quien lo oye con frecuencia va cambiando de canción favorita a medida que descubre matices en cada audición. 
Eso sí. La gente de AppleMusic está siendo muy eficaz en su enconada lucha para que este disco no sea fácilmente accesible por la red. Solo Nikes disponible para su visionado y, cada vez que alguien cuelga un archivo en audio en YouTube, en Vimeo, rápidamente eliminado. Con lo necesario que es difundir una música de tal categoría.