domingo, 21 de abril de 2019

Marvin Gaye: What's Going On


Año de publicación: 1971
Valoración: casi imprescindible

¿Pero ibas a solventar este "icono" con un roñoso "muy recomendable"?

Pues me la iba a jugar. Este es un disco magnífico, sí, un poco rácano en duración (no llega a los 35 minutos, pero estamos en 1971, no hacía rellenar una rodaja de plástico con cualquier cosa que sonara), pero al final, quizás un disco más importante en cuanto a su mensaje social que en lo que es estrictamente musical o sonoro. Y no me importaría iniciar un debate sobre lo que es sustancial en la música si pasamos a defender las canciones o incluso si pretendemos considerarlas literatura. Ya hay por ahí algún otro blog que se dedica a eso y, ya que me da por firmar las reseñas, aceptaré que no soy precisamente un entusiasta de Bob Dylan y en su faceta estrictamente musical (con alguna excepción honrosa como la soberbia Hurricane) , nunca me ha parecido un artista ni interesante ni innovador.
Esto iba al hilo de que se suele considerar What's going on como un hito de la música soul ya que es el primer álbum masivo de este estilo que abandona el trillado camino de las letras con referencias a las relaciones personales y expone una problemática social y política, aprovechando la coyuntura para hablar de ecología, de la guerra de Vietnam, de las injusticias sociales. Gaye, orgulloso desde esa portada con mirada firme y decidida, serena también, como si fuera un músico que fuera a apuntarse a las black panthers, contaba con la experiencia de su hermano, tres años en Vietnam, y ya era un músico reputado y poderoso publicando para la Tamla Motown de Berry Gordy, con cuya hermana Anna había estado casado. Tenía serios problemas con la cocaína, ya entonces. Problemas no ajenos al episodio en el que en 1984, su propio padre, un predicador, le mató a disparos, haciendo que se integrara en la nutrida lista de estrellas de color fallecidas en circunstancias turbias o no demasiado naturales, acompañando en consecuencia a Jimi Hendrix, Sam Cooke, Otis Redding, Tupac Shakur, Michael Jackson o Prince.
La música. El disco parece concebido como una suite donde, especialmente los cinco temas de la primera cara comparten prácticamente un ritmo constante, un mid tempo y decidido marcado por percusión y un bajo portentoso, con algo que parecía más un suave funk prominente que el clásico soul caracterizado por la bipolaridad sonora (el que combinaba destellos rítmicos y baladas lacrimógenas), aderezado, ahí sí que hay que quitarse el sombrero, por unas cuerdas y unos coros que deberían, si hubiera justicia en este mundo, haber cobrado royalties de toda la generación lounge habida y por haber. La combinación de esos factores procura un colchón para las reivindicaciones de Gaye, y las seis canciones de la primera cara conjugan, con sus elegantes parones y aceleraciones, lo que parece constituirse en una especie de suite que arranca con dos preguntas (qué está pasando, qué sucede, hermano ) y se lanza a un fascinante viaje que habla de salvar a los niños, de espiritualidad, de ecología, en el que nos adentramos desde el momento en que un saxo salvaje se abre paso entre el rumor de la multitud, un glorioso inicio que algún estúpido ejecutivo se ha permitido cercenar en ediciones posteriores de homenaje al disco. Esas seis canciones, con sus ambiciosos arreglos, las respuestas de los coros, que amagan una agresividad algo contenida, convierten esa primera cara en un emblema, en una reivindicación de que el soul no se contentaba con restringirse a la recreación del dolor, del acatamiento de la represión: esta es música que levanta la voz y alza el puño.
Obviamente, y ello pesa en la valoración del disco, la cara B se resiente del poderoso influjo de la suite inicial, y solo cuando ese ritmo amaga con reaparecer, en Inner City Blues Make Me Wanna Holler, parecemos recuperar algo del espíritu de innovación sonora del disco.

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