domingo, 27 de junio de 2021

David Sylvian: Brilliant Trees

Año de publicación: 1984

Valoración: muy recomendable

Japan, el grupo, salta por los aires en su apogeo artístico y comercial. Tin Drum, un álbum ya completamente escorado hacia lo oriental, se convierte en su último trabajo bajo la condición de banda, que se disuelve entre circunstancias claras (la necesidad de los músicos de contar con carreras individuales) y no tanto (líos de parejas donde parece ser que Sylvian le levantó la novia al bajista (rip) Mick Karn.

En cualquier caso la ruptura sonora es relativa. En su primer disco en solitario (al que ha seguido una larga carrera tenazmente alejada del público marotitario) Sylvian, consciente de la influencia de su imagen, aparece sobriamente vestido en tonos grises, imagen en grano fuerte, no parece llevar una brizna de maquillaje, ha cambiado el interior de una humilde vivienda con la foto de Mao por un anónimo paisaje vagamente rural y ya no posa frente a cámara. Mira a su derecha, los exaltados dirán que mira al pasado, claro. Pero Brillian Trees representa una evolución sonora que no dinamita su pasado reciente. Tonalidades oscuras, música reflexiva, quizás demasiado coqueteo con los virtuosos de los instrumentos para un tipo que hacía diez años lideraba una especie de banda de tributo a los NY Dolls. En cualquier caso, lejos de toda histeria o todo exceso, las canciones son largas, melancólicas, tan sepia como parece sugerir la portada (que hoy veo y me recuerda algo a la de Berlin de Lou Reed) y no entran a la primera. De hecho, Pulling Punches, que abre el disco, con su ritmo pseudo funky, extraño y alterado, parece más cercana a lo más reposado de Talking Heads que a los coqueteos proto disco de los maxisingles que las discográficas reeditaban para rentabilizar la carrera de la banda. Más de uno se sentiría incómodo con los largos desarrollos instrumentales y la presencia casi fantasmal de la voz de Sylvian, más un instrumento que otra cosa, en canciones que huyen despavoridas de estructuras convencionales (muy pocos estribillos) y que relegan la influencia oriental a un segundo plano. 

Más de uno abominaría del músico alegando sus aleteos en las cercanías del new-age a pesar de lo cuidadosamente escogido de los colaboradores del disco (que incluían a algún ex-Japan), pero el disco es una toma de riesgo en toda regla, una huida del planeta de los fans, una experiencia sólida, lineal, única y arriesgada de un músico que lo tenía muy fácil y decidió tomar otro camino.


domingo, 20 de junio de 2021

Andrés Calamaro: Dios los cría


Año de publicación:
2021

Valoración: se deja escuchar

Empiezo aclarando que no reseñaría este disco de Andrés Calamaro si ello no representara una coartada para aportar alguna opinión propia que complemente la excelente reseña que Iván Repila regaló a este blog sobre el disco de C Tangana.

Porque Calamaro pareció no conformarse con el repentino e inesperado regreso a la actualidad que representó su aportación en el disco. Aunque lo hiciera con Hong Kong, indigna canción rellena de estereotipos líricos y sonoros, mal cierre para un disco excelente, una canción repleta de todos los tópicos que parecen  cumplimentar al personaje del autor argentino hasta elevarlo (ejem) al límite de la autoparodia: vicios, rock'n'roll, vida golfa, gafas de sol a medianoche. Calamaro aprovecha la fama que le otorga el Pucho y se lanza con un proyecto que llevaba tres años de preparación, y que es nada más y nada menos que un auto-homenaje a su repertorio propio a base de dúos con artistas que ha captado, en su mayoría, del más absoluto mainstream de la música en español. Tan mainstream que servidor ha tenido que tragarse más de un sapo para no usar el skip ante colaboraciones con auténticos figurones de la música más descaradamente comercial, y me parece lamentable que Calamaro haya echado de mano casi más de postureo que por otra cosa. Aún así, he de reconocer que ha habido momentos en que la tentación ha sido poderosa: no puedo oir Flaca con Alejandro Sanz, eso es demasiado para mí. Otros dúos más extraños surgen victoriosos: jamás creería que Julio Iglesias pudiera encajar en una canción como Bohemio y resulta que sí. Otra referencia en la carrera de Calamaro sería el formidable El cantante, con el que curiosamente Dios los cría comparte una composición. Aquí los daños son considerables y Lila Downs (y un arreglo inapropiado, acompañado por un incomprensible verso añadido) mutila toda la gracia del original declamando como si fuera Yma Sumac, y la cosa simplemente no funciona. 

La flaqueza del disco se basa, primero, en la fragilidad del material de Calamaro, que es un compositor irregular y un letrista tendente a la acumulación de tópicos, que no tiene consistencia para tanto revuelo, y segundo, en la obsesión unificadora de los arreglos, que abandonan en muy pocos momentos los típicas sonoridades del bolero latino (piano, congas, contrabajo) y convierten a demasiadas canciones en experimentos intercambiables, dejando pocos minutos para la posteridad. Curioso como premisas parecidas (como las de El Cigala y Bebo Valdés) funcionaron y siguen haciéndolo y a Calamaro el experimento le ha salido pretencioso y fallido.

Pero es que tenemos una edad ya para andar cerrando bares.

domingo, 13 de junio de 2021

Flying Lotus: Cosmogramma

Año de publicación: 2010

Valoración: casi imprescindible

Independientemente de que uno caiga en el estereotipo de hablar del gen familiar y la relación de Steve Allison con el clan Coltrane, cuestión que seguramente iría de perillas para el aparato promocional (como si la mera publicación del disco en Warp no definiera suficientemente la intención), los méritos de Cosmogramma superan las expectativas del artista novel y entonces no resulta extraño que autores inquietos como Kendrick Lamar acudieran al músico norteamericano a la búsqueda de sonoridades extrañas, a medio camino entre el caos y la calma.

Otro de esos discos que justifica el no señalar piezas determinadas, diría, a pesar de mis reticencias a las metáforas, Cosmogramma es un océano algo turbio bajo una dura capa de tensión superficial. Obviamente hablamos de sonido experimental y nada relacionado con las corrientes pop, aunque sus hallazgos sonoros encuentren su vía de encaje. Obviamente el Thom Yorke que colabora en una canción es el de Kid A y no el de The Bends. Lo abigarrado de la entrada, un pandemónium de apenas un minuto y medio que firmaría Squarepusher, solo hace las veces de información al oyente. Si hace unas semanas reseñando a Throbbing Gristle informaba de su práctico rechazo del virtuosismo como planteamiento previo para la entrada en el estudio, creo que con Flying Lotus, quizás con una premisa opuesta (Thundercat es, obviamente, uno de los mejores bajistas de la actualidad) alcanza un resultado, si no equivalente, sí equiparable. Cosmogramma es un disco difícil y abstracto a pesar de sus remansos de paz, completamente libres de tufo new age, incluso sus escarceos con el drum'n'bass están ensuciados a base de capas de producción y juegos con las idas y venidas entre lados del sonido, entre capas de éste. La presencia de Thundercat no se limita al lado rítmico, a veces más entregado al 808 mientras el bajo es el que traza las ¿melodías?. Cierto es que hay cierta sensación de amplitud cuando las cuerdas toman protagonismo, pero esa calma es siempre tensa, abigarrada, más deudora de los 12" de Mo' Wax que de la oleada edulcorada de grupos como  Morcheeba. Cosmogramma concibe la calma como precedente de la explosión, lo que no significa que hablemos de música agresiva o intimidante, cuestión que las escuchas confirman. La mezcla de estilos es constante y desinhibida, e incluirían el lounge, el deep house, el ambient, en un principio todo aquello que se ponga por el medio y que pueda ejecutarse con teclados y bajo.  Difícil pero crecientemente fascinante.


domingo, 6 de junio de 2021

Tom Waits: Swordfishtrombones

Año de publicación: 1983

Valoración: imprescindible

En 1983 Tom Waits pasa de Asylum, sello que le ha publicado un puñado de de discos, a Island, sello que publicaba, por ejemplo, la discografía de Bob Marley. El disco tarda casi un año en publicarse desde el inicio de su grabación, hasta ese momento Tom Waits es un brillante músico de culto y lo último que ha publicado ha sido la banda sonora para el sonado fiasco de Coppola, One from the heart, un disco en el que ha combinado clásicas baladas de piano y ambiente humeante con amagos de lo que parece ser un cambio de sonido (o una evolución, concepto que queda más cool). 

Y es así: los ambientes decadentes de piano bar etílico que llenaban discos como Blue Valentine dan paso a una especie de torbellino fascinantemente tosco en lo sonoro (vientos, percusiones secas, guitarras áridas) que combina a la perfección con las cualidades vocales de Waits y que combina a la vez sonoridades añejas y vanguardistas. Waits lo ha hecho, disfruta de la promoción propia del sello, incluso disfruta de un delirante video para In The Neighborhood, mezcla de desfile funerario, de Mardi Gras, y de una eventual salida de paseo de lo más granado de cualquier institución psiquiátrica. Waits no ha traicionado su estilo ni sus temáticas: simplemente ha dado un paso adelante. Todos sus admiradores en la sombra pasan a manifestarse (Rod Stewart llegará a versionearle, pero la verdadera ronquera es la de Waits) y se convierte en una inesperada estrella del firmamento alternativo. 

Swordfishtrombones es una especie de opus de 40 minutos compuesto por muchas piezas cortas que no llegan a enterrar el espíritu sonoro (piano, cuerdas) de sus primeros discos, pero se aventura en mucho lugar inhóspito, y en este caso veo conveniente no centrar la reseña en canciones ya que el disco, sin formar una progresión, sí es disfrutable en su secuencia. Hay piezas cortas de aires lánguidos o marcianos, hay instrumentales de corte inquietante, hay excesos vocales y demostraciones de puro spoken word, hay algo parecido al be bop o al free jazz y sorpresas sonoras a cada rincón. percusiones que parecen haber sido organizadas con cucharas de madera y cuatro tablones, algún aire exótico (¡marimbas!), todo ello plasmado con una completa desinhibición y una intención clara de franqueo de barreras sonoras. Puede ser que sea el equipo de producción o la presión del cambio de entorno dentro de la industria musical, el desplazamiento a una pista central. Es un disco cuyos aires son palpables en muchas obras posteriores, aunque sea de forma aislada. Tricky en Aftermath o Goldfrapp en Oompa Radar le rinden tributo inconsciente, pero esa sonoridad, esa intención de aportar un aire primitivo y ligeramente enajenado teñirá muchas obras posteriores, incluso condicionará a Waits en su obra posterior, que entrará en una espiral de búsqueda de lo extraño que rozará lo autoparódico en algún momento, quizás su justa medida sea la que aquí se contiene, pero de ello va hacer, pronto, casi cuatro décadas.