domingo, 26 de diciembre de 2021

The Cars: Heartbeat City

Año de publicación: 1984

Valoración: muy recomendable

Así de simple: uno no puede odiar a un grupo como The Cars porque igualmente resulta imposible encontrar razones para amarlos. No hay pasión en ningún extremo, y eso quizás sea más una virtud que un defecto. Formados en Boston, con una carrera que se extendió entre los últimos 70 y los primeros 80, son una banda new wave por antonomasia, y aún alejados de la escena del CBGB, está claro (esas chaquetas) que tienen más de una afinidad con bandas contemporáneas como los sobrevalorados Ramones, Blondie (por su atrevimiento con los teclados) o Devo, por sus tratamientos vocales poco ortodoxos. 

Heartbeat City fue un álbum de absoluto coronamiento, una especie de cúspide perfecta que incluye un material brillante pero accesible, una producción equilibrada y un momento casi perfecto. Por supuesto uno podría criticar una ligera escora hacia un sonido que podría despedir tufillo AOR. De hecho, la eterna (más azucarada en el fondo que en la forma) Drive aún es carnaza de emisoras pestilentes. Pero su actitud estética, hoy casi risible - podría otorgarse al de Ric Ocasek el apelativo de peor corte de pelo de la historia - les hacía parecer cualquier cosa menos trascendentes. De hecho, sus ataques en los riff de Magic parecen más obligación por el hecho de compartir productor con Saxon que otra cosa. Un disco plagado de singles, aspecto casi obligatorio para impulsar la carrera de las bandas por aquel entonces, aspecto que hace subir la media del disco pero eclipsa los temas menores. El rock comercial era así, y aunque los derroteros electrónicos seguían manteniéndose ahí, como en  Why Can't I Have You o en la fascinante canción que da título al album, la banda resultó elevarse a un casi involuntario, aunque fugaz, estrellato. De hecho, alcanzaron tal cumbre que, cosa de la que me he enterado al escribir esta reseña, llegaron a participar, como apreciamos aquí, interpretando Heartbeat City en el Live Aid, el famoso concierto multitudinario que aún es recordado por la presencia de Queen. 

Más influyentes como outsiders que en la generación de un sonido, aunque uno opine que grupos como los Strokes les deben alguna cerveza, también es muy significativo de su estela el haber convencido a todo un Andy Warhol para que se prestara a hacer de camarero en el video de Hello Again, un hito solo por el cual deberían ser, sino venerados, sí recordados.

domingo, 19 de diciembre de 2021

2021: Oído y reseñado

Un año más vamos a esperar a que Frank Ocean (con el dudoso título de ser el primer reseñado en este blog) se decida a publicar su tercer disco y acabe con todos los rumores y todas las aventuras  - algunas no artísticas sino, ejem, empresariales - que lo distraen y nos despojan de su inmenso talento.

Mucha curiosidad para el 2022, sobre todo a ver cuál es el siguiente paso de Rosalía (que desde la publicación de El mal querer no hace más que encadenar colaboraciones desorientadas  - James Blake, Billie Eilish, The Weeknd - que siempre acaban siendo lo peor que el artista de turno ha publicado).

Y sobre el año que acaba

Tres mejores discos del año:

Sin orden, dependiendo de la semana, del estado de ánimo, del momentum.


C. Tangana: El madrileño, todo un año intentando intercalar algún comentario que mitigue mi ansiedad por no haberlo reseñado en persona (gracias, Iván Repila, cabroncete), pero este brillante compendio de sonidos denostados o incluso ignorados, pulido por una producción de absoluto nivel universal, convenientemente aderezado de colaboraciones, algunas célebres, algunas tan anónimas que excitan la curiosidad, una atroz (Calamaro, muy prescindible), otras (Maverick, Omar Apollo) celestiales, resulta ser una de las más sugerentes y novedosas obras del año. Un crimen que Pitchfork continúe ignorándolo.


Billie Eilish: Happier than ever que contiene la mejor línea del año (things I once enjoyed, now keep me employed) y que, a pesar de ser anunciado de forma ostentosa en los autobuses de las grandes ciudades, no parece obtener tan colosal repercusión como su debut: la angustia adolescente deja paso a un tono más reposado y reflexivo, y su sonido ha ganado en matices y abarca más estilos sin perder un ápice de brillantez y creatividad. Puede que planificado, pero colosal movimiento de carrera que permite a la artista sacudirse el agobio que, por lo que se desprende de las letras, le produjo su meteórico ascenso a icono global.


Tyler The Creator: Call me if you get lost, tercer esplendoroso disco largo seguido, con un draconiano ritmo bienal, del músico californiano, desafiando estilos, sorprendiendo a cada paso, regresando de manera desacomplejada y brillantísima a un rap más ortodoxo, por momentos, pero sin miedo alguno a toquetear lo que le place - incluyendo reggae - consciente de la incontestable racha en que anda sumido.

domingo, 12 de diciembre de 2021

Alizzz: Tiene que haber algo más

Año de publicación: 2021

Valoración: bastante recomendable

El otro día, Xavier Bosch, a la sazón escritor mediocre y el tipo de periodista de poca enjundia que solo sabe hablar de Barça y poca cosa más, saludaba la obtención por parte de Alizzz de un premio, en su condición de catalán nacido en Castelldefels, a cuenta de ciertas absurdas predicciones de futuro, en un programa de radio que oyes en esas horas en que, de vuelta a casa, ya no tienes ganas ni de buscar emisora.

Bosch repitió su nombre, creo, en dos ocasiones: le llamó Aizzz. Sin la "ele". Demostrando tanto cierta ignorancia musical que no recriminaré, faltaría, pero sobre todo, la más absoluta desgana por saber lo más mínimo sobre el personaje al que mencionó. 

Alizzz (por Alice in Chains, grupo grunge del que se declara fan) es el productor de El Madrileño de C Tangana. He de agradecerle su formidable producción del disco y, de forma aún más personal, su guiño insertando, en vocoder, el estribillo de la sublime Bizarre Love Triangle de New Order en la toma para Tiny Desk de Los tontos. Alizzz es uno de esos productores que, incapaz de limitar su alcance a la mesa de mezclas y a las aportaciones sonoras puntuales, lo intenta como artista. Componiendo, interpretando, cantando, y, claro, produciendo. Tiene que haber algo más es su disco de debut en tal condición, pero para nada puede considerarse un paso tímido de un bisoño e inseguro artista que busca afirmarse. Esa condición le ha servido para entrar con buen pie en el cruel universo: la acogida crítica está siendo buena y creo que su trabajo previo como productor pesa en esa valoración. He de decir que no recuerdo buenos productores que hayan tenido suerte cuando han querido pasar al primer plano. Pero este Tiene que haber algo más resulta destacar y hacerlo de la forma más convincente: a fuerza de escuchas que revelan matices y que descubren, sobre todo, el sincero y esmerado acabado que Cristian Quirante (ese es su nombre) ha querido procurar a sus composiciones. 

Apenas media hora. Diez canciones de tres minutos escasos que evitan la reiteración sonora. No ha jugado a deslumbrar con tratamientos ultramodernos. No hay trap, no hay rapeados, no hay incursiones en lo que hoy se denomina música urbana. Se ha ahorrado forzar sus condiciones vocales y ha optado por las tonalidades cercanas, como mucho ha demostrado que le gusta usar el vocoder, que no el autotune. Ha convocado a amistades de diverso pelaje a aportar a sus canciones. Estas aportaciones dan lustre al disco y, curiosamente, combinan lo peor (Amaia Romero, este blog jamás aceptará a ningún participante de Operación Triunfo en ninguno de sus proyectos) con lo mejor (Rigoberta Bandini, que aporta buen hacer en Amanecer, una brillante colaboración que puede evocar a Saint Etienne o a La Buena Vida) incluyendo una especie de rendición final con la intervención, en Luces de emergencia de J de los Planetas - otro highlight - y la casi inevitable cadena de favores en Ya no vales con C Tangana. Incluso los temas menores contienen detalles sonoros -ese regusto AOR en Fatal...-de indudable atractivo, aunque aclaremos: esto es un disco de pop con guitarras, de canciones con pocas pretensiones con un indudable talón de Aquiles en el aspecto de las letras: demasiado ripio, demasiado recurso al manido tema de las relaciones personales, alguna rima forzada y una cierta insistencia en temas relacionados con los excesos. Pero ello no tiene que eclipsar lo comentado arriba: Alizzz sabe situar ganchos en sus canciones e incluso en el material más endeble (el situado en la primera mitad del disco, demasiado proclive a intentar impresionar al oyente con mensajes algo forzados de rebeldía y sensibilidad) se aprecian detalles sonoros de agradecer. Es bueno no pretender cambiar nada ni revolucionar la escena, al igual que comprender las limitaciones y ser agradecido con las influencias. No sé si era la pretensión del músico o el resultado involuntario de su trayectoria previa, pero, tal como indicaba, algunas (no todas) de estas canciones persisten casi sin querer.

domingo, 5 de diciembre de 2021

La habitación roja: Años luz II

Año de publicación: 2021 
Valoración: Bastante recomendable

25 años de carrera, que se dice pronto, y 25 años con la misma alineación titular (o casi). 25 años que forman parte de mi memoria musical, de canciones cercanas que hablan de la vida de cualquiera de nosotros, desde la ya lejana adolescencia a esta especie de madurez, dicen, que vaya uno a saber cómo acabará.

Pero no vamos a hablar de la carrera de los valencianos, auténticos ultrafondistas en esto del indie patrio, sino de su último disco, este Años Luz II con el que demuestran haber alcanzado una madurez personal y creativa envidiable. Porque este es un disco que si bien no llega a las cotas de "Nuevos tiempos" o "Fue eléctrico", mis dos discos favoritos de LHR, no se queda demasiado lejos.

Todo ello gracias a las magníficas melodías a las que nos tienen ya acostumbrados, acompañados esta vez de un fondo electrónico cada vez más presente en las canciones de Jorge Martí y compañía. La combinación de estos dos elementos nos deja el que creo que es el disco más "british" de LHR, con clarísimas influencias de los Smiths ("El amor correspondido está sobrevalorado" o "El espíritu adolescente"), The Cure o New Order ("Entre la multitud", "La tormenta o los 8 minutazos de "La casa encantada). No es que esto sea una novedad porque las canciones de LHR siempre han tenido, de una u otra forma, esos ecos, pero sí que es algo más acentuado, especialmente en el tratamiento de los bajos. 

Por otra parte, los seguidores de LHR encontrarán los tradicionales temas lentos que ganan en intensidad y ruido con el paso de los minutos como "Hasta el fin" o "15 años" y hits inmediatos como la "ultrapop" "No estuviste allí" y "La tormenta" (me encanta el minuto final distorsionado y ruidista), así como alguna pequeña sorpresa, como el comienzo a lo mil y una noches de "Ya no volverá a pasar" o ese guiño a los franceses Air que me parece ver en "La fragilidad".

Resumiendo, Años Luz II es un buen disco que quizá no tenga sorpresas ni riesgos que a estas alturas no sé si merece demasiado la pena asumir, pero que vuelve a dejar patente la capacidad del grupo de facturar buenas canciones basadas en buenas melodías y en letras que hablan de nuestro pasado, presente y futuro. ¡Por otros 25 años!

También de LHR en UDALS: Memoria

domingo, 28 de noviembre de 2021

Arcade Fire: Funeral


Año de publicación: 2004

Valoración: muy recomendable

En 2004 y en el mundo de la época en lo concerniente a la música (el anterior a Drake o a Justin Trudeau), Canadá era un origen casi ignoto, representado por cantautores vagamente relacionados (Cohen, Mitchell, Wainwright) que siempre parecía que tenían que acabar en Nueva York para apuntalar su estrellato. Por lo cual el impacto de una banda como Arcade Fire fue mayúsculo. Su propia escenografía ayudaba lo suyo: un montón de componentes en un escenario siempre atiborrado, instrumentos exóticos (violines que parecen más bien llamarse fiddles), aunque el paso del tiempo definiera un incuestionable liderazgo, el del hombretón Win Butler y su ya esposa por entonces Régine Chassagne, parecían la excusa perfecta para lo que acabaron haciendo, de alguna manera: redefinir el indie y alejarlo de ciertas premisas sonoras.

Porque lo que ejemplifica la música de Arcade Fire es, por encima de todo, su intensidad, su transversalidad sin perder un ápice de patina de auténtico, esa especie de indefinición de no sonar muy americanos pero tampoco europeos. Su debut, este glorioso Funeral, representa el primer portazo de una carrera que (tras el muy desorientado Everything Now) parece hallarse hoy en una especie de periodo de reflexión. Un disco del que cuesta destacar canciones (de hecho, cuatro de las cinco primeras del disco parecen conformar una especie de opus tras el título común de Neighbourhood #1 a #4) pero que sabe conjugar influencias tanto alternativas como algo mainstream y acabar sonando nuevo. Porque está claro que la banda, o algunos de sus muchos miembros, se había criado en una mezcolanza que incluiría desde Bruce Springsteen a los Talking Heads, desde el grunge a U2, todo ello filtrado convenientemente con sonidos electrónicos en boga y, pero esto es mi teoría, el krautrock. Sonando, eso sí, por encima de todo como una banda de guitarras (aquí hay riff a diestro y siniestro, Win Butler demuestra ser un guitarrista muy eficaz) que usa violines y teclados para apuntalar las texturas, sin miedo a que en momentos tomen protagonismo.

Suenan, en un disco de debut, contundentes sin buscar agresividad, matizados y sin miedo a acometer canciones más reflexivas, intensos sin perder frescura, ligeramente desquiciados sin mostrar histeria sonora, todo está en ese fascinante territorio fronterizo que permite matices y crescendos casi maquinales sin llegar a explotar el recurso de aturdir al oyente. Y todos los instrumentos aportan sus detalles, incluso Butler cede, se transformaría en una costumbre en la banda, el protagonismo vocal a Régine en un momento clave del disco como es la última canción. Todos esos matices aún resuenan: discos como el último de Phoebe Bridgers muestran sus resonancias. Alguien dijo de Arcade Fire que podían acabar como U2 (cumpliendo cada cierto número de años con discos intrascendentes que no aportan más que alimento para giras), pero eso fue bastante después de este esplendoroso primer disco.


domingo, 21 de noviembre de 2021

Yin Yin: The Rabbit that hunts Tigers


Año de publicación:
2019

Valoración: bastante recomendable

Mis experiencias con la música procedente de Holanda (o los Países Bajos o como se le llame ahora) son limitadas. Apenas a oídas sé que Tony Ronald (una viejísima gloria del pop hortera de los 70) o los Gruppo Sportivo (un combo new wave de nulo atractivo sonoro, como unos B-52s que se han criado en el Barrio Rojo de cualquier ciudad centroeuropea), aunque puede que alguno de los DJ con apellido Van cuyas sesiones de trance solía comprar - que no escuchar - en los 90 fuera de Groningen o de Amsterdam. Perdonad que no lo mire ahora, que hay prisa.

En todo caso, que la primera aportación de dicho país a este blog sea este disco no deja de ser adicionalmente bizarro. Pues Yin Yin es un quinteto liderado por dos holandeses establecidos en USA que se dedica al rock instrumental con referencias orientales. Toda una mezcla de componentes, prácticamente todos, fuera de toda conexión con la actualidad. Porque el rock, por mucho que se obstinen los ingenuos y que sus intenciones sean loables, en su sentido original, ya no tiene otra salida que la autoalimentación y la nostalgia, lo instrumental es, en esencia, poco radiable o streamable y lo oriental ya apesta de tan trillado. En este sentido, mi única crítica frontal a este The Rabbit that hunts Tigers es la inclusión del famoso speech de Bruce Lee, el de be water my friend, como si los músicos fueran tan jóvenes para desconocer que hasta el capitalismo salvaje se apropió del mensaje para vendernos algo. Creo que coches. Perdonad que no lo mira ahora, que hay prisa.

Indudablemente tal osada apuesta estilística hay que aplaudirla y respaldarla, aunque no sea estrictamente original en sus componentes, y aunque las influencias asomen tras cada canción, y el sorprendentemente cohesionado disco (disponible en Youtube: aquí) vaya destapando toda clase de alegorías veladas. Por suerte no hay alusiones a las artes marciales, a los pesados machistas del Tibet, a las tonterías espirituales de los del té y las magdalenas ni al K-Pop. O sea, se trata de un disco más que digerible que no juega a ser muzak aunque a veces lo parezca. Pero puede interesar a un amplio rango de oyentes: desde los trémolos deudos de los Shadows hasta alguna reminiscencia de los Cure de la primera época, la obvia psicodelia de los Doors, actualizada en algunos de los devaneos más enloquecidos de Air, pasando por muchos otros rangos, todo asoma ahí de una manera u otra, y Yin Yin parecen conectar de otra manera, sin excederse - salvo por algún título incluyendo el del disco - ni cargar demasiado las tintas. O sea, no parece que vayan a servir de hilo musical a ningún restaurante alternativo donde sirvan chop suey. Si la frescura sirve de algo hoy en día, aunque sea una frescura más ingenua que irreverente, un disco que merece la pena explorar.

domingo, 14 de noviembre de 2021

k.d. lang: Shadowland


Año de publicación: 1988

Valoración: muy recomendable

k.d. lang (así, en minúsculas) se convirtió de la noche a la mañana en una celebridad cuando, con un calculado look andrógino heredero de Chet Baker o  Chris Isaak (al que por cierto versionea en la canción que abre el disco) publicó este brillantísimo debut sin incluir material propio. Avalado por la muy brillante producción de Owen Bradley (al parece, una leyenda de la escena country), el disco dejó pasmado a la crítica, poco acostumbrada a que en un mundo tan conservador como el de ese género, una canadiense abiertamente lesbiana (casi una profanación hace apenas tres décadas) adquiriese tal protagonismo.

Lo hizo, por supuesto, gracias a su prodigioso tono vocal: grave, profunda y poderosa, de una exactitud casi incómoda, el disco se divide, desde la perspectiva de su irrupción en la escena pop (más tarde artistas como Shania Twain o Taylor Swift harían ese tránsito), en dos grupos de canciones claramente diferenciados. Cuando la cantante se decide por el arrebatado downtempo de las torch-songs, es simplemente irresistible, alcanzando, y mucha culpa de ello lo tiene la, repito, excelsa producción, cotas absolutamente gloriosas, que acaparan el disco y lo convierten en puro deleite, y uno imagina una suntuosa diva con un vestido ajustado, pero no: Busy Being Blue, en una toma ajada por los años, muestra una cantante segura y desinhibida en un rol equívoco y chocante, más cerca de la escena alternativa que del rancio y extraño mundo de las praderas, los rodeos y las camisas de cuadros. Como si fuera un precedente del universo turbio de Twin Peaks o Fargo, su mera voz acometiendo clásicos como Shadowland o  Black Coffee tenía una capacidad de transmisión descomunal. Por otro lado, los tiempos rápidos ya desentonaban más: alguna de esas canciones (en especial un bastante repulsivo medley) justifican el uso del skip.

Poco más: la artista intentó, merced al prestigio obtenido, escorarse hacia el pop adulto. Pero el material propio no tenia tanta entidad. Aún así, consiguió que los Rolling Stones le pagaran royalties cuando se apropiaron del estribillo de uno de sus éxitos menores. Su progresivo confinamiento en el submundo tuvo pequeños destellos completamente discordantes en 1993, protagonizó un momento icónico en un esplendoroso dúo con Andy Bell de Erasure en No More Tears, que a la postre se publicó producido por Stephen Hague. Quizás un universo demasiado alejado de sus planteamientos iniciales, que puede explicar su languidecimiento. Aún así, Shadowland es un magnífico disco.

domingo, 7 de noviembre de 2021

Soft Cell: The Art of falling apart

Año de publicación: 1983

Valoración: muy recomendable

El arte de desmoronarse: glorioso y premonitorio título para el segundo disco de un dúo que estaba en ello. Engullidos seguramente por el abrumador éxito de su adaptación de Tainted love (junto a Don't you want me y Enola Gay, el exiguo legado para las radiofórmulas de que alguna vez existió el synth-pop), y con el interludio del disco de mixes Non stop ecstatic dancing. el grupo entrega un segundo disco de estudio que representa una evolución sin ruptura pero una constatación de que sus intenciones (las de Almond, al menos) eran firmes. Aquellos dos estudiantes de arte querían iniciar una carrera. Y este disco no contiene hits ni metralla para la pista. Ni siquiera recrea el ambiente algo frívolo y muy canalla de canciones anteriores como Seedy films o Sex dwarf. 

Todo se ha matizado y el disco es extrañamente cohesivo. Apenas dos detalles que lo puedan emparentar con su debut: iniciarlo con una canción teóricamente menor, donde antes hablaban de frustración en Forever the sam e se habla de rutina, y las canciones comparten tonalidad, duración (entre cuatro y cinco minutos, válidos para el pop pero poco amigables para la radio), y quizás Loving you, hating me, con su mid-tempo y su tensión dramática, pueda sonar a un intento de revalidar la épica de Say hello, wave goodbye. El avance sonoro es evidente, la producción ya elude el encantador aspecto precario anterior y todo suena sólido y poderoso. Quizás ese sea el problema. Parecían no tener problema con lo sórdido y amateur y The Art of falling apart parece maduro y meditado. 

Pero no hay que obsesionarse con esa comparación, ya que el disco contiene algunas de las mejores canciones de la banda. Where The Heart Is conserva cierto encanto homemade y su avance melódico combina esa agridulce cualidad ligeramente melancólica. Almond cantaba cada vez mejor y eso relegaba a Ball a un segundo plano cada vez más lejano. Numbers (aquí en su excelsa versión extendida) tiene algo de himno generacional, y desde luego un arreglo de cuerda como el que arropa la exquisita Kitchen Sink Drama hubiera sido imposible concebirlo sin los royalties de su debut. No puede decirse que esas tensiones, las que hicieron que su tercer LP (el bizarro This last night... in Sodom) se publicara con el dúo ya disuelto, afecten en lo sonoro. El disco sigue siendo un muy notable segundo disco de carrera, y sus canciones aportan a su legado, más influyente de lo que parece, a lo cual seguramente haya contribuido la muy sólida carrera en solitario de Almond. En todo caso, muy disfrutable y una absoluta bofetada a los ignorantes que los califican de one hit wonder.


domingo, 31 de octubre de 2021

Supertramp: Crisis? What crisis?

Año de publicación: 1975

Valoración: muy recomendable

Hechas las referencias a Supertramp en el momento en que reseñé Even in the quietest moments, y aunque su hipotética revisitación ya se encargan de hacerla algunas siniestras emisoras de FM (básicamente, radiando The logical song y alguno de sus singles), sería lamentable olvidar este Crisis?, What crisis que representaría su segundo disco de impacto (Crime of the century ya les había aportado gran repercusión gracias a School) y que empezaba a auparlos a un trono incierto y denostado, el del rock progresivo maduro y accesible, pasto eminente de las emisoras y fruto de adoración por un extenso público que apreciaba su sonido pulido y elaborado, sus melodías complejas, sus coqueteos con diversos estilos ensamblados.

Porque, a pesar de la tibia respuesta crítica en su momento, éste es un disco de enorme variedad y ninguno de los diversos sonidos que la banda acomete resulta fracasar. Quizás otro de los elementos que desorientaba a los críticos era esa indefinición que les permitía, este es el caso, iniciar un disco con aromas folk en Easy does it, más cerca del sonido Canterbury, coquetear en ocasiones con el blues o incluso adelantar descaradamente el clásico teclado percusivo que caracterizaría sus hits (Lady, una combinación de teclados y la peculiar voz algo irritante de Hodgson) y afrontar temas introspectivos que aludían a contemporáneos como Steely Dan. Siempre con el aura meticulosa y respetuosa con el sonido que caracterizó al grupo en su época de absoluto dominio (apenas un lustro, cuatro LPs), que aunque retrospectivamente fue uno de los signos contra los que el punk se rebeló (músicos algo pretenciosos y multimillonarios que solo conservaban sus melenas como símbolos de extinta rebeldía), es perfectamente válido, aún hoy, en lo sonoro.

Y dejamos para el final las dos absolutas gemas que el disco albergaba, en su (entonces) cara A. A soapbox opera, una especie de evolución algo ampulosa, pero fascinante, de algunos de los sonidos sugeridos en Eleanor Rigby, seguramente poniendo de los nervios a muchos con su intro, con su incorporación de cuerdas, con su obvia estructura de obra. Pero melódicamente impecable, casi osada y comprimiendo en apenas cinco minutos muchas ideas. Y Another man's woman, seguramente impecable cumbre de su carrera, donde parecen atreverse con todo, como si Can y Keith Jarrett se hubieran encontrado en un ascensor con algún vocalista de sesión. Si todas las bandas del rock comercial de todas las épocas (ello incluye desde Toto a Oasis o Coldplay) fueran capaces de alcanzar tal hazaña, tal progresión sonora, tal aceleración instrumental en ese histórico crescendo. Pongamos las cosas en su contexto. Ignorar un grupo capaz de concebir algo así es un flagrante delito.

domingo, 24 de octubre de 2021

The Smiths: Strangeways, here we come


Año de publicación: 1987

Valoración: muy recomendable


Les da el tiempo suficiente para crear un pequeño mito e incluso ser llamados (como otros cientos) los nuevos Beatles. Pero la carrera de los Smiths dura apenas un lustro (en medio de los desorientados años 80) y corre pareja al synth-pop, al rock gótico, y su sonido pervive a pesar de la obvia recesión del rock de guitarras, como si Morrissey no hubiera encanecido, protagonizado una discreta carrera en solitario, y efectuado repugnantes guiños al National Front.

Y la cierran con este Strangeways, here we come. Último disco en estudio al que seguirán discos en vivo, recopilatorios, toda la parafernalia post-mortem tan propia del rock, siempre preparado para rendir tributo a sus cadáveres (físicos o como sean) y a activar las retrospectivas con el cuerpo aún tibio sobre la mesa del forense. Puede que en la época me sorprendiera la decisión, la lamentara pues los Smiths se habían hecho un rincón con el estratosférico Hatful of Hollow, producto tan smithsiano en su condición de refrito de singles y caras B que se erige como pocos en piedra filosofal de la esencia del indie cuando eso significaba algo más que cuatro chavales ataviados con camisetas que han pasado demasiado por la lavadora. 

Pero visto (y oído) hoy, este magnífico disco parece no tener nada que ver con sus inicios. Del sonido lleno de aristas y casi lo-fi que aportaba un atractivo descomunal a sus canciones casi accidentales de 1982 pasamos, algo tendrá que ver el productor Stephen Street, a un poderoso y casi lujoso aparato sonoro, que, sin relegar la arquitectura básica de la banda (guitarras, bajo, batería, voz) le añade cuerdas, vientos, teclados, siempre de forma eficaz y pertinente, ni un solo pero a una producción que aún hoy suena potente y con cada instrumento en su plano idóneo. Diría incluso (Street produjo más tarde, por ejemplo, a Blur) que Strangewaye, here we come puede ser una referencia lejana al brit pop más elaborado. En todo caso, las claras diferencias de las carreras de Morrissey (incluyendo el rockabilly en algunos de sus discos) y Marr (colaborando con Matt Johnson, Bernard Sumner o Billie Eilish) ya aventuran que la banda contaba con intereses muy dispares, y que el equilibrio era muy quebradizo. Cuando se publica el disco, la banda ya se ha disuelto.

Y el disco aporta su puñado de clásicos. El último tema, despedida por tanto oficial de la banda, I won't share you, es una de esas canciones casi predestinadas al funeral de algún fan sobreexcitado. El inicio, A rush and a push and the land is ours, al igual que I started something I couldn't finish (qué títulos) ya muestran detalles elaborados como intros, diálogo de guitarras, los algo irritantes arrastres vocales de Morrissey (histrionismo, ¿yo?), y canciones como Girlfriend in a coma, con su clip completamente naïf bordeando la misoginia o Last night I dreamed that somebody loved me son auténticas joyas de una banda que parece responder al paradigma de brevedad e intensidad. La cuestión es que en esos cuatro años la evolución sonora trajo consigo algo difícil de explicar. La gente prefería esa aspereza acneica de sus inicios y el desbordamiento auditivo de este disco parecía atraer con rapidez pero acercarse a toda velocidad a cierta saturación. Quizás una evolución demasiado rápida e intensa. En cualquier caso, muchos de los inspirados por su carrera morderían por hacer un disco así. Disfrutadlo.

domingo, 17 de octubre de 2021

James Blake: Friends that break your heart


Año de publicación: 2021

Valoración: recomendable

Nadie dice que un artista esté obligado a evolucionar constantemente. Pero sí podemos afirmar que los grandes artistas, aquellos de largos recorridos, especialmente, debe ser una casualidad que muchos de ellos sean solistas, personajes como David Bowie, Scott Walker, Marc Almond o David Sylvian, tuvieron o tienen la habilidad de dar giros a su carrera (no reinvenciones como Madonna,que hasta se deja superar por alguien tan mediocre como Lady Gaga), de adelantarse a las tendencias o de, directamente, responsabilizarse de generarlas.

James Blake, cuya cumbre creativa sigue siendo Overgrown, parece, a cada disco, más necesitado de observar esta - supuesta - máxima. Mientras escuchaba y dudaba (apenas hace un par de horas) en  mi valoración sobre este disco, iba anotando las veces que las canciones que iban resultándome familiares me habían hecho vacilar si no era alguna de las contenidas en sus anteriores discos. Porque eso, sin ser un problema irresoluble, sí que es un condicionante, sobre todo cuando, aunque no lo hayas deseado, te has convertido en un artista de masas, un artista que tiene expectante a un público. Definiendo como público ese ente de individuos bienintencionados que actúa con extrema crueldad como colectivo. Porque es así: el veredicto de las ventas, de los visionados, de las escuchas en streaming, un veredicto sin cara ni dirección electrónica a la que pedir explicaciones, se acerca peligrosamente a la terrible indiferencia si Blake sigue entregando discos como este.

Que no es un mal disco, pero que empieza a parecer demasiado intercambiable (gracias, Patricio Pron) en su estructura básica - buenos temas introspectivos de alto voltaje emocional, donde abunda la primera persona y una cierta sensación de desvanecimiento, tan ajustada a sus innegables cualidades vocales y a su esmerado minimalismo sonoro, aderezados con colaboraciones que demuestran que se mantiene á la page y que figuras de un nuevo universo musical (Finneas, SZA) no le son ajenas ni mucho menos, más bien colaboran de forma brillante y entusiasta. 

Ese es un detalle revelador: las canciones más arriesgadas en lo sonoro no son sus números en solitario: parece que Blake necesita invitados en casa para sacar lo mejor de sí mismo, la innovación o la salida de la zona de confort en que parece ubicarse y que (a lo tibio de su EP de versiones me remito) puede abocarle a un universo de lenta pero imparable decadencia. James sabe que hasta el fan más rendido necesita algún detalle que le sorprenda. James también sabe que cada vez ese detalle le está costando más encontrarlo.


domingo, 10 de octubre de 2021

The Meters: Look-Ka Py Py

Año de publicación: 1970

Valoración: bastante recomendable

A veces uno tiene que fijarse en lo que rodea a un disco para pronunciarse sobre él, especialmente al tiempo y contexto de su publicación. En el caso de The Meters la cuestión se resumiría en tres datos: 1970, New Orleans, los Neville.

Eso hace un disco como Look-Ka Py Py una experiencia extraña. Cuatro músicos de color abordando instrumentales de funk con la más absoluta desinhibición. Y lo de funk quizás no sea del todo cierto. Porque en muchos casos la adscripción al género podría quedar en entredicho. De hecho, algunos tracks estarían más cerca de Eumir Deodato que de George Clinton. Pero la fecha: esa época en que el pop o el rock instrumental parecía estar en extrañas bandas pre-psicodélicas como los Shadows, con más pinta de músicos de estudio entregados a las pruebas que de otra cosa. Pero The Meters grabaron este disco según cánones precarios. Producción espartana pero limpia  y uso radical y salvaje del estéreo. Sección rítmica casi siempre a la derecha: órgano y batería casi siempre a la izquierda. Canales que no ensucian al otro en lo más mínimo: escuchar el disco con auriculares y probar la audición por un solo lado desnuda las canciones de forma absoluta y seguramente simplifica su masiva incorporación, décadas después, para todo tipo de bases de los estilos por venir: funk, hip-hop, trip-hop. Ahí empieza a valorarse esas canciones, apenas retazos de ritmos entusiastas y melodías indefinidas, eso, señores, es el funk primigenio, por su capacidad evocadora y directa al estómago. Tampoco hay que olvidar al jazz o al be bop como percutores. 

Y así es como The Meters se convierte en una banda de culto y en una referencia importante, al margen de que esa música suena hoy añeja y casi ingenua, desde su pura falta de pretensiones (la portada parece un estereotipo) hasta su propio planteamiento: canciones de apenas tres minutos con títulos que parecen otorgados con efectos puramente diferenciadores. Rindámosles el respeto que merecen, por ser unos auténticos pioneros.

domingo, 3 de octubre de 2021

Nala Sinephro: Space 1.8


Año de publicación: 2021

Valoración: muy recomendable

Es belga, toca el arpa (aparte de otros instrumentos), lo cual vais a reconocerme ya genera una fuerte imagen, tiene 22 años y su disco de debut lo publica Warp, uno de esos sellos emblemáticos a más no poder que ha sabido dejar atrás el estigma de pertenencia a un género concreto (lo electrónico) para ubicarse en uno más amplio (lo vanguardista).

Aunque vanguardista no sería exactamente el término que definiría este disco. Seré más prosaico: esto es jodido jazz casi clásico. Con piano, saxo tomado a milímetros del micrófono (casi oímos el chasquido de los labios del solista sobre la boquilla del instrumento), arpa, claro, y tratamientos de sonido de textura electrónica, que esto es Warp, estamos en 2021 y existen los sintetizadores modulares. Y aunque mi expresión pueda parecer contener sorna, pues no. Space 1.8, y no negaré que la condición de ser editado por Warp, y no por algún minoritario sello especializado en el género, es un fascinante camino, ocho temas numerados que en el caso del último (ejem, Space 8) llegan a los 18 minutos de cosmic-jazz que elude escrupulosamente el muzak y se crea y se recrea en influencias tan obvias como inapelablemente respetables. Por supuesto, la esencia de Miles Davis (aunque aquí no hay trompetas), Stan Getz, Sun Ra, que se combina sin ninguna clase de efecto discordante con Aphex Twin, Boards of Canada o los conceptuales Oval. Hay sonido orgánico, sensación de libertad total en lo compositivo y en lo técnico, hay texturas e incluso meros apuntes que cualquiera podrá desarrollar en más minutaje, y hay una fuerza expresiva muy notable. Es justo esa clase de música que parece que vas a poder usar de música de fondo (atentos a las infinitas posibilidades de estos temas como fondo de imágenes) mientras lees, pero que de repente te das cuenta de que está capturando tu atención, interponiéndose en tus percepciones. 

No negaré que seguramente el universo del género esté procurando otros discos de este nivel en los que simplemente no nos hemos fijado (por ser éste un universo algo cerrado en sí mismo y dando la espalda a los canales convencionales) pero Nala Sinephro ha publicado una magnífica pieza de música tan contemporánea como atemporal que va a estar entre lo mejor del año.

domingo, 26 de septiembre de 2021

Barry Adamson: Soul Murder


Año de publicación: 1992

Valoración: muy recomendable

Barry Adamson es de esos músicos prácticamente desconocidos para el gran público cuya trayectoria hay que explicar citando nombres y entonces es cuando las referencias se convierten en inmejorables. Antes de iniciar su carrera en solitario, Adamson fue bajista para los Buzzcocks, Magazine, Visage y los Bad Seeds de Nick Cave. Ahí es nada el ramillete de bandas a las que perteneció. Un músico siempre en la sombra, que cuando abordó su carrera en solitario reveló las influencias en su estilo y sorprendió a más de uno. Donde cualquiera hubiera desgranado obviedades, Adamson muestra a Barry, Lalo Schiffrin o Bernard Herrmann. Nada de tópicos funkoides. La herencia recibida se recicla y muestra en su esplendor en su obra, que fue calificada en muchas ocasiones con adjetivos como humeante, cinemática, poderosa en lo visual.

Soul murder, su tercer disco, es una inmejorable muestra de ello. Lejos de circunscribirse en su estilo, este falso score que incluye piezas que parecen diálogos de películas (que predice un James Bond de color décadas antes de Idris Elba) acumula toda serie de inspiradas piezas instrumentales que no desmerecerían si fueran acompañadas de soporte visual a medida. Por eso el disco es una especie de recorrido húmedo y misterioso que decanta hacia el jazz noir pasado por tamices de dub, de electrónica, de minimalismo pero también de grandilocuencia. Y cuesta imaginar otros músicos tan despreocupados de ofrecer al oyente algo diferente a lo que su currículum haría prever, y en ello Adamson se apunta triunfo tras triunfo pues es capaz tanto de apelar a sonidos empapados de melancolía como alegres tonadas que suenan a existencialismo, pero la variedad del disco es notable e incluso se permite homenajear a John Barry y el tema de 007, cuestión que muestra ambición y desinhibición a partes iguales. 

domingo, 19 de septiembre de 2021

VVaa:Natural Born Killers, OST


Año de publicación: 1994

Valoración: muy recomendable

Aunque Nine Inch Nails me parecen insoportables, he desarrollado cierto respeto por el criterio de Trent Reznor. La banda sonora de Natural Born Killers, exceso cinematográfico tan fascinante como irregular de Oliver Stone, viene a confirmar, como uno de sus primeros trabajos al margen de la carrera del grupo, que su criterio como selector era diferente y que se regía por un abanico de eclecticismo muy notable.

Porque la secuencia sonora toma vuelo incluso al margen de que pueda ser un complemento para las imágenes de la película, y se constituye en una experiencia sonora por sí misma, lejos del pastiche en que podría convertirse, la inclusión de breves diálogos y el enorme rango sonoro le dan un espíritu de mixtape seminal, prácticamente de presentación de material, y aunque también presente algún altibajo, siempre nos referiremos a la película para explicar que ciertas escenas solo son concebibles con cierto aderezo sonoro. Ahí Reznor siempre acierta. Envuelve el score entre dos canciones aparentemente solemnes de Leonard Cohen: Waiting for a miracle como entrada, una isla de calma y contención, The Future como final, un tema algo más dinámico que parece advertir al espectador de aquello que ha vivido. Una especie de alegato violento y alocado. En medio, Reznor mete de todo, sin tapujos ni el mínimo sentido de la contención. Hay folk y country clásicos a más no poder, que incorporan a Bob Dylan y Patsy Cline, hay apelaciones a la escena de New York con Patti Smith y los Cowboy Junkies versionando de forma fascinante a Lou Reed. Las L7 aportan contundencia grunge.
Pero también hay extraños temas de artistas casi desconocidos (fascinante A.O.S. en History repeats itself ) y aportaciones ya fuera de todo lo previsto: Peter Gabriel, Barry Adamson - que aquí aporta su música a una película tras pasar media vida aportando música a películas inexistentes - y hay incluso rap en un momento en que esta música aún no estaba asimilada fuera del entorno exclusivamente racial, que aporta caos a las escenas de mayor pandemónium. Una selección que puede ser chocante e incluso algo agresiva pero que representa perfectamente la esencia de las imágenes a que da soporte.



domingo, 12 de septiembre de 2021

Chromatics: Kill for love


Año de publicación: 2012

Valoración: muy recomendable alto 

Otra banda que se ha disuelto recientemente: tampoco voy a interesarme por los detalles. Me conformaría con que Johnny Jewel, que aún sin ser el fundador había tomado las riendas en el sonido del grupo (combinándolo con sus montones de alter egos artísticos y su prolífica carrera contribuyendo a bandas sonoras como la de Drive y su gestión al mando del emblemático sello Italians do it better) siguiera mostrando su inquietud a cada paso.

Aunque la guitarra (curioso, misma pose y gama cromática que la de Useless de MBV) pueda llevar algo a engaño. Kill for love es un extenso trabajo (más de 90 minutos en su versión más habitual) que parece dispararse en varias direcciones. Plagado de influencias, lógico si hablamos de más de quince canciones, aquí podríamos encontrar desde obviedades de lo más clásico: Kraftwerk, el italo-disco, New Order, Blondie, la eterna banda sonora de Vangelis para Blade Runner,  hasta algunas no tan visibles. Mazzy Star, la Velvet Underground, o los mismos MBV en los tratamientos vocales, también Daft Punk, Goldfrapp en las estructuras rítmicas, The XX en la premeditada aridez instrumental, Aphex Twin en la falta de miedo a incorporar lo redundante. Y una que sobresale: la de Low de David Bowie al ser un disco claramente dividido en dos secciones.

Un inicio que desorienta al más pensado: Into the blue, versión de Neil Young que se abre con guitarra en trémolo y voz íntima, aunque a medida que avanza se emborracha de teclados. Rápida irrupción en forma de media docena de canciones que son pura onda dream-pop y en las que los teclados empiezan a acaparar protagonismo. La guitarra queda avasallada por el secuenciador que acapara Lady y apenas se han despejado en ese momento las esencias pop: voz dulce, melodías pegajosas, susurros, todo desprende un aire a luz de neón que, aunque atractivo, no es aún distintivo. El vuelo empieza a partir de ahí: la influencia de la música ambiental gana terreno y temas (ya no les llamaré canciones) como Broken Mirrors, The Eleventh Hour, Running From The Sun (esta última parece house de Detroit ralentizado) dominan el sonido del disco. Nadie esperaba que acabara así, y seguramente el 90 % de los oyentes no llegarían a esa parte de la obra de no ser por la paciencia o las búsquedas aleatorias. Aunque esa parte del disco aún contiene algunas partes vocales (la deliciosa Sally no desentonaría en Berlin  de Lou Reed) la sensación de flotación  constante, casi narcótica, es irrepetible. Incluso debió serlo para la propia banda. Solo un intento más, pasada más de una década, y la disolución.

domingo, 5 de septiembre de 2021

Martin Stephenson and the Daintees: Boat to Bolivia

Año de publicación: 1986

Valoración: muy recomendable

 La segunda mitad de los años 80 es, musicalmente, un desastre. Si repasáis esas megalistas sobre los mejores discos publicados en 1985, 1986 o 1987 apenas hay discos de artistas nuevos. Solamente discos de artistas que habían iniciado antes sus carreras, como Depeche Mode, New Order o The Smiths. La new wave quedaba atrás, las explosiones techno y hip hop aún estaban en el horno. Un disco de una mediocridad absoluta (lo siento, Marc) como The Joshua Tree era ensalzado por las ventas y la necesidad del público de agarrarse a algo que sonara a trascendente. No había ninguna nueva escena emergente, y la abulia reinaba hasta magnificar el surgimiento constante de one hit wonders como Tanita Tikaram, Tracy Chapman o Johhny Hates Hazz (madre mía ese nombre). 

Martin Stephenson and The Daintees fue un grupo de Newcastle con aspecto de personajes de Steinbeck o Faulkner. Bien lejos del glamour, y con una obvia influencia del folk americano, publicaron, en medio del erial presente y a través de Kitchenware, sello que había publicado los primeros discos de Prefab Sprout. un disco, este Boat to Bolivia, que aún suena sincero y brillante, aún cuando esas sonoridades han quedado desfasadas y a merced de las algo repetitivas figuras del folk alternativo como Conor Oberst o Mark Lanegan. Pero es precisamente su falta de pretensiones lo que hace atractiva esa mezcla de soul, folk, incluso tonos jazz o reggae, amparada por buenas composiciones y la voz eficaz de Stephenson, a la vez dulce y decidida, desprendiendo un tono confidente y puntualmente arrancándose en números ligeramente festivos.

Pero el tono es otoñal: abrir un álbum metido en pura introspección (con pulida producción que ha aguantado perfectamente más de tres décadas) con una canción delicada como Crocodile Cryer para seguir (parecen los Style Council de Café Bleu) probando con arreglos jazzísticos en Coleen, incluyendo nítido solo de guitarra de aires manouche y transitar sin vergüenza alguna hacia números dinámicos de - nunca mejor dicho - taberna como Little red bottle o Look Down nos muestra un grupo (o un músico) desinhibido y consciente de su imposibilidad de apelar a las grandes cifras o ventas. Pero el disco cumple a la perfección mostrando sus capacidades. Piece of the Cake no desentonaría en la discografía de Prefab Sprout y canciones como Rain les muestra capaces de la solemnidad introspectiva sin provocar grima. Añadid el reggae de la canción que le da título y nos encontramos con un disco, aunque el paso del tiempo lo haya sepultado bajo grava y piedrecillas, mucho más que notable. No podía pedirse mucho más por aquel entonces.

domingo, 29 de agosto de 2021

The Last Shadow Puppets: The Age of the Understatement


Año de publicación:
2008

Valoración: muy recomendable

Casi una década antes de su Tranquility Base, Hotel and Casino, parece que la inquietud sonora de Alex Turner, carismático líder de Arctic Monkeys ya mostraba contundentes intenciones de salir a la luz. No creo que por hastío del sonido demoledor de la banda, eterno eslabón de engarce entre el espíritu indie y la repercusión mainstream, sino más bien por esa extraña máxima por la que (salvo por renuncias peterpanescas) las bandas tienden a suavizar su sonido conforme las carreras avanzan. Llamémosle aburguesamiento o agotamiento físico de la rabia adolescente. El caso es que Turner se alía con Miles Kane, de la banda The Rascals (habré de escucharlos un día) y crean esta especie de aventura paralela de estética que coquetea con lo mod y de sonido que abarca algunos territorios que parecían, a priori, intocables por una banda basada en las guitarras. E irrumpen las cuerdas, las guitarras con trémolo, los medios tiempos, y todo un despliegue de influencias que son identificables en las sucesivas escuchas. Las estéticas, las descritas y el pop art que proclama la portada ultra-cool.

 Las musicales incluirían algunos puntos de partida de los propios grupos de origen, pero los matices irrumpen: está claro que las producciones ampulosas desde el primer momento (The Age Of The Understatement, la canción) los cuatro primeros discos de Scott Walker relucen por doquier, quizás con las partes vocales no tan destacadas (Turner tiene otros registros y no pretende ir de crooner), cierta oleada de grupos minoritarios o no tanto, siempre en la escena británica, como World of Twist o The Divine Comedy, incluso influencias más lejanas como los Kinks o los Zombies, combinando bosquejos de agresividad pero rápida vuelta al redil: My Mistakes Were Made For You, no cabe más John Barry aquí, no desentonaría ni en la banda sonora de una película de James Bond ni en una de Austin Powers. Cuerdas, letras bastante trabajadas al margen de los estereotipos del pop de consumo (angustia, relaciones personales, problemas generacionales) y una obvia intención de hacer prevalecer melodía y armonía sobre energía iridiscente. Turner frasea si aparente esfuerzo y le propina un bofetón a los críticos de sus aptitudes vocales. Los arreglos son precisos y elegantes, y ambos músicos parecen huir del estereotipo del veinteañero oculto tras un generoso flequillo, elevando el disco a una especie de tratado de pop espídico de guerra fría, con curiosas e impropias deudas que refieren tanto a los artesanos del art-punk como los Buzzcocks como a invitados inesperados como algunos de los primeros trabajos de Marc Almond, visibles por ejemplo en  standing next to me. Con enormes aciertos conceptuales, que obviamente germinarían en el futuro, pero con una querencia por el detalle sonoro en formato corto (canciones de tres minutos que saben cómo empezar y acabar) que me parece enormemente acertada.Calm Like You, apenas dos minutos y medio de gloria y creatividad o The Chamber, elegancia british que apela al tópico: música de ambicioso pasado e impropia madurez.

domingo, 22 de agosto de 2021

Spandau Ballet: True

Año de publicación: 1983

Valoración: artificial

Aclaro que al que esto escribe la palabra "artificial" no siempre le representa connotaciones negativas. Puede haber cierto talento en el artificio e incluso en la impostura. 

Lamentablemente, True no es el caso. 

Spandau Ballet golpearon con fuerza en su single de presentación, allá por 1981 To cut a long story short era una poderosa rodaja de synth-pop que se refugiaba bajo la aparatosa y algo dudosa imagen del grupo, absolutamente deudora del movimiento new-romantic. Pero dos años (en realidad mucho menos que eso) habían bastado para amortizar la corriente y las bandas que le sobrevivían, en la práctica Duran Duran y Spandau Ballet, se veían obligadas a un reciclaje para sobrevivir. Ninguno de los dos reciclajes funcionó por mucho tiempo, pero he de atribuirle al de Duran Duran una cierta consistencia sonora que en Spandau Ballet fue replicado con una reinvención de enorme impacto comercial, tanto como musicalmente descorazonadora. 

La banda había visto como (ayudados por Trevor Horn) ABC les había tomado la delantera en la introducción del funk blanqueado. Incluso estéticamente. Los ropajes drapeados habían dejado paso a impecables ternos comprados en Saville Row. Y Tony Hadley era también un señor muy bien plantado y con una voz que parecía superar cualquier atisbo de ambigüedad. Spandau Ballet necesitaban recuperar el cetro de machos alfa y eligieron el soul. La canción que da título al disco (tan brillante como azucarada y formulaica) habla de escuchar a Marvin (Gaye) toda la noche. Y las siete canciones que la acompañan, todas medios tempos sostenidos con estructuras pop de manual, no desentonan. Se ceda su título y su evidente reinado al baladón (sampleado hasta la saciedad, por ejemplo, por PM Dawn) que los convertía (a los hechos me remito) en eterna carne de radio-fórmulas, a escasos centímetros de los one hit wonder pero con caudal garantizado de royalties por décadas, a pesar de ello esas siete canciones, incluyendo a la sempiterna y rimbombante Gold, son la muestra del hallazgo de la piedra de Rosetta, la fórmula que alargaría la agonía de la banda y la convertiría en la elección del público a pie y de las princesitas pretendidamente rebeldes. Dieron en la Diana. 

Un disco, eso sí, de la clásica edad del vinilo. Cuatro canciones por cara, apenas 35 minutos de música, un sonido entonces lujoso, hoy desfasado, lleno de ecos, de exactitud instrumental (incluyendo un saxo que los emparentaba con Roxy Music, obvio espejo de las bandas de esa época), el poderío vocal de Hadley, que parecía cantar sin despeinarse, con una impecable técnica desprovista de la más mínima pasión y por supuesto de cualquier atisbo de riesgo. Si esto contara, aunque fuese por su repercusión, como improbable piedra fundacional del blue eyed soul, cuánta aberración y cuánto despropósito que lastraría de forma plana e inofensiva la década de los 80 se le puede recriminar. Forrados de gold, claro, pero tan pulcros e inofensivos que apenas merecieron un par de años más de repercusión. Algunos miembros de la banda acabaron probando como actores en esas sobrevaloradas y cutres películas británicas. Enough said.


domingo, 15 de agosto de 2021

Blaze: 25 years later


Año de publicación: 1990
Valoración: casi imprescindible

Uno de esos tesoros escondidos, hasta el punto de que resulta inexplicable que no sea mencionado más a menudo en las repetitivas listas de los mejores discos, aunque sea de su año o su década. Con una producción que obliga a uno a frotarse los oídos, con cada detalle en su punto perfecto en la mezcla y con una sensación persistente de absoluta modernidad y elegancia, para nada reminiscente de las estridencias ya no de su tiempo sino incluso de las propias de muchos de sus compañeros de escena. Porque uno puede publicar un disco con una inspiración de fondo algo retro y mantenerse completamente vigente, y eso es lo que consiguió el grupo estadounidense en este álbum de debut que cuenta con un enorme bagaje de ambición. 
25 years later parece una especie de greatest hits de falsos covers salteados con  brillantes detalles de las serenidades house del momento. Un house nada acid, aclaro. Aquí hablamos de dinámicos temas con fuerte peso vocal, dominados por un piano festivo, percusivo. Pero también de canciones que homenajean desvergonzadamente a las grandes figuras de la música de color, tomando prestados de forma respetuosa y meticulosa sonidos, ambientes, estructuras, pero adaptándolos a las brillantes composiciones del grupo y a su pasmosa maleabilidad sonora, con lo cual el álbum se convierte en una especie de trip iniciático al que beneficia y da cohesión su secuencia de canciones que (si tomamos como referencia su orden en las ediciones en CD, las de vinilo cambian de forma radical) disponen de interludios en forma de diálogos que ahondan en la mencionada ambición. Y el desfile de influencias no puede ser más brillante y lujoso. Ahorraré aportar nombres de canciones pues, aunque difícil de obtener vía Youtube, el álbum merece su degustación en un entorno relajado y abierto de miras. Desfilarán Marvin Gaye, Stevie Wonder o los Third World junto a precedentes clarísimos de los primeros hits del house vocal o incluso del deep house, lustros antes de convertirse en la etiqueta de la exasperante monotonía que fue a partir del 2005, engullido por su propio éxito, y el avance de las canciones confirma que se nos está explicando una historia sonora de sufrimiento y explotación (la composición cromática de la portada no deja de recordarme a la emblemática cubierta de Survival) que trasciende y complementa a la, repito, soberbia y suntuosa producción.

domingo, 1 de agosto de 2021

Billie Eilish: Happier than ever

Año de publicación: 2021

Valoración: muy recomendable

Pues ya está aquí. Billie Eilish se erigió en absoluto icono global gracias a la acumulación de circunstancias extraordinarias que podrían (intento) resumirse en una sola sentencia.

Artista prácticamente adolescente que publica un magnífico disco de pop maduro con toques experimentales, con una estética que huele a angustia existencial.

Aparte de una pandemia, desde 2019, año de publicación de su descomunal debut, Eilish protagonizó una ascensión a la fama, basada en su talento, ascensión fulgurante y mareante. Sus canciones calaron en el público de forma transversal, su mensaje se universalizó, su estética conmocionó a una generación no demasiado alineada a la cuestión de las tribus urbanas.

Bien: para este difícil segundo disco algo de eso ha cambiado. La portada (Eilish maneja unas cifras y un status en que nada es dejado al azar) muestra a Eilish en tonos pastel, pelo rubio platino, mirada al horizonte y aspecto frágil sin llegar a la estética pin up pero sin expresar pretendida inocencia. No hay nada oscuro ni tenebroso: no hay monstruos que acechan debajo de la cama al caer la noche. Hasta cinco canciones anticiparon el trabajo, que han sido sabiamente dosificadas en el tracklisting, siendo acompañadas por once nuevos temas, dieciséis en total. 

La primera baza de su debut era la fascinante coherencia argumental del disco, la secuencia del cual parecía explicar una historia trazando un recorrido en el que las canciones ya conocidas se integraban. Happier than ever, en ese sentido, no ha buscado una coherencia tan contundente. Sí ha integrado bien el material conocido (la tierna y magnífica my future no aparece hasta la cuarta posición) de manera que a la legión de seguidores el disco no les suena de inmediato a ya visto. Tampoco ha apostado por situar un hit en primera línea. Abrir un disco con un downtempo minimalista titulado Getting Older, para un artista de 19 años, no deja de ser un movimiento de madurez. Incluso renunciar a la inmediatez de muchas canciones aleja los fantasmas de la crítica más mordaz. En lo estrictamente sonoro, el intento de emular en modo alguno When We All Fall Sleep, Where Do We Go? es inexistente. Como mucho, podríamos hablar de alguna similaridad estructural, por ejemplo, en NDA, pero no pasamos de ahí, y puede que esa cuestión incida en cierto descenso de la repercusión del disco para cierto perfil de oyente. Aquí no hay Bad guy ni ganas de que lo haya, de hecho los números más puramente electrónicos tienen poco recorrido comercial objetivo, y aunque es cierto que eso despoja al disco de la inmediatez y la perentoriedad del debut, un disco cuya escucha era obsesiva, sí que hay que reconocer a Eilish (y a Finneas, en las funciones que le hayan tocado aquí) que en este segundo disco han dado un paso interesante más encaminado a mantener una carrera musical inquieta y coherente que a volar más alto a cada disco. Y es un enorme mérito que en esa voluntad no hayan dudado en emplear todo tipo de estilos, desde fragilidad casi folk en Your Power hasta ingeniería r'n'b en Lost Cause, sin renunciar a jugueteos variados donde se aprecia que pueden haber pasado mucho de estos dos años escuchando música de todo tipo, adaptándola a su estilo, a las aptitudes vocales (mucho más variadas aquí) de la cantante. Llamar Billie Bossa Nova a una canción ya es una ingenua declaración, pero I Didn't Change My Number parece reunir una mezcla de pop naïf y tono alternativo de forma efectiva, sin llegar a situarse en estilo alguno, o Goldwing, cuyo abrupto cambio de tono espiritual a arrebato electrónico descoloca y fascina. Halley's Comet, podría firmarla el Rufus Wainwright más inspirado. Y la influencia de nuevas estrellas del universo alternativo como Angel Olsen o Phoebe Bridgers es innegable.

Y a este último aspecto debo referirme para acabar: entre las rápidas reacciones y reseñas sobre el disco que han inundado ya las redes apenas un par de días tras su publicación, se hace mucha alusión, se considera su cúspide, el tajante cambio sonoro que se produce en mitad de la canción que le da título. Como el crescendo de Bridgers en This is the end, ese acceso de rabia vocal (las letras del álbum inciden en una mala digestión de su fama y repercusión) y también sonora, incluida saturación en los dos minutos finales en Happier Than Ever me ha hecho entrar en cierta reflexión: cómo parece que la rabia solamente encuentra salida si se manifiesta con la violencia guitarrera más estereotipada. Y no creo que Eilish deba jugar a ser April Lavigne, Alanis Morisette o Joan Jett. O, de lo escuchado en gran parte de su material, no considero que ese debiera ser el camino. En todo caso, quienes pretendiesen considerar a la cantante como un hype y amortizarla en su segundo disco, van a tener que esperar o inventarse el síndrome del difícil tercer disco. Porque aquí confirma que la cosa va muy en serio.

domingo, 25 de julio de 2021

Todd Terje: It's album time

Año de publicación:
2014
Valoración: muy recomendable

Resulta un poco difícil comprender la súbita irrupción de la escena escandinava en el panorama musical, hace apenas unas décadas. Quizás haya que relacionarlo con internet, la sencillez de la movilidad, la proximidad al archipiélago británico, el bilingüismo implícito, la bonanza económica... De repente, en los albores de la decadencia del género electrónico como corriente inspiradora, aparecen una serie de músicos, DJs y productores que toman un fugaz pero intenso protagonismo. Hablamos de Royksopp, de los Kings of convenience capitaneados por el impagable Erlend Oye, de Lindstrom y Prins Thomas... Todd Terje tiene el aspecto innegable de varón noruego, pelirrojo, quijada prominente, barba estudiadamente descuidada, convenientemente caricaturizado en la portada de este disco donde se le presenta como si fuera uno de esos músicos que amenizan las veladas de algún deprimente hotel costero para familias. Incluyendo cócteles de componentes de garrafa y aparatoso sello de oro en el anular (a juego con los gemelos). 
It's album time, dice el título, simbólico en artistas cuya especialidad eran los doce pulgadas, las remezclas o las sesiones, esa sensación de abordar un álbum (que aún no cuenta con sucesor) como necesidad de plantear un trabajo homogéneo, aunque he de decir que este no es el caso, esa urgencia por presentar toda la paleta sonora actúa en los dos sentidos: permite conocer la capacidad ecléctica del músico noruega pero también frustra algo al oyente, que no sabe qué va a encontrarse a continuación aunque el menú es consistente: cosmic-disco del momento, sonoridades lounge tanto europeas como latinas (estas últimas, el punto débil del disco), house de manual, apuntes euro-disco que funcionan y otros que no tanto.
Pero por encima de todo se trata de música meticulosamente creada, con intención de prevalecer sobre los hits puntuales y que consigue sobreponerse al hype y mostrar una curiosa originalidad: la intro del disco y sus dos canciones siguientes marcan un hito que el álbum no iguala: la transición desde  el aroma a serie de los 70 de Leisure Suit Preben a la magistral orgía casi jazzística de solos de sintetizador que eleva Preben Goes To Acapulco al paraíso resulta cortada de cuajo cuando, de inmediato, Todd Terje se  disfraza de aires cariocas, pero (salvo el prescindible cover de Johnny and Mary, reconocido el mérito de haber conseguido sacar a un hastiado Bryan Ferry del baúl de los recuerdos) hay recuperaciones notables basadas en la más estricta religión electrónica: Strandbar  tiene un decidido aire marcial, Delorean Dynamite pasaría por un instrumental de la época ibicenca de New Order, las dos partes de  Swing Star encajan sonoramente en una puesta de sol balear, y Terje, como si el material más experimental no aportara suficiente seguridad, apuesta por el cosmic-disco más asequible para cerrar el álbum con su  hit más popular: la pachanga levemente acidulada de Inspector Norse, cerrando el disco algún paso más allá de sus pocas pretensiones. Lo que podía parecer una mera diversión se acerca a gran disco aunque sea por la escasa presentación de la competencia.

domingo, 18 de julio de 2021

My Bloody Valentine: Useless

Año de  publicación: 1991

Valoración: casi imprescindible

Hecho: hasta hace muy poco, Loveless no estaba disponible en las plataformas de música por streaming de una manera reglada y convencional. Supongo que algo tendría que ver la tenacidad de Kevin Shields, líder del grupo, por evitar las escuchas fuera de los parámetros que transmitieran su obsesivo perfeccionismo sonoro, ese que ha conducido al grupo a una producción sonora tan exigua. 

Aunque suficiente: incluso si su obra se redujese a los escasos minutos de Only Shallow, pieza que abre (cuatro minutos apenas) el disco, éste ya sería un trabajo emblemático. Cuatro toques precipitados de caja que preceden un torrente de saturación, un estruendo de capas sonoras que, protagonizados por una guitarra al máximo tolerable de feedback y uso de pedales, avanza acompañado por voz angelical. Lo cual me lleva a dos reflexiones algo frívolas. Qué adecuado el término shoegazing (mirarse fijamente a los zapatos) para definir el movimiento que este álbum contribuyó a apuntalar. Y qué definitoria esa imagen gráfica de la portada: tonalidades rosáceas, rojizas, parduzcas desenfocadas sobre un mástil. La apertura, diabólicamente influyente, marca el tono del disco, un disco de sonido intenso pero de ritmos más bien reposados, un disco que no se queda ahí, y que reproduce esa estructura en canciones que toman estructuras pop, en Sometimes, que preserva ciertas influencias de sonidos que le eran contemporáneos. Veo a The Cure tanto en los acordes de when you sleep, como en general en la intensidad sonora tan propia del colosal Disintegration. Veo el sonido Madchester en esas elucubraciones ligeramente sintéticas de Soon, espléndida salida del disco con sus siete minutos (la versión incluída es del single9 que parecen una jam-session donde solo faltaría Bez cabeceando. Pero incluso así, hasta un aparente interludio de menos de un minuto como touched contiene más inquietud sonora que, por ejemplo, la carrera íntegra de Oasis. Por supuesto, veo a la Velvet Underground diseñando mapas acústicos en el estudio y en la mesa de mezclas.

Pero desde luego la importancia del disco se muestra ya casi insultante si comprendemos todo lo que su sonido, áspero en su conjunto pero fascinante en su disección, acabó engendrando. Al margen de que ciertas bandas británicas, como Slowdive, adaptaran su sonido (cuestión visible años más tarde en ciertas canciones de Blur o Radiohead), esa ejecución, saturada y con una rabia más basada en la melancolía que en la agresividad, quedó incorporada a todo el rock de guitarras posterior, y desde el sonido grunge en su integridad a la risible pose de engendros como los Red Hot Chili Peppers, son muchas las facturas en forma de inspiración que los inacabables surcos de Loveless puede presentar.

domingo, 11 de julio de 2021

Brian Wilson: Smile

Año de publicación: 2004

Valoración: casi imprescindible

Smile se publica en 2004 bajo la autoría de Brian Wilson, pero todo el mundo afirmaría que es, en realidad, un disco de los Beach Boys. Quizás, más explícitamente, un disco de los Beach Boys post Pet Sounds, es decir, la obra de un grupo cuyo líder, obviamente Brian Wilson, había acaparado de tal forma los roles en la producción de la banda que ya costaba identificar los papeles de sus hermanos, al margen de aportar sus voces en las armonías vocales que eran marca distintiva de la banda. Pero ello no quiere decir, (cuestiones legales, que las hubo, aparte) que Wilson fuera un dictador o un tirano que despreció las aportaciones de sus compañeros. Digamos que su vehemencia y su ciega creencia en el sonido que albergaba su cabeza le impedía aceptar nada que se interpusiera entre su concepción y su ejecución. Cosa a la que el tiempo ha dado la razón. No solo Pet Sounds es considerado uno de los mejores discos de todos los tiempos sino que este Smile suele acompañarle en dichas valoraciones, quizás no en primera línea (las votaciones de este tipo suelen contar con una autocensura inconsciente de los votantes) pero sí en un lugar muy destacado.

Porque si hay un halo de leyenda sobre Pet Sounds, también lo hay sobre este Smile. Un proyecto paralizado por casi cuatro décadas, mientras Wilson no digirió ni el retroceso comercial (las canciones de Pet Sounds se habían alejado, en su complejidad y tonalidades, de las esencias veraniegas de sus hits) ni su propia evolución personal, marcada por las adicciones y su una atormentada vida personal, lo que conllevó que el proyecto quedara paralizado en medio de la clásica expectativa creciente que ha alimentado tradicionalmente los grandes mitos de la música (poned la etiqueta que queráis).

Y Smile recupera el espíritu de Pet Sounds, claro que sí, lo actualiza pues las tecnologías de grabación y el uso desinhibido de instrumentaciones anómalas en el rock, ha evolucionado y el disco suena glorioso, incluso después de una sobria entrada a capella y de algunos temas más clásicos, el desfile de canciones en tonos sombríos o melancólicos pero adornados con un envoltorio sonoro original y voluptuoso, conscientes de buscar fuera de los límites del material (el sonido surf) que les alzó a la fama, Wilson, vamos a usar el singular aunque sea para hacer caso a la portada muestra su maestría en todos los ámbitos. Cerrando el disco con ese clásico Good Vibrations, que no fue incluido en su predecesor, pero llenándolo de extrañas canciones llenas de matices vocales e instrumentales, música que sus voces podrían asociar de manera (casi ) indeleble a los años 60, pero que se muestra aun hoy en día en toda su frescura y en una descomunal capacidad de evocación. Si los grandes hits de la banda eran un canto a la sensualidad y al hedonismo veraniego de las costas de California, escuchar Smile en su totalidad desprende un poderoso sentimiento de pre-nostalgia, y perdonad que intente verbalizar lo que no puede ser capturado en palabras, pero es una sensación poderosa e inexplicable que solo pueden atribuirse unos pocos discos, y este es uno de ellos.