domingo, 28 de octubre de 2018

Teenage Fanclub: Songs from Northern Britain

Año de publicación: 1997
Valoración: Imprescindible (o más)

Mi disco favorito de una de mis bandas favoritas. Eso sí, en dura pugna con el “Grand Prix”, esa joya inmediatamente anterior a “Songs…” que contiene, entre otras, “Sparky´s dream”, “Mellow doubt” o “Neil Jung”. La pugna se decanta, por apretada decisión a los puntos, a favor de “Songs…” porque creo que es un disco más completo, sin altibajos, algo que sí me parece que sucede en la segunda mitad de “Grand Prix”.

Pero vayamos por partes. Publicado en 1997 por el imprescindible sello Creation, “Songs…” continua la vía abierta por “Grand Prix”, que supuso una especie de ruptura con discos más ruidistas como “A catholic education” o “Bandwagonesque”. Es el disco más “costa oeste americana” de TFC, con los Byrds y Big Star asomando por todas partes, su disco más melódico y luminoso, su disco de madurez.

En la línea de toda la discografía de los escoceses, las tareas compositivas y vocales se reparten equitativamente entre Norman Blake, Gerard Love y Raymond Mc Ginley. Debo confesar que las composiciones de McGinley (y su voz) siempre me han parecido mucho más flojas que las de sus compañeros, pero “Songs…” incluye lo que quizá sean sus mejores canciones, destacando por encima de todas “Your love is the place where I come from”. Así que, si unimos algunas de las mejores composiciones de McGinley con un Norman Blake plenamente en forma y un Gerard Love en estado de gracia, nos queda un disco prácticamente perfecto.

Blake aporta cuatro canciones pop de corte clásico y tranquilo: “Start again”, “I don´t want control of you”, “Planets” y “Winter”, cuatro relajadas baladas cargadas de guitarras, melodías y armonías vocales. Destaca, para mí, “Planets”, quizá la canción más diferente de las cuatro con una preciosa orquestación y un final por todo lo alto.

Love, como decía, está en este disco en estado de gracia. El que fuera primer single del disco, “Ain´t that enough”, es una de las mejores canciones de TFC, aunque no le andan a la zaga “Take the long way round”, “Mount Everest” o la luminosa “Speed of light”. Los temas de Love, manteniendo las características melodías del grupo, incluyen algún elemento más innovador y “arriesgado” que los tema de Blake, lo que hace que estén ligeramente por encima y sean lo mejor de este disco.

En cuanto a McGinley, aporta dos muy buenas canciones: la ya comentada “Your love is the place where I come from” (su mejor canción, para mi gusto) y “It´s a bad world”. Inferiores son la más ruidosa “Cant´t feel my soul” y “I don´t care”, quizá las dos piezas más flojas del disco.

En resumen, “Songs…” es un disco de un grupo ya absolutamente maduro, en lo personal y en lo musical, una casi perfecta colección de singles (10 de los 12 temas podrían serlo sin ningún problema) y la piedra angular sobre la que se construirá, en líneas generales, el sonido posterior de TFC. Una verdadera maravilla de una banda que jamás entenderé cómo no logró vender millones de discos por todo el mundo. Misterios de la condición humana, supongo.

También de TFC: Here

domingo, 21 de octubre de 2018

Global Communication: 76:14

Año de publicación: 1994
Valoración: imprescindible

Cualquier músico que publica un disco de música que puede definirse como contemplativa (o relajante o cualquier adjetivo asimilable al que ha acabado siendo nauseabundo concepto "chill") debe saber que se expone a varias cosas en el futuro.

1. Que se pierda la perspectiva de la publicación de su trabajo, se saque este de contexto y tenga compañeros poco agradables en el futuro. ¿Cómo, si no, puede juntarse a Brian Eno, Air, Tomita, Vangelis, Pete Namlook o estos Global Communication?

2. Que en esa pérdida de perspectiva se empaqueten también las sustancias narcóticas idóneas paa su degustación y se olvide que hay electrónica de porretes, de ácido, de heroína, e incluso electrónica de degustación a palo seco.

3. Que tu música se use como fondo sonoro para un extenso rango de documentales, especialmente para aquellos que tratan de especies marinas.

¿Sabían esto, en 1994, Mark Pritchard y Tom Middleton? En ese momento, Global Communication era solamente su etiqueta para los ritmos pausados. Habían usado otras (Reload, Jedi Knights) para experimentos de cariz diferente, más limitados en su alcance. Pero finalmente va a ser este nombre, Global Communication, y este disco, 76:14, crípticamente (muy a la Aphex Twin) titulado con el total de la extensión del trabajo, quienes les hagan acceder al concurrido (en la época) podio de los fenómenos de la electrónica. Podríamos ser simplistas y aludir a la reseña del disco de Pink Floyd de hace unas semanas. Este disco es como si los tres-cuatro minutos iniciales de Shine on you crazy diamond se extendieran por dos caras de un CD. Pausa, estaticidad, carencia de ritmo o ritmo prácticamente inapreciable. Pero capturando ese espíritu de la época de transición que lleva del paroxismo del verano del amor y los ritmos de Detroit a la explosión del chill-out.
Me siento muy raro destacando canciones que están tituladas con números, desnudándolas de cualquier preconcepción que pudiera surgir de añadirles un título como Reloj, Peces  Doncella. En una época en la que, parecía, cualquiera con acceso a un estudio y unos conocimientos básicos de programación pudiera publicar minutos y minutos de variaciones sobre cuatro notas (y llamarlas remezclas y conseguir el público adecuado), Global Communication se elevaron sobre los demás grupos y entregaron una obra maestra de música inclasificable, etérea, rica en aspectos melódicos e intrépida cuando todo el mundo prefería optar por sonoridades más abstractas, el dúo británico, cuyo experimento con los ritmos pausados prácticamente acabaría aquí (su siguiente disco bajo esta enseña sería un maxi de deep house), entregó, casi sin querer, algo que el tiempo, aunque sea a costa de reubicarlo, ha convertido en un clásico.

domingo, 14 de octubre de 2018

Bob Marley and The Wailers: Uprising

Año de publicación: 1980
Valoración: imprescindible

Puede que con otros álbumes haya dudas, y no se trata únicamente de la obvia cuestión del paso del tiempo. Pero todo: la portada, el tono místico de las letras, la inclusión de Redemption song como pieza de cierre nos lo indica. Bob Marley era plenamente consciente de que era muy posible que ese fuera el último álbum que se publicaba con él en vida.
La portad. Puro street-art de poderoso y directo mensaje, que parece sacado de una pared de cualquiera de los barrios de Kingston tenía postrados a sus pies. Un Sol naranja cuyos rayos ocupan la parte superior, emergiendo entre montes, y el artista dibujado de una forma cercana a los super-héroes, torso y pectorales de hierro y los dreadlocks esparciéndose sobre un suelo en el que se entremezclan con lo que parecen ser unas raíces, de las que surge, orgulloso, el título del disco: Uprising. Levantamiento. Una curiosa simetría casi espectacular. El artista alza sus brazos en el mismo ángulo de 45º contrapuesto a las laderas de la montaña, al ángulo en que el pelo se desparrama. Y el Sol sale justo detrás de su cabeza. Detrás de mi, la eternidad de la naturaleza.
La música. Marley había oscurecido todo para Survival, pero seguramente la cosa no estaba para recuperar el tono festivo y el mensaje relajado y vitalista de Kaya. Y para Uprising renunció por completo a la recuperación y puesta al día de canciones de sus primeras épocas. Todo en este disco son composiciones conscientes, maduras. Ya el inicio del disco es portentoso. un rasgueo tímido de guitarra que se prolonga hasta ceder ante la irrupción, pausada, cadente, de la brillante sección rítmica. Coming In From The Cold avisa de que estamos ante un disco, insisto, plenamente consciente y totaliza el espíritu del disco en una sola canción. "Surgimos del frío", "eres tú a quien hablo". Es la primera de una serie de cinco canciones inapelables, que no dispusieron del recorrido en vivo que popularizó muchos de los clásicos de Marley, pero que son de lo mejor de su carrera. Ahí la voz del genio está reposada, dulce, y entronca con esa maquinaria rítmica precisa que le arropaba. Las instrumentaciones son simplemente magistrales, modestas y respetuosas, tomando el protagonismo a base de crear los espacios que el género requería. El trote de bajo punteado por el órgano en We and dem, la importancia de las voces femeninas, ese toque espiritual que se completa aquí y allá. Espiritual en sentido positivo, nada de fatalismo, y solamente la cuenta atrás de Work puede sugerir que Marley se crea por algunos segundos tan importante como para arrastrar a la humanidad en su destino.
Puede que sea osado decir que, para finalizar su carrera, Marley reservara algunas de sus mejores canciones. La cara A, esplendorosa, y en la cara B, que se abre con otra composición icónica: Zion Train, nos encontramos los dos símbolos involuntarios del álbum. La eufórica Could you be loved, (cuyo ritmo sirvió de base para excelentes canciones en la posteridad) y, simbólicamente separada por Forever loving Jah, la archiconocida despedida de la carrera de Marley, Redemption song. Guitarra acústica, voz quebrada, reivindicación racial, Una canción de acampada para las generaciones venideras. Sin ritmo, sin flow, el ídolo desnudo ante su público. Marley dejando otro himno como cierre a su inabarcable obra y como apertura de su interminable influencia en la música del futuro.

domingo, 7 de octubre de 2018

Pink Floyd: Wish you were here


Año de publicación: 1975
Valoración: imprescindible

Queridos lectores. He puesto el autor y el título del disco en el post porque es una pauta de este blog. Pero me hubiera gustado el reto de no poner ninguna información y saber cuántos de los que lean esto tenían suficiente con la portada, obra del colectivo Hipgnosis y emblema insoslayable de la historia de la música, para reconocer de inmediato el disco y evocar sus fascinantes sonoridades.
Aunque haya que reconocer que discos como éste fueron, exactamente, los que generaron la sensación de rechazo y aversión al virtuosismo que representó el punk, y que el que esto escribe ha escuchado y disfrutado muchísima más música generada por la onda expansiva del punk que por el denostado movimiento del rock progresivo (un contenedor donde cupo de todo, desde Jethro Tull a Tangerine Dream). Aunque mis primeros recuerdos de audición de este disco estaban más relacionados con su tufo de psicodelia narcotizante y menos con una degustación serena y exenta de prejuicios. 43 años son muchos, y en términos de música moderna y contemporánea, una auténtica eternidad. Suficientes, en cualquier caso, para aseverarlo: este disco es una puta joya.
Pink Floyd ya eran un mito cuando lo publicaron. Su anterior disco, Dark side of the moon, ostentó (ignoro si aún es así) el record del disco con más semanas de permanencia en no sé que chart de venta de discos. Así que ya eran niños mimados de la industria y todos los recursos estaban a su disposición. Lejana época en que la música estaba gobernada por los grupos del rock sinfónico, con EL&P, Genesis o Yes al frente entregando discos conceptuales llenos de experimentación, solos de toda clase de instrumentos, temas interminables, influencias culturales de lo mas variopintas, y ya no hablemos de las drogas. Las puertas del conocimiento se abrían de par en par y el oyente era un ser pasivo al que había que abrumar. Pink Floyd, además, contaba con el poderoso efecto mitológico del asunto de Syd Barrett. Miembro del grupo que había tenido serios problemas con las drogas psicodélicas y que había abandonado su carrera musical para recluirse en su casa, en la que murió en 2006.
Precisamente a Barrett ("Ojalá estuvieras aquí") dedicaron sus ex compañeros este portentoso álbum. Que gravita casi exclusivamente en torno a un largo tema,  Shine On You Crazy Diamond, que se reparte en dos fragmentos de más de diez minutos cada uno, abriendo y cerrando el disco. Completan el álbum Welcome to the machine, de aires ligeramente futuristas y de voz algo intimidatoria, Have a cigar, inexplicable single, y Wish you were here, como si se encontraran a Nick Drake y decidieran diseñar una canción de hoguera y acampada, con aires folkies y un ligero tono triste.
Pero volvamos a Shine on you crazy diamond. Letra críptica, dirigida directamente a su ex compañero al que añoran y del que muestran cierta compasión, como si la experiencia lo hubiera sacado del mundo de los vivos. Una composición para la posteridad, construida en la base sobre un ritmo de blues (la parte vocal así lo certifica), pero aderezada por toda clase de efectos sonoros que la convierten en una especie de experiencia mística. Un inicio en clave flotante que queda salpicada por exquisitos solos de guitarra celestial y sintetizador evanescente, hasta que el ritmo de blues queda acaparado por cuatro notas de guitarra que se apoderan del oyente como un mantra. Difícil de explicar en palabras el poder de los veinte minutos del tema. Como una especie de epifanía que gana a cada escucha a medida que se capturan matices que podrían pasar por meros trucos de estudio pero en lo que todo encaja. Merece una (muchas) meticulosa audición con auriculares para comprobar la coda sonora que desplaza en el lado derecho mientras un solemne órgano acompaña las partes principales de la canción. La guitarra de David Gilmour muestra cómo uno puede ensamblar una canción dentro de otra, apoderarse del protagonismo y elevar la música hacia la estratosfera.
Por supuesto que este concepto, el del enorme virtuosismo aplicado a una música inicialmente lúdica y falta de pretensiones, sería la ruina al ser llevado al extremo. El punk reaccionó contra todo eso y falta que hacía y excelente que ello ocurriera. Los errores del rock progresivo han sido identificados, reconocidos y hasta purgados. Pero este disco supera todo eso. Es una maravilla y es estúpido negarlo.