Mostrando entradas con la etiqueta años 60. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta años 60. Mostrar todas las entradas

domingo, 29 de mayo de 2022

Astrud Gilberto: The Astrud Gilberto Album


Año de publicación: 1965

Valoración: muy recomendable

La historia de coincidencias por la que Astrud Gilberto acabó desarrollando una carrera como cantante ya es conocida. Y la velocidad a la que los acontecimientos se precipitaron, notable. No pasó ni un año desde que aportara su voz, cálida y sensual pero con obvias limitaciones técnicas, en las canciones de esa biblia del género que fue Getz / Gilberto y ya se enfrascó en la publicación de este primer disco, donde contó con todos los requisitos para convertirse, de inmediato, en otro clásico. Publicado por Verve, sello emblemático de jazz, producido por Creed Taylor (que había aportado gloriosos arreglos) y, por supuesto, con la inestimable ayuda de Antonio Carlos Jobim, que aportó guitarras y la autoría de la mayoría de las canciones, cómo no. Si la bossanova era el estilo en eclosión, darle la espalda era una estupidez.

Gilberto alterna inglés y portugués en las canciones, once en un disco que no llega a la media hora, y prácticamente define el género y se condiciona, claro, su carrera posterior. Cantaría mejores o peores canciones (son sublimes sus rendiciones posteriores de The shadow of your smile o Manha de Carnaval), pero su voz, dulce y perezosa, se convertiría en una especie de marca de la casa e influiría a varias generaciones (desde lánguidas cantantes hasta grupos vanguardistas como Stereolab o Broadcast). El peso del material de Jobim es enorme aquí, y ello representó, a la larga, un lastre para Gilberto, que siempre fue "la chica que cantaba en Girl from Ipanema", pero es absurdo olvidar la relevancia de otras canciones, que aunque solo sirvieran para apuntalar el estereotipo son, pasados los años, eternos clásicos, revisitados por otros artistas pero siempre con la indeleble sensación de que esta era (con permiso de Joao Gilberto) su mejor versión. Canciones sencillas con deliciosos arreglos y melodías indelebles.

El álbum completo, aquí The Astrud Gilberto Album

domingo, 22 de mayo de 2022

Nancy Sinatra & Lee Hazlewood: Nancy & Lee

Año de publicación: 1968

Valoración: muy recomendable

Los 60... Apenas unos segundos instrumentales y la voz de Lee Hazlewood entona el primer fraseo: su diafragma parece estar cuarteado y apunto de romperse. Podéis reíros de la voz agónica de Tom Waits, pero la de Hazlewood no le va a la zaga, parece que acabe de bajarse de un caballo tras atravesar el desierto sin tomar líquido alguno en una semana. Entona, junto a Nancy Sinatra (sí: hija de) el clásico de los Righteous Brothers You've Lost That Lovin' Feelin' que aunque fuera una moda de la época, no me parece una canción que marque el tono del disco. Quizás, por demasiado obvia (aunque hasta la Human Leaguet la versioneara pasados unos años) para lo que tiene que venir. Que es un ejercicio extraño erigido a clásico por el paso del tiempo. 

El disco, once canciones y algo más de media hora, se escinde en dos partes con difusas fronteras: las canciones más escoradas hacia el country más canónico son obvias y casi grotescas: hay algo incómodo y ya completamente caduco en canciones como Elusive Dreams o la ramplona Jackson, casi parodias con aire kitsch que queda compensado con la inclusión de los números más osados, donde se opta por la introducción de elementos pop, que junto a las cuerdas y los fabulosos arreglos, como Summer Wine o al avance reptílico de la mejor canción del disco: Some Velvet Morning, junto a Lady Bird. señales inequívocas del reto interpretativo que supone el LP. No fluye química sexual, o no lo hace de una forma sana y abierta, Hazlewood parece un cazador de recompensas plantado en un estudio, aunque atesora las labores compositivas, Nancy Sinatra actúa como si fuera una pin-up aunque sus formas vocales ya habían llamado la atención y había protagonizado la sempiterna canción de créditos en una película de la saga Bond. Obviamente un disco muy recomendable por su notable poder de influencia y evocación.


domingo, 13 de marzo de 2022

The Zombies: Odessey and Oracle

Año de publicación: 1968

Valoración: casi imprescindible

Seguimos con la serie de escandalosas omisiones: pero ¿la obra de los Beatles, o de los Stones, no es ya suficientemente conocida y halagada por doquier, como para que aquí nos limitáramos a añadir una opinión más?

Probad a escuchar a los Zombies, a este su segundo (y último) LP, una docena de canciones, seis por cara como mandaban los cánones, ninguna de más de cuatro minutos, con una lógica influencia de algunos de los artistas punteros de la época y de sus discos clave. Claro que los Beach Boys de Pet Sounds flotan en muchos momentos del disco, especialmente en algún ritmo trotón y en las armonías vocales, algo limitadas estas por el uso estricto de las cuatro pistas, que pueden dar algún ajustado tono añejo especialmente en el uso habitual (los auriculares estéreo) donde los instrumentos están en un lado concreto, sin overdubs, sin reverberación. Lo cual añade mérito a este modesto trabajo. 

Qué gran sensación con tan poco y cuánta evocación. Sin análisis de mayor calado; esto es pop psicodélico de primera generación, si la colorida portada no miente ni por un segundo y no hacen falta florituras, solos ni desparrame técnico. Claro que no hay muchos grupos que titulen una canción homenajeando un cuento de Faulkner. La música desprende una especie de sensación crepuscular (una cúspide del disco, gracias Tuli Márquez y sus mixtapes, es Beechwood Park, acaparado por un órgano que marca la canción) a la vez que desinhibida en su descaro casi experimental. Hung Up On A Dream muestra tanto futuros movimientos de Blur como de Tears for Fears, sin miedo al cambio de tono y estilo en delicias de dos minutos Maybe After He's Gone, o en I Want Her She Wants Me, en todo momento apreciando la frágil y elegante dicción de Colin Blunstone, excelso cantante poco dado a los excesos y espejo en el que muchos deberían reflejarse. Dejaros de obviedades y escuchad este disco: un viaje a otra época en todos los sentidos.

domingo, 28 de marzo de 2021

Nick Drake: Five leaves left

Año de publicación: 1969

Valoración: imprescindible


Difícil separar este magnífico disco de debut de todo el oleaje de admiración que, posterior a su fallecimiento (Drake, cuya muerte por sobredosis nunca acabó de ser aclarada, es uno de los primeros integrantes del sórdido club de los 26), se produjo de forma paulatina, llegando hasta hoy en que su música es reconocida y reverenciada hasta la saciedad, empaquetada en esa extraña cadena de influyentes e influidos, junto a Tim Hardin, Jeff Buckley o Elliott Smith, todos ellos bajo esa etiqueta de músicos sosegados, otoñales, reflexivos, como si el sacrificio de sus respectivas desapariciones fuera el abono para la calma turbulenta que desprenden sus músicas, como si desde sus respectivas tumbas sonrieran a costa de los tardíos royalties que retribuyen su talento.

Five leaves left, debut de austera portada que sigue recordándome a alguna de las de los primeros discos de Pink Floyd, es un disco de cantautor (guitarra y voz bastarían) enriquecido por la presencia de muchos de los más reputados músicos del sonido Canterbury y, dice que la leyenda que no sin cierta oposición del autor, que prefería un envoltorio más espartano, elevado a la gloria absoluta por la presencia de unos discretos pero precisos, lujosos, deliciosos arreglos de cuerda que lo convierten en clásico de forma instantánea. Y la presencia de otros instrumentos (congas, por ejemplo, en algún momento) convierten el disco y su ámbito sonoro, que eleva canciones que son sencillas, pero que rehuyen la estructura habitual, apenas hay estribillos sino pequeñas codas vocales que se repiten de forma discreta y que dan forma a otra de esas obras unitarias, son 10 canciones como prácticamente marcaban los cánones de la época y las duraciones de las caras de vinilo, en las que el sosiego, quizás ahora es demasiado sencillo definirlo como un sosiego trágico, aflora. Drake usa su voz como un instrumento más, una voz ligeramente nasal, grave, que alarga notas y encaja en su rasgueo de guitarra, que se acomoda sobre las bases y toma un cariz levemente irreal, otro artista (por aquella época Scott Walker también publicaba sus primeras obras maestras y Leonard Cohen iniciaba su carrera) adelantado a su tiempo, capaz de traspasar la epidermis del oyente incluso si no se entienden sus letras, con una música que desprende una melancolía real, nada forzada, de una belleza sonora que aún hoy es abrumadora y sobrecogedora.

domingo, 10 de enero de 2021

The Velvet Underground & Nico

Año de publicación: 1967

Valoración: muy recomendable

Pocos iconos más identificables que el del plátano de la portada, la firma de Andy Warhol (que consta en los créditos como productor del disco, y he leído y no descarto que así sea, que seguramente su papel se limitaba a mirar cómo los ingenieros de sonido manipulaban los botones) que parece oscurecer a la banda, pero no. El disco de debut de The Velvet Underground - llamémosle a partir de ahora por su nombre que nos identifica como gente enrollada, la Velvet, es uno de esos discos habituales en las elecciones que, con cierta frecuencia, actualizan las grandes publicaciones de referencia como mejores XXX discos de la historia (hasta ese momento, lo cual siempre deja abierta la posibilidad de incorporar discos recientes o enmendar errores de bulto en elecciones anteriores). Ahí suele aparecer con frecuencia este álbum, igual que Pet Sounds de Beach Boys, What's going on de Marvin Gaye, o, en las que ya se van reciclando superando cierta sixtyphilia, Ok Computer o Kid A de Radiohead. 

Decir de un disco que es el mejor de la historia (por cierto, lectores, cuál sería vuestra elección*) es mucho decir, tanto por lo tajante de dicha elección como por las propias y personales reglas que determinan esa elección. A uno se le enganchan los discos dependiendo de los momentos, de la capacidad de evocación de la música, de los recuerdos en que ésta se ha incrustado, las veces que se ha escuchado, la presencia de temas emblemáticos, la secuencia, pero también, argumentos favoritos de la prensa y ciertos especialistas, lo que esos discos supusieron en el instante de su publicación: sus aportaciones sonoras, su influencia en las corrientes posteriores, sus hallazgos, a veces, incluso, el hito que supusieron en las carreras de sus autores.

Y estos últimos argumentos son los que pesan a la hora de juzgar este, ya ansiaba decirlo, primer disco de la Velvet. Primero habríamos de ver si sin la excelsa carrera posterior de Lou Reed, sin la más discreta de John Cale, sin todo el halo de glamour que rodeó a Andy Warhol, sin la historia de que ciertas ediciones del vinilo contaban con una cremallera que abría la piel del plátano, sin toda esa conjunción de hechos posteriores, exclusivamente por el contenido sonoro del disco, sería para tanto o no. Otro mito, se vendió un reducido número de copias, pero prácticamente todo aquel que lo adquirió se animó a formar una banda. En fin, leyenda urbana o no, hablamos de un muy buen disco con canciones que, algunas, son tan definitorias de un sonido como virtualmente inescuchables, aferradas a una producción que suena a veces precaria pero también a un corte temático muy propio del NY de la época: el man que espera Lou Reed en I'm Waiting for the Man es el camello que le vende la droga, y el sonido es sucio, casi una tosca pared de sonido que anticipa el punk y el garage y que definiría igual la carrera de los Strokes, unas tres décadas antes, que la monotonía monocorde de los Ramones. Pero antes hemos disfrutado de la melodía cristalina de Sunday Morning , una joya de apenas tres minutos que anticiparía otro puñado de combos, estos más pop, obviamente otro estilo completamente diferente (y me reservo la opinión de en qué estado referente a la adicción se muestra Reed en una y otra canción), las canciones interpretadas por Nico, modelo alemana invitada y estrella del disco, de recursos vocales limitados por no decir nulos, pero que convierte las canciones en pura magia, Femme fatale (que versionearon, por ejemplo, Propaganda), All Tomorrow's Parties(que versionearon, por ejemplo, Japan) y una larga retahíla (acordaos, el disco de publica en 1967) de muestras sonoras que suenan familiares: There She Goes Again anticipa a los Smiths, ya sabéis que canción, Venus in Furs (con su, parece, sitar y su aire marcial) a toda la escena gótica,  y podríamos seguir y deberíamos mencionar que el pandemónium sonoro que cierra Heroin es de dura digestión, al igual que el tema que cierra el disco, European Son, y que Run Run Run queda bastante justita como homenaje al sonido surf, y parece demasiado country para el sonido áspero y urbano que gobierna el disco.

Pero desde luego es un disco colosal, desde luego abrió vías ignotas y desde luego hay que escucharlo y casi hay que tenerlo. Luego el tiempo es el cruel juez del que siempre se habla: tú sabrás cuántas  veces lo escuchas, y si formas una banda tras su escucha, o si decides optar por el lado salvaje empujado por sus letras.



* La mía es Felt mountain de Goldfrapp, ya que estamos. Y por causas tan privadas y personales que no tiene el mínimo sentido mencionarlas.

domingo, 29 de noviembre de 2020

Francis Albert Sinatra & Antonio Carlos Jobim

Año de publicación: 1967

Valoración: imprescindible

El simple hecho de que Frank Sinatra optara por su nombre completo, como dando un comedido paso atrás para no restar protagonismo a Tom Jobim, ya es revelador. Los dos músicos se profesaban una admiración mutua que bordeaba la veneración y cualquier atisbo de competencia que pudiera afectar al resultado de su colaboración quedaba, con este gesto, descartado. Las fechas cuadraron y los músicos pudieron abordar la grabación de lo que, no podía ser de otra manera, resulta ser un extraordinario disco, una aportación instantánea al Olimpo de la música sin adjetivos, un referente sonoro e incluso estético que se traduce en placer, en elegancia, que destila una atemporalidad impropia, un disco que ya ha cumplido medio siglo y cuyos dos protagonistas, ambos fallecidos, añadieron a su lista de magníficos hitos. 

Por supuesto, Sinatra no renunció a interpretar y hacer suyas de forma rotunda algunas de las muchas canciones de Jobim. Corcovado, Girl from Ipanema o Dindi parecen tomar un puente aéreo Rio de Janeiro-NY y se ensamblan con una perfección que deja sin respiro. El fraseo de Sinatra se incorpora como si esos clásicos se hubieran compuesto pensando también en él. Los arreglos de cuerda, la grabación donde se aprecian los dedos de Jobim acariciando la guitarra, la percusión discreta y precisa. Todo destila un porte que es a la vez añejo o clásico y descaradamente atemporal. Lejos de intentar hacer un calco de otro glorioso disco (Getz/Gilberto), Sinatra decide aportar material alejado de lo brasileiro y sorprendentemente, este resulta encajar de forma tan sublime que nos cuesta distinguirlo del aportado por Jobim. Change partners, extraído de un clásico cinematográfico de Bing Crosby, o I concentrate on you parecen haber sido arrastrados por las costas del Atlántico y desprenden la misma calidez tropical que el material al que acompañan, no desentonan en absoluto.

A ello añadamos el evidente glamour del proyecto, el aura que desprendía Sinatra era abrumadora al lado de la sencillez y la modestia de Jobim (que, desde luego, vocalmente era mucho más limitado), pero Sinatra, elegante incluso haciendo algo que ahora tanto nos sorprende como fumar en plena interpretación, nos obliga a recurrir al tópico y la música, tan grande como esta, obra esa magia, la de mostrar a dos genios absolutos en sus campos respectivos congeniando como si fueran compañeros de colegio: los seis minutos y medio de este medley lo atestiguan. Incluso para los alérgicos a la nostalgia estas imágenes provocan una especie de añoranza, una especie de rabia por no haber podido convivir en el tiempo con momentos, que a lo mejor, oye, es saudade.

domingo, 20 de enero de 2019

The Beach Boys: Pet Sounds

Año de publicación: 1966
Valoración: imprescindible

Indagar sobre las razones por las que ciertos álbumes clásicos de la historia de la música son encumbrados en las sucesivas listas definitivas de los mejores discos de la historia resulta estimulante, pero a veces también, un poco frustrante. Cierta sensación de estar perdiéndose algo cuando uno no acababa de tener el mismo entusiasmo hacia esos discos, como una impotencia difícil de definir sobre la capacidad sensorial propia. 

Por suerte, la genialidad acaba encontrando su curso entre el escepticismo, la insensibilidad, la ignorancia, llamadle como queráis, y este es el caso de Pet Sounds, álbum con el que me hice ante el aluvión (aún persistente) de sitios y publicaciones que lo consideraban el mejor disco de la historia y que tardé algún tiempo en comprender de forma definitiva, proceso irreversible que esta reseña puede cerrar.

Porque, para empezar, hay que situar el disco en el contexto del año de su edición, con un mundo polarizado por la dicotomía Beatles/Stones, y con un grupo estadounidense y de intención estadounidense, que había acumulado discos que parecían monopolizados por estereotipos propios: el surf, California.

Y Pet Sounds representa un desmarcaje de ese sonido y de esas temáticas. Incorporando las técnicas vocales propias de sus anteriores trabajos, pero con un sonido elaborado, innovador, sin miedo alguno a la incorporación de instrumentaciones o arreglos ajenos al universo sonoro que acaparaba la producción musical de la época. Vientos, cuerdas, nulo protagonismo de los códigos sonoros del rock: no oirás un solo de guitarra ni un redoble de batería. Esto es pop barroco tal como eso podría interpretarse en aquella época. 
Por supuesto, nada de eso se sustentaría sin la aportación de unas composiciones con muchos visos de asomarse a la eternidad. Wouldn't It Be Nice, armonías vocales, cambios de melodía, tono algo melancólico, inauguraba una serie de composiciones excelsas donde los arreglos suntuosos ayudaban a identificar capas a cada escucha, y que mantenían ciertos aires de referencia a los hits surferos, pero aportándoles una cohesión propia de un álbum antes que de hits rodeados de material de relleno.
Claro que las voces continúan ahí, pero los aires son más maduros, más contemplativos, como si el grupo estuviera absorbiendo otra clase de sonidos y quisiera organizar su particular Kid A.  Sloop John B confirma esa especie de sentimiento crepuscular, que ha tomado cuerpo ya en la segunda canción You Still Believe In Me, con los arreglos orquestales haciéndose fuertes en las canciones, edificando el mito del disco como un obvio adelantado a su época. Apenas cuarenta minutos de música cuyos ecos resonaron por décadas. (34) Let's Go Away For Awhile adelanta prácticamente en sus escasos dos minutos toda la oleada lounge que explotaría más de tres décadas más tarde (Air debieron metérsela en vena mientras grababan Moon Safari) y no es difícil encontrar ecos de God Only Knows en elementos tan dispares como hits de Alaska y Dinarama o la discografía de grupos como Stereolab o Broadcast.
En resumen, un disco extraordinario con la capacidad de superar a cada escucha y pegarse al cerebro; el surf se acabó, creo que dijeron, y Brian Wilson y sus adláteres se las vieron y se las desearon para superar ese hito.

domingo, 25 de noviembre de 2018

Antonio Carlos Jobim: Wave

Año de publicación: 1967
Valoración: imprescindible

Honestamente he de reconocer que, incluso cuando llevaba algunos años como aficionado a los sonidos brasileños, no supe de este disco hasta que leí una entrevista con unos de los bartleby musicales, Kruder & Dorfmeister, donde lo mencionaban de una forma curiosa: habían aprendido ciertas técnicas de guitarra a base de practicar con las partituras de este disco. Años más tarde, alguien me comentó que la bossa-nova como estilo requería una cierta pericia en sus partes para este instrumento.
En 1967, Antonio Carlos Jobim ya era un mito. El material compositivo que había sido usado en el imperecedero Getz / Gilberto debía procurarle fama y royalties y podría, eso hizo, dedicarse con total libertad a encauzar su creatividad hacia donde quisiera. Sus composiciones clásicas estaban ahí, y no tenía más necesidad que la puramente artística. Sin ir más lejos, en ese mismo año se publicó su álbum a medias con Frank Sinatra
Wave se aleja algo de ese material. Solo una canción contiene partes vocales, del propio Jobim, como Joao Gilberto, cantantes de poca técnica pero ajustada a los requisitos de una música que no precisaba alardes y gorgoritos. La dicción no tenía que ser depurada, en el fondo las letras eran apenas mensajes universales susurrados en un entorno de perezosa saudade, la banda sonora perfecta para una tarde relajada a la sombra mirando como la gente retozaba en la arena de una última semana de septiembre. 
Jobim no tuvo la culpa de como parte de esa música se neutralizó en conceptos comercializables como el chill-out, el lounge o el easy-listening. Pero está claro que alcanzar a las masas conlleva ese riesgo. Wave es, en el fondo, un disco de jazz. Lo publicó el sello A&M pero cualquiera diría que sí a gritos si le afirmaran que en realidad fue Verve. Trampa; su productor, Creed Taylor había salido del clásico sello de jazz y se había apresurado a contratar a Jobim para grabar esta maravilla. Y su media hora escasa resulta, a primera y distraída escucha, hasta plana y monótona. Por eso hay que oírlo detenidamente, despojándose de otras distracciones y preconcepciones, prestando atención a esa producción ligeramente añeja pero aún inmejorable. El arranque de guitarra y flauta de Wave, la canción, con el piano tomando rápidamente las riendas de la melodía, con un aire de improvisación y sus puntuales regresos a la melodía. Las contestaciones de la sección de viento, el tono añejo de las cuerdas punteando con sus contramelodías. Triste, otra vez piano con una melodía pegajosa arrebatada por la trompeta. Mojave, increíble arranque protagonizado por la flauta. Dialogo, concebida como eso, un vaivén entre instrumentos, un arrullo que las cuerdas se encargan de finiquitar. Antigua, que incorpora lo que parece ser un clavicordio que arrastra toda la canción hacia un lugar tranquilo y feliz del que no querremos volver. Solo Captain Bacardi (pero hay un título más adecuado) se permite cierta licencia festiva, cierto toque perezoso (todo el disco desprende esa sensación: la de que se está mejor escuchando esto que haciendo cualquier otra cosa) y un arranque más relacionado con la samba o hasta con el jazz de big-band.
En fin: el disco está disponible para su escucha íntegra en Youtube. Historia viva de la música, cincuenta años después, no sé a qué esperáis.

domingo, 19 de noviembre de 2017

Michel Polnareff: Love me please love me

Año de publicación: 1967
Valoración: Casi imprescindible

Ya he comentado en alguna reseña de “Un libro al día” que el mítico programa de Radio 3 “Flor de pasión”, presentado por el no menos legendario Juan de Pablos, ha sido parte fundamental de mi educación sentimental. Así que a este EP de Polnareff, como a tantos otros discos y artistas franceses de la época, también llegue gracias a aquellas madrugadas "florapasionadas" de mediados de los 90.

Pero vayamos con Michel Polnareff. Nacido en 1944, de padre ruso y madre francesa, y con un aspecto de lo más llamativo (en la época del “Love me please love me” lucía una melena rubia al estilo del príncipe de Beukelaer), gozó de una enorme popularidad a mediados de los 60 gracias  a un primer disco en el que se podían escuchar maravillas como  “Love me please love” o “La poupée qui fait non”. Por desgracia para él, aquel éxito no volvió a repetirse, al menos a ese nivel, pese a seguir en activo hasta la actualidad.

En cuanto al EP que nos ocupa, que pude encontrar un domingo por la mañana del siglo pasado en la Plaza Nueva de Bilbao, consta de tres canciones.

En la cara A está la canción que le dio su mayor éxito: “Love me please love me”. Y no me extraña porque es una verdadera joya.  Los primeros veinte segundos de la canción dan el tono de la misma. Una introducción al piano por el propio Polnareff, gran pianista y mejor compositor, que da paso a una preciosa melodía, romántica hasta la extenuación, acompañada de unos exuberantes arreglos cortesía de Charles Blackwell y de la excelente voz de un Polnareff absolutamente desatado, especialmente cuando canta “Love me, please, love me. Je suis fou de vous…”

Abriendo la cara B nos encontramos con otro tema de corte romántico: “L’amour avec toi”. Pese a compartir tono sentimental con “Love me please love me”, se trata de un tema con mucho más POP ( más directo, menos sobrecargado) y con una letra mucho más explícita que el anterior. De hecho, frases como esta le trajeron al bueno de Polnareff serios problemas con la censura:

Il est des mots qu'on peut penser
Mais à pas dire en société
Moi je me fous de la société
Et de sa prétendue moralité
J'aim'rais simplement faire l'amour avec toi

Más allá del aspecto reivindicativo de la canción, se trata de un tema precioso que podría haber sido cara A de cualquier otro disco.

Cierra el disco “Ne me marchez pas sur les pieds”, un tema mucho más “rocanrolero” que los dos anteriores, mucho más acelerado, pero a años luz de las dos joyas anteriores. Es por culpa de este tema que la valoración del disco se queda en un “Casi imprescindible". 

En cualquier caso, variadísimo y precioso EP que lanzó merecidamente al estrellato a un gran cantante y compositor que tuvo la mala suerte de compartir generación con Gainsbourg, Johnny Hallyday, Fracoise Hardy o Sylvie Vartan, entre otros.

domingo, 8 de enero de 2017

Getz / Gilberto


Año de publicación: 1964


Valoración: imprescindible

Millones de consultas de dentistas, ascensores, cadenas de hilo musical para aeropuertos y salas de espera, cantantes de medio pelo, con escaso bagaje técnico, dedicados a amenizar decadentes veladas en hoteles de costa, o restaurantes con pretensiones de elegancia,  deberían estarle agradecidos a este disco. Porque parece que les demostró que todo podía ser sencillo.
La cuestión no puede ser más casual, a la par que idílica. Los sonidos brasileños ya habían empezado a penetrar en el gusto occidental por la música popular. Hablamos de 1964, y el mundo estaba muy pendiente de cuatro muchachos de Liverpool. En el otro lado del Atlántico un saxofonista procedente de la escena jazz se aliaba con un cantante y guitarrista de aspecto serio y anónimo, Joao Gilberto, que solamente sabía cantar en portugués, sobre todo algunas de las deliciosas piezas breves que componía Antonio Carlos Jobim. Seguramente, y menos cuando invitaron (o el mito dice que fue así) a Astrud Gilberto, esposa de Joao, a cantar, por el mero hecho de que sabía inglés, en ningún momento debieron pensar que estaban concibiendo 35 minutos (en ocho canciones) de música que influiría en el futuro. 
Porque hay que proclamarlo. Sin Getz/Gilberto no existirían muchas cosas. Stereolab, Sade, el sonido chill-out (el bueno y, ejem, el deleznable), Everything But the Girl, la transformación de Paul Weller para los primeros discos de The Style Council.
La capacidad de seducción de este disco es inmediata. Imposible no reconocer canciones como The Girl from Ipanema. Corcovado o Desafinado, destinadas irremisiblemente a ser clásicos, y a ser objeto de versiones que, casi siempre carecían de la magia, la sutileza y la perfección con que se presentaron en este disco. Imposible no dejarse transportar por esa música que te arrastra a la placidez de una playa o de una terraza en un paseo marítimo. Con cadencia y sensualidad, con esa tonalidad tranquila y nostálgica. Un disco que parece sencillo en su concepción: alternar protagonismo vocal e instrumental, dejar fluir melodías conducidas por voz, por piano, por saxo y, combinadas con ese ritmo perezoso, guitarra, contrabajo y batería en omnipresente segundo plano, y dejar que todo quede impregnado por esa fascinante aura. Rodearlas de músicos técnicamente impecables, en picos de inspiración. Mencionados los clásicos incontestables que hicieron de este disco un éxito comercial en un estilo tan poco habitual de las listas de éxitos como el jazz, constatar que no hay un solo segundo de relleno, que canciones no tan conocidas, como O Grande Amor o Vivo Sonhando son obras maestras inapelables de la música universal, y este disco un absoluto imprescindible para cualquiera.
Las carreras posteriores de todos estos músicos quedarían marcadas por este incontestable trabajo canónico: Jobim, responsable compositivo de la gran mayoría de estas maravillas continuaría marcando cotas del estilo como el extraordinario Wave (1967), y ese mismo año demostraría al mundo lo alto que su música se elevaba, grabando un LP entero con Frank Sinatra.