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domingo, 6 de febrero de 2022

Tom Waits & Crystal Gayle: One From the Heart, OST


Año de publicación: 1982

Valoración: muy recomendable

Funny facts (o no tanto): el estrepitoso fracaso en taquilla de One from the heart - la película - hundió a la productora de Francis Ford Coppola hasta llevarla a la bancarrota. No sé si la eterna y merecida veneración por The Godfather le ha aliviado tan tensa situación.

Claro que el hombre no reparó en gastos y alguno de esos fajos de billetes fueron al bolsillo de Tom Waits, en el momento artista de culto y elevado aquí a protagonista con sus composiciones en lo que es un magnífico score original en el que Tom Waits parece cantar al estilo clásico, al menos más de lo que se esperaría de él, aquí Waits simplemente parece un crooner que ha pasado una mala noche y ha hecho gárgaras con claras de huevo unas horas antes de grabar. 

Material primoroso, de aires nocturnos como la película a la que presta respaldo, marcado, cómo no, por el despliegue de medios de producción. Instrumentales inspirados, baladas torturadas a las que Crystal Gayle, cantante de country, aporta contrapartida dulce y modulada, una tonalidad muy de la época aunque no exactamente discordante (para nada es Céline Dion, por ejemplo) pero que en todo caso se solidifica en canciones disfrazadas de clásicos desde sus primeros compases y, como la película dentro de la filmografía de Coppola, relegada a menudo cuando se contempla en su conjunto la obra del músico estadounidense. En su caso, se encuadra en el período intermedio entre su etapa de pianista de bar devastado por el bourbon (Blue Valentine) y su trasvase a las calles encumbrado en Swordishtrombones, justo a medida que estrellas del rock fueron apuntando su nombre como influencia. Y Waits se entrega con confianza e incluso modestia, su música siempre ha sido más narrativa en tercera que en primera persona.



domingo, 19 de septiembre de 2021

VVaa:Natural Born Killers, OST


Año de publicación: 1994

Valoración: muy recomendable

Aunque Nine Inch Nails me parecen insoportables, he desarrollado cierto respeto por el criterio de Trent Reznor. La banda sonora de Natural Born Killers, exceso cinematográfico tan fascinante como irregular de Oliver Stone, viene a confirmar, como uno de sus primeros trabajos al margen de la carrera del grupo, que su criterio como selector era diferente y que se regía por un abanico de eclecticismo muy notable.

Porque la secuencia sonora toma vuelo incluso al margen de que pueda ser un complemento para las imágenes de la película, y se constituye en una experiencia sonora por sí misma, lejos del pastiche en que podría convertirse, la inclusión de breves diálogos y el enorme rango sonoro le dan un espíritu de mixtape seminal, prácticamente de presentación de material, y aunque también presente algún altibajo, siempre nos referiremos a la película para explicar que ciertas escenas solo son concebibles con cierto aderezo sonoro. Ahí Reznor siempre acierta. Envuelve el score entre dos canciones aparentemente solemnes de Leonard Cohen: Waiting for a miracle como entrada, una isla de calma y contención, The Future como final, un tema algo más dinámico que parece advertir al espectador de aquello que ha vivido. Una especie de alegato violento y alocado. En medio, Reznor mete de todo, sin tapujos ni el mínimo sentido de la contención. Hay folk y country clásicos a más no poder, que incorporan a Bob Dylan y Patsy Cline, hay apelaciones a la escena de New York con Patti Smith y los Cowboy Junkies versionando de forma fascinante a Lou Reed. Las L7 aportan contundencia grunge.
Pero también hay extraños temas de artistas casi desconocidos (fascinante A.O.S. en History repeats itself ) y aportaciones ya fuera de todo lo previsto: Peter Gabriel, Barry Adamson - que aquí aporta su música a una película tras pasar media vida aportando música a películas inexistentes - y hay incluso rap en un momento en que esta música aún no estaba asimilada fuera del entorno exclusivamente racial, que aporta caos a las escenas de mayor pandemónium. Una selección que puede ser chocante e incluso algo agresiva pero que representa perfectamente la esencia de las imágenes a que da soporte.



domingo, 14 de febrero de 2021

Angelo Badalamenti: Cousins- OST

Año de publicación: 1989
Valoración: muy recomendable

Angelo Badalamenti tendrá siempre su nombre asociado de forma indeleble al de David Lynch: como compositor de la música de muchas de sus películas y, por encima de todos de la música de la icónica e influyente (en grado superlativo) serie Twin Peaks. Siempre, en los trabajos para Lynch, ajustado a ese tono a medias entre lo melódico y lo trágico. Pero sus obras para otros directores no son, desde luego, nada desdeñables y dicen mucho de su maleabilidad como músico y su capacidad de adaptación al soporte visual. Cousins, la película, dirigida por Joel Schumacher (prolífico director con variadas aportaciones a la historia de la época) fue una indescriptible comedia de tonos algo canallas pero elegantes sobre una reunión familiar (la típica que se desenvuelve en los jardines de alguna casa de los estados más pudientes de los USA) que se desarrolla en medio de escarceos amorosos. Fue estrenada con el oportuno pero algo forzado título de Un toque de infidelidad, contaba con Ted Danson (archiconocido por aquella época por Cheers) y Sean Young (ídem por Blade Runner) y era una película amable y un poco memorable, aunque fuera por la banalización carnal y esas cosas. Por cierto, excelente fotografía la de la portada, casi un mapa posicional de la trama y una de esas imágenes icónicas.

Badalamenti firma una de sus obras maestras en un tono cercano al pop, digamos que toma los tonos levemente italianos o afrancesados de algunas partituras de Morricone y los hace suyos aportando música que podríamos llamar "ligera" pero que es un acompañamiento ejemplar. Al  modo clásico, se permite iniciar con un Overture que funciona como un medley de todos los desarrollos melódicos por venir: lirismo contenido y un tono algo frívolo le van como anillo al dedo y ajustan el tono, con títulos para los temas tan acertados como Adulterer`s blues y con coqueteos con baladas hinchadas de cuerdas, delicados temas al piano, fanfarrias desbordantes de vientos, alguna espontánea aportación vocal, en fin, apenas cuarenta minutos de música que materializan su inagotable inspiración y toman vida propia incluso alejadas de sus imágenes, las de una película menor pero más profunda de lo que podía parecer. Badalamenti toma de aquí y de allá, elige instrumentaciones más convencionales que en algunos otros trabajos (aquí no hay atmósferas turbias saturadas de teclados, por ejemplo) pero se encarga de que cada una de las melodías se incruste en nuestra memoria.
Veneremos a este hombre en vida, por favor.

domingo, 9 de febrero de 2020

Semana del Cine, Spin-Off. Themeology. The Best of John Barry


Año de publicación: 1997

Valoración: imprescindible

Esto de que un blog literario dedique una semana al cine tiene sus cosas. Me ha dado por imaginar algo que difícilmente existió: una enemistad entre John Barry y Ennio Morricone. Basada en los típicos asuntillos de egos artísticos, indignados porque uno fuera tenido en cuenta para algún proyecto de relumbrón, los ví asistiendo a una gala de entrega de premios, situados estratégicamente por los organizadores en mesas alejadas, poniendo cara de póker cuando el otro se levantaba a recoger algún galardón.
Supongo que afortunadamente no fue así. Lo espero, vamos, porque siempre he concebido a los grandes compositores de música para películas como tipos amables, anónimos, meticulosos y geniales con un smoking guardado en el armario para cuando tenían que mezclarse con ese mundo de farándula en el que pretendían no encajar. Arrinconados por los puristas de la música alternativa y ninguneados por el elitista cosmos de la música clásica. 
Pero el mundo anda con paso firme y hace décadas hacia el mestizaje. No es que haya hecho que ese colectivo (el que incluiría a Mancini, Badalamenti, Shore, Schiffrin, Herrmann, Zimmer y otros muchos) sea más conocido. Cuesta mucho ponerles cara. Pero sí que ha actuado hacia el lado correcto. Hemos visto cine y hemos asumido el sonido que le ha acompañado. Hemos dejado que escenas e imágenes queden indisociadas de la música que les prestó respaldo. No solo las cuerdas acompasadas con la mano de la madre de Norman o el silbido acompañando a Darryl Hannah por el pasillo del hospital. La música concebida para acompañar a imágenes puede volar por sí sola y ya ha habido compositores para películas que no han existido.
Es decir: de la gloriosa obra de John Barry he de decir que solo recuerdo haber visto unas cuantas películas de James Bond y dormido a gusto en la platea mientras proyectaban Memorias de África. Pero no me hace falta sincronizarme con nada para apreciar el escandaloso (e influyente) tema para The Ipcress file, que seguramente era una discreta película policial protagonizada por Michael Caine y con alguna implicación con la guerra fría. O saborear los aires de melancolía pop del tema para Midnight Cowboy. O recordar los esplendorosos dos minutos que abrían cada capítulo de Los persuasores. Barry compuso clásicos instantáneos ajenos al éxito o al taquillaje de las películas que los acompañaban. Ganó 5 Oscar, y en alguno de ellos se le derramó el tazón de azúcar. Compuso el tema de James Bond e hizo que todo el mundo pensara que nadie podía cantar mejor que Shirley Bassey. Grabó una obra maestra para anunciar un champú. John Barry falleció en 2011 y su obra influía ya entonces y sigue haciéndolo. Recopilatorios como este, incluso algunos más exhaustivos y ambiciosos, deberían lucir en estanterías al lado de grandes obras maestras de pop y rock. Aunque su autor no haya salido en ningún video clip.

domingo, 10 de diciembre de 2017

Ry Cooder: Paris, Texas

Año de publicación: 1984
Valoración: Imprescindible

Este curioso año de 2017 ha sido, entre otras muchas cosas, el de ciertas pérdidas irrevocables. Una de ellas, quizás menos trascendente para mucha gente, pero no para la memoria sentimental de quien esto escribe ha sido la del gran (quizás debería ponerlo entre comillas) actor Harry Dean Stanton, el Luis Ciges norteamericano. Gran aunque peculiar actor, sin duda, pero por lo general relegado a papeles secundarios en cientos de películas (hagamos memoria: tuvo el honor de ser el segundo tripulante del Nostromo que se cepilla Alien en la peli original). Que yo recuerde, tan sólo en una cinta tuvo la oportunidad de lucirse en un papel protagonista... una sola película, sí, ¡pero qué pelicula! Voilá, mesdames et messiers: Paris, Texas, dirigida por Wim Wenders, con guión nada menos que de Sam Shepard, y Palma de Oro en el Festival de Cannes de 1984. En ella, HDS interpreta  a Travis (por cierto, adivinen de donde viene el nombre de la banda escocesa), un amnésico extraviado en la frontera texana que es rescatado por su hermano y trata de reconstruir su memoria y su vida perdida durante los últimos años.

Para una historia de un carácter tan melancólico y con un lirismo acentuado -a destacar, además del trabajo de los actores, los magníficos paisajes desérticos-, el director alemán Wim Wenders confíó la banda sonora a uno de los, sin duda, mejores guitarristas de su generación, y, de manera aún más indiscutible, un maestro de la slide-guitar, el californiano Ry Cooder, que ya había compuesto un par de bandas sonoras en películas de Walter Hill -las magníficas The Long Riders y Southern Comfort-, director con el que seguiría colaborando aún muchos años. Cooder, para quien no le conozca (!) es, además de un gran guitarrista, un auténtico explorador de la música popular, que ha rescatado y reinterpretado no sólo tesoros del blues, el country y el jazz, sino también de la música mexicana -por la que tenía bastante querencia en aquellos años-, hawaiana, africana y cubana; de hecho, su otra colaboración con Wenders es el maravilloso y célebre documental Buena Vista Social Club. Ry Cooder, por si a alguien le quedaban dudas, se ha convertido hace tiempo en una leyenda de la música.

Para esta banda sonora, Cooder optó por un enfoque minimalista: poco más que su guitarra doliente, que refleja a la perfección no sólo los paisajes desolados de Texas o la soledad que se puede sufrir en una gran ciudad como ciudad de Los Ángeles, sino sobre todo el alma torturada por el desconocimiento y el remordimiento por su pasado perdido -o por el remordimiento de no conocer- que siente Travis. Un minimalismno, trazado con los elementos justos, apenas nada más que el tubo de metal deslizándose sobre las cuerdas de la Stratocaster, que sentó cátedra. un precedente, casi un nuevo paradigma para muchas bandas sonoras de películas a partir de ese momento. Aunque no sólo hay slide-guitar en esta banda sonora: como contrapunto, también encontramos la delicadeza nostálgica de la Canción mixteca, un clásico oaxaqueño compuesto por José López Alavez e interpretado aquí por el propio HDS -quien, además, tocaba también la guitarra en The Harry Dean Stanton Band-; trenzada luego en el corte I knew these people con la conversación que mantienen HDS y la deslumbrante Nastassja Kinski en la cabina de un peep-show (casi nueve minutos oyendo de regalo la maravillosa voz de Stanton).

Una banda sonora, en suma, magnífica, emocionante y diferente a lo que se hacía en aquellos años 80, en las antípodas de los John Williams o Jerry Goldsmith que triunfaban  entonces (lo que tampoco va en demérito de éstos, claro), sin duda, una buena manera de acercarse a la obra de uno de los grandes músicos norteamericanos de los últimos 70 años... bueno 67, pues Cooder comenzó con la guitarra a los tres años... desde luego, podríamos decir que ya se nota, aunque también es cierto que cualquier otro que hubiese hecho lo mismo posiblemente no le llegaría ni a la suela de los zapatos; a veces, para ciertas cosas, es necesario ser un genio.