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domingo, 1 de septiembre de 2019

João Gilberto: Chega de Saudade

Año de publicación: 1959
Valoración: imprescindible

Igual que con  Scott Walker, me enteré del fallecimiento de João Gilberto a través de un Tweet. En este caso concreto, un Tweet de Diego A. Manrique, sempiterno periodista musical de impecable gusto, por lo general.
De Gilberto bien poco sabía últimamente: es uno de esos héroes musicales que simplemente se hace mayor y deja de mostrarse a los focos. Sé que se enfadaba con el público de uno de sus recitales en Barcelona cuando, desde la platea, la intimidad de su parca presentación, silla o taburete, guitarra acústica, voz siempre contenida, era vulnerada.
O sea, que, como todos seguramente acabemos siendo, Gilberto ya era un anciano algo gruñón con escasa tolerancia hacia los demás, por mucha admiración que le profesaran. Admiración justificada. Levanten la mano (la mayoría no podrán hacerlo obviamente) aquellos a quienes se haya atribuido la "invención" de un género musical. No de un subgénero de cierta corriente electrónica pergeñado por la incorporación de un instrumento raro a algo ya conocido. De todo un género.
Pues eso: Gilberto puso la bossa nova en el planeta y este álbum, en su concepción original apenas una decena de canciones con una duración total de menos de 25 minutos, es su piedra fundacional. Luego ya sería sofisticada al máximo y envuelta en los suntuosos y estratosféricos niveles de Getz/Gilberto, que por algo fue el segundo disco reseñado en este blog y a mucha honra. Pero los parcos y modestos inicios del género (incluyendo la portada: donde Gilberto parece fotografiado en los descansos de un eventual trabajo de recogepelotas en algún club de tenis de Rio de Janeiro) están aquí, bajo esa producción casi monoaural. Guitarra, voz, alguna cuerda o viento (el disco arranca primoroso entre acordes de guitarra y flauta) o percusión apuntada por debajo, para qué hace falta más, así es la perfección, así es la rosa. Una voz a veces temblorosa, alejada de estridencias o de cualquier alarde técnico, que suena cercana, melancólica y perezosa, suena exactamente como lo haría la de un amigo que deja la copa, se levanta de la mesa e improvisa cualquier canción sin pretensiones.
Pero algo franqueó esa barrera: algún ejecutivo de la entonces prominente industria musical, algún viajero que cargara con discos en su maleta. La bossa-nova, esa especie de samba congelada y desnudada de toda urgencia física, surgió ahí. Su cadencia, su ritmo, su innegable tono de relajación y fluidez sensorial. No merece la pena destacar canciones: solo 25 minutos ya permiten adivinar la presencia de melodías que parecen haber estado siempre ahí.


domingo, 26 de noviembre de 2017

Miles Davis: Kind of Blue


Año de publicación: 1959
Valoración: imprescindible

Hará unos doce o quince años, cuando la actual eclosión de series televisivas empezaba a producirse al amparo, sobre todo, del canal HBO y de series totémicas como The Sopranos o The Wire, recuerdo haberme enfadado bastante cuando contemplé uno de esos arquetipos que suelen dar tanto asco.
Salía en un episodio de Sex and The City, cuando uno de los novios de turno de la sempiterna Carrie Bradshaw resultaba ser un fanático del jazz. El personaje era descrito con una simplicidad y una catarata tópica de tal nivel que me ofuscó: sombrerito (no recuerdo si Borsalino), espíritu bohemio, pose alucinada, locura por el vinilo y su añejo sonido, parafernalia en su apartamento que daba testimonio gráfico de su obsesión.
Y recuerdo que, en aquellos speech tan clásicos de los finales de capítulo de la serie, Carrie Bradshaw justificaba el final de la relación por preferir la "simplicidad de una melodía pop". O quizás dijo de un estribillo.
Hoy no voy a reseñar el disco que da título aquí ni voy a hablar del antes y el después del artista o del sonido del jazz ni del cambio que, he leído, Davis supuso para la rigidez del jazz, y como no se conformó con revolucionarlo una vez, sino que lfo hizo varias. 
No voy a reseñar el disco porque sería muy petulante (aún más de lo que suelo serlo aquí) aparentar conocer toda la historia o tan siquiera una parte sustancial de una música que es una manifestación cultural de tal alcance que a veces me da vergüenza que, como la música clásica, cierta corriente snob se haya adueñado de ella y la use de forma excluyente para alardear de grabaciones extrañas y de tomas desconocidas y de equipos de Hi Fi con altavoces por encima de los 3.000 euros. No creo que esa fuera la intención de los músicos que entregaron su vida a ella. Lo que hay que hacer con Kind of Blue, una tanta de las cúspides de la obra del trompetista, es ponerse el disco y disfrutarlo sin la intención de memorizar sus melodías o esperar sus mejores momentos. Aquí está Davis y está Bill Evans y está John Coltrane, un sueño húmedo para los gouteurs y una santísima trinidad que se alterna en los solos, en el protagonismo sonoro, mientras una esplendorosa sección rítmica aporta ese ritmo elegante y perezoso que es tan difícil como inútil intentar describir, tan estúpido como injusto destacar este o ese momento, porque este disco es historia irrepetible de la música, objeto de veneración y de estudio y de intento de imitación tantas veces, y no tiene sentido empeñarse en las palabras buscando definir lo que solamente puede ser transmitido así.