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domingo, 20 de junio de 2021

Andrés Calamaro: Dios los cría


Año de publicación:
2021

Valoración: se deja escuchar

Empiezo aclarando que no reseñaría este disco de Andrés Calamaro si ello no representara una coartada para aportar alguna opinión propia que complemente la excelente reseña que Iván Repila regaló a este blog sobre el disco de C Tangana.

Porque Calamaro pareció no conformarse con el repentino e inesperado regreso a la actualidad que representó su aportación en el disco. Aunque lo hiciera con Hong Kong, indigna canción rellena de estereotipos líricos y sonoros, mal cierre para un disco excelente, una canción repleta de todos los tópicos que parecen  cumplimentar al personaje del autor argentino hasta elevarlo (ejem) al límite de la autoparodia: vicios, rock'n'roll, vida golfa, gafas de sol a medianoche. Calamaro aprovecha la fama que le otorga el Pucho y se lanza con un proyecto que llevaba tres años de preparación, y que es nada más y nada menos que un auto-homenaje a su repertorio propio a base de dúos con artistas que ha captado, en su mayoría, del más absoluto mainstream de la música en español. Tan mainstream que servidor ha tenido que tragarse más de un sapo para no usar el skip ante colaboraciones con auténticos figurones de la música más descaradamente comercial, y me parece lamentable que Calamaro haya echado de mano casi más de postureo que por otra cosa. Aún así, he de reconocer que ha habido momentos en que la tentación ha sido poderosa: no puedo oir Flaca con Alejandro Sanz, eso es demasiado para mí. Otros dúos más extraños surgen victoriosos: jamás creería que Julio Iglesias pudiera encajar en una canción como Bohemio y resulta que sí. Otra referencia en la carrera de Calamaro sería el formidable El cantante, con el que curiosamente Dios los cría comparte una composición. Aquí los daños son considerables y Lila Downs (y un arreglo inapropiado, acompañado por un incomprensible verso añadido) mutila toda la gracia del original declamando como si fuera Yma Sumac, y la cosa simplemente no funciona. 

La flaqueza del disco se basa, primero, en la fragilidad del material de Calamaro, que es un compositor irregular y un letrista tendente a la acumulación de tópicos, que no tiene consistencia para tanto revuelo, y segundo, en la obsesión unificadora de los arreglos, que abandonan en muy pocos momentos los típicas sonoridades del bolero latino (piano, congas, contrabajo) y convierten a demasiadas canciones en experimentos intercambiables, dejando pocos minutos para la posteridad. Curioso como premisas parecidas (como las de El Cigala y Bebo Valdés) funcionaron y siguen haciéndolo y a Calamaro el experimento le ha salido pretencioso y fallido.

Pero es que tenemos una edad ya para andar cerrando bares.

domingo, 26 de febrero de 2017

Andrés Calamaro: El cantante



Año de publicación: 2003
Valoración: imprescindible 

Pura lógica.
La música de Andrés Calamaro me resulta, la mayoría de las veces, directamente insoportable. Su empeño en convertirse en un Bob Dylan en español. Sus letras tendentes al ripio que convierten a Sabina en Rimbaud. Su pose rockera basada en toda la retahíla de tópicos (melena, droga, exceso).
Y las canciones clásicas del cancionero pop latinoamericano. Qué decir de algunas de ellas, que parecen diseñadas para ser interpretadas por cantantes decadentes con solapas horrorosas actuando atiborrados de tinte capilar en un triste programa de sábado por la noche en un canal público al que el presupuesto no le da para más.
Canciones casi siempre centradas en affaires amorosos inflamados hasta lo grotesco. "Voy a perder la cabeza por tu amor". A quién se le ocurre.
Y de la combinación de estos dos elementos va y surge un disco inconmensurable. Sublime. Extraordinario. Posiblemente único. Porque la mezcla funciona. Calamaro enguarra las canciones y les aporta un aire canalla y vivido. Y las canciones descabalgan al cantante argentino de esa pose de snobismo solipsista propia de los pesados que se empeñan en estropear la mañana a la gente berreando frente a una terraza.
Si es que es perfecto. Tómese, por ejemplo, el famoso tango Volver, de Carlos Gardel, empleado en una versión de Estrella Morente para la película homónima de Almodóvar. Artificio, sílabas alargadas para alarde técnico, mutilación (¡es un tango!) del ritmo. La versión de Calamaro: sugerente, melancólica en su punto justo. Con ese arranque, esos coros masculinos. La guitarra, la respuesta del bandoneón, el arrastre acanallado de las palabras. Un aire pop respetuoso y nada sacrílego. Creíble y disfrutable. Culpemos al sonido: la producción de Javier Limón pone cada cosa en su sitio sin necesidad de acudir a grandes artificios, no hace falta abrumar con vientos o cuerdas. Guitarra acústica (la del Niño Josele, que aflamenca de forma fascinante lo que toca. Una precisión para elegir siempre lo más conveniente al alcance de pocos. Las canciones quedan equilibradas, lustrosas, y se suceden una tras otra sin que el nivel descienda. 
Ni siquiera las tres originales de Calamaro desmerecen, lo que da una idea de la magia que se produjo ahí. Algo contigo, sensual, franca, rabiosa. "Sus ojos se cerraron": otra vez la voluptuosidad del bandoneón, que suena triste pero evocador. Estadio Azteca, original, con ese estribillo cantable y euforizante. "Alfonsina y el mar", dulce y sedante tras el terror de su historia. La mayoría canciones de letra desgarrada entre las que sólo desentona "El arriero", que por sonido y temática folk se desmarca ligeramente. Porque estas canciones, casi todas ellas, parten del desencuentro y del dolor. Un dolor que a veces, casi siempre, nos puede parecer patético e impostado. Pero aquí no. Calamaro hace suyo ese material, su voz en pleno apogeo se integra en las canciones y las hace creíbles fuera de un contexto lánguido y kitsch y el experimento (un repaso a grandes clásicos de tango, bolero y pop latino) resulta encumbrarse como el mejor disco de Calamaro, superar el status de disco de covers y adquirir personalidad, aunque sea a través de la cruel ironía de sonar a Calamaro menos que ninguno. La apoteosis, en la versión de la canción de Rubén Blades que le da título, otorga una despedida a la vez eufórica y emocionante, una declaración de principios justo al final, como si Calamaro reconociera el valor del disco y su papel en él.