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domingo, 4 de diciembre de 2022

Weyes Blood: And in the darkness, hearts aglow


Año de publicación: 2022

Valoración: muy recomendable

El aparato promocional de este disco explica que se trata del segundo trabajo para una trilogía que se inició con Titanic rising. Comprendo que la referencia corresponda sobre todo a la tonalidad de las letras de las canciones, pero me cuesta pensar que el disco inmediatamente anterior Front row seat to Earth quede fuera de esta agrupación, cuando, ciñéndonos exclusivamente al aspecto puramente sonoro, aprecio una perfecta cohesión en los tres trabajos y me resulta algo curioso separar el primero de ellos. 

Todo ello porque, concretando, Natalie Mering (compositora y cantante del grupo que usa el nombre para tomar, supongo, entidad como grupo y marcar distancia con el alicaído concepto "cantautora") lleva tres discos en apenas cinco años, y los tres resultan ser magníficos. Diría imprescindibles si no tuviera ciertos reparos a la hora de pensar que su estilo puede tener sectores de público en los cuales despierte cierto escepticismo: difícil encajar en cualquier gusto ese sonido reposado, que combina tonos acústicos con aires oníricos, incorpora texturas electrónicas de aires algo perturbados, que no cósmicos, cuyas canciones cuesta diferenciar a la primera pero que (y son casi treinta en esa ristra de trabajos) desvelan sus diferencias, descubren matices a cada escucha y se incrustan de un modo que podríamos definir con cualquier palabra menos pegadizo. Para nada hablamos de pop convencional, sino de algo a la vez elegante y barroco pero poco convencional. Incluso con un entorno auditivo poco definible. Más cerca de lo trágico que de lo lúdico, la voz de Mering es profunda, dulce y ligeramente grave, las comparaciones (Carpenter, Mitchell) han sido constantes pero esto no es un ejercicio de revisión: estamos en el siglo XXI y cuando aparece ataviada con un conjunto marinero y entre invitados sangrantes en el video de It's Not Just Me, It's Everybody revela esa especie de angustia de principio de década. Un single de seis minutos que crece lentamente conforme van apareciendo elementos sonoros: arpa, orquesta elevan el tono y estamos más cerca de Julee Cruise que de, glups, Enya. Y aunque todo podría rezumar un espíritu adulto, no, esto no es AOR, no puede alinearse ahí, encajar en ese concepto tan perverso y tan opuesto a sus intenciones. El ritmo festivo, casi beachboyano de Children of the Empire, con su piano percusivo y sus trucos sonoros (esos chasquidos en el primer parón), la progresiva inclusión de fanfarria sonora que podría hacerla pasar (pero no) con una canción ligeramente celebratoria. Los juegos de voces, la tonalidad festiva que parece esconder sorpresas. Algo suntuoso y complejo, inexplicable, pero no único: tenemos la solemnidad de Grapevine, el tono casi ceremonioso de And in the darkness o de la inmediata Hearts Aglow, la irrupción electrónica inesperada en The Worst Is Done, casi flirteando con el pop o incluso con el folk más abierto, o el alejamiento del tono acústico - esa caja de ritmos - en Twin Flame completan un disco, otro, brillantísimo, y ya hablamos de un repertorio de clásicos al que quizás pueda reprocharse una escasa voluntad por romper con su sonido, pero solo eso. Magnífica música, magnífico disco.

domingo, 11 de septiembre de 2022

Lluis Llach: Viatge a Itaca


Año de publicación: 1975

Valoración: muy recomendable


Asociado indeleblemente a un momento histórico - los estertores del franquismo - y a un movimiento - la canción protesta - de resultados artísticos desiguales,  he de confesar ser un oyente puntual y tardío de Lluís Llach. También porque, en lo estrictamente musical, la década de los 70 disponía de una oferta exuberante y tan diferente que, parecía, entregar los oídos a canciones tristes, desesperadas, casi sórdidas, podía representar una especie de renuncia a todo lo demás. La música disco emergía, el rock de vanguardia entregaba sus mejores obras, el glam-rock explotaba en todas direcciones. Sería farragoso detallar, desde Bob Marley, Pink Floyd, hasta Roxy Music, cuántos artistas capitales en la historia publicaban discos justo en ese año, pero, cuestiones de cercanía a veces son importantes, un disco de un artista comprometido políticamente, publicado el año en que el dictador agonizaba y moría era, por lógica, una cuestión de mucho peso. Aún así, aunque muchas de las letras mantienen un poderoso simbolismo y eran proclives a lecturas de tono muy politizado, el disco aún podía ser víctima de la censura. Cuestión que solo hacía que aumentar el poder de atracción de Llach, pero que también levantaba - me incluyo - más de un prejuicio.

Grave error: musicalmente, Viatge a Itaca es un disco muy valioso. Incluso diría que sin la interferencia del entendimiento del mensaje, si se valora exclusivamente en lo sonoro, hablaríamos de un muy notable ejercicio de pop de cámara, quizás en algún momento condicionado por el estilo de producción de la época, veteado con sonoridades de jazz suave o folk clásico. Y justo, aunque se haya caricaturizado a destajo, es hablar de la poderosa performance vocal de Llach, capaz de transmitir la emoción de las canciones sin caer en el abuso, con esa dicción que alarga las sílabas y encadena las palabras. La suite que ocupa la primera mitad del disco, Viatge a Itaca es una muy convincente secuencia de temas atravesados por la adaptación de un poema de Constantino Kavafis, melodía y armonía que surge y viene y va, aparentemente difícil de defender desde el punto de vista comercial, quince minutos son muchos incluso para las corrientes musicales minoritarias, pero ferviente e inspirado, con sus aires que mezclan instrumentaciones rock, clavicordio y flautas. Curiosamente Llach, que siempre se mostraba reticente al mensaje del rock, parece más cerca del prog que de la canción de acampada a la que estaba asociado. La segunda cara contiene cuatro canciones de aires íntimos y letras de obvio aire reivindicativo A força de nits debió volver locos a los censores. Parece una canción de añoranza romántica  pero se tiñe (no olvidemos ningún nombre) de aires de venganza política. Gloriosa. Y la canción que cierra el disco, Abril 74, dedicada a la revuelta de los claveles portuguesa, es todavía menos equívoca, con sus armonías vocales de corte clásico. Veintinueve minutos de música que, despojados de mensajes reivindicativos cuya oportunidad aún podría reivindicarse, resultan contener sonidos estimulantes, aún hoy en día.

domingo, 21 de agosto de 2022

Françoise Hardy: La question


Año de publicación:
1971

Valoración: casi imprescindible

Sin pretender parecer superficial, he de empezar mencionando la condición de Françoise Hardy (en la actualidad, poco menos que reivindicando ser eutanasiada por los terribles dolores derivados de una complicada enfermedad) de persona más cool del universo justo en ese punto álgido en el que este disco se publicó. Una definición prácticamente imposible de sostener de forma objetiva cuando era bastante sosa ante cámara y tampoco era una persona muy activa en lo social. Pero incluso limitándose a estar era un icono absoluto e indiscutible.

La question es un disco casi a la antigua usanza. Doce canciones (seguro que seis por cara en su día), apenas media hora de música sin que ninguna canción llegue a los cuatro minutos. Creado en gran parte junto a Tuca, guitarrista y compositora brasileña prematuramente desaparecida, cuya guitarra en primer plano en el canal izquierdo domina en la mayoría de las grandes canciones que este disco alberga. Aunque yo hubiera elegido una canción diferente que Viens para abrirlo, una buena canción a la que aprecio un sonido algo abigarrado en la producción, el disco entra rápidamente en su sonido en La Question, colosal canción que ya empieza a transpirar, esos acordes, el tono casi irreal que el disco no abandonará, y uno podría decir que esa pose, esa languidez, a estas alturas resulta conocida y sobreexplotada, pero oh la la, resulta que Hardy estuvo allí primero, incluso aportando algo un poco extraño como Chanson d'O, prácticamente un susurro inarticulado, o Le martien, con esa especie de susurro acompañando, que alejan el disco del entorno de cantautor y lo elevan a esa especie de ámbito irreal. He de agradecer la inclusión de Si mi caballero en una histórica sesión para The Blue Room a cargo de Goldfrapp para penetrar en este disco y no puedo evitar recordar algo el último - hay algo injusto en que haya sido tan unánimemente ignorado - disco de Arcade Fire cuando oigo la sección de cuerda en Rêve, otra vaporosa canción que cierre el álbum entre deliciosos arreglos y la dulce voz de Hardy, no exactamente una cantante virtuosa, más bien un absoluto mito capaz de recrear un ambiente con un simple fraseo.


domingo, 31 de julio de 2022

Air: Le Voyage dans la Lune


Año de publicación: 2012

Valoración: muy recomendable

Podría sonar a trabajo de despedida, ya que, más de una década más tarde, este sigue siendo el último trabajo oficial del dúo francés. No lo es, al menos de forma oficial. Creo recordar que aportaron música de fondo a una exposición, o algo así, que podría sonar a movimiento coherente aunque algo snob, pero tampoco es que este Le voyage dans la Lune fuera a desentonar si su función es un final de carrera. Para bien o para mal, el descenso desde Moon Safari parecía ineludible y solo la suavidad de la decadencia alejaba a los entusiastas de la banda de cualquier alarma. Parecían fundirse en gris y sus discos empezaban a alternar sonido clásico del grupo con experimentos discordantes (el silbido en Alpha Beta Gaga) que insinuaban cierta desorientación. 

En todo caso, la media hora justita que entregan como colchón sonoro para la edición con color añadido del entrañable clásico de Georges Méliès resulta sorprendentemente inspirada. Quizás a la banda le faltara el empujón de una fuente inspiradora externa, quizás esa evocación planeadora complementaba su voluntad retrofuturista, pero el experimento resulta. Nada de electrónica flotante, atrás queda el ambient e irrumpe una especie de sonido atrevido y algo distorsionado, la evocación extraída de las imágenes de un siglo atrás se traduce en tonalidades melancólicas, aires relativamente progresivos, no tanto como los que saturaban su banda sonora para Sofia Coppola o su incomprendido 10000 Htz Legend, pero en cualquier caso inspirados y cohesionados. El dúo se desprende del formato álbum de canciones que había atenazado Love 2 y se les nota a sus anchas, quizás por última vez. Quizás los royalties aún les duren para vivir y no volvamos a saber de ellos. Quizás las previsibles reediciones, las giras, alguna producción ajena. El respeto ya se lo ganaron y Le Voyage dans la Lune puede parecer un fugaz regreso a la forma, o un canto del cisne, pero es un disco muy notable cuando parecía que podría tratarse de una broma.

El disco entero, aquí


domingo, 24 de julio de 2022

Pulp: We Love Life

Año de publicación: 2001

Valoración: muy recomendable

Si se entiende que el último disco en la carrera de un artista ha de tener algún significado, transmitir un mensaje codificado, que Pulp terminara su andadura con un disco como We Love Life solo sería un elemento más de su constatación como una de las mejores bandas de la historia, en cuanto a concentración y calidad de carrera se refiere. Sus cuatro últimos discos son gloriosos. 

En distintos niveles, e incluso cuando parecen ser colecciones de canciones de géneros diferentes, tal es su alcance como grupo. 
Por supuesto, We love life es el menos popular de ellos. No dispone de esos singles nervudos y llenos de ganchos que eran Common People o Babies. Cuestión que les alejó de las ventas de siete cifras, cuestión que los aparcó definitivamente en un estado diferente al britpop, con Oasis hundiéndose en el muro de sonido y Blur huyendo hacia cualquier dirección, de la etiqueta. We love life completa el desvío que This is hardcore había tomado, pero cuenta con una ayuda extra. La banda recurre para la producción a Scott Walker, obvio ídolo de Jarvis Cocker y, ya por aquel entonces, recluido y absolutamente ajeno al pop de masas o al rock convencional. Y consigue hacer notar su intervención, pero no se apropia del disco, abre un espacio en que la banda se siente cómoda y el disco no acusa el agotamiento propio de los discos de despedida, si es que esa decisión llegaba a estar presente en su concepción. Lejos de eso, el sonido es rico, dinámico y por momentos avasallador. Las canciones más largas adquieren una tonalidad épica en que es fácil abrumarse por el torrente sonoro, pero cada instrumento está en su sitio. Los desarrollos en esas canciones suenan lógicos, naturales, y el contrapeso de temas más breves y ligeros funciona a la perfección, equilibrando el disco sin renunciar a una sensación cohesionada.
Y tampoco es que se echen de menos los singles directos: las canciones más cortas suenan matizadas y más adaptables a patrones pop, mientras que las largas son extrañas, como si fueran concebidas como para representar una suite. El propio título del disco, habida cuenta de la ironía siempre presente en sus letras, parece conscientemente retorcido, e incluso la opción de abrir con dos canciones tituladas igual (
Weeds Weeds II, esta última parece un brillante outtake en pleno modo Screamadelica) se erige en una especie de declaración de principios: no estamos ante un disco convencional) dejando paso a un número excelso, con poderosos y limpios riff  en The Night That Minnie Timperley Died, para continuar el disco alternando elementos casi pop en  The Trees o  The Birds In Your Garden con los temas largos que establece el fondo del disco. Calma y saturación alternan el tema que titula el disco, en Sunrise Pulp o en  Wickerman, con sus momentos shoegaze intensos, qué poco daba que pensar que estábamos ante su último material grabado.


domingo, 3 de julio de 2022

Prefab Sprout: From Langley Park to Memphis

Año de publicación: 1988

Valoración: muy recomendable

El propio impacto estético de la portada ya avanza el cambio sonoro. Paddy Mc Aloon hace que la banda abandone el paisaje brumoso de la campiña que adornaba Steve Mc Queen. La portada de From Langley Park to Memphis muestra a cuatro jóvenes con estética desenfadada, en cualquier caso alejada de los estereotipos de la década, parecen más bien -sin llegar al extremo de los Talking Heads - cuatro estudiantes de post-grado que se resisten a abandonar los hogares familiares. Pero americanos. Desde su título, el disco es un puro homenaje, no exento de sus dosis de sarcasmo, a la cultura USA. De hecho, sus dos peores canciones (curiosamente, aquellas con melodías simples y ganchos vocales que elevaron el disco a la fama) parecen evocar el rock-pop americano más asequible.

 Cars and Girls, sacrilegio, pone en tela de juicio a la multitud seguidora de Bruce Springsteen y se mofa algo, desde el título, de las temáticas pujantes en sus canciones. Y no creo que haga falta mucha explicación sobre una canción que se llama The King of Rock'n' roll. Pero, con la excepción de The Golden Calf, anodino boogie-rock sin más atractivo que un riff algo enganchoso, el resto del disco se ubica en otro nivel de atracción hacia la cultura americana. Aquí participa la armónica de Stevie Wonder e incluso uno de esos coros de los números finales de los musicales de Broadway. Y son siete canciones magnificas que quedaron eclipsadas por los números comerciales del disco, cosa que, supongo frustraría a Mc Aloon, que era cualquier cosa menos un rockero al uso - de hecho, parte de este disco aún la produce Thomas Dolby y está compuesta partiendo de teclados.

Por eso su siguiente disco, Jordan: The comeback sería casi la antesala del suicidio comercial. Pero todo es delicioso aquí, desde la delicadeza de Nightingales, la ampulosidad con tono de despedidaThe Venus of the Soup Kitchen, el tono ligeramente adúltero de Nancy (Let Your Hair Down For Me) una de esas canciones inexplicablemente sexy, o la fanfarria casi turística, atiborrada de cuerdas en la frontera del kitsch de Hey Manhattan!, el fake caribeño de Knock On Wood, o el chulesco swing de Remember That todo el resto del disco es un catálogo de música sofisticada, elaborada y voluptuosa, como una demostración del carácter único de la banda en medio de la despistada década de los 80.

domingo, 26 de junio de 2022

Lloyd Cole and the Commotions: Rattlesnakes

Año de publicación: 1984

Valoración: muy recomendable

Resulta sorprendente y extraño verificar que Lloyd Cole es inglés: desde sus referencias culturales hasta su sonido e incluso su aspecto (parece el hermano mayor algo entrado en carnes de Chris Isaak) nos lo situarían antes en algún paraje del Cinturón del Trigo o incluso integrante de segunda fila de alguna pandilla de fracasados en una peli de Tarantino. Pero sobre todo, el sonido. Y el debut de la banda, publicado en esa tierra de nadie que era 1984, con los sonidos experimentales en franca decadencia, el dominio de Michael Jackson o Madonna (ambos, a la vez, geniales e insoportables), los grandes grupos de la new wave languideciendo, algunas grandes bandas adaptándose, este Rattlesnakes resultó brillar en medio de ese marasmo, más por cuanto su sonido limpio y contundente (agradezcamos a la producción de Paul Hardiman el dejar todo ese espacio en las canciones) eludía avasallar al oyente y se situaba en ese fascinante espacio inhabitado, no le culpemos de las desgracias sonoras perpetradas por sus imitadores a posteriori.

En todo caso, Rattlesnakes es un debut excelente, teñido de la voz grave y profunda de Cole, lejanamente deudora en su fraseo algo distante de la de Lou Reed, pero acompañada de una banda donde no falta uno de los aderezos propios de esos estilos bastardos: un órgano (no sé si Hammond o Farfisa, ahora que veo el video veo que es un sinte de Korg) abre contundente Perfect Skin y Cole suelta sus letras trufadas de referencias literarias y cinematográficas, incorporándolas sin reparos incluso en los estribillos, como en Rattlesnakes, aquí enriquecida por las cuerdas, también presentes en cumbres del disco como Speedboat, que parece un paseo por los pantanos de New Orleans, o ese fascinante crescendo, de aires loureedianos que es Forest Fire, cuatro fasicinantes ejemplos de canciones de aires casi irreales, aunque siempre se pueda alegar que la segunda parte del disco se resiente algo al compararla con el torrente, curioso que le suceda lo mismo que a otro disco casi contemporáneo como Steve Mc Queen de Prefab Sprout, pero en todo caso las canciones de este debut aún suenan frescas y contundentes, casi cuatro décadas después, cosa que, cuando pienso sobre ello, empieza a acojonarme.


domingo, 5 de junio de 2022

The Haxan Cloak: Excavation

Año de publicación: 2013

Valoración: muy recomendable

Para los fanáticos del vitalismo hedonista y la placidez despreocupada que desprendía el último disco comentado aquí (el debut en largo de Astrud Gilberto), que sepáis que no hay nada más idóneo que escuchar este Excavation de The Haxan Cloak (nombre tras el que se esconde el músico británico Bobby Krlic) para darse cuenta, o al menos eso defiendo con tesón, de que no hay mejor actitud ante la música (y ante su casi imbatible cualidad de activar sensaciones) que la apertura absoluta de miras. 

The Haxan Cloak producen música al margen de voces, de melodías, de argumentos comerciales. Esto es sonido en estado puro y sin necesidad de ceñirse a argumentos convencionales, mucho más turbio en su forma que, por ejemplo, Throbbing Gristle o Aphex Twin, y no sé si ello es premeditado o consecuencia del background de su autor. De forma muy coherente, uno de sus trabajos posteriores es la banda sonora de Midsommar, esa inquietante película de terror a la luz del día, porque lo que queda muy claro en las piezas de este Excavation es su eficacia en la recreación de ambientes, su enorme poder para generar capas y que éstas se integren con una coherencia que parece más sonora que convencionalmente musical, pero que curiosamente tiene sentido y lo tiene más a cada escucha, con lo que nos encontramos, paradójico, en una laguna de pura abstracción que genera escenarios visuales en vez de complementarlos. Cuesta encontrar equivalentes sonoros a este torrente de bajos subsónicos, sintetizadores manipulados y grabaciones tratadas, aunque podríamos tantear entre los primeros minutos de Closer de Richie Hawtin, algunas bandas sonoras de Warren Ellis o Jonny Greenwood, sin olvidar las partes más calmadas de la última época de Scott Walker. Los auriculares obran un efecto adicional puesto que la producción es meticulosa y casi un componente más de la música, tan alejada del ruidismo de Merzbow o Beaumont Hannant como de la placidez ambient o de la elegancia neoclásica de Johann Johansson u otros músicos de la corriente de hace una década. Con aspectos que lo enlazan con la música industrial, los bajos drone y, por supuesto, el dub extremo de grupos como Techno Animal. Desprende una sensación extraña, como una especie de sordidez solemne e irreal, una tensión no asfixiante pero sí tenue e inquietante. Seguramente se trate de un músico que no se prodigue mucho, aunque algunos (Goldfrapp, por ejemplo) se apresuraron a recurrir a él en búsqueda de ese sonido indescriptible. 

Nada más alejado del pop y las radiofórmulas, simplemente música contemporánea explorando las (cada vez más escasas) nuevas vías.

El disco completo aquí.


domingo, 29 de mayo de 2022

Astrud Gilberto: The Astrud Gilberto Album


Año de publicación: 1965

Valoración: muy recomendable

La historia de coincidencias por la que Astrud Gilberto acabó desarrollando una carrera como cantante ya es conocida. Y la velocidad a la que los acontecimientos se precipitaron, notable. No pasó ni un año desde que aportara su voz, cálida y sensual pero con obvias limitaciones técnicas, en las canciones de esa biblia del género que fue Getz / Gilberto y ya se enfrascó en la publicación de este primer disco, donde contó con todos los requisitos para convertirse, de inmediato, en otro clásico. Publicado por Verve, sello emblemático de jazz, producido por Creed Taylor (que había aportado gloriosos arreglos) y, por supuesto, con la inestimable ayuda de Antonio Carlos Jobim, que aportó guitarras y la autoría de la mayoría de las canciones, cómo no. Si la bossanova era el estilo en eclosión, darle la espalda era una estupidez.

Gilberto alterna inglés y portugués en las canciones, once en un disco que no llega a la media hora, y prácticamente define el género y se condiciona, claro, su carrera posterior. Cantaría mejores o peores canciones (son sublimes sus rendiciones posteriores de The shadow of your smile o Manha de Carnaval), pero su voz, dulce y perezosa, se convertiría en una especie de marca de la casa e influiría a varias generaciones (desde lánguidas cantantes hasta grupos vanguardistas como Stereolab o Broadcast). El peso del material de Jobim es enorme aquí, y ello representó, a la larga, un lastre para Gilberto, que siempre fue "la chica que cantaba en Girl from Ipanema", pero es absurdo olvidar la relevancia de otras canciones, que aunque solo sirvieran para apuntalar el estereotipo son, pasados los años, eternos clásicos, revisitados por otros artistas pero siempre con la indeleble sensación de que esta era (con permiso de Joao Gilberto) su mejor versión. Canciones sencillas con deliciosos arreglos y melodías indelebles.

El álbum completo, aquí The Astrud Gilberto Album

domingo, 22 de mayo de 2022

Nancy Sinatra & Lee Hazlewood: Nancy & Lee

Año de publicación: 1968

Valoración: muy recomendable

Los 60... Apenas unos segundos instrumentales y la voz de Lee Hazlewood entona el primer fraseo: su diafragma parece estar cuarteado y apunto de romperse. Podéis reíros de la voz agónica de Tom Waits, pero la de Hazlewood no le va a la zaga, parece que acabe de bajarse de un caballo tras atravesar el desierto sin tomar líquido alguno en una semana. Entona, junto a Nancy Sinatra (sí: hija de) el clásico de los Righteous Brothers You've Lost That Lovin' Feelin' que aunque fuera una moda de la época, no me parece una canción que marque el tono del disco. Quizás, por demasiado obvia (aunque hasta la Human Leaguet la versioneara pasados unos años) para lo que tiene que venir. Que es un ejercicio extraño erigido a clásico por el paso del tiempo. 

El disco, once canciones y algo más de media hora, se escinde en dos partes con difusas fronteras: las canciones más escoradas hacia el country más canónico son obvias y casi grotescas: hay algo incómodo y ya completamente caduco en canciones como Elusive Dreams o la ramplona Jackson, casi parodias con aire kitsch que queda compensado con la inclusión de los números más osados, donde se opta por la introducción de elementos pop, que junto a las cuerdas y los fabulosos arreglos, como Summer Wine o al avance reptílico de la mejor canción del disco: Some Velvet Morning, junto a Lady Bird. señales inequívocas del reto interpretativo que supone el LP. No fluye química sexual, o no lo hace de una forma sana y abierta, Hazlewood parece un cazador de recompensas plantado en un estudio, aunque atesora las labores compositivas, Nancy Sinatra actúa como si fuera una pin-up aunque sus formas vocales ya habían llamado la atención y había protagonizado la sempiterna canción de créditos en una película de la saga Bond. Obviamente un disco muy recomendable por su notable poder de influencia y evocación.


domingo, 15 de mayo de 2022

Japan: Tin drum


Año de publicación: 1981

Valoración: muy recomendable

Como Martin Power describe brillantemente en su biografía sobre David Sylvian, parece que la cúspide creativa que representa Tin drum marca un momento idóneo para que la banda se separe. Al margen de líos de faldas, de diferencias de concepción sonora, de cierto escepticismo crítico relacionado con la poderosa carga estética del grupo, mezcla de ambigüedad glam y sensibilidad hi-tech, de conatos de aventuras en solitario. El recorrido de macarras de callejón pestilente a estetas interesados por lo ajeno a Occidente ya era, de por sí, un sprint agónico tras el que había que descansar.

Icónica portada. Desde el nombre hasta algunos hits menores rescatados por su anterior sello, el interés por las culturas orientales se había manifestado en algunos matices en Gentlemen take Polaroids, en sus afinidades con el genial Ryuichi Sakamoto que ya se materializarían en una aventura extraconyugal - la excelente Bamboo Houses. El nombre de la banda en color rojo. La estancia austera, la foto de Mao con señales de llevar ahí un tiempo. Provocación pura hacia los detractores de la banda. El recorrido post-Roxy finiquitado, una cierta pose arrogante, los trajes, los cuellos mao, el ostentoso maquillaje en hombres heterosexuales. Pero claro, la música: los ritmos cortados de  The Art of Parties, más deudores de Remain in light que de Stranded. La estratosférica línea de bajo en Visions Of China, el excelente trabajo de percusión a lo largo de todo el disco, con las guitarras cediendo terreno, ese hito del sonido congelado que representa Ghosts, insospechado hit de absoluta oscuridad sonora y lírica, acompañados estos singles por extensas canciones de títulos y sonoridades evocadoras Still Life In Mobile Homes - vida estática en casas móviles, o los sonidos deudores de Joy Division, como para recordar que estamos en la Inglaterra del post punk, donde el bullicio creativo y las interacciones entre sonidos eran prácticamente la norma a seguir. Cuarenta años después, muy pocos discos tan voluntariamente apartados de las premisas comerciales son capaces de acceder a las listas. Seguro que a muchos no les gustó, pero Japan lo hicieron. Y se fueron.

domingo, 1 de mayo de 2022

The Walker Brothers: Nite flights

Año de publicación: 1978

Valoración: muy recomendable

El que discuta la importancia de Scott Walker en la historia de la música contemporánea (adscrita, claro, a la escena pop y rock, y por tanto, importancia en una corriente musical en irreversible decadencia) puede optar por

a) seguir escuchando su obra hasta darse cuenta de su grave equivocación

b) dejar de leer esta reseña pues obviamente hay una grave incompatibilidad de criterios, y puede ser que esté más a gusto oyendo, por enésima vez, los discos de Ted Nugent o AC/DC o cualquier otra mierda que suela oír.

Bien; hecha la pertinente depuración, aclaremos que en 1978 los Walker Brothers (grupo pop que en algún momento llega a competir con los Beatles en las batallas por el trono allá por los mediados de los 60) efectúan una última reunión tras su desbandada definitiva. Scott Walker, líder indiscutible, ha dejado en vilo su carrera en solitario tras la incomprensión comercial. Me da con que su cabeza no ha parado de concebir música y que los royalties le han facilitado la vida. Pero desde 1970 a 1978 han pasado muchas cosas en la música, y no todas han sido buenas, pero Walker parece haberlas asimilado. Nite Flights pasaría por ser uno de los discos más extraños de la historia pues su tracklist asemeja más a un enlace de EPs de tres músicos con concepciones sonoras diferentes que deciden compartir un LP. Como un piso en cuyas habitaciones vive un nepalí, un alemán y un español, el disco funciona porque hay una secuencia y un orden, pero ello es revelador. De forma cruel. Y explica a las claras porque, hasta su muerte hace unos años, Scott Walker fue un referente y sus falsos hermanos unos completos desconocidos. No es que las canciones que siguen a partir del quinto tema sean absoluta basura. Pero el material que aporta el primero empieza ya a revelar sus inquietudes. Con características inquietantes: el proto-disco de Shutout, ya muestra la obsesión de Walker por abandonar el uso vocal al estilo crooner y llevarlo a territorios inquietantes, doblándola. Fat Mama Kick muestra que ha escuchado más discos como Low o incluso a Can o a Japan que a las momias del rock progresivo, de hecho David Bowie le devuelve el favor años más tarde con el cover de la canción que da título al disco, abierta por unas tensas cuerdas completamente impropias del momento. Y aún queda la soberbia The Electrician, auténtico precedente de mucha de su producción futura y, ya que estamos, canción de seis minutos que debería formar parte de la historia de la música: realmente hay tanto ahí, desde la tensión propia (esa nota sostenida que parece una herencia de It's Raining Today) de sus clásicos, hasta esas oleadas sonoras hasta alcanzar la cúspide en la sección de cuerda y la parte instrumental. Puro blues futurista.

Y entonces viene el escalón, hay que tener mucha voluntad para lidiar con un cambio tan diametral. A partir de ahí el disco pasa a ser dominado por canciones de poco brillo, alineadas con el sonido convencional de la época, sin ninguna intención innovadora. Más cerca de Toto o de Foreigner, que es ya suficientemente definitorio. Por supuesto pueden ser escuchadas, pero más allá de eso no merecen gran atención. Scott se quedó el testigo y siguió, en solitario y de forma lenta y meditada, casi cuatro décadas más.

domingo, 24 de abril de 2022

Arthur Verocai: Arthur Verocai


Año de publicación: 1972

Valoración: muy recomendable

Cincuenta años de este disco, tras el cual su autor prácticamente se esfumó del mapa, y su frescura permanece intacta. Una frescura revestida de ingenuidad si uno se fija en su precaria técnica de grabación, aquí no debe haber mucho más de cuatro pistas que suenan salvajemente en su canal, en algunos casos detalles rítmicos que parecen un poco superpuestos, pero nada desde luego que eclipse el portentoso valor de estas composiciones. 

Hablamos de música exuberante, llena de influencias y atmósferas que cambian de canción a canción, un disco que apenas dura media hora y que concentra sabores locales (sí, los fraseos de guitarra son propios de la bossa-nova, claro) pero los integra en una especie de regusto universal, celestiales composiciones junto a soberbios (aunque modestos arreglos) que mantienen la esencia del tropicalismo, pero que se yerguen orgullosos como para decir que no todo Brasil es Jobim. Y aunque su influencia se note, esas voces masculinas que suenan delicadas, pero firmes y resueltas, aún a coro, esas cuerdas y esos vientos que pueden intervenir puntualmente o adueñarse de las canciones, ese encantador aire amateur que aflora de los escasos medios pero que no puede hacer palidecer esa decena de canciones soberbias, dejadas ahí (en medio de la nada, como evoca esa portada que muestra cualquier cosa menos playa y palmeras) para que se disfruten sin pretensiones ni artificios.

Escuchad esta maravilla aquí

domingo, 10 de abril de 2022

Tears for Fears: Songs from the Big Chair


Año de publicación: 1985

Valoración: muy recomendable

Apenas unos años atrás, The Human League habían establecido con Dare! el techo creativo y comercial del género, pero aun quedaba algún coletazo que dar. Los grandes grupos de la época, curiosamente muchos de ellos dúos, se entregaban sin recatos a sonoridades menos puras, o se habían esfumado, muchas veces por culpa de la falta de inspiración. OMD andaban despistados huyendo de la excesiva sacralización de su sonido. Soft Cell eran presa de los excesos y su incidencia en el resultado creativo. China Crisis habían descubierto la discografía de Steely Dan. Erasure, la de Abba. Duran Duran, la de Chic. En general, la sensación era la de buscar caminos alternativos. Todas aquellas bandas que habían surgido intentando sonar como Kraftwerk, vivir como Roxy Music e influir como Bowie habían experimentado la misma sensación.: la urgencia por la evolución como recurso de supervivencia.

Tears for Fears no eran ajenos a ello: Roland Orzabal (de orígenes navarros) había llegado a formar parte de una banda de Ska (ese género del que solo Madness y The Specials salieron vivos) y su primer disco, The Hurting los mostraba como post-adolescentes de largas casacas, peinados por sus enemigos y con angustiosas canciones muy adecuadamente recuperadas para algunas películas posteriores (Donnie Darko, por ejemplo) como reflejo de esa mezcla de rebeldía y despiste que es la edad entre los 14 y los 20. Pero ya se mostraban con guitarras e instrumentos analógicos, no querían ser dos tipos impertérritos tras un teclado sino adoptar cierta movilidad ante el micrófono, no en vano los dos actuaban como vocalistas, Orzabal más directo y agresivo, Curt Smith más modulado y sensible. Este Songs from the Big Chair fue su segundo disco y un éxito descomunal, seguramente algo aportó que el grupo deseuropeízara su sonido y su imagen (la portada, dos primeros planos en blanco y negro, no deja de remitir a cierta estampa clásica de Simon & Garfunkel) y se agarrara, repito a los mástiles de sus instrumentos.

Ah: y los singles. Claro: en plena eclosión de la MTV y los clips los singles no podían otra cosa que ser lo pluscuamperfectos que fueron para ensalzar el álbum, incluso en su sabia ubicación en el escueto (ocho canciones, cuarenta y dos minutos - parece que la gente se olvida de lo que cabía en un CD y comprende, en la era del streaming, la inutilidad de embutir sus discos en material de relleno) tracklisting, donde era imposible no ensombrecer el otro material, más analógico y experimental, obviamente menos tarareable y a la fuerza menos persistente. No sé si tiene sentido recordar, que ya se encargan las nauseabundas radiofórmulas, Shout, casi un mantra excesivamente esquemático, pero pieza capital en su éxito, con un video casi risible de puro trascendente con sus vistas al horizonte y su mensaje pulcro e inequívoco, Everybody Wants To Rule The World - sintetizadores, sí, pero riffs, solos de guitarra, que no se trataba de ser Journey pero sí de sonar en las emisoras universitarias o Head over heels con su irresistible fraseo de piano, aunque sea para aclarar que eclipsaban tenues números casi a capella como I Believe o abigarrados números más arriesgados como Mothers Talk o Broken, más cercanos a experimentos con el funk de grupos como A certain ratio, como si el grupo, consciente del arrastre de los tres hits, necesitaran empaquetar dosis de credibilidad. Música que permanece sin apelación a la nostalgia, por puro merecimiento artístico.

domingo, 3 de abril de 2022

Rex Orange County: Who cares?


Año de publicación:
2022
Valoración: muy recomendable

Debo reconocer que no sabría ni quién es Rex Orange County de no haber aportado su voz ligeramente perezosa a un par de canciones en el brillante Flowerboy de Tyler The Creator. Y que este Who cares?, cuarto disco del músico británico puede que no sea uno de esos trabajos innovadores y arrebatadores que cambia el panorama musical, pero resulta tratarse del típico disco que, aún sonando algo plano de primeras, crece con las escuchas y revela capas que lo acaban convirtiendo en un disco muy notable.

Podríamos llamarle cantautor pero quizás la definición queda demasiado encasillada en la clásica imagen, y no, Alexander O'Connor desprende una imagen nada sofisticada, parece un estudiante con un trabajo precario a media jornada, muy adecuado a sus escasos veinticuatro años, y sus primeros pasos se dieron por internet. Todo muy sencillo y cercano. Sus referencias son dispares, pero esta claro que apela a ciertos aires clásicos, siendo Stevie Wonder una referencia clarísima, especialmente en ese fraseo ligeramente nasal que domina las canciones, una vez en apariencia poco dada a los alardes, como un Rufus Wainwright (en el alargue de las sílabas) sin histrionismo ni gorgoritos, y uno diría que hay algún deje de (otros influidos por Wonder) Jamiroquai o Bruno Mars, pero la cuestión vocal no es central. Who cares? no llega a los cuarenta y cinco minutos ni a la docena de canciones. Difícil de definir, se trata de un pop con aires soul y con una cierta sofisticación que podría parecer low cost pero no es así. Una de las marcas del disco es la presencia en las canciones de precisos arreglos de cuerda, que les aportan una capa de calidez que acerca al oyente a unas composiciones de aire casual, con tonalidades algo melancólicas pero con un recorrido brillante. Y por lo menos hay cuatro canciones excelentes, casi canónicas, que ya es una enorme marca hoy en día, cosa que no quiere decir que el resto de material sea de relleno, simplemente es imposible no remarcarlas: One In A Million - aquí en vivo, la versión en estudio dispone de unos arabescos de cuerda simplemente fascinantes, Open a window, en la que Tyler The Creator le devuelve el favor, 7AM, puro diario de lo casual y Shoot me Down, poco frecuente encontrar una canción clave en un disco tan cerca del final. Cuatro ejemplos brillantes de pop sofisticado, sin demasiado embalaje de producción: voz, piano, y esas cuerdas que (al igual que en el disco de Lloyd Cole) aportan un brillo especial.

domingo, 20 de marzo de 2022

Goldfrapp: Supernature

Año de publicación: 2005

Valoración: muy recomendable

Lejos de buscar el confort, Goldfrapp deciden en 2005 evitar incluso el obvio desmarque como en su segundo disco. Lo cual acaba repercutiendo en que este Supernature, con su obvio homenaje (completado en Seventh Tree) a Cerrone se convierta en su disco más asequible, aunque sea a fuerza de compensar la mezcla y homogeneizar el sonido sin dejar que este dé bandazos (en el buen sentido), y en este su homenaje al glam-rock y a la música disco, más que como tributo como adaptación al estilo del grupo, el grupo completa un exuberante trío de primeros discos en los que nos ahorramos primeros pasos dubitativos, no solo por la experiencia previa de los dos componentes del dúo, sino por la enorme personalidad sonora que les permite afrontar diversidad de estilos. 

Un sonido elaborado y preciso: Supernature se abre con una parodia de los números del glam-rock más garrulo (Sweet, Slade) que resulta algo reminiscente de los números electro-clash de Black  Cherry acometido con todo desparpajo. Queda claro que la discográfica había tomado nota del éxito de Strict Machine (que a fecha de hoy aún les provee de buenos y regulares royalties) por lo que Ooh La La es una apertura que no marca el desarrollo del disco. Casi se diría que (junto al piano de Satin Doll) es lo más cercano a lo analógico que vamos a encontrarnos. Puede, entonces, que se trate del disco más "pop" del dúo, aunque suene algo convencional definirlo así, alejados del sonido algo perverso de su disco anterior, cuando tenemos deep house de texturas en Number 1, proto disco de aires teutones en Ride A White Horse o fusiones inexplicables en Fly Me Away, sin olvidar una ligera rememoración transalpina en time out from the world, capas de sintetizadores que se desbordan evocando parcialmente los aires fríos y misteriosos de su debut.

La cuestión, con el dúo (no me cansará de repetirlo: los medios los solían definir como "desorientados") era que su libertad creativa - recordemos que jamás han dejado de publicar en Mute - no necesitaba ventas masivas que la justificaran. Sus exploraciones los llevarían, más adelante a un incomprendido folk sintetizado en Seventh Tree. No es que Supernature parezca un álbum de transición. Es una pieza más en una carrera enormemente coherente.

domingo, 6 de marzo de 2022

Pet Shop Boys: Alternative

Año de publicación: 1995

Valoración: muy recomendable

1995: el dúo de Newcastle se acerca a la década de dominación global. Venden montones de discos, la crítica los respeta, incluso los ensalza, el público en su mayoría ha comprendido que son músicos que se toman en serio su carrera, solo unos pocos reacios (pero desde luego, ¿a quién le importan un rábano los fans de AC/DC o Iron Maiden?) se resisten argumentando su omnipresencia en medios o su pose culta y sofisticada que puede ser presentada como cierto aire de superioridad. Lejos de eso, incluso muchos artistas les reclamaban para dar lustre a sus producciones o colaborar con ellos: la lista es larga e incluiría a Boy George, Liza Minnelli, Johnny Marr o Robbie Williams.

Para cerrarla, en un ejercicio de gracia hacia sus fans, Alternative recoge algunos de los tesoros desperdigados que habían hecho que algunos nos rascáramos el bolsillo: sus míticas caras B, en un doble CD recopilatorio, un recorrido exhaustivo por esas canciones que hasta entonces no habían encontrado más que en ediciones limitadas o en ese perverso invento que eran los CD singles en varias versiones. Solo unas pocas remezclas, la gran mayoría temas originales. Algunos de ellos, experimentos con sonoridades que no encajaban en sus proyectos en formato largo, otros pasarían por divertimentos o alegatos de jocosa ironía, incluso por un relativos desaires a toda su cohorte de críticos: sus caras B revelaban una brillantez por la que muchos morderían. 

Por ese afán de exhaustividad, puede que Alternative no alcance el imprescindible. Si eligiéramos una decena de canciones destacadas, sería un contendiente algo bizarro a mejor disco del dúo, sobre todo porque carecería de la cohesión sonora de sus otros discos, pero valga como ejemplo en su carrera, de su dinamismo, su permeabilidad a todo tipo de sonidos, de su curiosidad y de su brillantez compositiva. Decadence, con su austero pero efectivo arreglo, el inicio satiesco de Jack The Lad, la meticulosidad cibernética de Miserablism, la melancolía de Your Funny Uncle, el nervio pre-ácido de Don Juan, la calidez elegante de Violence (Haçienda Version), todas ellas brillantes piezas que no desmerecen su repertorio oficial (el de los singles radiados hasta la saciedad) y que imagino, visto lo poco memorable de sus últimos discos, deben arrepentirse de no haber conservado un baúl para irlo dosificando.

domingo, 27 de febrero de 2022

FKA Twigs: Caprisongs



Año de publicación:
2022

Valoración: muy recomendable

FKA Twigs postró el universo a sus pies con Magdalene: un segundo disco dolido y doliente, un abrasivo experimento en que la música desprendía exactamente la sensación que sus letras emanaban, como un exorcismo de la artista británica donde ajustaba cuentas sobre sus tortuosas relaciones. 

Obviamente, un disco tan brillante que es difícil de suceder. Quizás por eso este CapriSongs se publica bajo el formato y la secuencia de una mixtape, efecto que, sin despojarlo de su condición de disco largo, sí que atenúa algo la expectativa y aporta a la artista un marco de libertad temática. Es un disco, pero puede respirar y ser fresco, y esa desinhibición no solo consiste en los interludios y los ruiditos entre tracks. La portada muestra una foto de la artista con la ciudad al fondo. No una imagen modificada o distorsionada. Tampoco un gesto procaz al uso. En este sentido FKA Twigs se aleja también de ese pesado yugo del experimentalismo per se, no creo que quiera ser ni la nueva Bjork, pero la poderosa personalidad de FKA Twigs también la aleja de estrellas mainstream como, por ejemplo, Beyoncé. Y CapriSongs resulta ser un magnífico muestrario de sus capacidades, para el que se ha rodeado de un arsenal de ayudantes (colaboraciones y productores, de estos últimos a decenas) aunque el efecto sea curioso: ninguna de estas canciones suena abigarrada, y cada nota, cada frase, cada ruido está en su sitio. Incluso las discordancias encajan a la perfección. Es un disco con aspectos inmediatos y asequibles pero también crece con las escuchas, y desde luego su concepción de escucha está adaptada a los tiempos que corren: la experiencia con auriculares es realmente sobresaliente.

No faltan las baladas ligeramente torturadas: meta angel hubiera encajado en Magdalene sin problemas: en general las canciones son más cortas y buscan esa sensación de evitar castigar al oyente: el álbuma ha arrancado con ride the dragon, que puede parecer un apunte o incluso un sampler de lo que se avecina. Tears In The Club cambia el tono y es un guiño al mainstream imperante ni que sea por la intervención de The Weeknd. Aquí el sonido es voluptuoso y casi abrumador. oh my love  o lightbeamers no llegan para acaparar, con sus aires downtempo, el tono del disco, que sigue con aires casi festivos: papi bones es puro dancehall desvergonzado y la luz (aunque sea de neón) entra a raudales, y FKA Twigs no tiene reparo alguno en tentar al hit veraniego (paso de baile incorporado) con la inmediata y gloriosa jealousy, poderoso bajo que retumba sin pudor ni vergüenza. Y podría destacarse mucho más de este disco. Una gloriosa reivindicación que conjuga accesibilidad y busca de la innovación, a la que no es ajena la intervención del, insisto, nutrido equipo de productores: Arca repite e irrumpe El Guincho, cuyo prestigio global (tras lo de Rosalía) es merecido y creciente. Si lees habitualmente este blog, ya sabes lo que pensamos. Pero perderse CapriSongs por cualquier tapujo o preconcepción es, simplemente, una estupidez.

domingo, 20 de febrero de 2022

C Tangana: Sobremesa

Año de publicación: 2022

Valoración: muy recomendable (aunque complementario)

Algunos matices acerca de Sobremesa.

Aunque se está presentando como un "nuevo disco" y, por ejemplo, aporta nueva portada, me temo que no lo es en el sentido estricto del término. Si bien una de las cuestiones que pondría en duda tal afirmación (el hecho de que mucho de su material ya estaba disponible anteriormente) también hubiera invalidado El Madrileño como tal, y eso sí que no. También aporta esa sensación el hecho de que el disco parece que se comercializa junto al disco inicial como una especie de continuidad, que eso sí que suena muy coherente, aunque he de agradecerle ciertas cosas al Puchito, aparte de las que pueda agradecerle su compañía si, con este proceder, hurga aún más en los bolsillos de algún despistado.

Puestos a agradecer, y en tal caso, lo hago por tres motivos: consigue que el disco acabe con algo mejor que la indigna y sobrecalentada Hong Kong, aporta alguna justicia poética al acreditar a New Order gracias a la magistral aportación en la versión en vivo de Los tontos, y plantea cierta respuesta a los críticos que le echaron en cara la ausencia de colaboraciones femeninas en El Madrileño. 

Las dudas, entonces, de la justificación del proyecto, quedan despejadas: La Culpa es rumba taleguera de voz acazallada, estribillo inmediato aunque pegajoso, y video afortunado a pesar de la sospechosa presencia de Omar Montes; en Ateo , con escándalo incorporado, empieza a equilibrar cuota con una ¿bachata? a dúo con la simpar Nathy Peluso, curiosamente algo relegada, pero con tiempo para aportar esa dicción de sílaba masticada, como presentando su candidatura a ser (tras Rosalía y Tangana) la siguiente aportación de bulto de los géneros urbanos al imaginario popular. El disco sigue mostrando material conocido, particularmente me ha parecido algo rácano el no aportar versión de estudio para Me maten y limitarse a publicar la versión ya conocida, la del glorioso Tiny Desk, ha tenido muy buen criterio al recuperar e integrar la primera versión de Un Veneno por lo que representa como primer punto de la reinvención del artista como multigénero y también en darle un colofón más digno con una declaración modesta de amor latino en Para Repartir, tema de hace dos años en el que el músico ya apuntaba su interés por ese glorioso, a tenor de los resultados, camino entre la nostalgia, la mezcla de elementos dispares y la innovación que representaba El Madrileño, y si esto es una jugada comercial o una oportuna extensión del alcance del disco, si ello hace que los reticentes (ese oscuro e inamovible grupo de gente que alardea de no haber oído jamás al tío este) comprendan y disfruten este - ahora ampliado - magnífico disco, pues hay que recomendarlo, otra vez (Iván Repila ya lo hizo aquí antes que yo: gracias).

domingo, 13 de febrero de 2022

Depeche Mode: Black Celebration

Año de publicación: 1986

Valoración: muy recomendable

Casi 36 años, aún suena fresco y audaz. Sin la inmediatez de Music for the masses ni la perfección canónica de Violator y con la inclusión de alguna canción que parece sobrar (nunca he acabado de entender el cierre con New dress, que me parece disonante y no solo por su mención a Lady Di), este disco marca el principio de la trilogía dorada de la banda. Su quinto disco, precedido por cuatro LPs notables, todos ellos incluyendo magníficos singles - sus recopilaciones de ese período son ejemplares como muestras de la evolución de un sonido - pero aún no, ahora sí, obras capitales en su conjunto.

Pero lo cierto es que muy pocas bandas pueden mostrar una trayectoria coherente y creciente hasta un séptimo disco como los de Basildon. Con el mérito añadido de haber superado el temprano abandono de uno de sus líderes, Vince Clarke (quizás algún día reseñemos a Erasure aquí), pero demostrando una evolución que no solo daría para mostrar sus influencias sino casi para ejemplificar el rumbo de la electrónica pre-acid, un camino desde el synth-pop con acné hasta los ritmos solemnes de su época berlinesa o los ásperos conatos industriales de su anterior disco, Some great reward. Ni un disco despreciable, todos ellos aportando material consistente a un catálogo que nutría y aportaba versatilidad a sus directos. En 1986, Depeche Mode había experimentado la mutación que otras bandas (The Cure, New Order o The Smiths) estaban completando, desde los diferentes polos del universo alternativo, hacia algo más gigantesco y nebuloso: ya eran rock-stars. Poco importaba que no tuvieran una configuración al uso. Los contados instrumentos no electrónicos eran un mero contrapunto de su material, que seguía siendo básicamente pop sintetizado, y que había ido añadiendo texturas, que en Black Celebration empiezan a revelarse en toda su riqueza, mostrando tanto su permeabilidad (el disco combina influencias de proyectos tan heterogéneos como Kraftwerk o The Cure) como proyectando sus resultados hacia otros estilos. No solo porque los miembros de la banda lucieran melenas, cuero y tatuajes (que sustituían a los cardigan de sus inicios) sino porque el mensaje de la banda ya era hermético y polifacético.  

Desde el fastuoso arranque del disco, nada mejor que abrirlo estableciendo el tono con la canción que le da titulo, solemne y épica, alejada de lo comercial y con una oscuridad inherente, hay un camino por recorrer. Canciones casi a capella como Sometimes o It Doesn't Matter Two, que hubieran encajado mal en trabajos previos, aquí tienen plena justificación desde la declaración estética del disco. Los singles son menos obvios, con la excepción de A Question Of Time, lo más cercano que hasta entonces la banda había estado de crear un riff alternan con magníficos temas de complemento condenados a la veneración por el fan irredento Here Is The House, con sus cambios de ritmo y su rica estructura melódica, el conjunto es a la vez variado en su sonoridad y cohesionado en su intención. Como suele suceder con los pasos arriesgados de las bandas consolidadas, el disco representó un relativo retroceso comercial, pero fue reconocido a posteriori como lo que fue: una inyección de confianza artística en la banda antes de afrontar sus dos siguientes discos, dos obras maestras indiscutibles un pequeño escalón por encima de este, pero inconcebibles si este disco no hubiera plantado ciertas semillas.