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domingo, 24 de abril de 2022

Arthur Verocai: Arthur Verocai


Año de publicación: 1972

Valoración: muy recomendable

Cincuenta años de este disco, tras el cual su autor prácticamente se esfumó del mapa, y su frescura permanece intacta. Una frescura revestida de ingenuidad si uno se fija en su precaria técnica de grabación, aquí no debe haber mucho más de cuatro pistas que suenan salvajemente en su canal, en algunos casos detalles rítmicos que parecen un poco superpuestos, pero nada desde luego que eclipse el portentoso valor de estas composiciones. 

Hablamos de música exuberante, llena de influencias y atmósferas que cambian de canción a canción, un disco que apenas dura media hora y que concentra sabores locales (sí, los fraseos de guitarra son propios de la bossa-nova, claro) pero los integra en una especie de regusto universal, celestiales composiciones junto a soberbios (aunque modestos arreglos) que mantienen la esencia del tropicalismo, pero que se yerguen orgullosos como para decir que no todo Brasil es Jobim. Y aunque su influencia se note, esas voces masculinas que suenan delicadas, pero firmes y resueltas, aún a coro, esas cuerdas y esos vientos que pueden intervenir puntualmente o adueñarse de las canciones, ese encantador aire amateur que aflora de los escasos medios pero que no puede hacer palidecer esa decena de canciones soberbias, dejadas ahí (en medio de la nada, como evoca esa portada que muestra cualquier cosa menos playa y palmeras) para que se disfruten sin pretensiones ni artificios.

Escuchad esta maravilla aquí

domingo, 6 de febrero de 2022

Tom Waits & Crystal Gayle: One From the Heart, OST


Año de publicación: 1982

Valoración: muy recomendable

Funny facts (o no tanto): el estrepitoso fracaso en taquilla de One from the heart - la película - hundió a la productora de Francis Ford Coppola hasta llevarla a la bancarrota. No sé si la eterna y merecida veneración por The Godfather le ha aliviado tan tensa situación.

Claro que el hombre no reparó en gastos y alguno de esos fajos de billetes fueron al bolsillo de Tom Waits, en el momento artista de culto y elevado aquí a protagonista con sus composiciones en lo que es un magnífico score original en el que Tom Waits parece cantar al estilo clásico, al menos más de lo que se esperaría de él, aquí Waits simplemente parece un crooner que ha pasado una mala noche y ha hecho gárgaras con claras de huevo unas horas antes de grabar. 

Material primoroso, de aires nocturnos como la película a la que presta respaldo, marcado, cómo no, por el despliegue de medios de producción. Instrumentales inspirados, baladas torturadas a las que Crystal Gayle, cantante de country, aporta contrapartida dulce y modulada, una tonalidad muy de la época aunque no exactamente discordante (para nada es Céline Dion, por ejemplo) pero que en todo caso se solidifica en canciones disfrazadas de clásicos desde sus primeros compases y, como la película dentro de la filmografía de Coppola, relegada a menudo cuando se contempla en su conjunto la obra del músico estadounidense. En su caso, se encuadra en el período intermedio entre su etapa de pianista de bar devastado por el bourbon (Blue Valentine) y su trasvase a las calles encumbrado en Swordishtrombones, justo a medida que estrellas del rock fueron apuntando su nombre como influencia. Y Waits se entrega con confianza e incluso modestia, su música siempre ha sido más narrativa en tercera que en primera persona.



domingo, 3 de octubre de 2021

Nala Sinephro: Space 1.8


Año de publicación: 2021

Valoración: muy recomendable

Es belga, toca el arpa (aparte de otros instrumentos), lo cual vais a reconocerme ya genera una fuerte imagen, tiene 22 años y su disco de debut lo publica Warp, uno de esos sellos emblemáticos a más no poder que ha sabido dejar atrás el estigma de pertenencia a un género concreto (lo electrónico) para ubicarse en uno más amplio (lo vanguardista).

Aunque vanguardista no sería exactamente el término que definiría este disco. Seré más prosaico: esto es jodido jazz casi clásico. Con piano, saxo tomado a milímetros del micrófono (casi oímos el chasquido de los labios del solista sobre la boquilla del instrumento), arpa, claro, y tratamientos de sonido de textura electrónica, que esto es Warp, estamos en 2021 y existen los sintetizadores modulares. Y aunque mi expresión pueda parecer contener sorna, pues no. Space 1.8, y no negaré que la condición de ser editado por Warp, y no por algún minoritario sello especializado en el género, es un fascinante camino, ocho temas numerados que en el caso del último (ejem, Space 8) llegan a los 18 minutos de cosmic-jazz que elude escrupulosamente el muzak y se crea y se recrea en influencias tan obvias como inapelablemente respetables. Por supuesto, la esencia de Miles Davis (aunque aquí no hay trompetas), Stan Getz, Sun Ra, que se combina sin ninguna clase de efecto discordante con Aphex Twin, Boards of Canada o los conceptuales Oval. Hay sonido orgánico, sensación de libertad total en lo compositivo y en lo técnico, hay texturas e incluso meros apuntes que cualquiera podrá desarrollar en más minutaje, y hay una fuerza expresiva muy notable. Es justo esa clase de música que parece que vas a poder usar de música de fondo (atentos a las infinitas posibilidades de estos temas como fondo de imágenes) mientras lees, pero que de repente te das cuenta de que está capturando tu atención, interponiéndose en tus percepciones. 

No negaré que seguramente el universo del género esté procurando otros discos de este nivel en los que simplemente no nos hemos fijado (por ser éste un universo algo cerrado en sí mismo y dando la espalda a los canales convencionales) pero Nala Sinephro ha publicado una magnífica pieza de música tan contemporánea como atemporal que va a estar entre lo mejor del año.

domingo, 13 de junio de 2021

Flying Lotus: Cosmogramma

Año de publicación: 2010

Valoración: casi imprescindible

Independientemente de que uno caiga en el estereotipo de hablar del gen familiar y la relación de Steve Allison con el clan Coltrane, cuestión que seguramente iría de perillas para el aparato promocional (como si la mera publicación del disco en Warp no definiera suficientemente la intención), los méritos de Cosmogramma superan las expectativas del artista novel y entonces no resulta extraño que autores inquietos como Kendrick Lamar acudieran al músico norteamericano a la búsqueda de sonoridades extrañas, a medio camino entre el caos y la calma.

Otro de esos discos que justifica el no señalar piezas determinadas, diría, a pesar de mis reticencias a las metáforas, Cosmogramma es un océano algo turbio bajo una dura capa de tensión superficial. Obviamente hablamos de sonido experimental y nada relacionado con las corrientes pop, aunque sus hallazgos sonoros encuentren su vía de encaje. Obviamente el Thom Yorke que colabora en una canción es el de Kid A y no el de The Bends. Lo abigarrado de la entrada, un pandemónium de apenas un minuto y medio que firmaría Squarepusher, solo hace las veces de información al oyente. Si hace unas semanas reseñando a Throbbing Gristle informaba de su práctico rechazo del virtuosismo como planteamiento previo para la entrada en el estudio, creo que con Flying Lotus, quizás con una premisa opuesta (Thundercat es, obviamente, uno de los mejores bajistas de la actualidad) alcanza un resultado, si no equivalente, sí equiparable. Cosmogramma es un disco difícil y abstracto a pesar de sus remansos de paz, completamente libres de tufo new age, incluso sus escarceos con el drum'n'bass están ensuciados a base de capas de producción y juegos con las idas y venidas entre lados del sonido, entre capas de éste. La presencia de Thundercat no se limita al lado rítmico, a veces más entregado al 808 mientras el bajo es el que traza las ¿melodías?. Cierto es que hay cierta sensación de amplitud cuando las cuerdas toman protagonismo, pero esa calma es siempre tensa, abigarrada, más deudora de los 12" de Mo' Wax que de la oleada edulcorada de grupos como  Morcheeba. Cosmogramma concibe la calma como precedente de la explosión, lo que no significa que hablemos de música agresiva o intimidante, cuestión que las escuchas confirman. La mezcla de estilos es constante y desinhibida, e incluirían el lounge, el deep house, el ambient, en un principio todo aquello que se ponga por el medio y que pueda ejecutarse con teclados y bajo.  Difícil pero crecientemente fascinante.


domingo, 6 de junio de 2021

Tom Waits: Swordfishtrombones

Año de publicación: 1983

Valoración: imprescindible

En 1983 Tom Waits pasa de Asylum, sello que le ha publicado un puñado de de discos, a Island, sello que publicaba, por ejemplo, la discografía de Bob Marley. El disco tarda casi un año en publicarse desde el inicio de su grabación, hasta ese momento Tom Waits es un brillante músico de culto y lo último que ha publicado ha sido la banda sonora para el sonado fiasco de Coppola, One from the heart, un disco en el que ha combinado clásicas baladas de piano y ambiente humeante con amagos de lo que parece ser un cambio de sonido (o una evolución, concepto que queda más cool). 

Y es así: los ambientes decadentes de piano bar etílico que llenaban discos como Blue Valentine dan paso a una especie de torbellino fascinantemente tosco en lo sonoro (vientos, percusiones secas, guitarras áridas) que combina a la perfección con las cualidades vocales de Waits y que combina a la vez sonoridades añejas y vanguardistas. Waits lo ha hecho, disfruta de la promoción propia del sello, incluso disfruta de un delirante video para In The Neighborhood, mezcla de desfile funerario, de Mardi Gras, y de una eventual salida de paseo de lo más granado de cualquier institución psiquiátrica. Waits no ha traicionado su estilo ni sus temáticas: simplemente ha dado un paso adelante. Todos sus admiradores en la sombra pasan a manifestarse (Rod Stewart llegará a versionearle, pero la verdadera ronquera es la de Waits) y se convierte en una inesperada estrella del firmamento alternativo. 

Swordfishtrombones es una especie de opus de 40 minutos compuesto por muchas piezas cortas que no llegan a enterrar el espíritu sonoro (piano, cuerdas) de sus primeros discos, pero se aventura en mucho lugar inhóspito, y en este caso veo conveniente no centrar la reseña en canciones ya que el disco, sin formar una progresión, sí es disfrutable en su secuencia. Hay piezas cortas de aires lánguidos o marcianos, hay instrumentales de corte inquietante, hay excesos vocales y demostraciones de puro spoken word, hay algo parecido al be bop o al free jazz y sorpresas sonoras a cada rincón. percusiones que parecen haber sido organizadas con cucharas de madera y cuatro tablones, algún aire exótico (¡marimbas!), todo ello plasmado con una completa desinhibición y una intención clara de franqueo de barreras sonoras. Puede ser que sea el equipo de producción o la presión del cambio de entorno dentro de la industria musical, el desplazamiento a una pista central. Es un disco cuyos aires son palpables en muchas obras posteriores, aunque sea de forma aislada. Tricky en Aftermath o Goldfrapp en Oompa Radar le rinden tributo inconsciente, pero esa sonoridad, esa intención de aportar un aire primitivo y ligeramente enajenado teñirá muchas obras posteriores, incluso condicionará a Waits en su obra posterior, que entrará en una espiral de búsqueda de lo extraño que rozará lo autoparódico en algún momento, quizás su justa medida sea la que aquí se contiene, pero de ello va hacer, pronto, casi cuatro décadas.

domingo, 13 de septiembre de 2020

Steely Dan: Gaucho

Año de publicación: 1980

Valoración: casi imprescindible

Disco atiborrado de detalles clásicos, esta virtual última obra del dúo norteamericano se presentó, de primeras, como uno de los discos de producción más costosa de la historia en su momento. La lista de músicos de estudio (que incluía, por ejemplo, a Mark Knopfler) ya era extensa, pero desde luego la leyenda, corroborada por los resultados del disco, no habla solamente de esa nómina, sino del exasperante perfeccionismo de los autores del disco por traspasar al estudio exactamente su concepción sonora. De la compra de caros instrumentales para apenas rellenar unos segundos en las canciones. Si el término AOR se acuñó parecería que este fuera el epítome de su génesis, y si toda esa mitología fuera cierta este sería el clásico disco que cualquier vendedor de caros equipos de Hi-Fi tendría preparado para esos lejanos días en que se justificaban inversiones millonarias en equipos domésticos, ni que fuera para ese placer casi perverso de oír el chasquido del nylon rozando los dedos del bajista de turno.

Pues bien, contra lo que ello pueda parecer, hablamos de un disco al cual la perfección técnica la obsesiva meticulosidad de cada detalle no lastra, no aporta frialdad. Todo lo contrario, el resultado es inapelablemente brillante, de una brillantez que no definiría como cálida, diría más bien que el disco es nocturnamente confortable y desde luego una de esas obras musicales, que, separadas de algunos perniciosos detalles que envolvieron su creación, se alza majestuosa.

Las notas iniciales de Babylon Sisters, con el piano eléctrico marcando el ritmo, el sutil ritmo (Babylon) reggae de la guitarra, los saxos, los coros femeninos, nos emplazan en un mundo extraño, sofisticado de una manera algo perversa. Tremenda sensación cinemática que igual nos emplaza en un antro a punto de cerrar en alguna calle secundaria como en un elegante club. Cuesta definir ese mood pero resulta cualquier cosa menos aséptico, aunque las escuchas sucesivas puedan confirmar esa sensación que impacta. No hay un sonido fuera de sitio, no hay una sola salida de tono, todo, punteos de guitarra, notas del piano, entradas de viento, encaja y tiene sentido.

La primera cara del disco la completan otras dos obras maestras: Hey Nineteen, single pluscuamperfecto de una banda que publicaba pocos sencillos pero que los convertía en acontecimientos: entrada que deja sin aliento, guitarra en solo de notas agudas y precisión prístina, la voz de Donald Fagen (que alcanzó cierta notoriedad en una posterior carrera en solitario) adquiriendo tono canalla y ese inimitable flujo de la canción, otra perfecta muestra en este caso conducida por una guitarra simplemente celestial, que suena de forma inmejorable y que aventuro sería un auténtico quebradero de cabeza reproducir en vivo.  Glamour Profession irrumpe de forma inmediata y es otra vez una maravilla, podéis hacer el ejercicio de perseguir cualquiera de los instrumentos en su audición. Solamente la línea de bajo ya es suficiente para fascinarte por toda su duración, pero los fraseos de piano, las respuestas de los saxos a las estrofas de Fagen.

Puede que la cara B, cuatro canciones más cortas, se resintiera de ese poderío mostrado: los aires melancólicos de Third World Man son los que más se acercan a ello, pero igualmente aunque sea en lo sonoro son piezas que hay que explorar. Siempre he pensado que el complemento que le falta a este disco hubiera sido la soberbia pieza que grabaron para la película FM, quizás ese era el empujón que lo hubiera elevado a imprescindible.



domingo, 2 de agosto de 2020

Joni Mitchell : Court and Spark


Año de publicación: 1974

Valoración: muy recomendable

Se hace un poco difícil hablar de un disco que se ha conocido y disfrutado fuera de la época de su publicación, fuera del entorno en que surgió tanto social como musical. Si a ello le añadimos que, los que despertamos a ciertos gustos musicales propios hacia finales de los 70, rodeados de sonidos disco, de punk y new wave como reacción a la modorra prog-rock, en ese momento Joni Mitchell, delicada cantautora más arraigada en escenas relacionadas con el folk y el jazz, puede, recuerdo haber tenido referencias por la prensa musical que ya por entonces empecé a devotar, que me sonara demasiado matizada, demasiado poco ruidosa, demasiado adulta para comprender su música y disfrutarla.
No me importa reconocer que fue la inclusión de dos canciones de este disco (las elegantemente entrelazadas People's partiesPeople's parties The same situation) en una antigua sesión de Zero 7 lo que me llamó la atención. La voz, a la vez gris y poco dada a estridencias como rica en matices y técnicamente impecable, y la estructura de las dos canciones, atípica por su ausencia de estribillos, con cierto aire conversacional y narrativo más que percusivo en el mensaje, como solía ser el pop. A medida que indagué sobre el disco descubrí que fue un gran éxito en su momento, especialmente en Canadá, país nativo de la cantautora, que ya había publicado varios discos y que se movía en sonoridades (obviamente adultas) que picoteaban de jazz, pop y folk.
Court and Spark cumple con todas esas premisas y sería un álbum perfecto si le extrajéramos un par de canciones que no solo cercenan el tono íntimo del disco sino que incluso, a mí, me crispan algo los nervios, con sus salidas de tono: Twisted y Raised and Robbery, especialmente la segunda con su absurdo arranque country and western que la convierte en una canción de cervecería en Missouri y que no tiene nada que ver con todo lo que la rodea, que es música meditada, ejecutada con mimo y con seguridad.  Help Me, por ejemplo, parece respirar aires de bossa nova (las flautas) mientras Court and Spark mezcla aires jazz y suaves guitarras slide, la mencionada The same situation incluye en sus escasos dos minutos y medio tanto brillante piano como espléndidas cuerdas. Aparte de la meticulosidad de arreglos, de su voluntad de contención, Mitchell no necesitaba aspavientos para mostrar la radicalidad de su propuesta (boina ladeada, chaqueta de cuero y guitarra colgando, rehuía la imagen de fragilidad atribuida a las cantantes solistas de su momento) y su influencia persiste presente y es visible en artistas década tras década, kd lang, Goldfrapp, Rufus Wainwright y muy recientemente el excelente último disco de Weyes Blood pueden testificarlo, y no solo en la reproducción de esa manera de cantar en tonos graves y solemnes: la mezcla desacomplejada de influencias también es algo que aportó.

domingo, 30 de junio de 2019

Tom Waits: Blue Valentine


Año de publicación: 1978

Valoración: muy recomendable

Hay donde elegir. La discografía de Tom Waits a lo largo de varias décadas da para mucho, incluso aceptando que cada uno pueda acercarse a ella desde diferentes perspectivas. Obviemos ciertos aspectos: su voz áspera siempre asociada a toda clase de excesos, su pose desgarbada y alérgica a cualquier compromiso estético relacionado con una popularidad que, círculo cerrado, debe provocarle arcadas. O esas temáticas en sus letras que damos por más que sentadas: el mundo freak, los perdedores y olvidados, un universo casi más social o literario que quizás estrictamente musical. 
Pero no temáis:no creo que le den el Nobel.
Si en algún momento estalló su carrera diría que fue a mediados de los 80, cuando alcanzo fugazmente la popularidad cuando alguna de sus canciones, como Downtown Train, amagó con un acercamiento a un cierto pop oscuro, llegando incluso a sufrir una espeluznante versión perpetrada por Rod Stewart (que puede que pensara que la cuestión era tener una voz algo mellada y ya). A partir de ahí, siguiendo una trayectoria sólida y decidida, Tom Waits decidió convertirse en un sólido estilo por sí mismo.
Pero entonces Waits ya llevaba una carrera oscura atrás, carrera de discos nocturnos con portadas oscuras, a espaldas de lo comercial y a espaldas de nada que pudiera acercarse a ofrecer al oyente algo con lo que sentirse cómodo.
Blue Valentine, disco de 1978, podría incluso calificarse como relativamente accesible aunque sea por su vocación de acercamiento clásico, sus aires visuales (premonitorios: Waits aportaría bandas sonoras marcianas a películas de Coppola o Jarmusch), y unos arreglos que pueden entroncarse más en el jazz clásico o incluso en los scores, que en la experimentación desmedida de su carrera posterior. Aún así, cuesta imaginar que un disco como este salía a la luz en la misma época que, por ejemplo, las películas de John Travolta dominaban el universo. 
El álbum se abre de forma impactante: Somewhere (extraida de la banda sonora de West Side Story) recibe el tratamiento vocal pertinente. Suntuosas cuerdas sirven de soporte al torrente gutural de Waits, aquí casi alcanzando el falsetto en algún momento, para a continuación recuperar sus aires a lo Louis Amstrong. Una manera clásica de abrir un disco clásico. Los fraseos de trompeta aportan un aire de elegancia decadente y anticipan la entrada de Red Shoes by the Drugstore, inquietante como si se tratara de una banda sonora de Bernard Herrmann, y aquí la voz de Waits ya no pretende inflexionar melodía sino escupir frases sobre el ritmo, apuntalado por una guitarra que apenas pellizca la columna de la canción.
Inicios así explican, ya que estamos, la creciente fascinación por el artista. Continua el jazz humeante de Romeo is bleeding, con olor a madera sucia impregnada de café, rompiendo con el mito del pianista sudoroso sobre el teclado, aquí se percibe un poderoso trabajo instrumental. Pero si echamos de menos eso, el pianista, solo hay que esperar la impactante Christmas Card from a Hooker in Minneapolis. Aún nos queda el blues de Wrong side of the road, la torch-song disociada de Kentucky Avenue donde Tom Waits parece contestarse a sí mismo en cada fraseo, y ya me detengo pues, hasta llegar al cierre del disco con la "tierna" balada que le da título, el disco es un catálogo perfecto para introducirse en la obra de Tom Waits, ese extraño tipo de cara desencajada que parece tener 60 años desde hace 40, ese rara avis dentro de la música que, desde algún rincón oscuro del universo, cumple con su función esporádicamente: un francotirador desde las tinieblas de verdad, no hace falta gritar ni acumular decibelios, esto es el auténtico heavy metal.

domingo, 25 de noviembre de 2018

Antonio Carlos Jobim: Wave

Año de publicación: 1967
Valoración: imprescindible

Honestamente he de reconocer que, incluso cuando llevaba algunos años como aficionado a los sonidos brasileños, no supe de este disco hasta que leí una entrevista con unos de los bartleby musicales, Kruder & Dorfmeister, donde lo mencionaban de una forma curiosa: habían aprendido ciertas técnicas de guitarra a base de practicar con las partituras de este disco. Años más tarde, alguien me comentó que la bossa-nova como estilo requería una cierta pericia en sus partes para este instrumento.
En 1967, Antonio Carlos Jobim ya era un mito. El material compositivo que había sido usado en el imperecedero Getz / Gilberto debía procurarle fama y royalties y podría, eso hizo, dedicarse con total libertad a encauzar su creatividad hacia donde quisiera. Sus composiciones clásicas estaban ahí, y no tenía más necesidad que la puramente artística. Sin ir más lejos, en ese mismo año se publicó su álbum a medias con Frank Sinatra
Wave se aleja algo de ese material. Solo una canción contiene partes vocales, del propio Jobim, como Joao Gilberto, cantantes de poca técnica pero ajustada a los requisitos de una música que no precisaba alardes y gorgoritos. La dicción no tenía que ser depurada, en el fondo las letras eran apenas mensajes universales susurrados en un entorno de perezosa saudade, la banda sonora perfecta para una tarde relajada a la sombra mirando como la gente retozaba en la arena de una última semana de septiembre. 
Jobim no tuvo la culpa de como parte de esa música se neutralizó en conceptos comercializables como el chill-out, el lounge o el easy-listening. Pero está claro que alcanzar a las masas conlleva ese riesgo. Wave es, en el fondo, un disco de jazz. Lo publicó el sello A&M pero cualquiera diría que sí a gritos si le afirmaran que en realidad fue Verve. Trampa; su productor, Creed Taylor había salido del clásico sello de jazz y se había apresurado a contratar a Jobim para grabar esta maravilla. Y su media hora escasa resulta, a primera y distraída escucha, hasta plana y monótona. Por eso hay que oírlo detenidamente, despojándose de otras distracciones y preconcepciones, prestando atención a esa producción ligeramente añeja pero aún inmejorable. El arranque de guitarra y flauta de Wave, la canción, con el piano tomando rápidamente las riendas de la melodía, con un aire de improvisación y sus puntuales regresos a la melodía. Las contestaciones de la sección de viento, el tono añejo de las cuerdas punteando con sus contramelodías. Triste, otra vez piano con una melodía pegajosa arrebatada por la trompeta. Mojave, increíble arranque protagonizado por la flauta. Dialogo, concebida como eso, un vaivén entre instrumentos, un arrullo que las cuerdas se encargan de finiquitar. Antigua, que incorpora lo que parece ser un clavicordio que arrastra toda la canción hacia un lugar tranquilo y feliz del que no querremos volver. Solo Captain Bacardi (pero hay un título más adecuado) se permite cierta licencia festiva, cierto toque perezoso (todo el disco desprende esa sensación: la de que se está mejor escuchando esto que haciendo cualquier otra cosa) y un arranque más relacionado con la samba o hasta con el jazz de big-band.
En fin: el disco está disponible para su escucha íntegra en Youtube. Historia viva de la música, cincuenta años después, no sé a qué esperáis.

domingo, 21 de enero de 2018

Paolo Conte: The Best of Paolo Conte

Año de publicación: 1996
Valoración: Imprescindible

Este señor que ven ustedes en la portada del disco, de 81 años recién cumplidos y el digno aspecto de haber servido de modelo original para la etiqueta de la Birra Moretti  (aunque dista de ser su mejor foto, desde luego) es nada menos que don Paolo Conte, abogado de Asti, en el Piamonte, compositor, pianista y uno de los cantantes más importantes y originales que ha dado la canción italiana y europea. ¿Que no han oído nada de él? Seguro que sí: Azzurro, la composición que le hizo declinarse por la carrera musical, pasa por ser uno de los epítomes de la ya degradada etiqueta de "canción del verano". Aunque se trata más bien de una canción sobre la nostalgia del verano, sobre la nostalgia de la infancia o sobre la nostalgia de la mujer que nos abandona, siquiera temporalmente. Todo esto, claro, es más difícil de apreciar en la primera y celebérrima versión que cantó Adriano Celentano, pero es evidente en la áspera voz de Paolo Conte, una versión que que, por qué no decirlo, le da mil vueltas a la del raggazzo della via Gluck.

Pero no sólo de Azzurro vive el hombre (no lo digo en sentido literal, claro, pues seguro que los derechos de esta canción ya proporcionarán una pequeña fortuna): en esta recopilación de lo mejor de la primera etapa como intérprete del signor Conte podemos encontrar muchas otras de sus más célebres composiciones, desde Via con me -tan querida por los publicistas actuales- a Gelato al limon, Sotto le stelle del jazz  o Dragon. También Gli impermabili, tercera pata del tríptico de canciones del "hombre del Mocambo", sobre el fracaso del varón europeo del siglo XX que acaba, irremediablemente, ante la barra de un bar.  Una temática que, por cierto, va como anillo al dedo a la voz dura y potente, casi cazallera, de este intérprete.

Esa impronta melancólica y aun nostálgica se puede apreciar en muchas de sus canciones, no sólo en las que parecen más aptas para ser interpretadas una noche lluviosa en un piano-bar, sino también en otras más enérgicas e incluso-en apariencia-alegres. la misma Azzurro o la evocadora de otro tiempo -no sé si mejor- Bartali, cuyo protagonista se entrega a sus reflexiones mientras espera el paso de uno de sus héroes en el Giro de Italia... Por no dejar de mencionar la emocionante habanera que cierra el disco: Genova per noi, que nos lleva a maravillarnos tanto como ésos que están "in fondo alla campagna" cuando descubren el Mediterráneo.

En el aspecto estrictamente musical, es indudable que el jazz, más o menos clásico e incluso en momentos  adscrito al llamado lounge es la baasae de la mayoría de estas composiciones, más claramente en Via con me, Sotto le stelle del jazz  -aquí, con el recurso tan querido por Conte del kazoo acompañando al pianoforteBoogie, Gong-Oh, Dragon... pero también de la tradición de la canción italiana, más o menos disimulada, en Ho ballato di tutto o de los ritmos latinoamericanos: Alle prese con una verde milonga -una suerte de "metacanción" sobre la lucha del músico con su arte- o la ya mencionada habanera de Genova per noi o los primeros compases de Gelato al limon... Incluso, por no olvidar el toque francés que tanto parece agradar a Conte, la extravagancia burlona que supone esa evolución decimonónica de la contradanza que es la Quadrille.

¿Es esta la mejor recopilación posible de la música de este gran compositor y genial intérprete italiano, habida cuenta además, que ya tiene más de veinte años? Obviamente no, podemos encontrar otras como Tutto Conte, del 2008 o la exquisita Reveries del 2003, con un montón de nuevas versiones de temas antiguas. O, si se prefiere, cualquiera de los discos grabados en directo (recomiendo , por ejemplo, Live Arena di Verona, del 2005); en todo caso, es una buena manera para iniciarse en la música de este magnífico autor y personalísimo cantante. Quién lo haga no se arrpentir-a. O, parafraseando de nuevo la última canción del disco:

                                     Con quella faccia un po'così
                                     quell'espressione un po'così
                                     che abbiamo noi che abbiamo... ascoltato Conte...


domingo, 26 de noviembre de 2017

Miles Davis: Kind of Blue


Año de publicación: 1959
Valoración: imprescindible

Hará unos doce o quince años, cuando la actual eclosión de series televisivas empezaba a producirse al amparo, sobre todo, del canal HBO y de series totémicas como The Sopranos o The Wire, recuerdo haberme enfadado bastante cuando contemplé uno de esos arquetipos que suelen dar tanto asco.
Salía en un episodio de Sex and The City, cuando uno de los novios de turno de la sempiterna Carrie Bradshaw resultaba ser un fanático del jazz. El personaje era descrito con una simplicidad y una catarata tópica de tal nivel que me ofuscó: sombrerito (no recuerdo si Borsalino), espíritu bohemio, pose alucinada, locura por el vinilo y su añejo sonido, parafernalia en su apartamento que daba testimonio gráfico de su obsesión.
Y recuerdo que, en aquellos speech tan clásicos de los finales de capítulo de la serie, Carrie Bradshaw justificaba el final de la relación por preferir la "simplicidad de una melodía pop". O quizás dijo de un estribillo.
Hoy no voy a reseñar el disco que da título aquí ni voy a hablar del antes y el después del artista o del sonido del jazz ni del cambio que, he leído, Davis supuso para la rigidez del jazz, y como no se conformó con revolucionarlo una vez, sino que lfo hizo varias. 
No voy a reseñar el disco porque sería muy petulante (aún más de lo que suelo serlo aquí) aparentar conocer toda la historia o tan siquiera una parte sustancial de una música que es una manifestación cultural de tal alcance que a veces me da vergüenza que, como la música clásica, cierta corriente snob se haya adueñado de ella y la use de forma excluyente para alardear de grabaciones extrañas y de tomas desconocidas y de equipos de Hi Fi con altavoces por encima de los 3.000 euros. No creo que esa fuera la intención de los músicos que entregaron su vida a ella. Lo que hay que hacer con Kind of Blue, una tanta de las cúspides de la obra del trompetista, es ponerse el disco y disfrutarlo sin la intención de memorizar sus melodías o esperar sus mejores momentos. Aquí está Davis y está Bill Evans y está John Coltrane, un sueño húmedo para los gouteurs y una santísima trinidad que se alterna en los solos, en el protagonismo sonoro, mientras una esplendorosa sección rítmica aporta ese ritmo elegante y perezoso que es tan difícil como inútil intentar describir, tan estúpido como injusto destacar este o ese momento, porque este disco es historia irrepetible de la música, objeto de veneración y de estudio y de intento de imitación tantas veces, y no tiene sentido empeñarse en las palabras buscando definir lo que solamente puede ser transmitido así.