domingo, 29 de septiembre de 2019

Simple Minds: New Gold Dream (81-82-83-84)

Año de publicación: 1982
Valoración: muy recomendable

La misa televisada cuyos cantos oigo tenuemente desde la terraza en que escribo esta reseña me hace recapacitar sobre la icónica portada de este disco. Contundentes cruces, marmol veteado en tonos violáceos: poderoso mensaje que, de publicarse el disco hoy y no hace casi cuatro décadas, sería muy interpretado. Y el propio título del disco: Nuevo sueño dorado.
Siguiendo en la pauta de centrarnos en lo sonoro y desestimar otro tipo de códigos, aunque se manifiesten de forma tan directa, tratamos aquí del quinto disco de la banda escocesa, una ruptura relativa con un sonido, secuela que actúa como precuela del siguiente, Sparkle in the rain, disco en el cual a la banda se le empieza a escapar todo de las manos. El dinero entra por la puerta, la inspiración sale por la ventana. O la innovación que el hambre excita, o lo que sea. A partir de Alive and kicking y de la inclusión de su hit Don't you forget about me, composición ajena a la que aportaron sublime interpretación, en la banda sonora de aquella oscura película llamada The Breakfast Club, Simple Minds dan el gran salto al mercado USA y tiran su carrera por la borda.
Sin discusión posible.
Pero este disco es grandioso: a pesar de una producción endeble, que da a algunas canciones un aspecto sonoro quebradizo y vulnerable, como si los sintetizadores hubieran sido ecualizados para hacer lucir a las guitarras o a la extraña voz, a la vez profunda y temblorosa, de Jim Kerr, rock-star a su pesar con sonados emparejamientos con Chrissie Hynde o Patsy Kensit, todo un gotha del estallido post-punk, como si esos teclados atronadores, intimidadores que marcaban ritmos marciales en alguno de sus discos anteriores, como el excelente Sons and fascination, teclados que eran hijos bastardos del kraut rock y que iban a palidecer, opino que de forma lamentable, en su obra posterior.
Curioso: oyes los primeros discos de U2 y suenan a Simple Minds: oyes posteriores discos, cambio de sonido incluido, de los Simple Minds, y parecen (tomando incluso productores prestados) querer imitar a U2.
Lo de una patética banda malagueña imitándolos descaradamente (a los Simple Minds de este disco) vamos a dejarlo correr.
New Gold Dream lo componen nueva canciones, cinco y cuatro por cara en la era del vinilo, con un pequeño nudo argumental que las aglutina: un cierto misticismo agudizado por el uso en el tema que le da título de esa serie numérica, como si el grupo quisiera resumir cierto ciclo vital. Suena algo añejo, para qué negarlo, pero su música es fresca y decidida: abrir con una canción perfecta como Someone Somewhere in Summertime, bajo tenso y teclados que preludian cada arranque del estribillo, guitarras cristalinas pero no omnipresentes: la banda muestra un equilibrio entre cierta pulsación electrónica y una especie de funk blanco tímido, aunque el disco suena enormemente, ejem, europeo.
Colours Fly And Catherine Wheel manifiesta un tono más marcial, el bajo sigue ahí marcando el paso de forma decidida y el sonido muestra carácter, veo generaciones posteriores influidas por este aplomo. Promised You A Miracle: otro ejemplo curioso, con sus transiciones entre una línea de bajo trotona y esa especie de puentes levemente místicos. Dando paso a una segunda fase del disco donde los temas son más largos, con alguna tenue influencia de ritmos africanos (los adivino escuchando compulsivamente algunos de los discos de Talking Heads), con maravillas ocultas entre las obvias (y necesarias en la época) elecciones de singles. Big Sleep tiene, no me hagáis explicarlo, aires casi literarios, con esas notas de teclado constantes, la irrupción de las guitarras, algún día habrá que hablar de esas canciones escondidas en los grandes álbumes, incluyendo temas instrumentales que explican la conciencia de grupo al margen de protagonismos individuales. Más gemas, claro, el épico tema que da New Gold Dream al disco, con una guitarra secuenciada que parece emular a la de Robert Fripp en Heroes y la magnífica Hunter And The Hunted, etérea canción que se eleva y desciende, icónica definición del sonido de la época, de un disco cúspide de una banda cuya decadencia se precipitó y acabó siendo una caricatura de sí misma. Inmerecido que ese agrio final haga olvidar discos como este.

domingo, 22 de septiembre de 2019

Tricky: Maxinquaye

Año de publicación: 1995
Valoración: casi imprescindible

Sería injusto eludir a la tercera pata del trío de ases del trip-hop tras haber reseñado aquí a Massive Attack y a Portishead. Más cuando Tricky en Maxinquaye parece ser la pieza clave que cuadra el círculo: Hell is 'round the corner comparte (gracias a Isaac Hayes) base rítmica con Glory box de Portishead y Overcome es Karmacoma de Massive Attack partiendo de un origen común que lleva a sitios ligeramente diferentes.
De hecho, de esta terna, Tricky fue el último en publicar en formato largo: apenas unos meses después de que Portishead publicaran Dummy se publica este disco, donde Adrian Thaws (multirracial, huidizo, con pinta de eterno adolescente problemático que se oculta en su habitación entre teclados, mandos de play y humo de ganja) aporta el remate final al estallido del género (el trip-hop, de corto recorrido pero de destacable influencia) entregando un disco que es glorioso y, casi necesariamente, irrepetible.
Maxinquaye, así denominado en honor a una tía del artista, es un disco cuyos hallazgos van surgiendo a través de las escuchas. A primeras, puede parecer incluso plano o monótono, con la lógica del planteamiento del género, bases narcóticas y acuosas sobre las que flotan voces ahora oníricas (el plantel de voces femeninas incluye a una Alison Goldfrapp, ya fascinante años antes del inicio de su fantástica carrera con su grupo) ahora ásperas (las del propio Thaws, que pocas veces protagoniza la canción, dedicándose más bien a aportar réplicas y a organizar la fascinante madeja sonora que suena por debajo de las voces.
Pero hay que seguir escuchando: los auriculares de alta gama son un complemento muy aconsejable; porque lo pasa por debajo es fascinante. Al margen del devaneo agresivo que constituye Black Steel, versión de Public Enemy, el resto de números dispone una especie de catálogo de sonoridades a primeras incompatibles en apariencia. Ponderosa parece Tom Waits jugando con marimbas y distorsionando su voz hasta distorsionarla. Aftermath arranca igualmente con juegos de percusión, incluye un imperceptible sample de Japan, de la cual toma aires irreales. No solo de sus singles (se publicaron así como media docena) vive al álbum. Abbaon Fat Tracks parece mezclar folklore de tres continentes y sonar egipcio y jamaicano, Suffocated Love parece juguetear a ratos con el scratching y el easy listening, sin dejarse el soul, presencia omnipresente en el disco, gracias a la sedosa voz de Martina Topley-Bird.
Todo ello plagado de lo que, vía samplers o vía creación propia, sonaba nuevo, fresco, no escuchado hasta el momento. En ese momento y ahora: tuve la oportunidad de acudir a uno de los conciertos de presentación del disco y la transcripción al directo era complicada. O al menos en un local de mala sonoridad y con mala salida para la espesa cortina de humo - mucha generada desde el propio escenario - que impedía mantener los sentidos en la música. Tricky se lanzó a una carrera errática y de poca repercusión, como muchos músicos que abren carrera con esplendorosos discos (desde Air a Terence Trent D'Arby o los Strokes) condenado a que toda su obra posterior se comparara con este disco y se hablara perpetuamente de un eventual regreso a la forma. No se trata de un sentimiento de nostalgia; poned este disco en el reproductor y pensad quién ha sido de igualar su sonido marciano y sedoso desde entonces.
Y me lo escribís en los comentarios, ya puestos.

domingo, 15 de septiembre de 2019

Roxy Music: Avalon


Año de publicación: 1982

Valoración: clásico hasta decir basta

Avalon (el título no aparece en la portada) es el último LP de la carrera de Roxy Music. 
También es el más vendido y popular, y sus canciones, reproducidas hasta la saciedad en los montones de infectas cadenas de radio musicales (los antepasados de las playlist ejecutadas por algoritmos en los servicios de streaming) dedicadas al rock clásico, a la música suave, al muzak, al AOR.
Sí, estas canciones encajan en muchos sitios, quizás los componentes del grupo pensaran en ello, en que su disco era ya tan universal, que no publicaran una sola nota de música más como colectivo. Cerraron así la segunda etapa del grupo, que se abrió con el pseudo-underground Manifesto, regresó al glamour - demasiado embutido entre versiones ajenas - en Flesh + Blood y encuentra en este disco su inesperado colofón. Un guerrero, desconocemos su género, contempla el cielo con un halcón asido a su puño derecho.
Pocas bandas se permiten ese lujo, cerrar su carrera cuando alcanzan su disco más popular, cuando la palabra decadencia no parece otearse en el horizonte, cuando su público se expande.
Avalon es un disco marcado por el romanticismo. Recordemos que en esa época Inglaterra estaba sacudida por la irrupción movimiento de corto recorrido musical pero amplia repercusión estética llamado new-romantic. Quizás podamos recordar también algunas de las pintas que Roxy Music se marcaba en su primera época, purísimo glam-rock cargado de plumas, lentejuelas y brilli-brilli. Con Brian Eno, más parecido a Aless Gibaja que al venerable señor que es ahora, después de haber producido algún que otro clásico. Pues bien, la banda ejecuta un disco completamente perfecto en su ejecución, apenas 40 minutos de música rica, sofisticada, vaporosa, dominada casi al completo por las baladas y medios tiempos que no se permiten estridencias, salidas de armonía, notas fuera de sitio, solos de guitarra o saxo abigarrados. Todo es limpio, pulido, casi hirientemente bello, casi incoherente con esos discos iniciales llenos de efectos y ruiditos, ahora un sinte ahora un saxo, ahora un coro.
Abrir el disco con More Than This, elegante y matizada melodía con Bryan Ferry alargando las sílabas ("as free a-as the-e wind") es una apuesta segura, un perfecto número pop con teclados y guitarras conviviendo en armonía, a veces tan perfecta que nos preguntamos si esto es Roxy Music o Steely Dan, entendedme, nada que ver en el espíritu. The Space Between amaga con ecos funk, la guitarra de Manzanera coquetea con aires a lo Chic mientras el saxo de Andy MacKay (parece doble) marca cierto ritmo casi atlántico. Avalon, el video, nos presenta a Bryan Ferry que parece una parodia de sí mismo, con su pose afectada, su uniforme de camarero de boda, todo ese aire que hoy se nos antoja casi risible, como si quisiera recuperar el lugar en el pódium dandy que podrían disputarle, desde lados opuestos, David Sylvian de Japan o Martin Fry de ABC.
Curiosamente, poco se promocionó la mejor canción del disco,  Take A Chance With Me, dinámico número anclado a una prolongada intro instrumental (el enemigo número 1 de la radiofórmula) que curiosamente entronca con las dos cortas piezas no vocales del disco, sucintamente tituladas India y Tara. Oculta entre las dramáticas baladas que concluyen el álbum (solo 10 canciones, el CD aún se veía como algo incierto y lejano), su tono épico y ligeramente dramático resulta curiosamente concluyente. 
Puede que la banda viera el disco como un laberinto del que no podía salir. 
Puede que Ferry anduviera  demasiado pendiente de su carrera en solitario. Cuesta distinguir algunas de estas canciones de las de sus dos siguientes discos, especialmente Bête Noire, con sus arreglos meticulosos, su protagonismo vocal y su regusto machistoide, dificil de justificar ahora esos videos llenos de modelos posando a los pies del macho alfa, condición que cierto posterior incidente en un avión no hizo más que confirmar.
En cualquier caso, si eres uno de los pocos seres humanos que no ha oído aún alguna de estas canciones, el disco es un magnífico artefacto sonoro evocador de elegancia, sofisticación, lujo, no lo neguemos, toda una serie de sensaciones ya algo trasnochadas. Pero en su estructura, en su esqueleto desnudo, es un disco inapelable.

domingo, 8 de septiembre de 2019

Saint Etienne: So Tough

Año de publicación: 1993
Valoración: muy recomendable

Curioso: el formato de la imagen de este disco ya no es un cuadrado adaptado al formato en vinilo sino un rectángulo más ajustable al de una caja de CD. Igualmente curioso que no haya reseñas de oyentes en la web de Allmusic para este disco. Puede que se trate de una anécdota sobre un sitio web marcadamente estadounidense ignorando a una banda marcadamente británica, pero en todo caso sirva como ejemplo de cierta injusticia. Una banda que hacía buenos discos, pero que no era la primera opción de casi nadie cuando se trataba de referirse a su banda favorita. No es que cayeran en el olvido absoluto, simplemente, como muchos otros músicos, se fueron deslizando por la suave pendiente resultado de la ecuación pérdida de impacto de la novedad-leve retroceso de la inspiración-progresivo descenso de sus seguidores.
Con dignidad: So tough es un segundo disco que supera el notable, que matiza los hallazgos de su debut con Foxbase Alpha, que demuestra una mayor cohesión sonora dentro de ese magma indescriptible (que entonces solo puede calificarse como pop) donde se conjugan todos los elementos posibles, muchos para ser solamente tres integrantes: Sarah Cracknell, vocalista guapa de presencia más bien sosa y registro vocal poco dado a los alardes, Pete Wiggs y Bob Stanley, encargados de todo lo demás, que no era poco, porque la banda conseguía sonar potente, no abrumadora, pero sí con un sonido suficientemente abigarrado para hacerse su espacio. 
El disco suena a veces a pieza conceptual, trufado de interludios vocales que parecen extraídos de viejos archivos sonoros, que hacen las veces de puentes entre los temas que van desfilando, con predominio de los temas vocales, ciertos aires melancólicos y la mezcolanza que ya debería ir concretando: dub, electrónica, soul de ojos azules, aromas leves de campiña, filtros sonoros propios del house o incluso del fugaz movimiento acid-jazz, y por supuesto los sempiternos omnipresentes efectos pop macerados en la música británica de los años 60, desde el swingin' London. Coexistentes con el brit-pop, digamos que Saint Etienne tenían desde luego más del espíritu de Pulp que del de Oasis, más Style Council que Jam.
El disco abre con Mario's Cafe, una especie de muestra que ya enseña las cartas, Cracknell canta con voz dulce más cercana a Françoise Hardy que a Dusty Springfield, el sample de cuerdas se superpone a una línea de bajo potente y por debajo asoman las programaciones. No se oye una guitarra por ningún lado, prácticamente en todo el disco. Avenue, single suicida de casi 8 minutos con interludio y trote recurrente, otro ejemplo de la facilidad de la banda para construir piezas que combinaban clasicismo y tanteo con los nuevos sonidos, sin renunciar a los aires bucólicos y casi monacales de Hobart Paving o a los escarceos pop-soul de You're In A Bad Way, cuyo video no desentonaría ni si Twiggy lo protagonizara ni si fuera incluida en un eventual re-make de Austin Powers.
Hay complementos instrumentales donde hay más experimentación, Junk the Morgue los ve jugueteando con sonidos rave de pocos bpm, como si fueran Orbital o Underworld. Railway Jam parece ir acreditada a Augustus Pablo o Lee Perry. Está claro que la combinación de talento funcionaba sobre todo como consecuencia de las exquisitas referencias de sus componentes, que Saint Etienne no pretendieron cambiar la historia de la música y que sus discos y canciones, aún asociados a una época de creatividad algo confusa, no deberían ser olvidados.

domingo, 1 de septiembre de 2019

João Gilberto: Chega de Saudade

Año de publicación: 1959
Valoración: imprescindible

Igual que con  Scott Walker, me enteré del fallecimiento de João Gilberto a través de un Tweet. En este caso concreto, un Tweet de Diego A. Manrique, sempiterno periodista musical de impecable gusto, por lo general.
De Gilberto bien poco sabía últimamente: es uno de esos héroes musicales que simplemente se hace mayor y deja de mostrarse a los focos. Sé que se enfadaba con el público de uno de sus recitales en Barcelona cuando, desde la platea, la intimidad de su parca presentación, silla o taburete, guitarra acústica, voz siempre contenida, era vulnerada.
O sea, que, como todos seguramente acabemos siendo, Gilberto ya era un anciano algo gruñón con escasa tolerancia hacia los demás, por mucha admiración que le profesaran. Admiración justificada. Levanten la mano (la mayoría no podrán hacerlo obviamente) aquellos a quienes se haya atribuido la "invención" de un género musical. No de un subgénero de cierta corriente electrónica pergeñado por la incorporación de un instrumento raro a algo ya conocido. De todo un género.
Pues eso: Gilberto puso la bossa nova en el planeta y este álbum, en su concepción original apenas una decena de canciones con una duración total de menos de 25 minutos, es su piedra fundacional. Luego ya sería sofisticada al máximo y envuelta en los suntuosos y estratosféricos niveles de Getz/Gilberto, que por algo fue el segundo disco reseñado en este blog y a mucha honra. Pero los parcos y modestos inicios del género (incluyendo la portada: donde Gilberto parece fotografiado en los descansos de un eventual trabajo de recogepelotas en algún club de tenis de Rio de Janeiro) están aquí, bajo esa producción casi monoaural. Guitarra, voz, alguna cuerda o viento (el disco arranca primoroso entre acordes de guitarra y flauta) o percusión apuntada por debajo, para qué hace falta más, así es la perfección, así es la rosa. Una voz a veces temblorosa, alejada de estridencias o de cualquier alarde técnico, que suena cercana, melancólica y perezosa, suena exactamente como lo haría la de un amigo que deja la copa, se levanta de la mesa e improvisa cualquier canción sin pretensiones.
Pero algo franqueó esa barrera: algún ejecutivo de la entonces prominente industria musical, algún viajero que cargara con discos en su maleta. La bossa-nova, esa especie de samba congelada y desnudada de toda urgencia física, surgió ahí. Su cadencia, su ritmo, su innegable tono de relajación y fluidez sensorial. No merece la pena destacar canciones: solo 25 minutos ya permiten adivinar la presencia de melodías que parecen haber estado siempre ahí.