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domingo, 17 de abril de 2022

Rosalía: Motomami


Año de publicación: 2022

Valoración: muy recomendable

Este es un blog serio. Aquí se escuchan con detenimiento los discos que se reseñan. Varias veces. Incluso alguno de heavy-metal, aquél de AC/DC, aunque en este género es suficiente con una canción para saber como suena cualquier disco de cualquier grupo que a él se dedique. Y hago esta aclaración ya que, el 18 de Marzo, a las dos horas de que Motomami estuviera disponible vía streaming en las plataformas, parecía existir una carrera entre los medios para ser el primero en opinar sobre el disco, como si faltara tiempo para ello, y diría, porque he leído bastantes opiniones, que esa precipitación indujo a juicios muy ligeros y a obvios errores de apreciación. Porque aquí tampoco somos de la opinión de que para gustos, colores. La música mediocre, y la hay por todas partes, siempre lo es. Y no hay que respetar a quien participa en ella. La música mala hay que señalarla en medio de la plaza pública y, a partir de ahí, premiarla con la indiferencia.

Los precedentes de Motomami eran bastante intranquilizadores: desde la publicación de El mal querer Rosalía había publicado un material propio bastante rácano y había encadenado una serie de colaboraciones que no hacían presagiar nada espectacular. Hizo que Billie Eilish pareciera Enya, que James Blake cantara en un macarrónico español pareciendo un turista borracho en Salou, aportó la nada a Blinding Lights de The Weeknd, todo su material parecía revelar una artista con mucha mala expectativa si se pretendía emular el éxito de su disco anterior. Un disco, visto en perspectiva, basado en adaptar, en sus singles, sonidos urbanos a la incorporación de evocaciones de aires flamenco. Pero donde los puntales eran sus singles, puros torpedos rítmicos. 

Tampoco en su día caímos en la importancia de C Tangana en las tareas compositivas. Ex pareja de Rosalía, pero a este blog no le importa con quién folle un músico, mientras haga buena música. Y es curioso que C Tangana haya publicado, hace ahora un año, un brillantísimo trabajo, que. en su  caso, podríamos describir como estrella de la música urbana intenta que su público natural conozca la música de la generación anterior. Pero Motomami parece querer otra cosa: que la generación anterior conozca la música de hoy. Empecemos a aclararnos: lo intenta con mucha brillantez. Y esto también es curioso: de los dieciséis temas incluidos los cuatro puntales del disco son temas lentos, casi congelados, todo un desafío encontrar ritmo o bpm en esas cuatro pequeñas maravillas que articulan el disco, cada uno a su manera. Hentai, video de una sensualidad inequívoca, es una balada de aires cinematográficos, una letra bastante explícita (para vergüenza, Jordi Basté, a la sazón su posterior entrevistador de puro peloteo, se reía en el momento en que la cantante publicó un vídeo con una de sus estrofas), una curiosa estructura donde brilla una minúscula sección de cuerda. G3 N15, un órgano solemne en medio de un recuerdo hacia un familiar, Como un G, que parece, entre pianos tratados a la Aphex Twin época Drucqs y apelaciones inequívocas al sonido de Frank Ocean, una especie de confesión, tonalidad lírica que repite en el falso directo que cierra el disco, Sakura, demostración desvergonzada de poderío vocal y colofón de un disco que deja con ganas de más.

Porque, rompamos (aparte de la extensión) otra costumbre de este blog haciendo prevalecer lo sonoro sobre lo lírico: las letras de las canciones de Motomami hablan de bregar con la fama, con la distancia de los seres queridos, de los cambios que a uno le produce el convertirse en una celebridad. Mensajes claros y contundentes que se encuadran en el contexto del disco. Llamar a este disco experimental me parece forzado y exagerado, pero desde luego la convencionalidad se ha descartado de entrada, lo cual delata que Rosalía no se limita a interpretar o componer: es una auténtica obsesa de la música que deglute y asimila toda clase de tendencias y las muestra sin temor a la discordancia o incluso a la brusquedad. Puede funcionar peor o mejor, pero mezclar  en CANDY ritmo de reggaeton pasado por filtros e incorporar un préstamo de Burial, insertar a James Blake en DIABLO, una fascinante pieza donde la cantante conversa, a través de la manipulación vocal, consigo misma sobre la experiencia del ascenso acelerado a la celebridad, y así van desfilando las canciones, hasta quince, componiendo un disco a base de canciones cortas, algunas de ellas casi esquemáticas, donde la poderosa producción acapara estilos (hay techno, pero hay bachata y hasta un bolero, incorpora trucos y fascina: filtros, samples, cambios de tono, interesante uso del auto-tune para matizar e incluso coartar cualquier exceso de virtuosismo, aunque se es muy consciente del atractivo de la artista: la voz acapara los primeros planos en cuanto aparece. Y ya concluyamos: para nada se ha apostado por duplicar el impacto de El mal querer. Rosalía ha entregado un trabajo maduro, muy compensado en lo sonoro y pendiente de que aúna atracción comercial y crítica. No se ha limitado al mimetismo de aquello que le gusta, sino que ha arriesgado (vaaamos: experimentado) al incorporarlo sin recato alguno: hay dulzura y hay hasta tralla rítmica, hay intimidad y hay percusiones de metralleta. Las colaboraciones no abruman sino que completan. Yo no voy a ponerle ni una pega. Gran disco.

domingo, 18 de noviembre de 2018

Rosalía: El mal querer

Año de publicación: 2018
Valoración: muy recomendable

Primer planteamiento que me hago. Si, por su alineación estilística con el flamenco, dispongo de la más mínima autoridad moral para reseñar un disco cuyo género "principal" no es algo que yo conozca en profundidad.
Y me respondo: pero esas bases, esa actitud callejera (alguien cercano me dice, algo forzada), ese devaneo con lo electrónico y esa vocación de globalidad, digo, no pesará más esa etiqueta algo genérica, pop, que no puedo resistirme a adjudicarle al disco.
Porque en sus actuaciones se presenta con coreografía. Porque ya ha sido objeto de atención (perdón: de veneración) en sitios como Pitchfork. O ha salido en ese tótem que es el show de Jools Holland y la ha reseñado un icono british como The Guardian y, pero esto ya es más cosa de la arrolladora maquinaria del marketing de Sony, su disco se anuncia en Times Square que es la esquina más célebre del planeta.
El marketing también insiste en presentarla como una sencilla chica catalana que aún vive en Sant Esteve de Sesrovires: pueblo famoso por la fábrica de Chupa Chups y por la prisión de Can Brians. Pero aquí al lado. Media hora conduciendo y podría plantarme ante su casa y pedirle una reseña más entrevista y a lo mejor saldría de mi gran duda. 
Que es conocer sus intenciones. Porque en medio de toda la vorágine, las acusaciones de apropiación, de uso de referentes culturales ajenos, las manos a la cabeza de los puristas (menudo el género flamenco para discusiones sobre purismo, intuyo), el escepticismo sobre esa oleada de expectación, la previsible (día 17: segura, abrumadora) saturación que se avecina, sin ir más lejos con los Grammy para los que está nominada entregándose la noche del día (jueves 15) en que me decido a escribir esta reseña, básicamente porque a ciertos discos, este es uno, anticipo, no tiene sentido darles la espalda para hacerse el snob, por eso, he prestado su debida atención al disco, apenas media hora y once canciones (ya puedes estirar su impacto pues media hora de música no da para tanto, Rosalía), y ahora los admiradores salen de debajo de las piedras, y tus intenciones, perdona que me atreva a pedir que lo aclares, deberían mostrar si talento y carisma y seguridad en ti misma son suficientes para optar por las compañías adecuadas. 
O sea, algún día habrás de elegir si colaboras con Kendrick Lamar o James Blake (algo suena a James Blake en alguna canción de El mal querer) o lo haces con alguno de esos bichos advenedizos sin talento como Alejandro Sanz, que se van a dedicar a cortejarte, a adularte, puede que a pretender apadrinarte. Por favor, envía a la mierda a tipos como Alejandro Sanz y a toda la generación de OT. Deberías jugar en otra liga.
De momento, por eso, tienes el beneficio de la duda. Tu disco es un muy buen disco de música que toca aquí y allá, fusíón, dicen, otro concepto peligroso, que innova casi sin querer y sin pasarse. Bien producido, con un tracklisting inteligente que elude sentar el culo en un sonido concreto. Quizás, quizás, iniciarlo con el adelanto en single, esa infecciosa (y premiada) Malamente, represente una elección algo obvia. Pero se desarrolla de forma rápida y se engulle antes de que uno se dé cuenta. En mi caso, pasando rápidamente por los temas a capella, que suelo despreciar de antemano. Lo de hablar de gitanillos y de la Luna en las letras vamos a dejarlo correr. Seguramente la mayoría de la gente que compre el disco no entienda ni jota de tus letras. El sonido y ese fraseo tuyo puede que apabullen a quienes no están acostumbrados a esas sonoridades exóticas, a eso de la fusión. Pero en este micromundo de aquí ya ha habido artistas que te han abierto brecha. La Mala Rodriguez o la irregular Bebe. O las aventuras más escoradas hacia el flamenco de Sílvia Pérez Cruz. Por no hablar de la actitud de otra adorada por Pitchfork, la mismísima Bad Gyal, con la que compartes pose poligonera, estilismo desavergonzadamente choni y claro, adaptación de los ritmos trap.
Subirte a esas nubes puede marearte, claro. Seguramente el mejor consejo que podría dar aquí sería que quien quiera disfrutar con tu música empiece por alejarse de todos los medios (sábado 17, tres páginas en el suplemento de cultural y dos páginas en información general, más portada de un solo medio) que van a saturarnos sobre tu figura y sobre tu obra. Los que van a decir que están hartos de ti porque estás hasta en la sopa van a tener razón. Pero en la corta distancia, auriculares y de noche, o conduciendo por una autopista sin demasiado tráfico, sin el oropel de las coreografías, de tu poderosa imagen de mujer joven empoderada y con dominio de su carrera (o sea, como debería poder ser todo el mundo), canciones como Di mi nombre, con su poderoso ritmo de sonoridades dubstep, o la excelente Bagdad (solo los barceloneses podemos comprender esa mención al sitio de donde sale la protagonista de la canción), si son respetadas por la sobre-exposición, merecen su pequeño lugar en el boulevard de la fama local. Lo demás, básicamente el pandemónium,  las hipérboles a que la artista se encontrará expuesta en los próximos meses, no puede preverse. Pero sí contestarse. Me conformo que en un par de años entregue otro disco tan bueno, tan valiente y tan seductor como este.