domingo, 26 de marzo de 2017

Pretenders: Pretenders


Año de publicación: 1979
Valoración: bastante recomendable

Pocos discos de debut son tan recordados y reconocibles como éste. Desde la contundencia intemporal de su portada, una especie de código en blanco y negro solo alterado por la contundente chupa roja con que se atavió Chrissie Hynde. Que ya es un mensaje por sí solo: tanto como su decidida mirada a cámara, frontal como sí sola. Pretenders no es una banda con chica, sino mi banda. Y a fe que lo consiguió, aunque fuera por el desgraciado hecho de que, en menos de cinco años dos de los componentes de la banda inicial ya habían fallecido víctimas de sus adicciones. Y ha Hynde no le hacía falta que la parca le allanara el camino, claro que no. Pero ese halo de malditismo en un mundo como el del rock, wow, no disimulemos, suele resultar crucial. Porque aunque la banda persistiera en esa formación inicial para completar un (cómo no, claramente inferior) segundo disco, aunque Hynde a posteriori siempre pareciera (aparte, junto a Johnny Ramone, del flequillo más reconocible del rock) a la búsqueda de los socios perfectos para su proyecto, este Pretenders siempre será considerado su tarjeta de presentación y, claro, su cumbre creativa.
Y sorprende, aparte de la cuestión estética, que a pesar de toda la historia anterior (mucha de ella disponible a través de la autobiografía que hoy reseñamos en UnLibroAlDia), que la relacionaba con la eclosión punk y ese Londres bullicioso de la mitad de los 70, este disco no puede alinearse al lado de los grandes clásicos del punk. Quizás porque las influencias de Hynde no eran tan recientes y quizás por lo que muchas veces marca los discos de debut: la heterogeneidad del material acumulado. Por eso, y quizás le preguntaría a Hynde si la tuviera delante y no me derritiera (como hubiera hecho en su momento) ante su mirada a la vez esquiva y agresiva, ¿satisfecha con que a pesar del cuero y la negrura y las historias con todas las drogas habidas y por haber, el faro de su carrera sea pop, una delicia, sí, pero pop al fin y al cabo, como Brass in pocket?
De eso se trata: de que Pretenders, publicado en 1979 pero con una influencia patente en la siguiente década, es una formalización de la asimilación del punk (presente aquí en espíritu pero limitado a unos cuantos dardos entre los que brilla con luz propia la contundente Precious, que inicia el disco, con su desafiante "fuck-off") despojada de sus urgencias amateur (desde luego aquí hay aprecio por las armonías y por las buenas instrumentaciones) y, reconozcámoslo, ya en un proceso de domesticación/mixtificación que a la postre sería el alumbramiento de la new-wave. Una injustamente vilipendiada corriente que consistió en asimilar todo el espíritu do-it-yourself del punk y enriquecerlo con todo tipo de influencias.
Sí, es posible que esa sea la auténtica hazaña de este disco: incorporar pop (la mencionada Brass in pocket  o Kid, con sus aires de nana con trémolo), versiones de lo que empezaban a ser viejas glorias (¡los Kinks! ) reggae, (Private life, que encontró acomodo en su fascinante cover por Grace Jones) instrumentales amarcianados, y, a pesar de todo, conseguir que de esa diáspora surgiera una sensación unitaria. Un disco que se oye de un tirón, con su alternancia de tiempos, del cual se disfrutan por igual los arranques y los parones, y que rezuma entusiasmo, que no urgencia, y al que tres décadas largas después, solo pueden recriminársele dos cosas: que su sonido haya quedado un poco languidecido, cosas de las técnicas de producción, y que el grupo, supongo que con cierta lógica, haya tenido una carrera tan anónima como desigual.

domingo, 19 de marzo de 2017

Teenage Fanclub: Here

Año de publicación: 2016
Valoración: Bastante recomendable

Han pasado 27 años desde la publicación de "A catholic education", primer álbum de Teenage Fanclub. Norman Blake ya no gasta esas melenas de los primeros 90, ahora es un señor maduro bien peinadito, vestido de forma elegante, la perfecta imágen del padre de familia,  Gerard Love sigue teniendo cara de adolescente, aunque pequeñas arrugas alrededor de sus ojos parecen indicar que no será joven eternamente y Raymond Mc Ginley siempre pareció mayor, la verdad, así que podríamos decir que por él ha pasado menos el tiempo.

En cualquier caso, y pese que ya no quedan apenas restos de aquellas guitarras distorsionadas y todo es limpio como una mañana de primavera, casi todos ellos (Blake y Love, siempre ellos dos) mantienen intacta su capacidad de componer verdaderos himnos generacionales. Obviamente, este "Here" no llega al nivel del "Songs from Northern Britain" o del "Grand Prix", para mi las dos obras cumbre de su discografía, pero guarda un puñado de canciones que podrían estar en los dos discos citados sin desentonar.

Como ya nos tienen acostumbrados los escoceses, las canciones se reparten a partes iguales entre Blake, Love y McGinley, lo cual para la paz interna del grupo quizá sea genial, pero no siempre da en el clavo. Veamos.

De Blake son dos de las canciones más efectivas en una primera escucha: el single y canción que abre el disco "I´m in love" y la maravillosa "The darkest part of the night". Dos de las canciones más alegres y aceleradas del disco y que, a buen seguro, formarán parte de futuras recopilaciones de "hits" de la banda. Sus otros dos temas, "Live in the moment" y "Connected to life", no llegan a las cotas de inmediatez de las dos anteriores, en especial  la relajada "Connected to life", pero son canciones que van ganando con las sucesivas escuchas. 

Gerard Love abre su aportación con "Thin Air", otro pildorazo de pop de guitarras con su sello inconfundible. El otro posible single de Love en este disco sería "The first sight", canción a la que los cambios de ritmo sientan de maravilla. La saltarina "It´s a sign" mantiene el tono respecto a los dos temas anteriores, pero las arrugas que comentaba al comienzo de la reseña se hacen notar y no todo van a ser guitarras vibrantes. De ahí la pausa de "I have nothing more to say".

En cuanto a Mc Ginley, lamento decir que sus canciones no llegan al nivel de las de sus compañeros. Prácticamente en ningún momento encontramos los momentos brillantes que Blake y Love nos traen y mucho me temo que sus canciones pasarán al olvido más temprano que tarde, aunque "Hold on" o "With you" tengan algo más de recorrido.

En resumen, un notable alto para Blake, un notable pelín más alto para Love y un aprobado raspado para McGinley en un disco que no descubre nada, que no pasará a la historia precisamente por innovador, pero que contiene un buen puñado de canciones de clásico pop de guitarras y melodías vocales y que volverá a gustar a los seguidores de una de las bandas claves del pop británico de los años 90.

domingo, 12 de marzo de 2017

Goldfrapp: Felt mountain


Año de publicación: 2000
Valoración: imprescindible


Apenas a unas semanas de publicarse su séptimo disco de estudio, y los seguidores del grupo volveremos a pensar en Felt mountain como si fuera una vara de medir: ojalá todos sus discos llegaran a esa altura, ojalá podamos revivir esas sensaciones. 
Y no es que los discos del dúo hayan sido desdeñables. Black Cherry fue un giro en redondo que avanzó el electro-clash. Tales of us apostó por un clasicismo cercano al soul de cámara. Supernature revivió glam y disco a partes iguales.
Pero caer a los pies de las nueve canciones que componen este Felt mountain, disco de debut me parece una cosa prácticamente inevitable. Es un disco perfecto. No se trata de la ópera prima de dos debutantes. Tanto Will Gregory como Alison Goldfrapp llegaban al grupo acumulando experiencias de peso. Gregory, compositor y multiinstrumentista había colaborado en proyectos más o menos masivos con Peter Gabriel o Tears for Fears. Goldfrapp había aportado su sensual voz a canciones de grupos más alternativos: Tricky, Orbital o Spacer. Que Gregory tuviera ya sus cuarenta añitos al publicar el disco supongo que contará. Porque es un disco de una increíble madurez, para nada una colección apañadita de canciones de una banda tanteando a la búsqueda de sonido. Y repito, perfecto. Tanto que voy a permitirme una declaración casi sacrílega. Portishead (que sí, es verdad, llegaron unos años antes con planteamientos sonoros algo similares) puede que marcaran un camino por donde discurrir. Pero Goldfrapp alcanzaron la cumbre.
He dicho cumbre. La ilustración de la contraportada resulta curiosamente evocadora. Una montaña que parece mágica y un camino que se adentra en ella. Y ante esa imagen la primera canción arranca con un sonido distorsionado, un silbido, y una nota de cuerda sostenida: Lovely head. Las influencias empiezan a amontonarse: el sonido es cinemático. Tanto que la canción es usada en películas, en anuncios. Ahí está Barry y está Morricone, el silbido rememora tanto un spaghetti western como un espectáculo decadente de cabaret en una ciudad europea del período entreguerras. Pero qué es esto. Paper bag arranca: "No time to fuck". Letras abstractas, sonido elegante y minimalista. Extraño sruidos que encajan entre sonidos más convencionales y voces a veces orgánicas a veces tratadas. Todo empieza a adquirir una tonalidad irreal. Algún detalle sampleado, sí, claro, pero por encima de todo unas composiciones que apuestan por la mezcla de detalles a veces extraños, de tempos gélidos: Deer Stop, belleza arrebatadora tanto en sus versiones más delicadas como en la grabación atiborrada de efectos vocales. No hay respiro ni para la riqueza de detalles de las canciones ni para la capacidad vocal de Alison Goldfrapp. Debía ser consciente del calibre del material, de la enorme originalidad de un disco que es capaz de encajar el detalle más excéntrico: Oompa Radar parece música de circo pero arrastra al oyente en una especie de trip no exento de romanticismo. Una de las cumbres del disco, Utopia, cuyo clip parece desvelar alguno de los secretos estéticos del álbum, situada, cosa bastante inusual, cerca del final del tracklist, cerca de Horse tears, magnífico broche final a uno de los momentos definitorios de la fusión definitiva. Porque hay pocas cosas que queden fuera de Felt mountain. Aquí hay clasicismo: Satie y Debussy, las formas adaptadas en las suntuosas bandas sonoras de Morricone, de Badalamenti, pero también la influencia del pop perverso de Scott Walker, la sutileza de Françoise Hardy, la marcialidad y el sentido dramático de vocalistas atormentados como Nick Drake o Beth Gibbons. El grupo no cedió al estúpido propósito de pretender repetir el disco: sus cambios de sonido han sido constantes y su evolución podría calificarse igualmente de errática o caprichosa como de genial y estimulante. Pero a ver quien no le perdona cualquier desliz futuro al grupo capaz de crear la maravilla inabarcable que es Felt mountain. Diecisiete años después, aún me pone la piel de gallina.

domingo, 5 de marzo de 2017

Vampire Weekend: Modern Vampires of the City


Año de publicación: 2013

Valoración: muy recomendable

Desde el tono atemporal de la imagen brumosa de NY, Vampire Weekend entregaron en 2013 su tercer disco, cierre de una trilogía inicial sobre la que la salida de Rostam Batmanglij del grupo cierne sombras de incerteza.
Pues si está claro que el músico y productor de origen iraní tiene una influencia capital en el sonido del grupo, el contenido de este Modern Vampires of the City lo pone aún más de manifiesto.
El grupo neoyorquino ya venía de ser aclamado por la crítica en dos discos previos, Vampire Weekend y Contra, de los que se había alabado tanto su calidad compositiva como su apuesta innovadora por integrar sonidos poco habituales en el pop. Influencias africanas, sobre todo, cierta aridez sonora, cierto gusto por incorporar melódicamente la percusión, una situación perfecta solamente contrapesada por un cierto halo de exquisitez, ese arqueo de ceja que suele acompañar a esas bandas neoyorquinas, que siempre parecen compuestas por universitarios hijos de familias adineradas que prueban a divertirse haciendo música antes que incorporarse a las empresas familiares.
Imponer esos prejuicios nos alejaría de disfrutar este disco. Un disco formidable que contiene muchas de las mejores canciones de la banda y un disco que solamente deja de ser imprescindible porque se elige una secuencia algo extraña. No le falta cierta lógica, por eso, a apostar por la alternancia entre las canciones más introspectivas y las más expansivas. Decantarse por unas o por otras de forma clara, situándolas agrupadas en dos mitades, solo generaría una polémica estéril. Entre quienes mantienen el cariño hacia una banda que parecía diseñada para aportar banda sonora a las tiendas de Hollister y quienes les exigen un firme paso hacia la madurez.
Difícil obtener equilibrio, pero aquí se consigue gracias a que las canciones suelen ser excelentes. El disco se abre y se cierra con excelentes canciones lentas, dominadas por el piano ambas: Obvious Bicycle y Young Lion. Empezamos a darnos cuenta de quién ha mandado aquí, pues el dominio de los teclados y de los trucos de producción, sin ser avasallador, resulta notable. Resulta curioso que la banda optase por prescindir de los músicos de apoyo al presentar el disco. En vivo, algunas de las canciones suenan un poco más desnudas, sin dobles voces, sin ruidos en segundos planos, sin la elección de las pistas vocales más logradas. No es extraño que guardaran una canción gloriosa como Hannah Hunt para este disco. El meticuloso trabajo de estudio nos muestra con sutileza porqué es importante recurrir a todas las posibilidades que ofrecen las tecnologías de grabación. No es que su versión en vivo no guste. Es que todos esos detalles de producción se muestran irreproducibles y su ausencia le resta cierta magia. Lo mismo puede ocurrir con uno de los singles del disco, la monumental Step, con sus coros celestiales y los punteos de clavicordio. Canciones como esta o Hudson acaban convenciéndonos de que el tono dominante del disco (nótese incluso el parón en una canción eufórica como Unbelievers) es ciertamente melancólico. Puede ser que quisieran ser tomados en serio, que no quisieran parecer unos eternos alumnos de alguna de las Ivy League, que necesitaran desmarcarse de una pose hedonista e incorporar (conscientes de que nunca van a ser los Red House Painters) una coartada intelectual o cierta solemnidad formal. No puedo pronunciarme. Parece que Rostam Batmanglij (que ha aportado sutil guitarra, por ejemplo, a Frank Ocean) seguirá colaborando activamente con  el grupo. Cuatro años han pasado ya y esperamos que haya un siguiente movimiento y que ese tono no fuera el de una despedida. Que fuera más bien el de cuatro tipos que se lo han pasado en grande haciendo música triste.