domingo, 31 de julio de 2022

Air: Le Voyage dans la Lune


Año de publicación: 2012

Valoración: muy recomendable

Podría sonar a trabajo de despedida, ya que, más de una década más tarde, este sigue siendo el último trabajo oficial del dúo francés. No lo es, al menos de forma oficial. Creo recordar que aportaron música de fondo a una exposición, o algo así, que podría sonar a movimiento coherente aunque algo snob, pero tampoco es que este Le voyage dans la Lune fuera a desentonar si su función es un final de carrera. Para bien o para mal, el descenso desde Moon Safari parecía ineludible y solo la suavidad de la decadencia alejaba a los entusiastas de la banda de cualquier alarma. Parecían fundirse en gris y sus discos empezaban a alternar sonido clásico del grupo con experimentos discordantes (el silbido en Alpha Beta Gaga) que insinuaban cierta desorientación. 

En todo caso, la media hora justita que entregan como colchón sonoro para la edición con color añadido del entrañable clásico de Georges Méliès resulta sorprendentemente inspirada. Quizás a la banda le faltara el empujón de una fuente inspiradora externa, quizás esa evocación planeadora complementaba su voluntad retrofuturista, pero el experimento resulta. Nada de electrónica flotante, atrás queda el ambient e irrumpe una especie de sonido atrevido y algo distorsionado, la evocación extraída de las imágenes de un siglo atrás se traduce en tonalidades melancólicas, aires relativamente progresivos, no tanto como los que saturaban su banda sonora para Sofia Coppola o su incomprendido 10000 Htz Legend, pero en cualquier caso inspirados y cohesionados. El dúo se desprende del formato álbum de canciones que había atenazado Love 2 y se les nota a sus anchas, quizás por última vez. Quizás los royalties aún les duren para vivir y no volvamos a saber de ellos. Quizás las previsibles reediciones, las giras, alguna producción ajena. El respeto ya se lo ganaron y Le Voyage dans la Lune puede parecer un fugaz regreso a la forma, o un canto del cisne, pero es un disco muy notable cuando parecía que podría tratarse de una broma.

El disco entero, aquí


domingo, 24 de julio de 2022

Pulp: We Love Life

Año de publicación: 2001

Valoración: muy recomendable

Si se entiende que el último disco en la carrera de un artista ha de tener algún significado, transmitir un mensaje codificado, que Pulp terminara su andadura con un disco como We Love Life solo sería un elemento más de su constatación como una de las mejores bandas de la historia, en cuanto a concentración y calidad de carrera se refiere. Sus cuatro últimos discos son gloriosos. 

En distintos niveles, e incluso cuando parecen ser colecciones de canciones de géneros diferentes, tal es su alcance como grupo. 
Por supuesto, We love life es el menos popular de ellos. No dispone de esos singles nervudos y llenos de ganchos que eran Common People o Babies. Cuestión que les alejó de las ventas de siete cifras, cuestión que los aparcó definitivamente en un estado diferente al britpop, con Oasis hundiéndose en el muro de sonido y Blur huyendo hacia cualquier dirección, de la etiqueta. We love life completa el desvío que This is hardcore había tomado, pero cuenta con una ayuda extra. La banda recurre para la producción a Scott Walker, obvio ídolo de Jarvis Cocker y, ya por aquel entonces, recluido y absolutamente ajeno al pop de masas o al rock convencional. Y consigue hacer notar su intervención, pero no se apropia del disco, abre un espacio en que la banda se siente cómoda y el disco no acusa el agotamiento propio de los discos de despedida, si es que esa decisión llegaba a estar presente en su concepción. Lejos de eso, el sonido es rico, dinámico y por momentos avasallador. Las canciones más largas adquieren una tonalidad épica en que es fácil abrumarse por el torrente sonoro, pero cada instrumento está en su sitio. Los desarrollos en esas canciones suenan lógicos, naturales, y el contrapeso de temas más breves y ligeros funciona a la perfección, equilibrando el disco sin renunciar a una sensación cohesionada.
Y tampoco es que se echen de menos los singles directos: las canciones más cortas suenan matizadas y más adaptables a patrones pop, mientras que las largas son extrañas, como si fueran concebidas como para representar una suite. El propio título del disco, habida cuenta de la ironía siempre presente en sus letras, parece conscientemente retorcido, e incluso la opción de abrir con dos canciones tituladas igual (
Weeds Weeds II, esta última parece un brillante outtake en pleno modo Screamadelica) se erige en una especie de declaración de principios: no estamos ante un disco convencional) dejando paso a un número excelso, con poderosos y limpios riff  en The Night That Minnie Timperley Died, para continuar el disco alternando elementos casi pop en  The Trees o  The Birds In Your Garden con los temas largos que establece el fondo del disco. Calma y saturación alternan el tema que titula el disco, en Sunrise Pulp o en  Wickerman, con sus momentos shoegaze intensos, qué poco daba que pensar que estábamos ante su último material grabado.


domingo, 17 de julio de 2022

Massive Attack :Mezzanine

Año de publicación: 1998

Valoración: recomendable

Supongo que un - limitado - debate sobre la carrera de Massive Attack  incluiría una eventual discusión sobre si este Mezzanine o su debut, Blue Lines, representan la cúspide de la carrera del colectivo de Bristol. Ese es el motivo por el que no podemos obviar este álbum aquí, aunque seamos unos firmes defensores de la idea de que no hay debate. Mezzanine es el primer paso de la decadencia de la influyente banda y no veo demasiado argumento en contra. No solo porque sus discos siguientes pasaran desapercibidos. Algo se ha perdido, parece, de forma definitiva, algo que Protection, ignorado pero brillante segundo disco, aún conservaba. 

Primero, el gusto por las colaboraciones, especialmente vocales, de la banda, se extrema y empieza a abarcar amplios (demasiado amplios) sectores de su sonido. La elección de Elizabeth Fraser, de la banda indie Cocteau Twins, me parece un poco extraña dada su distancia respecto a la escena electrónica del momento, y he de decir que creo que su actuación en Teardrop la acerca más a Enya o Sally Oldfield de lo que me hace sentir cómodo. Y la evolución del sonido de la banda me parece demasiado acomodaticia con la situación imperante en 1998, esos crescendos guitarreros que ensucian canciones como Angel, puede ser una impresión de este que esto escribe, alejan el sonido de la banda de sus premisas iniciales, para mal. Los samples de oscuras figuras del jazz o el funk se han desvanecido. Solo la voz de Horace Andy nos remite a los colosales temas que se convertían, singles al margen, en los valores de Blue Lines. 

Seguramente, el mito ya se había consolidado y esa apuesta por un sonido endurecido, más radiable, más friendly con la generación del grunge y el indie, sea su disco más vendido y el que les procuró más seguidores ajenos a la escena electrónica. Incluso con algunos excesos más o menos aceptables con la coartada de la experimentación, como en Dissolved Girl, se percibe la sensación de que la inspiración ya ha tomado el camino a la puerta de salida, y podemos considerar su cierre,  Exchange, como la última muestra clara del talento de la banda. Tras eso, una triste decadencia y mucho vivir de rentas y royalties (y de la sempiterna sospecha de que 3D es Banksy, que eso también acaba vendiendo).

domingo, 10 de julio de 2022

Gavin Friday: Shag Tobacco


Año de publicación: 1995

Valoración: casi imprescindible

Reanudamos el recorrido del blog con lo que intentará ser una serie cronológica que nos acerque a la actualidad. Cuestiones diversas nos han llevado a un relativo parón y esto tiene que reprenderse de alguna manera. Shag Tobacco es un disco idóneo y se trata de esos trabajos que uno no deja de escuchar aunque ya haya cumplido con la tarea de reseñarlo. No siempre sucede así. Quiero decir, es una música que se resiste a abandonar al oyente, que permanece en el cerebro y se echa de menos. Parte de la culpa la tiene su escasa inmediatez, esa cualidad que hace que penetre de forma lenta y paulatina y se aposente en sus detalles.

Buena parte de ello cabe achacarlo a la producción precisa y milimétrica cortesía de Tim Simenon, responsable del sonido de discos como Raw Like Sushi y miembro ocasional de una hipotética generación de transición entre el hip hop y el trip hop. Simenon demuestra eclecticismo y adaptación al material de Gavin Friday - músico procedente de la escena after-punk - y sus detalles afloran por doquier ya sea en forma de oportunas pedorretas electrónicas o de inclusión de instrumentos aparentemente anacrónicos (acordeones, violines) sin que en ningún momento resulten discordantes.

Claro que difícil es parecer discordante entre tanta variedad de estilos, y aunque el entorno dominante pudiera ser el downtempo con aportaciones vocales - esto son canciones - el alarde de creatividad de Friday da para mucho, desde el glam-rock (incluida versión de T.Rex) hasta detalles electro-pop e incluso con aires cabareteros, que afloran por otras partes a lo largo de doce canciones, en un brillante tracklist que contribuye (cualidad que suele loarse en los discos) a que todos los temas acaben convirtiéndose en algún momento en el favorito de uno.

Shag Tobacco, la canción, marca el tiempo: los efectos, las texturas de los sintetizadores, ceden ante los golpetazos de ritmo que le aportan un aire de marcialidad, pero que es idónea como apertura. Desde ahí tenemos los aires ligeramente alienados de Caruso, cuya versión en vivo ya muestra lo teatral que puede ser Friday, siempre bordeando la sensación bombástica (ese discurso entre su voz tratada y su voz normal) pero saliendo adelante. Porque también hay que hacer hincapié en que la cuestión vocal es brillante aquí: con aires de Bowie en Mr. Pussy, otra brillante canción apartada de los cánones de toda época y estilo, pero combinando falsete e inflexión pop en You, me & World War Three, donde parece jugar a ser Billy McKenzie y acaba entregando el hit que hubiera dignificado toda la carrera de ABC post Lexicon of Love. Dolls regresa al juego de voces y amaga un conato de dureza, pero se regresa a los matices en las cuatro canciones finales: The Last Song I'll Ever Sing podría representar una especie de colofón que aún cuenta un plus adicional: los aires ligeramente perversos de Le roi d'amour aportan cierre a un disco (a ver si acabo borrando ese "casi") que representa un colosal descubrimiento, aunque sean 27 años tarde (y por una reseña de un disco de Depeche Mode, por cierto).

domingo, 3 de julio de 2022

Prefab Sprout: From Langley Park to Memphis

Año de publicación: 1988

Valoración: muy recomendable

El propio impacto estético de la portada ya avanza el cambio sonoro. Paddy Mc Aloon hace que la banda abandone el paisaje brumoso de la campiña que adornaba Steve Mc Queen. La portada de From Langley Park to Memphis muestra a cuatro jóvenes con estética desenfadada, en cualquier caso alejada de los estereotipos de la década, parecen más bien -sin llegar al extremo de los Talking Heads - cuatro estudiantes de post-grado que se resisten a abandonar los hogares familiares. Pero americanos. Desde su título, el disco es un puro homenaje, no exento de sus dosis de sarcasmo, a la cultura USA. De hecho, sus dos peores canciones (curiosamente, aquellas con melodías simples y ganchos vocales que elevaron el disco a la fama) parecen evocar el rock-pop americano más asequible.

 Cars and Girls, sacrilegio, pone en tela de juicio a la multitud seguidora de Bruce Springsteen y se mofa algo, desde el título, de las temáticas pujantes en sus canciones. Y no creo que haga falta mucha explicación sobre una canción que se llama The King of Rock'n' roll. Pero, con la excepción de The Golden Calf, anodino boogie-rock sin más atractivo que un riff algo enganchoso, el resto del disco se ubica en otro nivel de atracción hacia la cultura americana. Aquí participa la armónica de Stevie Wonder e incluso uno de esos coros de los números finales de los musicales de Broadway. Y son siete canciones magnificas que quedaron eclipsadas por los números comerciales del disco, cosa que, supongo frustraría a Mc Aloon, que era cualquier cosa menos un rockero al uso - de hecho, parte de este disco aún la produce Thomas Dolby y está compuesta partiendo de teclados.

Por eso su siguiente disco, Jordan: The comeback sería casi la antesala del suicidio comercial. Pero todo es delicioso aquí, desde la delicadeza de Nightingales, la ampulosidad con tono de despedidaThe Venus of the Soup Kitchen, el tono ligeramente adúltero de Nancy (Let Your Hair Down For Me) una de esas canciones inexplicablemente sexy, o la fanfarria casi turística, atiborrada de cuerdas en la frontera del kitsch de Hey Manhattan!, el fake caribeño de Knock On Wood, o el chulesco swing de Remember That todo el resto del disco es un catálogo de música sofisticada, elaborada y voluptuosa, como una demostración del carácter único de la banda en medio de la despistada década de los 80.