domingo, 24 de abril de 2022

Arthur Verocai: Arthur Verocai


Año de publicación: 1972

Valoración: muy recomendable

Cincuenta años de este disco, tras el cual su autor prácticamente se esfumó del mapa, y su frescura permanece intacta. Una frescura revestida de ingenuidad si uno se fija en su precaria técnica de grabación, aquí no debe haber mucho más de cuatro pistas que suenan salvajemente en su canal, en algunos casos detalles rítmicos que parecen un poco superpuestos, pero nada desde luego que eclipse el portentoso valor de estas composiciones. 

Hablamos de música exuberante, llena de influencias y atmósferas que cambian de canción a canción, un disco que apenas dura media hora y que concentra sabores locales (sí, los fraseos de guitarra son propios de la bossa-nova, claro) pero los integra en una especie de regusto universal, celestiales composiciones junto a soberbios (aunque modestos arreglos) que mantienen la esencia del tropicalismo, pero que se yerguen orgullosos como para decir que no todo Brasil es Jobim. Y aunque su influencia se note, esas voces masculinas que suenan delicadas, pero firmes y resueltas, aún a coro, esas cuerdas y esos vientos que pueden intervenir puntualmente o adueñarse de las canciones, ese encantador aire amateur que aflora de los escasos medios pero que no puede hacer palidecer esa decena de canciones soberbias, dejadas ahí (en medio de la nada, como evoca esa portada que muestra cualquier cosa menos playa y palmeras) para que se disfruten sin pretensiones ni artificios.

Escuchad esta maravilla aquí

domingo, 17 de abril de 2022

Rosalía: Motomami


Año de publicación: 2022

Valoración: muy recomendable

Este es un blog serio. Aquí se escuchan con detenimiento los discos que se reseñan. Varias veces. Incluso alguno de heavy-metal, aquél de AC/DC, aunque en este género es suficiente con una canción para saber como suena cualquier disco de cualquier grupo que a él se dedique. Y hago esta aclaración ya que, el 18 de Marzo, a las dos horas de que Motomami estuviera disponible vía streaming en las plataformas, parecía existir una carrera entre los medios para ser el primero en opinar sobre el disco, como si faltara tiempo para ello, y diría, porque he leído bastantes opiniones, que esa precipitación indujo a juicios muy ligeros y a obvios errores de apreciación. Porque aquí tampoco somos de la opinión de que para gustos, colores. La música mediocre, y la hay por todas partes, siempre lo es. Y no hay que respetar a quien participa en ella. La música mala hay que señalarla en medio de la plaza pública y, a partir de ahí, premiarla con la indiferencia.

Los precedentes de Motomami eran bastante intranquilizadores: desde la publicación de El mal querer Rosalía había publicado un material propio bastante rácano y había encadenado una serie de colaboraciones que no hacían presagiar nada espectacular. Hizo que Billie Eilish pareciera Enya, que James Blake cantara en un macarrónico español pareciendo un turista borracho en Salou, aportó la nada a Blinding Lights de The Weeknd, todo su material parecía revelar una artista con mucha mala expectativa si se pretendía emular el éxito de su disco anterior. Un disco, visto en perspectiva, basado en adaptar, en sus singles, sonidos urbanos a la incorporación de evocaciones de aires flamenco. Pero donde los puntales eran sus singles, puros torpedos rítmicos. 

Tampoco en su día caímos en la importancia de C Tangana en las tareas compositivas. Ex pareja de Rosalía, pero a este blog no le importa con quién folle un músico, mientras haga buena música. Y es curioso que C Tangana haya publicado, hace ahora un año, un brillantísimo trabajo, que. en su  caso, podríamos describir como estrella de la música urbana intenta que su público natural conozca la música de la generación anterior. Pero Motomami parece querer otra cosa: que la generación anterior conozca la música de hoy. Empecemos a aclararnos: lo intenta con mucha brillantez. Y esto también es curioso: de los dieciséis temas incluidos los cuatro puntales del disco son temas lentos, casi congelados, todo un desafío encontrar ritmo o bpm en esas cuatro pequeñas maravillas que articulan el disco, cada uno a su manera. Hentai, video de una sensualidad inequívoca, es una balada de aires cinematográficos, una letra bastante explícita (para vergüenza, Jordi Basté, a la sazón su posterior entrevistador de puro peloteo, se reía en el momento en que la cantante publicó un vídeo con una de sus estrofas), una curiosa estructura donde brilla una minúscula sección de cuerda. G3 N15, un órgano solemne en medio de un recuerdo hacia un familiar, Como un G, que parece, entre pianos tratados a la Aphex Twin época Drucqs y apelaciones inequívocas al sonido de Frank Ocean, una especie de confesión, tonalidad lírica que repite en el falso directo que cierra el disco, Sakura, demostración desvergonzada de poderío vocal y colofón de un disco que deja con ganas de más.

Porque, rompamos (aparte de la extensión) otra costumbre de este blog haciendo prevalecer lo sonoro sobre lo lírico: las letras de las canciones de Motomami hablan de bregar con la fama, con la distancia de los seres queridos, de los cambios que a uno le produce el convertirse en una celebridad. Mensajes claros y contundentes que se encuadran en el contexto del disco. Llamar a este disco experimental me parece forzado y exagerado, pero desde luego la convencionalidad se ha descartado de entrada, lo cual delata que Rosalía no se limita a interpretar o componer: es una auténtica obsesa de la música que deglute y asimila toda clase de tendencias y las muestra sin temor a la discordancia o incluso a la brusquedad. Puede funcionar peor o mejor, pero mezclar  en CANDY ritmo de reggaeton pasado por filtros e incorporar un préstamo de Burial, insertar a James Blake en DIABLO, una fascinante pieza donde la cantante conversa, a través de la manipulación vocal, consigo misma sobre la experiencia del ascenso acelerado a la celebridad, y así van desfilando las canciones, hasta quince, componiendo un disco a base de canciones cortas, algunas de ellas casi esquemáticas, donde la poderosa producción acapara estilos (hay techno, pero hay bachata y hasta un bolero, incorpora trucos y fascina: filtros, samples, cambios de tono, interesante uso del auto-tune para matizar e incluso coartar cualquier exceso de virtuosismo, aunque se es muy consciente del atractivo de la artista: la voz acapara los primeros planos en cuanto aparece. Y ya concluyamos: para nada se ha apostado por duplicar el impacto de El mal querer. Rosalía ha entregado un trabajo maduro, muy compensado en lo sonoro y pendiente de que aúna atracción comercial y crítica. No se ha limitado al mimetismo de aquello que le gusta, sino que ha arriesgado (vaaamos: experimentado) al incorporarlo sin recato alguno: hay dulzura y hay hasta tralla rítmica, hay intimidad y hay percusiones de metralleta. Las colaboraciones no abruman sino que completan. Yo no voy a ponerle ni una pega. Gran disco.

domingo, 10 de abril de 2022

Tears for Fears: Songs from the Big Chair


Año de publicación: 1985

Valoración: muy recomendable

Apenas unos años atrás, The Human League habían establecido con Dare! el techo creativo y comercial del género, pero aun quedaba algún coletazo que dar. Los grandes grupos de la época, curiosamente muchos de ellos dúos, se entregaban sin recatos a sonoridades menos puras, o se habían esfumado, muchas veces por culpa de la falta de inspiración. OMD andaban despistados huyendo de la excesiva sacralización de su sonido. Soft Cell eran presa de los excesos y su incidencia en el resultado creativo. China Crisis habían descubierto la discografía de Steely Dan. Erasure, la de Abba. Duran Duran, la de Chic. En general, la sensación era la de buscar caminos alternativos. Todas aquellas bandas que habían surgido intentando sonar como Kraftwerk, vivir como Roxy Music e influir como Bowie habían experimentado la misma sensación.: la urgencia por la evolución como recurso de supervivencia.

Tears for Fears no eran ajenos a ello: Roland Orzabal (de orígenes navarros) había llegado a formar parte de una banda de Ska (ese género del que solo Madness y The Specials salieron vivos) y su primer disco, The Hurting los mostraba como post-adolescentes de largas casacas, peinados por sus enemigos y con angustiosas canciones muy adecuadamente recuperadas para algunas películas posteriores (Donnie Darko, por ejemplo) como reflejo de esa mezcla de rebeldía y despiste que es la edad entre los 14 y los 20. Pero ya se mostraban con guitarras e instrumentos analógicos, no querían ser dos tipos impertérritos tras un teclado sino adoptar cierta movilidad ante el micrófono, no en vano los dos actuaban como vocalistas, Orzabal más directo y agresivo, Curt Smith más modulado y sensible. Este Songs from the Big Chair fue su segundo disco y un éxito descomunal, seguramente algo aportó que el grupo deseuropeízara su sonido y su imagen (la portada, dos primeros planos en blanco y negro, no deja de remitir a cierta estampa clásica de Simon & Garfunkel) y se agarrara, repito a los mástiles de sus instrumentos.

Ah: y los singles. Claro: en plena eclosión de la MTV y los clips los singles no podían otra cosa que ser lo pluscuamperfectos que fueron para ensalzar el álbum, incluso en su sabia ubicación en el escueto (ocho canciones, cuarenta y dos minutos - parece que la gente se olvida de lo que cabía en un CD y comprende, en la era del streaming, la inutilidad de embutir sus discos en material de relleno) tracklisting, donde era imposible no ensombrecer el otro material, más analógico y experimental, obviamente menos tarareable y a la fuerza menos persistente. No sé si tiene sentido recordar, que ya se encargan las nauseabundas radiofórmulas, Shout, casi un mantra excesivamente esquemático, pero pieza capital en su éxito, con un video casi risible de puro trascendente con sus vistas al horizonte y su mensaje pulcro e inequívoco, Everybody Wants To Rule The World - sintetizadores, sí, pero riffs, solos de guitarra, que no se trataba de ser Journey pero sí de sonar en las emisoras universitarias o Head over heels con su irresistible fraseo de piano, aunque sea para aclarar que eclipsaban tenues números casi a capella como I Believe o abigarrados números más arriesgados como Mothers Talk o Broken, más cercanos a experimentos con el funk de grupos como A certain ratio, como si el grupo, consciente del arrastre de los tres hits, necesitaran empaquetar dosis de credibilidad. Música que permanece sin apelación a la nostalgia, por puro merecimiento artístico.

domingo, 3 de abril de 2022

Rex Orange County: Who cares?


Año de publicación:
2022
Valoración: muy recomendable

Debo reconocer que no sabría ni quién es Rex Orange County de no haber aportado su voz ligeramente perezosa a un par de canciones en el brillante Flowerboy de Tyler The Creator. Y que este Who cares?, cuarto disco del músico británico puede que no sea uno de esos trabajos innovadores y arrebatadores que cambia el panorama musical, pero resulta tratarse del típico disco que, aún sonando algo plano de primeras, crece con las escuchas y revela capas que lo acaban convirtiendo en un disco muy notable.

Podríamos llamarle cantautor pero quizás la definición queda demasiado encasillada en la clásica imagen, y no, Alexander O'Connor desprende una imagen nada sofisticada, parece un estudiante con un trabajo precario a media jornada, muy adecuado a sus escasos veinticuatro años, y sus primeros pasos se dieron por internet. Todo muy sencillo y cercano. Sus referencias son dispares, pero esta claro que apela a ciertos aires clásicos, siendo Stevie Wonder una referencia clarísima, especialmente en ese fraseo ligeramente nasal que domina las canciones, una vez en apariencia poco dada a los alardes, como un Rufus Wainwright (en el alargue de las sílabas) sin histrionismo ni gorgoritos, y uno diría que hay algún deje de (otros influidos por Wonder) Jamiroquai o Bruno Mars, pero la cuestión vocal no es central. Who cares? no llega a los cuarenta y cinco minutos ni a la docena de canciones. Difícil de definir, se trata de un pop con aires soul y con una cierta sofisticación que podría parecer low cost pero no es así. Una de las marcas del disco es la presencia en las canciones de precisos arreglos de cuerda, que les aportan una capa de calidez que acerca al oyente a unas composiciones de aire casual, con tonalidades algo melancólicas pero con un recorrido brillante. Y por lo menos hay cuatro canciones excelentes, casi canónicas, que ya es una enorme marca hoy en día, cosa que no quiere decir que el resto de material sea de relleno, simplemente es imposible no remarcarlas: One In A Million - aquí en vivo, la versión en estudio dispone de unos arabescos de cuerda simplemente fascinantes, Open a window, en la que Tyler The Creator le devuelve el favor, 7AM, puro diario de lo casual y Shoot me Down, poco frecuente encontrar una canción clave en un disco tan cerca del final. Cuatro ejemplos brillantes de pop sofisticado, sin demasiado embalaje de producción: voz, piano, y esas cuerdas que (al igual que en el disco de Lloyd Cole) aportan un brillo especial.