domingo, 10 de abril de 2022

Tears for Fears: Songs from the Big Chair


Año de publicación: 1985

Valoración: muy recomendable

Apenas unos años atrás, The Human League habían establecido con Dare! el techo creativo y comercial del género, pero aun quedaba algún coletazo que dar. Los grandes grupos de la época, curiosamente muchos de ellos dúos, se entregaban sin recatos a sonoridades menos puras, o se habían esfumado, muchas veces por culpa de la falta de inspiración. OMD andaban despistados huyendo de la excesiva sacralización de su sonido. Soft Cell eran presa de los excesos y su incidencia en el resultado creativo. China Crisis habían descubierto la discografía de Steely Dan. Erasure, la de Abba. Duran Duran, la de Chic. En general, la sensación era la de buscar caminos alternativos. Todas aquellas bandas que habían surgido intentando sonar como Kraftwerk, vivir como Roxy Music e influir como Bowie habían experimentado la misma sensación.: la urgencia por la evolución como recurso de supervivencia.

Tears for Fears no eran ajenos a ello: Roland Orzabal (de orígenes navarros) había llegado a formar parte de una banda de Ska (ese género del que solo Madness y The Specials salieron vivos) y su primer disco, The Hurting los mostraba como post-adolescentes de largas casacas, peinados por sus enemigos y con angustiosas canciones muy adecuadamente recuperadas para algunas películas posteriores (Donnie Darko, por ejemplo) como reflejo de esa mezcla de rebeldía y despiste que es la edad entre los 14 y los 20. Pero ya se mostraban con guitarras e instrumentos analógicos, no querían ser dos tipos impertérritos tras un teclado sino adoptar cierta movilidad ante el micrófono, no en vano los dos actuaban como vocalistas, Orzabal más directo y agresivo, Curt Smith más modulado y sensible. Este Songs from the Big Chair fue su segundo disco y un éxito descomunal, seguramente algo aportó que el grupo deseuropeízara su sonido y su imagen (la portada, dos primeros planos en blanco y negro, no deja de remitir a cierta estampa clásica de Simon & Garfunkel) y se agarrara, repito a los mástiles de sus instrumentos.

Ah: y los singles. Claro: en plena eclosión de la MTV y los clips los singles no podían otra cosa que ser lo pluscuamperfectos que fueron para ensalzar el álbum, incluso en su sabia ubicación en el escueto (ocho canciones, cuarenta y dos minutos - parece que la gente se olvida de lo que cabía en un CD y comprende, en la era del streaming, la inutilidad de embutir sus discos en material de relleno) tracklisting, donde era imposible no ensombrecer el otro material, más analógico y experimental, obviamente menos tarareable y a la fuerza menos persistente. No sé si tiene sentido recordar, que ya se encargan las nauseabundas radiofórmulas, Shout, casi un mantra excesivamente esquemático, pero pieza capital en su éxito, con un video casi risible de puro trascendente con sus vistas al horizonte y su mensaje pulcro e inequívoco, Everybody Wants To Rule The World - sintetizadores, sí, pero riffs, solos de guitarra, que no se trataba de ser Journey pero sí de sonar en las emisoras universitarias o Head over heels con su irresistible fraseo de piano, aunque sea para aclarar que eclipsaban tenues números casi a capella como I Believe o abigarrados números más arriesgados como Mothers Talk o Broken, más cercanos a experimentos con el funk de grupos como A certain ratio, como si el grupo, consciente del arrastre de los tres hits, necesitaran empaquetar dosis de credibilidad. Música que permanece sin apelación a la nostalgia, por puro merecimiento artístico.

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