domingo, 25 de julio de 2021

Todd Terje: It's album time

Año de publicación:
2014
Valoración: muy recomendable

Resulta un poco difícil comprender la súbita irrupción de la escena escandinava en el panorama musical, hace apenas unas décadas. Quizás haya que relacionarlo con internet, la sencillez de la movilidad, la proximidad al archipiélago británico, el bilingüismo implícito, la bonanza económica... De repente, en los albores de la decadencia del género electrónico como corriente inspiradora, aparecen una serie de músicos, DJs y productores que toman un fugaz pero intenso protagonismo. Hablamos de Royksopp, de los Kings of convenience capitaneados por el impagable Erlend Oye, de Lindstrom y Prins Thomas... Todd Terje tiene el aspecto innegable de varón noruego, pelirrojo, quijada prominente, barba estudiadamente descuidada, convenientemente caricaturizado en la portada de este disco donde se le presenta como si fuera uno de esos músicos que amenizan las veladas de algún deprimente hotel costero para familias. Incluyendo cócteles de componentes de garrafa y aparatoso sello de oro en el anular (a juego con los gemelos). 
It's album time, dice el título, simbólico en artistas cuya especialidad eran los doce pulgadas, las remezclas o las sesiones, esa sensación de abordar un álbum (que aún no cuenta con sucesor) como necesidad de plantear un trabajo homogéneo, aunque he de decir que este no es el caso, esa urgencia por presentar toda la paleta sonora actúa en los dos sentidos: permite conocer la capacidad ecléctica del músico noruega pero también frustra algo al oyente, que no sabe qué va a encontrarse a continuación aunque el menú es consistente: cosmic-disco del momento, sonoridades lounge tanto europeas como latinas (estas últimas, el punto débil del disco), house de manual, apuntes euro-disco que funcionan y otros que no tanto.
Pero por encima de todo se trata de música meticulosamente creada, con intención de prevalecer sobre los hits puntuales y que consigue sobreponerse al hype y mostrar una curiosa originalidad: la intro del disco y sus dos canciones siguientes marcan un hito que el álbum no iguala: la transición desde  el aroma a serie de los 70 de Leisure Suit Preben a la magistral orgía casi jazzística de solos de sintetizador que eleva Preben Goes To Acapulco al paraíso resulta cortada de cuajo cuando, de inmediato, Todd Terje se  disfraza de aires cariocas, pero (salvo el prescindible cover de Johnny and Mary, reconocido el mérito de haber conseguido sacar a un hastiado Bryan Ferry del baúl de los recuerdos) hay recuperaciones notables basadas en la más estricta religión electrónica: Strandbar  tiene un decidido aire marcial, Delorean Dynamite pasaría por un instrumental de la época ibicenca de New Order, las dos partes de  Swing Star encajan sonoramente en una puesta de sol balear, y Terje, como si el material más experimental no aportara suficiente seguridad, apuesta por el cosmic-disco más asequible para cerrar el álbum con su  hit más popular: la pachanga levemente acidulada de Inspector Norse, cerrando el disco algún paso más allá de sus pocas pretensiones. Lo que podía parecer una mera diversión se acerca a gran disco aunque sea por la escasa presentación de la competencia.

domingo, 18 de julio de 2021

My Bloody Valentine: Useless

Año de  publicación: 1991

Valoración: casi imprescindible

Hecho: hasta hace muy poco, Loveless no estaba disponible en las plataformas de música por streaming de una manera reglada y convencional. Supongo que algo tendría que ver la tenacidad de Kevin Shields, líder del grupo, por evitar las escuchas fuera de los parámetros que transmitieran su obsesivo perfeccionismo sonoro, ese que ha conducido al grupo a una producción sonora tan exigua. 

Aunque suficiente: incluso si su obra se redujese a los escasos minutos de Only Shallow, pieza que abre (cuatro minutos apenas) el disco, éste ya sería un trabajo emblemático. Cuatro toques precipitados de caja que preceden un torrente de saturación, un estruendo de capas sonoras que, protagonizados por una guitarra al máximo tolerable de feedback y uso de pedales, avanza acompañado por voz angelical. Lo cual me lleva a dos reflexiones algo frívolas. Qué adecuado el término shoegazing (mirarse fijamente a los zapatos) para definir el movimiento que este álbum contribuyó a apuntalar. Y qué definitoria esa imagen gráfica de la portada: tonalidades rosáceas, rojizas, parduzcas desenfocadas sobre un mástil. La apertura, diabólicamente influyente, marca el tono del disco, un disco de sonido intenso pero de ritmos más bien reposados, un disco que no se queda ahí, y que reproduce esa estructura en canciones que toman estructuras pop, en Sometimes, que preserva ciertas influencias de sonidos que le eran contemporáneos. Veo a The Cure tanto en los acordes de when you sleep, como en general en la intensidad sonora tan propia del colosal Disintegration. Veo el sonido Madchester en esas elucubraciones ligeramente sintéticas de Soon, espléndida salida del disco con sus siete minutos (la versión incluída es del single9 que parecen una jam-session donde solo faltaría Bez cabeceando. Pero incluso así, hasta un aparente interludio de menos de un minuto como touched contiene más inquietud sonora que, por ejemplo, la carrera íntegra de Oasis. Por supuesto, veo a la Velvet Underground diseñando mapas acústicos en el estudio y en la mesa de mezclas.

Pero desde luego la importancia del disco se muestra ya casi insultante si comprendemos todo lo que su sonido, áspero en su conjunto pero fascinante en su disección, acabó engendrando. Al margen de que ciertas bandas británicas, como Slowdive, adaptaran su sonido (cuestión visible años más tarde en ciertas canciones de Blur o Radiohead), esa ejecución, saturada y con una rabia más basada en la melancolía que en la agresividad, quedó incorporada a todo el rock de guitarras posterior, y desde el sonido grunge en su integridad a la risible pose de engendros como los Red Hot Chili Peppers, son muchas las facturas en forma de inspiración que los inacabables surcos de Loveless puede presentar.

domingo, 11 de julio de 2021

Brian Wilson: Smile

Año de publicación: 2004

Valoración: casi imprescindible

Smile se publica en 2004 bajo la autoría de Brian Wilson, pero todo el mundo afirmaría que es, en realidad, un disco de los Beach Boys. Quizás, más explícitamente, un disco de los Beach Boys post Pet Sounds, es decir, la obra de un grupo cuyo líder, obviamente Brian Wilson, había acaparado de tal forma los roles en la producción de la banda que ya costaba identificar los papeles de sus hermanos, al margen de aportar sus voces en las armonías vocales que eran marca distintiva de la banda. Pero ello no quiere decir, (cuestiones legales, que las hubo, aparte) que Wilson fuera un dictador o un tirano que despreció las aportaciones de sus compañeros. Digamos que su vehemencia y su ciega creencia en el sonido que albergaba su cabeza le impedía aceptar nada que se interpusiera entre su concepción y su ejecución. Cosa a la que el tiempo ha dado la razón. No solo Pet Sounds es considerado uno de los mejores discos de todos los tiempos sino que este Smile suele acompañarle en dichas valoraciones, quizás no en primera línea (las votaciones de este tipo suelen contar con una autocensura inconsciente de los votantes) pero sí en un lugar muy destacado.

Porque si hay un halo de leyenda sobre Pet Sounds, también lo hay sobre este Smile. Un proyecto paralizado por casi cuatro décadas, mientras Wilson no digirió ni el retroceso comercial (las canciones de Pet Sounds se habían alejado, en su complejidad y tonalidades, de las esencias veraniegas de sus hits) ni su propia evolución personal, marcada por las adicciones y su una atormentada vida personal, lo que conllevó que el proyecto quedara paralizado en medio de la clásica expectativa creciente que ha alimentado tradicionalmente los grandes mitos de la música (poned la etiqueta que queráis).

Y Smile recupera el espíritu de Pet Sounds, claro que sí, lo actualiza pues las tecnologías de grabación y el uso desinhibido de instrumentaciones anómalas en el rock, ha evolucionado y el disco suena glorioso, incluso después de una sobria entrada a capella y de algunos temas más clásicos, el desfile de canciones en tonos sombríos o melancólicos pero adornados con un envoltorio sonoro original y voluptuoso, conscientes de buscar fuera de los límites del material (el sonido surf) que les alzó a la fama, Wilson, vamos a usar el singular aunque sea para hacer caso a la portada muestra su maestría en todos los ámbitos. Cerrando el disco con ese clásico Good Vibrations, que no fue incluido en su predecesor, pero llenándolo de extrañas canciones llenas de matices vocales e instrumentales, música que sus voces podrían asociar de manera (casi ) indeleble a los años 60, pero que se muestra aun hoy en día en toda su frescura y en una descomunal capacidad de evocación. Si los grandes hits de la banda eran un canto a la sensualidad y al hedonismo veraniego de las costas de California, escuchar Smile en su totalidad desprende un poderoso sentimiento de pre-nostalgia, y perdonad que intente verbalizar lo que no puede ser capturado en palabras, pero es una sensación poderosa e inexplicable que solo pueden atribuirse unos pocos discos, y este es uno de ellos.


domingo, 4 de julio de 2021

Tyler The Creator: Call me if you get lost

Año de publicación: 2021

Valoración: muy recomendable

Apenas diez días para juzgar un disco como este podría ser poco tiempo. Mi primera valoración era otorgar al disco un discutible como oposición al indiscutible que merecía (que  merece)  Igor, su esplendoroso disco anterior, pero tras cierta reflexión desestimé la posible confusión que tal término pudiera generar. La cosa es que en unos quince meses Tyler The Creator (aprovechando, no lo niego, los prolongados retiros de Frank Ocean y Kendrick Lamar y el alarmante bajón de Kanye West) se ha convertido para mí en una referencia sonora de primer orden, y no creo estar solo: emisoras generalistas mencionaban la noticia, el 25 de junio, de la publicación de este disco con los merecidos respetos acreditados. 

Igor es, lógicamente, una sombra demasiado alargada, no solo en lo concerniente a su propia entidad como disco, sino incluso en su carácter de hito en la obra del músico californiano: un disco de un rapero donde el rap no es el centro de gravedad, un experimento casi inagotable en lo sonoro, pero Call me if you get lost empieza por desmarcarse de pretender constituir un intento en el mismo sentido. Las referencias serían más la etapa más pura en clave rap, la amabilidad sonora de su antepenúltimo disco, el excelso Flowerboy, y puntualmente alguno de los logros de Igor, pero hay muchísimos matices. Primero, la producción es mucho más depurada y más amable con el oyente ocasional. Las aristas que personalizaban el disco anterior (hubo hasta cierta polémica) y le conferían ese espíritu de opus no existen aquí. El espíritu de mixtape resurge, y las omnipresentes intervenciones de DJ Drama (que empiezan resultando algo cargantes pero van tomando sentido con las escuchas, como una especie de hilo argumental) confieren al disco un aire algo retro, pero los aderezos sonoros crecen con las escuchas y, a pesar de la casi voluntaria dispersión (temas muy cortos, muchos de ellos enlazados) cada escucha acrecienta la sensación de que el disco es maduro y cohesionado, no el producto de la cabezonería del músico, que mantiene, a sus recién cumplidos 30 años, un ritmo de publicación de disco largo cada dos años, sino una pieza calculada y meditada. Y las reiteradas escuchas hacen surgir las gemas: MASSA y su aire clásico, con su fondo casi ambiental, HOT WIND BLOWS con sus samples que parecen extraídos de alguna serie televisiva decadente de los años 70, el pulso cinematográfico de LUMBERJACK, o la intimidación (que no agresividad) de canciones como CORSO o RISE, combinadas con aires de Costa Este en WUSYANAME o ese curioso y ya clásico doble track que obra de bisagra en el disco: Sweet parece recuperar al Prince más lúbrico y pop, con sus vientos, sus coros femeninos, su sensualidad, dando paso al reggae de I THOUGHT YOU WANTED TO DANCE, jugueteando con un género anómalo (lo hizo antes con el deep house o incluso el pasodoble, así que por qué no).Siete menciones casi al azar sobre 52 minutos de música que pueden no ser el rutilante espectáculo creativo de su antecesor pero que no tienen aspecto alguno de bache o paso atrás. A estas alturas, si Tyler da un paso atrás, es para tomar impulso. Hasta 2023, SIR BAUDELAIRE.