domingo, 22 de julio de 2018

Manic Street Preachers: Everything must go

Año de publicación: 1996
Valoración: muy recomendable

Hay una máxima que dice que las muertes prematuras son el pasaporte idóneo para el Olimpo del rock. Con escarapela, si esa muerte se sucede de cualquiera de las dos formas siguientes, perfectamente combinables entre sí: suicidio, o resultado o consecuencia de algún severo exceso en el uso de substancias asimilables a cualquier adicción. Valen pastillas, alcohol, drogas por cualquier vía y vale cualquier vía en que este abuso se manifieste. Los medios hablarán de trágica desaparición de un talento que solo había empezado a dar sus frutos. Los directivos de tu discográfica hablarán de dónde cojones metieron los master de las atroces sesiones de tus primeros discos.
Pues bien: los Manic Street Preachers (empleo el sujeto de una forma retórica) dieron una vuelta de tuerca a esa teoría. Richey James Edwards, alias Richey Manic es, empleemos ese presente esperanzado que niega la evidencia, uno de los desaparecidos célebres del rock. Habrá otros, claro, Syd Barrett, por ejemplo, cerebro machacado por el abuso del LSD, pero de él se sabe al menos que aún existe. Pero no recuerdo otro caso igual. No así Richey Manic; lo último que se supo de él fue que en 1995 su coche apareció abandonado en las cercanías de uno de esos típicos parajes (un puente, un acantilado, qué fuerza poética la de imaginar su cuerpo arrastrado por las corrientes antes de haberle dado un zarandeo contra los pedruscos azotados por la mala mar) preferidos por los suicidas. Así que puede que optara por desaparecer o que fuera pasto de los peces del Atlántico. C’est la vie. Sus motivos tendría: a pesar del enorme éxito comercial del grupo, la crítica se negaba a otorgarles el reconocimiento de la autenticidad. En el rock de los 90 y en UK eso era muy jodido. Vale que los medios de la época (NME y Melody Maker en la lejanísima época en que protagonizaban una paródica enemistad como semanarios musicales dedicados a entronizar por los primeros discos a las mismas bandas que luego vapuleaban por los segundos) se habían hecho eco de su éxito. Y Richey Manic, y eso el que escribe lo vivió muy en directo, se cortó, ante el periodista Steven Lamacq, escribiendo con incisiones en su brazo izquierdo "4 REAL", le dieron veinte puntos o así, se hizo la famosa foto, vendas atrapadas entre los dedos, rimmel en la mirada desafiante, y parece que ni eso fue suficiente.
Y el grupo, los tres compañeros que quedaron, tuvieron que reaccionar. Y Everything must go fue su cuarto disco y las tres fotos de los tres deudos eran contundentes desde la portada y desde el propio título. Nada de recomponerse y cambiar de nombre, nada de regocijarse en el duelo. No sé si el disco les salió tan bueno porque canalizaron esa rabia o esa desesperación o ese luto, o porque el golpe de la pérdida les hizo madurar. Porque eso es lo que es este disco: un disco maduro, un disco de un grupo que no está pendiente de artificios o de etiquetas o de si en esa guerra absurda del britpop estaban quedando descolgados. Con un enorme socavón entra la cara A y la cara B, pero, con una cara A que es gloria bendita y que pulveriza cualquier sospecha de inseguridad, de desmoronamiento moral. Desde el arranque inconmensurable de Elvis Impersonator: Blackpool Pier, pura adrenalina donde las guitarras braman con una contundencia y claridad que ya quisieran muchos grunge de la época (aquellos que se mostraban atormentados sin razón para estarlo, claro), y que enlaza con la mejor canción de toda su carrera:  A Design For Life  Se lo comenté a Marc Peig el otro día. Cómo no caer rendido ante una canción que arranca con la frase libraries gave us power. La postura militante de los Manic, un grupo galés posicionado claramente a la izquierda queda reflejada en esta canción, otro de esos ejemplos de sección de cuerda gloriosa que consigue elevar una canción ya de por sí brillante. Luego el tema que titula el disco, que hace las veces de declaración de principios, y Kevin Carter, avasalladora mezcla de ensoñaciones lounge y trompetas al estilo Bacharach. Aunque el resto del disco no desmerezca hay que reconocer que estas cuatro canciones magistrales pesan lo suyo, y que mantener su nivel sería inhumano. 

domingo, 15 de julio de 2018

Bustamante: Entusiastas

Año de publicación: 1998
Valoración: Muy recomendable

Tranquilo todo el mundo! No nos hemos vuelto locos! Ningún poltegeist se ha apoderado de este blog con el fin de loar un disco del ínclito concursante de aquel "talent (ejem, bueno, es un decir) show" de cuyo nombre no quiero acordarme. Este Bustamante es el bueno!

Para quien no lo conozca, Julio Bustamante (nombre artístico de Julio Balanzá) es un músico, escritor y dibujante valenciano con una larguísima carrera musical a sus espaldas. Filosofo de formación y bon vivant de profesión, se trata de todo un clásico en la escena musical alternativa valenciana de las últimas décadas.

Insisto en lo de valenciano porque su música y sus letras están fuertemente influenciadas por el "carácter mediterráneo". Ya lo dice él mismo en ese "Mundo sereno" que hable el disco: "Cómo iba a ser de otra manera en esta tierra de palmeras, de jazmín y de azahar..." Esa mediterraneidad está presente en toda su obra, en general, y en este "Entusiastas" en particular. "Ensusiastas" es, como su propio nombre indica, un disco alegre y luminoso que remite a la mejor tradición de cantautores italianos o franceses.

"Entusiastas" es, sobre todo, un canto a la vida. Se trata de un disco profundamente sentimental, con el amor ocupando un lugar central, pero con una tremenda carga naif y hedonista. Un disco que transmite la alegría de los placeres sencillos (un paseo en bicicleta por una Valencia sin tráfico y vacía, los besos en el atardecer, los discos olvidados por las modas, etc,) a través de canciones sencillas pero efectivas y letras cercanas y evocadoras, como esos lo son esos teclados "marca de la casa" que recorren todas las canciones.

Musicalmente ya digo que es un disco que remite a cantautores italianos o franceses, al estilo de Riccardo Cocciante o Adriano Celentano, pero también recuerda al gran Van Morrison. Pero esto son solo referencias, puntos de apoyo en los que basarse para descubrir a un cantautor capaz de llevarnos "a un mundo prodigioso, confortable, de categoría...", un mundo en el que vuelvan a ser sagradas "las palabras sin prisas, el silencio del árbol, la gota en la fuente..."

domingo, 8 de julio de 2018

Radiohead: Kid A

Año de publicación: 2000
Valoración: muy recomendable

Imposible sustraer este disco del contexto de su publicación. Radiohead es LA BANDA desde que ha publicado OK Computer, disco que se ha convertido en dos años en referencia absoluta de cientos de cosas, de una en particular, ejemplo de fusión entre contundencia y accesibilidad pop combinada con  búsqueda de texturas en otros ámbitos.
Los miembros de la banda son gente inquieta, eso sí. Han absorbido aún más música, han negociado con su súbito status de salvadores del rock y es muy obvio que han probado cosas. Radiohead ya  no es solo la banda tocada por la inspiración que (en The Bends) parecía obsesionada en la intensidad sonora y en cierta predisposición a optar por la deriva nirvanera.
Eso queda muy lejos en el año 2000. Y, permitidme ciertas conjeturas, la banda sabe que ha sido pionera en muchas cosas. En tener cierta conciencia social de nuevo milenio, en mantener la típica estrategia comunicativa somos unos tipos misteriosos pero vamos dejando alguna pista por ahí.
Kid A, en algunos sitios, es valorado al nivel de OK Computer.
Yo no voy por ahí. Puede que que haya oído cien veces más OK Computer que este disco y puede que solamente ahora empiece a valorarlo como lo que es.
Kid A puede que sea un disco algo chulesco: como el disco de un grupo que sabe que si hace lo que le gusta en vez de lo que la gente espera que haga acabará triunfando. Pero es un disco de banda en racha, claro que sí, y de banda que mantiene una enorme inquietud por lo que pasa a su alrededor. Kid A tiene más que ver con Sun Ra o con Miles Davis o con Autechre que con los Beatles. De hecho, en el momento de su publicación la crítica se escinde hacia los dos lados: la repulsión y la fascinación. A raíz de una colaboración con Björk llega a decirse de Thom Yorke que es "lo más cerca de una melodía que se le encontrará ese año". Y sin quererlo esa es la definición del disco. Kid A es una colosal exploración de texturas que empieza con Everything in its right place, lo más opuesto a Airbag que uno pueda imaginar, y acaba, muy oportunamente para la carrera de Jonny Greenwood, con una canción llamada Motion Picture Soundtrack, que incluye varios segundos de absoluto silencio. No se trata de una renuncia absoluta a sus trabajos anteriores, la banda era mucho más que n disco de enorme repercusión y esa auto-conciencia puede que les haya pasado factura. La influencia de las producciones del sello Warp es omnipresente. Aphex Twin, Black Dog Productions, pero sobre todo en la forma de una libertad creativa absoluta y desinhibida. Si Subterranean Homesick Alien podría encajar aquí quizás lo sería merced a un intercambio con Morning bell. Todo lo demás, lo que hay en ese recorrido crece a cada escucha.  Idioteque es una especie de oasis de rabia, How To Disappear Completely es una especie de definición de las intenciones del disco, con sus aires ligeramente western.
Radiohead hizo lo que quiso en Kid A, y el mundo debería agradecérselo. Re-ubicó el concepto de banda  y se deshizo de personalismos, aunque en el rock ese cordón umbilical siempre haya sido particularmente difícil de cortar. La liturgia es lo que tiene. 

domingo, 1 de julio de 2018

Björk: Post


Año de publicación: 1995
Valoración: muy recomendable

Björk vestida de una manera más o menos terráquea y con una mirada transparente directa a cámara, con un aspecto sexy y natural, más cercano a una chica de portada de alguna revista glamourosa que a los excéntricos looks que han decorado sus discos posteriores. Y profusión de colorines, como si fuera una pop-star al uso y publicara singles que alcanzan puestos de un dígito en las listas.
Bueno: estuvo a punto de ser así. Post (atentos al juego de palabras) fue el segundo LP de su carrera en solitario tras haber deslumbrado con Debut y el mundo esperaba grandes cosas de la islandesa y ella estaba en condición de ofrecerlas. Y si en su primer disco había contado con Nellee Hooper como productor aquí se había acercado (dicen las malas lenguas que mucho) a dos estrellas del firmamento vanguardista de la época: Tricky, factótum de la eclosión trip-hop y Goldie, de la escena drum'n'bass, tal era su ojo y tal era su sintonía con la más rabiosa actualidad. Y claro, el disco es, otra vez, excelente, casi más brillante que su primer disco pues todo se matiza más y se entrega de una forma más madura, despojada de las urgencias propias de los primeros discos (esos en los que los artistas suelen querer mostrarlo todo y a veces les pierde esa precipitación), e incluso diría que esa policromía de la portada trasciende a la música, que escapa un poco a esa producción levemente lo-fi de Debut y añade brillos. Por ejemplo, The Modern Things, canción oculta, casi agazapada, detalles de producción de los que enriquecen, o la íntima Possibly Maybe, producida por Scanner (uno de esos músicos de las vanguardias IDM que innovaba a cada paso que daba), con su aire naif. No tan  naif, por eso, como  It's oh so quiet , homenaje encubierto a sus orígenes jazz en forma de número de big-band. Post como disco no hace tantos guiños a la escena house como hizo Debut. Es un disco más maduro y más consciente del rango de figura del star-system alternativo al que Björk se había elevado merced a un itinerario de perfecto diseño. Contiene una de las mejores canciones de la carrera de la islandesa: Hyperballad  es definitoria desde su título hasta su desarrollo: un cruce de estilos que ahora podría ser que nos pareciera algo forzado, pero que aquí funciona. Añádase la épica de Isobel, crescendos de cuerda y aire sinuoso con más de una deuda a los devaneos lounge propios del momento y ya tenemos un disco esplendoroso, a pesar del arranque algo fallido que constituye  Army of Me
Y cómo evitar hablar de la Björk posterior. Aún armaría un par de excelentes discos antes de empezar a digerir mal eso de ser alguien a quien se le permitía todo. Grabó un disco (Medúlla) sin apenas intervención de instrumentos: solamente voces. Empezó a dar la espalda (cosa perfectamente disculpable) al público potencial de la escena pop, y empezó a creerse que su ejército de fans podía tolerar cualquier cosa, y a veces esa excentricidad puede dar sus frutos, claro. El problema es que la excentricidad no es un valor per se, sino una circunstancia que permite sorprender. Y me da que, en los últimos lustros, Björk la ha usado para encubrir cierto bloqueo de inspiración.
Pero puedo estar equivocado.