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domingo, 19 de diciembre de 2021

2021: Oído y reseñado

Un año más vamos a esperar a que Frank Ocean (con el dudoso título de ser el primer reseñado en este blog) se decida a publicar su tercer disco y acabe con todos los rumores y todas las aventuras  - algunas no artísticas sino, ejem, empresariales - que lo distraen y nos despojan de su inmenso talento.

Mucha curiosidad para el 2022, sobre todo a ver cuál es el siguiente paso de Rosalía (que desde la publicación de El mal querer no hace más que encadenar colaboraciones desorientadas  - James Blake, Billie Eilish, The Weeknd - que siempre acaban siendo lo peor que el artista de turno ha publicado).

Y sobre el año que acaba

Tres mejores discos del año:

Sin orden, dependiendo de la semana, del estado de ánimo, del momentum.


C. Tangana: El madrileño, todo un año intentando intercalar algún comentario que mitigue mi ansiedad por no haberlo reseñado en persona (gracias, Iván Repila, cabroncete), pero este brillante compendio de sonidos denostados o incluso ignorados, pulido por una producción de absoluto nivel universal, convenientemente aderezado de colaboraciones, algunas célebres, algunas tan anónimas que excitan la curiosidad, una atroz (Calamaro, muy prescindible), otras (Maverick, Omar Apollo) celestiales, resulta ser una de las más sugerentes y novedosas obras del año. Un crimen que Pitchfork continúe ignorándolo.


Billie Eilish: Happier than ever que contiene la mejor línea del año (things I once enjoyed, now keep me employed) y que, a pesar de ser anunciado de forma ostentosa en los autobuses de las grandes ciudades, no parece obtener tan colosal repercusión como su debut: la angustia adolescente deja paso a un tono más reposado y reflexivo, y su sonido ha ganado en matices y abarca más estilos sin perder un ápice de brillantez y creatividad. Puede que planificado, pero colosal movimiento de carrera que permite a la artista sacudirse el agobio que, por lo que se desprende de las letras, le produjo su meteórico ascenso a icono global.


Tyler The Creator: Call me if you get lost, tercer esplendoroso disco largo seguido, con un draconiano ritmo bienal, del músico californiano, desafiando estilos, sorprendiendo a cada paso, regresando de manera desacomplejada y brillantísima a un rap más ortodoxo, por momentos, pero sin miedo alguno a toquetear lo que le place - incluyendo reggae - consciente de la incontestable racha en que anda sumido.

domingo, 27 de diciembre de 2020

UDALS: Lo que nos dejaron oír en 2020

Como era de esperar en un año tan turbio, la música ha sido para muchos un refugio y a la vez un escondrijo del cual ha resultado difícil escapar. La música y sus maneras de escucharla: en vehículos particulares atravesando calles en estado semi desierto. Con auriculares caminando agarrado a un papel, a una bolsa de la compra, a la correa de una mascota. En casa, eligiéndola como única opción donde no encontrarse con las terribles noticias expelidas de forma constante por los medios de comunicación que han optado por el sensacionalismo como única vía. La música nos ha aislado de entornos hostiles y, aquí empieza mi opinión, la música ha sido más necesaria cuando con más rabia se ha revelado como contrapartida de la estupefacción que generan las situaciones que nos superan.
Y el disco que mejor recoge ese mensaje, rodeado y aderezado de muchos mensajes que han pasado a segundo plano, como el #MeToo, como e #BlackLivesMatter, ha sido, no digáis que no lo advertí en julio, Fetch The Bolt Cutters, soberbio álbum de Fiona Apple que se ha sacudido todos los fantasmas de golpe (sin descartar que alguno de ellos se haya posado en sus abrumados oyentes). Un disco agrio, difícil, casi arisco como quien deja un borrador en un banco a la intemperie sin preocuparse por quién pueda recogerlo y pensar de él, pero una evidente piedra de toque que pone muy difícil, incluso a la propia Apple, el acercarse a tan espeluznante nivel: creativo, interpretativo, compositivo.
Como era de esperar en un año tan turbio, la música ha sido para muchos un refugio y a la vez un escondrijo del cual ha resultado difícil escapar. La música y sus maneras de escucharla: en vehículos particulares atravesando calles en estado semi desierto. Con auriculares caminando agarrado a un papel, a una bolsa de la compra, a la correa de una mascota. En casa, eligiéndola como única opción donde no encontrarse con las terribles noticias expelidas de forma constante por los medios de comunicación que han optado por el sensacionalismo como única vía. La música nos ha aislado de entornos hostiles y, aquí empieza mi opinión, la música ha sido más necesaria cuando con más rabia se ha revelado como contrapartida de la estupefacción que generan las situaciones que nos superan.
Y el disco que mejor recoge ese mensaje, rodeado y aderezado de muchos mensajes que han pasado a segundo plano, como el #MeToo, como e #BlackLivesMatter, ha sido, no digáis que no lo advertí en julio, Fetch The Bolt Cutters, soberbio álbum de Fiona Apple que se ha sacudido todos los fantasmas de golpe (sin descartar que alguno de ellos se haya posado en sus abrumados oyentes). Un disco agrio, difícil, casi arisco como quien deja un borrador en un banco a la intemperie sin preocuparse por quién pueda recogerlo y pensar de él, pero una evidente piedra de toque que pone muy difícil, incluso a la propia Apple, el acercarse a tan espeluznante nivel: creativo, interpretativo, compositivo. 

Obviamente muchos discos oídos en el año palidecieron ante él, pero me acabó gustando, y mucho, el disco de Phoebe Bridgers, aunque hay que tener cuidado con sus dosis (cosas del emo-folk) y me ha sorprendido la energía de Working Men's Club y recuperar ciertos clásicos como The Dark Side of the Moon, cuestión que lamentablemente ha quedado asociado a muchos de los escenarios vividos bajo el influjo de su sonido.

Y, por supuesto, zambullirme en la obra de Tyler The Creator, demasiado pronto para exigirle otro disco al nivel de Igor, y constatar, salvo sorpresa mayúscula, que ni Kendrick Lamar ni Frank Ocean van a decidirse a regalar algo nuevo a sus seguidores, en este turbio, oscuro y fascinante año.

Invito a los oyentes a que compartáis vuestras elecciones sonoras del año.

domingo, 5 de enero de 2020

Oído en 2019

Señores, uno (yo lo hago) puede haberse mirado todo el montón de listas de mejores discos del año que vienen saliendo (en una loca carrera por ver quién la saca antes) a partir de la primera semana de diciembre. Pitchfork, Factmag, Jenesaispop, Stereogum, Rockdelux, NME.
Todas las que queráis.
Pero lo que acaba dilucidando esa duda es mucho más sencillo.
¿Sigues escuchando ese disco? ¿Pasados cuántos meses? ¿Has buscado más música del artista, si era nuevo para ti?
Normalmente, con la debida distancia de los discos que se amontonan, muy estratégicamente, como lanzamientos en el último trimestre de año, la respuesta designará sin demasiado margen de error.
Claro que uno ha oído a lo largo del año discos antiguos, a veces por la triste noticia de la muerte de su autor, a veces por puro placer, a veces por esa telaraña de referencias hacia arriba y abajo de los artistas de rigor, también, porque este blog obedece a su título y hemos procurado tomarnos pocas licencias, para llenar contenido e ir dando de baja a artistas eternamente pendientes.
A pesar de lo cual este blog sigue sin reseñar a los Beatles o a los Rolling Stones.
Qué poca vergüenza.

2019 ha sido, también en lo musical, un año dominado por las artistas femeninas. En este caso, solistas y con tendencia a cierta juventud que algunos habrán definido como insultante.
Respondiendo a las preguntas planteadas, innegablemente el disco del año es When We All Fall Sleep, Where Do We Go?, debut en formato largo de Billie Eilish, que ha cumplido los 18 hace unos pocos días, y ha cerrado el año convertida en una estrella global de dimensiones descomunales algo incómodas. Sus efectivas canciones se han vuelto omnipresentes en apenas nueve meses y, a pesar de esta saturación, todavía encuentro motivos para oír su disco, un disco glorioso que va a suponer un enorme obstáculo a superar (el único tema nuevo que ha publicado desde entonces es un algo soso experimento de deep house), pero de momento ha conseguido una relativa unanimidad. Eso sí, viendo sus entrevistas, sus declaraciones, el matiz de angustia generacional que desprendían discos, vídeos, imágenes, parece haber remitido y Eilish ya no parece una adolescente a punto de tirarse por la ventana si no se le hace caso. Su disco ha recuperado, a nivel masivo, la figura del álbum como historia explicada y está lleno de excelentes canciones, aunque algunas lo sean sobre todo gracias a una producción imaginativa y resplandeciente, lo ha hecho a costa, signo de los tiempos, de mezclar diferentes estilos y multitud de influencias e incluso ha servido para que cada uno tenga su selección de temas favoritos (incluyendo algunos de su etapa anterior, como la excelsa idontwannabeyouanymore, puro pop que ya empezaba a superar el cliché de pop-de-dormitorio-que-imita-a -Lana-Del-Rey), por lo que, y con el lógico temor a los efectos de la sobreexposición, ahí lo tienes, Billie. 

Grandes discos los de FKA twigs, también parco (40 minutos) en minutaje, con fuerte peso de lo electrónico y cierta propensión a la inflamación emocional (cuestión que algunos no han tenido reparo en recriminar), que al haberse publicado en noviembre aún cuenta con el factor sorpresa a su favor o Titanic rising, de Weyes Blood, otra solista femenina que me ha sorprendido con su juego de melodías clásicas con veladura electrónica. Tres discos sobresalientes.

Vampire Weekend rompieron el hielo creado por su anterior obra maestra publicando Father of the Bride, disco divertido con aspectos discutibles (¿qué hacen esos tipos haciendo country?) pero disfrutable si uno hace un uso sabio del skip.

Y lamento decir que el disco de James Blake ha acabado resultando una relativa decepción. A este hombre parece sentarle mejor la tristeza. 

Para el 2020 esperemos que Kendrick Lamar o Frank Ocean (rodeado del misterio habitual, los dos teóricos adelantos de su próximo disco me han parecido algo faltos de músculo) se decidan a aportar algo y compensar los prolíficos desvaríos de Kanye West, que parece estar a punto de ingresar en algún culto donde le dejen salir para continuar embarazando a Kim Kardashian.

Jamás hubiera dicho que yo acabase un artículo así.

domingo, 6 de octubre de 2019

Pequeño homenaje a Álex Díez Garín (Los Flechazos / Cooper)


Hoy no hay reseña de ningún disco, sino más bien un pequeño homenaje a una de las figuras más ignoradas de las últimas décadas del pop español. Hablamos de Alex Díez Garín (1967), un tipo de cultura pop casi enciclopédica e influenciado de forma indeleble por la música sesentera de bandas como The Kinks, The Who, Small Faces o los sonidos del Northern Soul. El motivo de esta entrada no es otro que la retirada, después de más de 30 años de carrera, de quien fuera líder de Los Flechazos (1988-1997) y Cooper (2000-2019). Tal como explica el propio Díez Garín, la retirada se debe a que "No eliges el momento, de repente te das cuenta de que ha llegado la hora y, aunque podría seguir haciendo música toda la vida, el mundo no necesita otro disco mío".

Digo que se trata de una de la figuras más ignoradas de las últimas décadas del pop español porque, pese a varias decenas de LP’s, EP’s y singles y a una gran cantidad de potenciales himnos pop, nunca alcanzó e éxito masivo que podría haber llegado de no mediar otras circunstancias. Veamos  alguna de ellas:
  • La época: Los últimos años de la década de los 80 y primeros 90 fueron los años posmovida madrileña, años en los que el gusto del público “mayoritario” se decantó por grupos como Mecano, Radio Futura o La Unión, completamente alejados del sonido Flechazos. Si vamos al siglo XXI, Cooper editó todos sus discos con Elefant, discográfica independiente con un, digamos, menor potencial comercial.
  • El lugar: Si en lugar de vivir en León Alex hubiera vivido en Madrid, otro gallo habría cantado (creo yo). Y si en vez de haber nacido en España lo hubiera hecho en Inglaterra, no digo que habría llegado a ser un grupo de masas pero se le habría acercado
  • La marcada estética mod de Álex. Imagino que esto ha podido echar atrás a muchas “majors” por miedo a un público potencial demasiado reducido.

El caso es que, por un motivo o por otro, el éxito masivo no terminó de llegar. Y como dice “Es tarde”, una de sus canciones de la “etapa Cooper”…

Te esperé y esperé hasta que me cansé de esperar.
Y ahora es tarde, es tardeeeee...
ya lo ves, es tardeeeee.... no puede ser.


Pese a esto, quedan sus canciones y aquí os enlazamos diez de ellas, mis favoritas de su segunda etapa musical, la de Cooper:

10. "Seis menos diez" (Retrovisor Ed. Especial, 2018 - LP). Los discos y singles de Cooper (y Los Flechazos) siempre incluían alguna versión, como esta del "Upside Down" dee The Muffs, cuya líder (Kim Shattuck) falleció esta misma semana


9. "Canción de viernes" (Guárdame un secreto, 2007 - SG)


8. Entre girasoles (UHF, 2015 - SG)


7. Rabia (Retrovisor, 2004 - LP)


6. Cierra los ojos (Cierra los ojos, 2003 - SG)


5. El último tren (Tiempo, temperatura y agitación, 2018 - LP)


4. Buzo (Fonorama, 2000 - LP)


3. El Sur (Días de cine, 2006 - SG)


2. Hyde Park (Aeropuerto, 2009 - LP)


1. En el parque (Fonorama, 2000 - LP)



domingo, 7 de mayo de 2017

La gran estafa del pop

Tu cara no me suena
Recojo el guante que me lanza Montuenga desde el Facebook de UnLibroAlDia y me pronuncio sobre los programas televisivos dedicados a la búsqueda de nuevos talentos musicales. Se llamen Operación Triunfo, Got talent, Lluvia de estrellas, o Qué guapa es mi hija la mediana. Y mi pronunciamiento es inapelable. Todos ellos me parecen nauseabundos. No tienen un solo minuto que merezca salvarse de la quema. Y aún queda más. Son, con mucho, lo peor que le ha podido pasar a la música en la historia. Peor que prohibiciones o señalamiento de géneros. Peor que guerras entre mods y rockers, entre tecnos y heavies, entre Costa Este y Costa Oeste.
Porque estos programas son la muestra más fehaciente de la guerra que la industria musical le ha declarado a la creatividad. A esa creatividad que implica ruptura e implica riesgo y por lo tanto reniega de estabilidad y de rutina. Eso quiere la industria musical, comercializar productos de consumo rápido, obsolescencia programada e inmediata reposición, con el mínimo coste y la mínima inversión. Si analizamos uno de estos programas todo confluye. Presencia de viejas glorias con el objetivo de reanimar sus carreras a base de aportarles visibilidad. Uso intensivo del catálogo de clásicos de la música comercial con el pretexto de que sólo es reconocible la performance por comparación con las versiones originales. Ajuste de los candidatos a media docena de perfiles perfectamente reconocibles para los standard de cada zona de acción. Se trata de garantizar artistas de repuesto para aquellos anteriores que languidecen una vez el público se ha hartado de ellos. En el caso de los programas emitidos en España, un panorama aún más descorazonador. A los émulos de cantante pasada de peso pero con potente registro vocal siempre al borde de la nota alargada artificialmente se unen los consabidos artistas raciales relacionados con el mundillo flamenco (un curioso énfasis), el clásico cantautor de guitarra acústica y pose afectada, el cantante melódico de aspecto maduro que valdría para algún género lírico, ligero o no, la lolita de turno que quiere demostrar que no hace falta acostarse con los productores para progresar en lo del pop, el rapero desorientado al que le han regalado, para acudir a la tele, el primer chándal que no parece haber sido robado de una caja descuidada en un mercadillo de extrarradio (y que acaba de sostener una discusión, cuya decisión final ha acatado rápidamente, sobre la conveniencia del peinado con el que se proponía salir en pantalla). Incluso el espantoso heavy melena al viento que ha pasado de asustar jubilados en la esquina de algún suburbio a provocar que adolescentes aborregados agiten el teléfono móvil en modo linterna al ritmo de alguna balada sonrojantemente azucarada. Un espeluznante panorama de estereotipos al servicio, recordad, de la apuesta segura, de la inversión sin riesgo, del plan renove de la estructura dispuesta a vender una y otra vez el mismo proyecto con diferente envoltorio, de esa música funcional de la que ya no se espera que aporte nada a la vida de quien la oye, más que emociones prediseñadas, conformismo y un sentido de la uniformidad que abate de forma definitiva aquello que echaremos de menos, espero, algún día: lo de la música que hemos escuchado como una especie de biografía intransferible e individual. 
Y añadiría lo que pienso cuando los involucrados son niños. Pero tengo miedo de la policía.