domingo, 29 de octubre de 2017

New Order: Republic


Año de publicación: 1993
Valoración: muy recomendable

Daño colateral (uno de tantos) de la apropiación por el capitalismo de los iconos de la cultura. Camiseta en Eurodisney - París (si se llama aún así) con la silueta de Mickey Mouse ayudándose del mismo grafismo (deudo a su vez de cierta estética oriental) que adornaba la portada de Unknown Pleasures, celebérrimo disco de debut de Joy Division. Sí, la de las tenues líneas blancas sobre fondo negro que van dibujando una especie de elevación en el terreno, con una perspectiva y simplicidad tosca a la par que fascinante.
Para bien o para mal, New Order hubieron de arrastrar para siempre el estigma de ser el grupo que, incluido cambio de nombre, prolongaba la carrera de Joy Division tras el suicidio de Ian Curtis. No voy a explicar más el tema. Uno de esos célebres hechos siniestros de la historia de la música que acarrean todas esas consecuencias. Culpad a la mercadotecnia o culpad a lo que sea de que haya tanta gente con esas camisetas puestas sin ser capaces de reconocer ni una canción del grupo. El grupo siniestro del tipo ese que se colgó en su cas tras ver Woyzeck. 
Republic es el último gran disco de New Order. Un disco marcado por varios aspectos. Primero, la difícil papeleta de representar el siguiente paso tras Technique, auténtico paso adelante en la complicada tarea de desembarazarse de la estampa de grupo con tendencias siniestras. Después, ser e primero publicado tras el colapso de Factory, sello discográfico y aglutinador de la filosofía del grupo y de la época (tan bien retratada en la película 24 hour party people). 
Se trata de un disco optimista: ya esa doble imagen en portada y su propio título apuntan otro tipo de mensajes, en medio de la Inglaterra del post-thatcherismo y de la todavía vivaz oleada de las corrientes electrónicas. Siempre me ha extrañado que no sea mencionado a menudo como una de las cumbres de su carrera. Parece que no se les perdonaba cierta tendencia al hedonismo, a alejarse del pesimismo del pasado y a disfrutar. Supongo que su masa de seguidores acérrimos no les perdonó titubeos con la frivolidad como usar estética y figurantes de Baywatch para la promoción de la contagiosa Regret, single de presentación del disco, primera canción del LP y ligero escoramiento hacia sonoridades más pop. New Order en las playas de California. Menudo shock. Pero el disco no regresa a ese sonido más que en momentos puntuales. El bajo de Peter Hook pierde protagonismo y el disco toma una onda expansiva, más orientada a los ritmos programados y a las melodías vocales. Incluso se permiten la introducción de coros femeninos, en World (The price of love), otro de los singles extraídos del disco (su nueva discográfica quiso aprovechar el tirón de prestigio y exprimió el disco a conciencia). Pero, en general, se trata de un disco con melodías y sonido reconocibles, aspecto en el que tuvo que incidir la presencia de Stephen Hague, en aquel momento productor de moda en UK (Erasure, Pet Shop Boys) y con un particular toque para los sonidos electrónicos. Republic suena a veces como la colección de hits que New Order evitó hacer en sus discos anteriores, donde siempre sus temas célebres (Blue Monday, State of the Nation) habían quedado excluidos de ser integrados en LPs. De hecho, Spooky, una de las cumbres de Republic, guarda no pocas semejanzas estructurales (el decidido fraseo de arranque) con uno de sus mayores hits, la irresistible y dinámica True Faith, canción que puede considerarse precedente necesario de lo contenido en Republic.
También supieron, obvio, sintonizar con el efervescente momento de la música en el tiempo en que se publicó. Es imposible no reconocer la frescura hedonista y efímera de grupos como The Shamen o The Beloved tras canciones como Young Offender o la extraordinaria (y poco conocida) Everyone everywhere, esta sí una canción tiznada de la melancolía que quizás sus seguidores echaron en falta aquí. Y que hace de éste un disco incomprendido, al que siguieron, y las luchas interiores que asolaron el grupo debieron tener que ver lo suyo, discos progresivamente más anónimos y vulgares. Con lo que los seguidores, desde entonces, tuvimos que conformarnos con las revisiones de su época dorada.

domingo, 22 de octubre de 2017

Dionne Warwick: Dionne Warwick sings the Bacharach & David Songbook


Año de publicación: varios, entre los 60 y los 70

Valoración: imprescindible

No hace falta ser el yonkie del vinilo que aparece en la portada de Endtroducing... de DJ Shadow. Hace años, y a raíz de la terrible devastación que las descargas ocasionaron entre las tiendas de discos, uno solamente había de estar atento para hacerse con maravillas por cantidades absolutamente ridículas. Incluso aunque éstas ya fueran ediciones de fondo de catálogo con cierta angustiosa elusión de los principios mercantiles más básicos a la hora de ofrecer un producto. Y si respetable es la intención de un artista a la hora de concebir un disco en su integridad, no veo el sentido de criticar otras labores (la de los sellos subsidiarios especializados en empaquetar recopilatorios incluyendo rarezas o combinaciones inverosímiles, como Rhino o Carrousel). Hastiado de discos "Best of" ofreciendo más de lo mismo con algún tema adicional presentado como el gran gancho, no es de extrañar que el gran público se cansara de discográficas que actuaban con políticas de estragos paralelas a los programadores de las tragaperras.
Así que mis respetos hacia iniciativas como este disco, una es-pec-ta-cu-lar colección de todas las interpretaciones que Dionne Warwick hizo de canciones (algunas de ellas compuestas ex-profeso) de Burt Bacharach y Hal David, dueto compositivo a la altura de cualquiera, aunque perjudicados por esa eclosión en un lugar y una etapa indefinidos (demasiado clásicos para encajar en el universo del rock, demasiado populares para encajar en cánones más solemnes), pero, y no hay que dejar de reivindicarlo, productores en cadena de melodías de esas que parecen haber estado siempre allí.
Vendrían a ser coetáneos a grandes hitos de la cultura contemporánea. El Hollywood  de Billy Wilder que ya ha dejado atrás la Guerra Mundial y anda metido en la Guerra Fría. La Europa del Swinging London y un existencialismo que parece ser su contrapeso. Una serie de referentes demasiado heterogéneos entre los que esas delicadas a la vez que efectivas y pegadizas melodías se abrían paso con discreción. Como temerosas de situarse en un primer plano que, vistas en su conjunto, resultaría mucho más que merecido.
Por suerte, y gracias a las espléndidas interpretaciones de Warwick, cantante de color pero poco escorada a los excesos vocales del soul, comedida, de dicción elegante y precisa, todos esos clásicos reciben periódicamente sus revisitaciones y son tratados con toda la grandeza que merecen, con toda la reciprocidad que sus infecciosos detalles han dejado impregnada en quienes los han escuchado, incluso de forma involuntaria. No exagero. Que levante la mano todo aquel al que, disponiendo de un bagaje musical mínimo, no le son familiares (por los cauces que sea: publicidad, versiones, karaokes, inclusión en películas) algunas de las siguientes melodías: Say a little prayer, Do you know the way to San José (versioneada por Frankie Goes To Hollywood), Never fall in love again (por Elvis Costello)... y este disco contiene más de veinte de esas perlas, incluyendo melodías algo menos conocidas como Look of Love, Anyone who had a heart o la extraordinaria Walk on by, cuyo ritmo de piano percusivo sería homenajeado por ELO en It's over. Canciones de aires románticos y universales,  con arreglos de cuerda (el propio equipo compositivo se encarga de la producción), con la introducción de las trompetas marca de la casa, con estructuras más cercanas al pop que a la sempiterna canción melódica, todas ellas clásicos sin pretensiones de serlo, alcanzando como sin querer un aire de sofisticación y globalidad que no me cansaré de reivindicar.

domingo, 15 de octubre de 2017

The Smiths: Hatful of Hollow

Año de publicación: 1984
Valoración: Imprescindible


Brevísima introducción: en 1984 cuatro chicos de Manchester, aunque todos ellos de origen irlandés, forman una banda con un sonido que pronto resultará inconfundible. Formato tradicional de voz, guitarra, bajo y batería. Tres de ellos son buenos músicos, en especial Johnny Marr, un genio de la guitarra. El cuarto es un tipo extraño con el que a nadie resulta fácil encajar, es el cantante y letrista y se llama Morrissey. En el legendario sello Rough Trade graban un primer disco llamado como ellos, 'The Smiths'. Es un gran disco, donde se dejan ver cosas importantes, pero la producción es tan mala que echa a perder la mayoría de los temas.

Cuando ya han adquirido cierto nombre dando bolos, Morrissey, todavía enfurecido por el fiasco de su primer álbum, propone hacer una recopilación con singles, caras B y grabaciones para emisoras de radio. Una especie de desquite, buscando el sonido que realmente ellos deseaban. No sé si eran conscientes de lo que estaban haciendo, porque el resultado de esa maniobra, ‘Hatful of Hollow’, sería en mi opinión el disco decisivo de los Smiths, y uno de los títulos imprescindibles del pop-rock de las últimas décadas del siglo pasado.

Como es lógico, siendo una recopilatorio no tiene la coherencia que se puede esperar de un disco de estudio, y que en general sí tienen todos los demás trabajos del grupo. Con 16 cortes, es seguramente demasiado largo, pero entiendo que está muy bien construido, dosificando con inteligencia las distintas tonalidades. Las letras, que firma Morrissey, son siempre intimistas, a veces algo crípticas, y en general hablan de sentimientos juveniles: la soledad, el sentirse diferente, el desarraigo social, experiencias (o amagos) sexuales más o menos equívocos. Predominan los tonos amargos, la desorientación, el hastío.

Arranca el disco con la emblemática 'William, It Was Really Nothing', pop potente y luminoso donde descubrimos la mezcla perfecta entre voz y guitarra. En la misma línea funciona la también notable ‘What Difference Does It Make?’, algo más áspera. Un poco más adelante encontramos 'How Soon Is Now?', en mi opinión una de las mejores canciones que se han escrito nunca. De nuevo la guitarra nos introduce, volando como un cometa, en el ambiente más oscuro de todo el álbum, y la peculiar voz de Morrissey flota sobre una base rítmica potente, reiterativa, hipnótica. En esta parte central de la ‘cara A’ se concentra lo más brillante del sonido Smiths, yendo a continuación a 'Handsome Devil' (video en directo), el tema más crudo, acelerado y potente. Quien conozca el disco observará que me he saltado el famoso ‘This Charming Man’, o el primer sencillo del grupo, ‘Hand In Glove’, junto a algún otro corte. Me siguen pareciendo buenas canciones, pero a cierta distancia de las que he comentado.

Decía que la recopilación está muy bien montada, y ahí tenemos que la segunda mitad del disco empieza en el mismo tono de la primera, con 'Heaven Knows I´m Miserable Now', otra de mis favoritas, sonido más o menos amable para una letra descorazonadora. Brilla la batería en ‘You´ve Got Everything Now’ y por ahí planea la voz, a veces extrañamente monocorde, de Morrissey, hasta que llega 'Girl Affraid', con una larga introducción instrumental, ideal para la cabecera de un programa de radio (doy fe: lo tenía que decir).

Y terminamos (temas 14, 15 y 16) con una especie de recogimiento, como la marea, ya sin fuerzas para subir más, que deja olas que ya no son violentas y se extienden melancólicamente sobre la arena. ‘Back To The Old House’ es una triste melodía en la que la desesperación ha dejado paso quizá a la resignación. 'Reel Around The Fountain' (joder, otra joya) recupera el color y, en esa combinación tan Smith, una melodía que parece más bien un himno esconde una letra compleja sobre experiencias adolescentes o así. La muy tenue ‘Please, Please, Please, Let Me Get What I Want’ (siempre esos títulos larguísimos) cierra el disco con una súplica, eso sí, envuelta en una música más bien alegre:

So for once in my life
let me get what I want
Lord knows it would be the first time
Lord knows it would be the first time

Pues sí, esta vez lo consiguieron. Sería la primera vez, pero desde luego no la última.

domingo, 8 de octubre de 2017

Late Night Tales: Air

Año de publicación: 2006
Valoración: imprescindible

El proceso por el que los discos de sesión o recopilatorios empezaron a ser protagonistas relativos en las estanterías de las tiendas de discos (sí: hubo tiendas de discos en el mundo) resulta curioso y, una vez más, debemos buscar su origen en la eclosión de la música electrónica, allá por los primeros 90.
Primero la inmediatez de las remezclas y versiones de los grandes clásicos del género no encontraban buen acomodo en el formato de disco LP. O destacaban demasiado entre el material de relleno o directamente sus autores no accedían a ese formato. Después las ediciones solían ser muy limitadas con lo que quedaban reducidas al ámbito privilegiado de la gente profesional (y atenta). Por todo ello, la sucesión lógica era que los DJ en proceso de entronización empezaran a poner su nombre en las portadas de discos que no eran más que selecciones pulcramente editadas donde sus sesiones se distribuían masivamente. Al amparo de este formato, a mediados de los 90 surgieron series dedicadas a géneros, y cada una de esas publicaciones era un pequeño acontecimiento. DJ Kicks, Global Underground, Fabric, Fabricilive, Freezone. Todas estas series se fueron especializando de una manera u otra. Se trataba de franquear acceso a las audiencias a música que, por otro canal, estaba condenada a una divulgación muy limitada.
Late Night Tales fue otra de estas series, en este caso formando parte de una segunda oleada en la que el fenómeno se hizo extensivo no solo a los DJ sino a los músicos que estaban en primera línea de vanguardia. Muy sencillo a la vez que educativo. Se tomaba a algunos de estos músicos y se les pedía que incluyeran en un disco algunos de los temas que más le gustaran o que más habían influido en su obra, o que más pensaran (sin descartar el postureo de mostrar influencias dispares o poco aconsejables) que les podían representar. Luego solo se trataba de la ardua labor de clarear licencias y ya teníamos no un disco, sino una selección de las joyas que esos músicos eran capaz de mostrarnos.
Y a Air les tocó en 2006. Dúo francés dedicado a una electrónica de ambientes mezclados (pop, easy listening, folk, leve aroma jamaicano), lo que podía salir de sus baúles de clásicos no podía ser malo. 
Y no lo es, ni mucho menos. Aunque podría achacar algún devaneo con la obviedad, se me ocurren pocos discos con una duración tan buen aprovechada como este. Un festín sonoro perfecto para esa hora tras la cena en que el mundo se entrega a la telebasura.
Con un comienzo, al menos, sorprendente. Dos temas vocales de dos grupos opuestos: abren la sesión The Cure con un tema de su época (más) oscura: All cats are grey es casi Joy Division con el cantante cambiado. Pero la sorpresa acomete a la esquina: Black Sabbath aportan incomodidad en un comedido Caravan Planet, tema ralentizado y casi gélido que rompe muchos prejuicios con su estudiada musicalidad y su aire levemente africano. Pronto encontraremos refugio en aguas más afines a las producciones de Air: Nino Rota nos justifica la fascinación del dúo parisino por los ambientes cinematográficos.
Debo parar aquí: como en otros casos, enumerar una por una las canciones resulta cansino e inapropiado. Todo lo incluido aquí es magnífico y una puerta a la exploración de nueva música. La sesión se cierra con una suntuosa interpretación de Pavane Pour Une Infante Defunte, impresionismo clásico de Maurice Ravel. Por el camino nos hemos dejado a Japan, a Elliott Smith, a Minnie Riperton, a Scott Walker, y a oscuros artistas como Jeff Alexander, en una selección que resulta curiosa, por su dominio (solo tres temas son de más allá del 2000, incluyendo el que Air aportan) del sonido vintage, y, claro, ya tardaba en salir la palabrita, por el absoluto eclecticismo que muestran, sin salirse de una tonalidad relajada, aunque incómoda, con un escrupuloso mimo de manera que se evita el azúcar. Son Air y la música no se aventura en los bpm en momento alguno, el ritmo es gélido pero la sensación irreal, lynchiana (la portada muestra una barroca lámpara araña colgada en medio del bosque), nada se va de las manos, pero a la vez toda la sesión y sus combinaciones transmiten una sensación de lujo y voluptuosidad con trastiendas poco aconsejables.

domingo, 1 de octubre de 2017

LCD Soundsystem: American Dream


Año de publicación: 2017
Valoración: bastante recomendable

Provoquemos un poquito para empezar. La crítica mima a LCD Soundsystem porque James Murphy parece un crítico, y eso predispone. Predispone tanto como esa pinta accesible de tipo que no se cambia de camiseta ni se afeita para dar un concierto y predispone tanto como que en ese descanso de un lustro que el grupo se ha dado lo único relevante que se ha sabido de él es lo de sus tareas de producción para Reflektor de Arcade Fire y que parecía hacer lo mismo para Blackstar de Bowie y acabo limitándose, parece, a tocar los bongos. Un descanso que parecía, se había anunciado como definitivo, pero que se ha quedado en un extenso lapso entre discos (inferior, por ejemplo, a los que se toma Portishead) sin que parezca que se haya producido nada destacable, quizás una pequeña depuración de sonido, una matización de sus aristas que aporta a American Dream una curiosa inmediatez, quizás algo engañosa pues si algo se desprendía de los tres primeros discos del grupo era su capacidad de crecer en el oyente a medida de las escuchas. Curiosamente, me ha invadido cierta desazón al comprobar que este disco funciona un poco al revés. La primera escucha deslumbra, y si bien sería cruel decir que las subsiguientes hacen que el disco pierda fuelle, sí que es cierto que el fogonazo se desvanece en parte y se acusa una cierta linealidad de sonido y, dentro de lo que es un disco bastante heterogéneo, una chocante cura por evitar las estridencias que aportaban brillo, por ejemplo, a su primer disco.
¿Y qué se nos ofrece detrás de esa portada con regusto a salvapantallas de Windows 95?
Pues sonido brillante (pero no resplandeciente) al que pueden etiquetarse influencias a raudales. Propio de un grupo ecléctico, sí, propio de un grupo cuyos componentes superan la cuarentena y son esponjas de absorber y regurgitar influencias (a la letra seminal de Losing my edge me remito), pero el listado es extenso y detallado:

Human League era Travelogue / Reproduction
Bowie era Low
Joy Division era Unknown pleasures
Talking Heads era Fear of music / Remain in Light
Magazine era Real life

Todos ellos discos de la segunda mitad de los 70 o del mismo año 80, todos ellos discos que de una manera u otra se consideraron adelantados a su tiempo, todos ellos discos alejados de los parámetros habituales del rock.

De esta amalgama (a la que no estaría de más añadir alguna sonoridad de los propios Arcade Fire o el sonido levemente obsesivo de Shaking the Habitual de The Knife) surge un disco difícil de clasificar pues combina momentos introspectivos y casi ensoñadores en el tema que le da título, con su riff de sintetizador tomado prestado de Human League, con arrancadas marca de la casa como Call the police, ejemplo paradigmático del sonido del grupo en cuanto a fusión sonora, aquello que les procuró el adjetivo de arty-dance-post-punk que pocas bandas han sabido emular, con su agresividad sonora incorporada desde los filtros usados para tratar la voz de Murphy, ejemplo clásico de cantante negado en los aspectos técnicos pero capaz de transmitir esa especie de mezcla de agresividad rebelde con tonalidades levemente frágiles tan á la page. Situándose en la corte de cantantes poco ortodoxos que inauguró David Byrne y puede seguir con Ezra Koenig.
Pero sigamos. Una cualidad de este disco es la variedad de ambientes: Tonite parece armado con la estructura rítmica de los primeros Daft Punk, y las dos grandes influencias del disco, Talking Heads y David Bowie, surgen por doquier, como en la áspera Change yr mind, que puede parecer tanto un descarte de Fear of music como de Scary monsters, o la mejor canción del disco, esos doce minutos de goce e introspección que es Black Screen, portentosa balada-de-fin-de-alguna cosa cuya parte final pudiera ser el mejor testimonio de atracón de sintetizadores analógicos desde que Bowie cerró la puerta del estudio tras grabar Low. 
¿Quieren decir todas estas influencias nada disimuladas que estamos ante una enorme obra dedicada al multi-plagio? Pues no: todo ello es obvio y es bien administrado, y después de todo el grupo ya ha demostrado en sus tres discos anteriores que era muy capaz de aportar sus propios hallazgos. Tampoco creo que se trate de un homenaje, más bien una reivindicación de ese sonido concreto que, con la excepción del fugaz movimiento electro-clash y las revisiones de bandas como The Rapture, Ladytron o Franz Ferdinand, siempre ha parecido no ser merecedor de un revival.
La cuestión que aún no soy capaz de responder es si este disco colma las expectativas generadas por ese retorno, si después de esa falsa espantada este material era suficiente pretexto para reconsiderar esa severa decisión. Para ello vamos a tener que recurrir al topicazo del paso del tiempo como juez de todas las cosas. Quizás no haya que tomárselo tan a la tremenda. Para disfrutar hoy, American Dream es más que suficiente.