domingo, 25 de agosto de 2019

Fever Ray: Fever Ray

Año de publicación: 2009
Valoración: muy recomendable, casi imprescindible

Pues no: la primera figura sueca de que vamos a hablar en este blog no van a ser los incomprensiblemente redimidos ABBA (un grupo de pop comercial con un enorme aparato de promoción, pero música de consumo al fin y a, cabo) ni muchos menos los infumables Roxette.
Va a serlo Fever Ray, disco homónimo del proyecto en solitario de Karin Dreijer, componente de The Knife.
Un disco cuya apuesta estética empieza a ser sugerida en la atractiva portada, oscura, nocturna con reminiscencias de aire medieval aunque la protagonista luzca gafas de sol y sudadera. Esos árboles retorcidos, esas cabañas de contenido incierto.
Y por supuesto se confirma en lo sonoro. Dreijer deja atrás la luminosidad de los beats de algunas canciones de The Knife y decide abrumar al oyente. El sonido es estático, denso, cargado, quizás no siempre con mucha enjundia en lo instrumental, a veces es parco en lo sonoro, Coconut, por ejemplo, brillante cierre del disco, parece iniciarse de forma casi ambiental, pero se percibe un cierto peso ahí, como si algo flotara en el aire, como si todo el desarrollo fuera un preámbulo para ese tono solemne de las voces.
Pocas referencias son ajustadas para definir este disco. Así que debemos hablar de algo innovador, original, desde luego refrescante no sería un adjetivo adecuado. Quizás puede recordarnos el espíritu unitario y cohesionado de Disintegration, aunque en otro punto podríamos aludir al gusto por las percusiones africanas presente en Remain in Light, el sonido de bandas como Bark Psychosis, The Blue Nile o incluso Depeche Mode (era Black Celebration) o inclusoTortoise, y desde luego la propia obra de The Knife, aunque en este caso uno de sus discos posteriores, el abigarrado Shaking The Habitual, parece recoger influencias de este disco.
Curioso, esto no es para nada synth-pop aunque los sintetizadores dominan a su antojo, las cajas de ritmo coronan maravillas como Seven, muestra perfecta del trabajo visual que acompañó al disco, con videos siempre creativos e inquietantes, casi siempre ambientados en los propios escenarios que la portada sugiere: páramos, piscinas vacías, casas sembradas de cuerpos. La coherencia estética es abrumadora, pero el disco muy disfrutable en lo sonoro, con esas voces tratadas para eludir el confort: Dreijer se acerca más a Siouxsie Sioux que, por ejemplo a Björk o a Joanna Newsom y este no es un disco de lucimiento vocal ni de alardeo técnico. Sus canciones intimidan a la vez que fascinan, sus melodías no se hacen reconocibles a la primera escucha, pero calan de forma lenta y decidida. When I Grow Up parece más el inusual cruce de una tribu de indios cantando desde los bosques de Escandinavia, con ese vídeo que parece apropiado para promocionar alguna serie de Netflix. Now's The Only Time I Know, otro ejemplo de esa rara mezcla de sonidos ligeramente familiares (los vibráfonos, las voces dobladas con ecos de Cocteau Twins) que funciona a pleno rendimiento.
Un disco oscuro, difícil, con dos partes levemente diferenciadas, en su segunda mitad los ritmos son aún más ralentizados, y títulos como Keep The Streets Empty For Me o Triangle Walks solo hacen  que confirmar lo que sus cuatro canciones iniciales profetizaban: un auténtico tour de force sonoro que es, desde luego, particularmente disfrutable a considerable volumen o apreciando su abigarrada arquitectura sonora con unos buenos auriculares. Diez años más tarde, el tiempo va poniendo en su sitio a esta maravilla.

domingo, 18 de agosto de 2019

Frankie Goes To Hollywood: Welcome to the Pleasuredome

Año de publicación: 1984
Valoración: muy recomendable

Difícil tesitura la de explicar porqué el primer disco de un grupo que, pasado un tiempo (y sin llegar a la altura del grotesco asunto de Millie Vanilli) se descubrió que contaba con sus buenas dosis de "artificio", es un disco importante para comprender la evolución de la música.
Aclaro lo de "artificio": simplemente se aclaró que muchos de los pasajes de las grabaciones no eran tocados por los integrantes físicos del quinteto, sino que se había recurrido al buen hacer de músicos de estudio.
Centrándonos en la cuestión, uno no puede hablar de este disco sin hacer una mención muy especial a Trevor Horn. Productor del disco y alma máter del sello Zang Tumb Tuum, que lo publicó, y personaje de gran relevancia en todo lo que sucedió posteriormente. Trevor Horn tocaba el bajo en The Buggles, paradigma de los grupos one hit wonder (aunque contaran con alguna que otra extraordinaria canción) cuando decidió pasar a controlar más los aspectos sonoros. Se incorporó a una momia del rock sinfónico como Yes, a los que aportó producción y un improbable hit, pero pronto pasó a centrarse en una prolífica carrera como productor y hombre en la sombra. Produjo The Lexicon of Love, único glorioso disco de ABC, y ya ahí apuntaba todas las maneras de productor de los que dan miedo a los ejecutivos de las discográficas, situando ampulosas cuerdas, coros celestiales, cacharritos imperceptibles pero carísimos haciendo ese ruidito en la pista 19, contratando músicos reputados para completar aquella imprescindible parte instrumental que desaparecía en la mezcla final... un Phil Spector de los años 80 proclive a todas esas locuras propias de la década en que la gente acudía a conciertos y compraba discos y uno jamás podía pensar que imperios como Tower Records llegaran a caer o que las clásicas tiendas especializadas terminarían suplicando por un revival del vinilo para tener algo que vender junto a reediciones, camisetas y muñecos. 
Trevor Horn produjo a Pet Shop Boys, a Simple Minds, a Grace Jones, a Seal. El sello Zang Tumb Tuum se lanzó a una absurda carrera por dominar el mundo, acompañado de un nutrido grupo de muy solventes músicos de estudio dispuestos a tomar cualquier guisa, de un aparatoso pero elegante alarde gráfico y un gusto por las frases grandilocuentes que quedaban chulas en las camisetas y escondidas en las contraportadas de los discos por si alguien se molestaba en leerlas. Con Frankie Goes to Hollywood la cosa les salió bien. Amparados por la inequívoca (¡1984!) actitud gay de sus cantantes (o lo que fuera) Holly Johnson y Paul Rutherford, colaron Relax, una pieza de poderoso funk sintético, fruto de prohibiciones, con vídeo guarrindongo de soporte, subieron la apuesta con la poderosísima Two tribes, más de lo mismo pero mejor y diferente, aquí con el mensaje político social propio de los albores de la guerra fría, y el  mundo ya anhelaba este magnífico aunque irregular disco de debut, doble con dos cojones, con material propio que completaba y reforzaba sus éxitos, con muchas versiones de artistas teóricamente dispares, pero poderosísimo como propuesta, y hemos de volver a mencionar a Horn, con un sonido adelantadísimo a su época, disfrutable tanto a toda castaña en clubes, en cualquier vehículo con un buen equipo musical, con los auriculares para degustar el festín sonoro.
Seré sacrílego: las versiones de Do you know the way to San José, con  esa brisa de cuerdas que nos deposita suavemente en la orilla del mar, o Born to run, con ese impecable  burbujeo instrumental y ese colosal aparato sonoro, resultan mejorar a sus originales limitados por aspectos técnicos. Johnson demostraba ser un vocalista tenaz, agresivo, desinhibido, hacía suyas las canciones, seguramente envalentonado por la enorme repercusión del grupo. No es que este disco no tenga sus puntos débiles, pero hay que reconocer la valentía: abrirlo con un tema de casi veinte minutos lleno de parones y cambios de ritmo, como si quisieran entregar su particular Shine on you crazy diamond. Pulirse la primera cara de tu disco de debut así. Algo hicieron bien ahí, y aún lo completarían con The power of love, baladón ampuloso disparado al mercado navideño, y algún tema más en una segunda parte del disco ya en pleno bajón (¿post-coito?) donde aquí parecen volver a ser Pink Floyd, aquí rendir homenaje a los esperpénticos Adam and The Ants. En resumen, un disco variado, una experiencia sonora casi totalizadora, un enorme azucarero de ambición tirado por el suelo pringando toda la música de la época, ridiculizando el menos es más y, claro, cayendo exhaustos justo después. No soy capaz ni de recordar un acorde de su segundo LP, Liverpool, este ya pergeñado sin el paraguas protector de Horn. Welcome to the Pleasuredome es periódicamente revisado, recreado y vuelto a poner en relevancia como lo que es: un clásico fuera de toda lógica y un emblema de una década eclipsada por la aparatosidad y el exceso.

domingo, 11 de agosto de 2019

Aclaración veraniega

Unas meras líneas para aclarar que este blog no va a dejar de publicar. Pero las obligaciones personales de los colaboradores, y las limitaciones de tiempo derivadas de nuestra autoexigencia (uno tiene que oír las suficientes veces un disco para captar su esencia y pronunciarse sobre él), incluyendo el draconiano ritmo exigido por el "otro" blog, sí que impiden cumplir, al menos en lo meticulosamente puntual, con su título. 
Iremos publicando, y confiemos que el promedio pueda acercarse, conforme detectemos discos de los que merezca la pena hablar, como siempre sin prestar demasiada atención a si son rabiosas novedades o simple desempolvar del baúl de los recuerdos. 
Así que hasta no demasiado tarde.

domingo, 4 de agosto de 2019

Jamiroquai: A funk odyssey


Año de publicación: 2001

Valoración: muy recomendable

Si yo fuera Jason Kay.:

a) no sé si me gastaría tanto dinero en cochazos pues esto de la música ya sabemos cómo va. Que sale un señor y se inventa un sistema para que la gente pueda escuchar tu música cuando quiera y tu no veas un penique y se acaba el chollo. Y los Ferrari son de mantenimiento caro. A mí me vas a decir.

b) la rabia que le tendría a Bruno Mars. Que sí, que tiene alguna que otra canción resultona, aunque resulte que la más conocida ni siquiera es suya, pero que parece haberse inspirado en tu experiencia para lanzar su carrera y ahora, como se dice, te ha comido ya la tostada y es oficialmente, el músico bajito con cara de ser buen chico que hace bailar a todo el mundo con canciones agradables y marchosas que no ofenden a nadie.

Tú, Jason, eres otra cosa. Para empezar, tu grupo, Jamiroquai (he de decir que tus compañeros en la banda están realmente relegados a un segundo plano), surgió en los primeros 90 y resulta, vaya, que tus primeros pasos tuvieron que ver con ese movimiento de corto recorrido llamado Acid Jazz. Vamos: no sé si muchos aquí oyen cada día a Galliano, Incognito o los Brand New Heavies. Pero ahí estuviste en medio de esa maraña inexplicable de grupos que parecían un cruce entre la filosofía del acid house y, muy en el otro extremo, los aleteos instrumentales y de pretendida negrura de cosas tan dispares como The Style Council o Simply Red. En cualquier caso, tú te enfundaste uno de esos extraños sombreros (el de los cuernos, al principio), y dijiste, empaqueto coartada ecologista (tu primer disco se llamaba Emergency on planet Earth), me pego unas cuantas semanas inmerso en la técnica vocal del Stevie Wonder la época dorada, escojo algún músico con una mínima experiencia en el ámbito bailable y ya estamos.
Y le llamo a mi quinto disco A funk odissey

Entonces, claro, ya eres una estrella. De recorrido algo irregular, pero con su personalidad. Te has puesto en la portada de un disco en el sitio del cavallino rampante. Te has rodeado, aunque sea para los vídeos, de una corte de top models, coches de marca, curvas en las costas de Malibú, bolas de espejo, luces de neón, ropa cara, qué aire tan pre-crisis-de-la-gorda desprenden tus vídeos para este disco, qué sol y qué lubricidad y qué tormenta perfecta de hedonismo. Tanto que A funk odyssey es un disco que parece que tenga una sola cara. Cuatro bombazos inapelables precedidos por un primer tema algo abigarrado, pero el póker está ahí: majestuosa Little L desde el primer segundo, con esa producción milimétrica, ese aire philly aportado por las cuerdas, esas entradas burbujeantes del sintetizador. Perfección funk inapelable, mezcla de elegancia y callejeo hi-class, que estamos en 2001 y hay dinero para todo. Para lujo, para drogas caras, para meter gasolina para llegar donde haga falta. Jamiroquai ha dado el salto de una portada espartana en el primer disco a una especie de nihilismo de club de alto copete. Pero la música es arrasadora: Corner of the Earth juguetea a la vez con una guitarra bossa-nova, un estribillo quizás demasiado evocador del de Pastime paradise, otra vez las cuerdas, y ya completamos con Love Foolosophy y You Give Me Something, con ese atractivo fundido inicial en que la canción parece empezada. Mucha tralla en la primera parte del disco que lógicamente hace oscurecer la hipotética segunda cara, con canciones más largas y menos inmediatas, quizás un adelanto de la cultura de consumo musical que se acercaba, la de lo rápido y fugaz. A pesar de ese bajón, Jamiroquai consiguen con A funk odyssey el clásico disco que hace mover pies y destila una energía que es difícil definir.