domingo, 10 de febrero de 2019

Reseña a cuatro orejas. The Cure: Disintegration

Año de publicación: 1989
Valoración: imprescindible

Reconozco que mi relación con este disco es tardía. A pesar de que me hice con su copia en vinilo nada más ser publicado admito, nada, treinta añitos más tarde es cuando he empezado a disfrutarlo en profundidad, sobre todo a raíz de cierta época reciente en que recuperé y reseñé otro magnífico disco del grupo, Seventeen seconds, circunstancia que me hizo recapacitar y saltar hacia Disintegration, casi una década más tarde, salto estilístico no exento de coherencia, quizás me he perdido algo de esa evolución, pero donde Seventeen seconds era un disco breve, parco, minimalista, casi esquemático, lo primero que llama la atención del sonido de Disintegration, tal como arranca Plainsong, es un sonido complejo, poderoso, abrumador, con capas, ecos, reverberación. Y esa sensación no nos abandonará. Estamos ante un disco ambicioso, compuesto, producido y ejecutado con firmeza. Legendario, también. Se dice que Robert Smith, que se había casado en 1988, compuso el disco en una especie de reto personal antes de cumplir los 30, y que se ayudó de ciertas substancias para acabar presentándose ante la banda con este paquete de excepcionales composiciones. También que hacía poco había prescindido, de forma poco ortodoxa, de Lol Thorhust, uno de los fundadores de la banda, aunque se le acreditó en el disco.
Ya lo dije cuando hablé (no demasiado bien) del disco de SOPHIE: nada me importan las circunstancias de los artistas a la hora de valorar su trabajo. Disintegration, sea gracias a las drogas o a pesar de las drogas, es un disco colosal. Una auténtica pieza maestra en ese momento final de los 80, con el acid-house empezando a insinuarse como punta de lanza de la revolución electrónica, y con  no pocos discos definitivos de muchos artistas emblemáticos de la dispersa oleada surgida del punk y la new wave: Technique de New Order, Violator de Depeche Mode, Introspective de Pet Shop Boys. The Cure lo hicieron: darle un sopapo en la cara a unos U2 que representaban la vertiente comercial y mesiánica del after-punk, ridiculizar a toda la cohorte de imitadores que pensaban que bastaba con pintarse la raya de los ojos y vestirse de negro para ser como ellos.
Claro que a ellos les faltaban sus canciones. Las que llenan Disintegration son una maravilla.
Más leyenda: las quejas del sello discográfico ante lo poco radiables de muchas de esas canciones, con largos desarrollos instrumentales de un par de minutos antes de que la voz de Smith interviniera. Con alguna excepción: Lovesong hace las veces de hit, digamos, pop, del disco. Tiene algo parecido a un estribillo y todo. Pero su labor instrumental es colosal. Un ritmo maquinal, una línea de bajo que chispea y burbujea, un trabajo de guitarras simplemente irresistible, unos teclados que conducen el tema. Lullaby completaba la escasa presencia de canciones cortas, pero aquí ya no hay pop. Un subyugante video de Tim Pope acentúa su aire irreal. Nada que se parezca a un estribillo, o puede que lo sea ese arranque de cuerdas con su ritmo levemente marcial y su pizzicato. Guitarra cortante, bajo subsónico. Completó el poker de singles Pictures Of You, ocho minutos de intensidad guitarrística y la demostración de que se puede ser siniestro y decir do-do-doodo-doodo-do-do palmeándose el torso sin perder la compostura ni la genialidad y Fascination Street, otra vez un trabajo de guitarras extraordinario (y una entrada de bajo de la que debió aprender una generación entera de bajistas) y una percepción: qué bien sabían acabar las canciones los tipos éstos. Esta acaba, por ejemplo, con una guitarra alargando su zumbido.


Pero los singles del disco son simplemente, situados en puntos estratégicos, los amarres con ciertos condicionantes comerciales que, oh tiempos dorados de la MTV, los sellos insistían en situar. El resto de Disintegration es lo que convierte el disco en un prolongado festín que, perdonad el topicazo, crece a cada escucha. Es entonces cuando se revelan los detalles de las piezas más largas, de los experimentos sonoros alejados de los charts, y poco importa (el disco dura más de una hora, en una época donde el formato CD aún no estaba consolidado y los artistas no embutían material de relleno a punta pala con tal de agotar los 80 minutos del formato) que los temas se alarguen siete o nueve minutos. Ese material es oro puro, con canciones aparentemente menores, pero en absoluto, como Last dance, repletas de sonido en esencia, largos desarrollos instrumentales (The Same Deep Water As You) más cercanos al trabajo árido y voluptuoso de algunos de los primeros discos de Simple Minds o Magazine, por citar ejemplos opuestos, teclados, ritmos congelados, toneladas de detalles donde un órgano, la guitarra vibrante del propio Smith, junto a cierta solemnidad sonora y un aire levemente ausente en la inserción de los vocales. Un grupo con una década de carrera a sus espaldas entregando un oscuro disco que desprende toneladas de luz: una luz azulada, casi irreal, más reflejo en aguas que luz directa, pero un disco, esto ya lo he dicho, pero hay que repetirlo, colosal, extraordinario, inabarcable, casi un cierre para una década extraña, una década que la gente se empeña en recordar por colores chillones, hombreras, superficialidad, despreocupación, nada de lo cual encontraremos aquí.

Francesc Bon

Estamos hablando de un discazo, que empieza de la mejor manera que puede empezar un disco: una potentísima, emotiva, ambientalmente envolvente canción. Una canción que no sirve únicamente para abrir el álbum sino también gran parte de sus conciertos (en el resto, lo hacen habitualmente con Open, canción que también les sirve de entrada). Porque es con Plainsong donde The Cure se presentan, donde nos muestran sus intenciones, donde claramente ponen el sello de su inigualable estilo. Una canción que la sitúo entre sus mejores obras.
Pero claro, justo después viene Pictures of You, y ahí se confirma que The Cure ha ideado un álbum muy potente. Otra vez vemos en él una entrada instrumental larga, algo que a día de hoy sería prácticamente impensable pues tenemos los dedos rápidos para deslizar la barra del tiempo en Spotify u otras aplicaciones, una barra del tiempo que a mi me devuelve a muchos años atrás, donde su aparición en escena significó un antes y un después. Pictures of You es una de las mejores baladas nunca escritas, donde la tristeza, la melancolía y el desamor habitual en las canciones del grupo crece y se ejemplifica, se muestra y agranda, mientras su ritmo la acompaña hasta la más profundo de nuestras estremecidas y alicaídas almas.
Tras la entrada de batería constante, rítmica y triste que supone Closedown, viene la gran Lovesong. Una canción que Robert Smith escribió como regalo de bodas a Mary Poole, con quién sigue casado. Una balada que, sin dejar de tener el sello de la banda, abandona el mensaje triste y decadente habitual y prácticamente constante en el disco para ofrecernos un canto al amor puro, un retorno a la juventud, a la felicidad, al amor eterno, ejemplificados en ese estribillo:

"However far away
I will always love you
However long I stay
I will always love you
Whatever words I say
I will always love you"

Ya, en los temas centrales vendría la archiconocida Lullaby, una inquietante canción de cuna, donde el punteado de guitarra guía la canción hacia una voz casi susurrante de Robert Smith, aumentando una sensación angustiosa, casi de miedo, agonizante, mientras una araña se acerca a la víctima que yace en la cuna. Aterrorizante pero grandísima canción.
En Fascination Street, The Cure parece volver a su música anterior, con un estilo casi atropellado, de baterías y guitarras distorsionadas mezcladas sonando al unísono, para dejar paso a la oscuridad de nuevo, una oscuridad que aparece en Prayers for Rain y The same deep water as you, Disintegration, Homesick y una rareza dentro del estilo de The Cure, Untitled, con la que cierra el disco, arrancando con un órgano lento inicial, a la que la batería contundente y el poderoso bajo de Gallup se une, para crear una canción donde la batería golpea con fuerza (qué importante es la batería en las canciones The Cure, qué bien situadas casi en un primer plano), cerrando un álbum con la tristeza habitual, con ese estribillo que nos va recordando que "And now the time has gone. Another time undone"
Larga vida a The Cure, uno de mis grupos favoritos (junto a Bruce y alguno más, pocos) y del que espero siempre que saquen nuevo disco y salgan de gira porque, por más veces que los haya visto, siempre serán pocas.

Marc Peig

2 comentarios:

  1. Coincido plenamente en la devoción por The Cure, que es seguramente el grupo que más veces ha visto en directo. Pero discrepo sobre el disco: desde el punto d vista técnico, no niego que pueda representar una evolución interesante hacia lo electrónico, que pueda ser valiente o innovador. Pero sinceramente me parece un disco algo aburrido, que ni de lejos me toca la fibra como pueden hacerlo 'Seventeen seconds' o 'Faith', por ejemplo.

    Pero,bueno, afortunadamente esta banda tiene mucho donde elegir y cada uno escoge los platos que más le apetecen.

    Saludos!

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