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domingo, 17 de julio de 2022

Massive Attack :Mezzanine

Año de publicación: 1998

Valoración: recomendable

Supongo que un - limitado - debate sobre la carrera de Massive Attack  incluiría una eventual discusión sobre si este Mezzanine o su debut, Blue Lines, representan la cúspide de la carrera del colectivo de Bristol. Ese es el motivo por el que no podemos obviar este álbum aquí, aunque seamos unos firmes defensores de la idea de que no hay debate. Mezzanine es el primer paso de la decadencia de la influyente banda y no veo demasiado argumento en contra. No solo porque sus discos siguientes pasaran desapercibidos. Algo se ha perdido, parece, de forma definitiva, algo que Protection, ignorado pero brillante segundo disco, aún conservaba. 

Primero, el gusto por las colaboraciones, especialmente vocales, de la banda, se extrema y empieza a abarcar amplios (demasiado amplios) sectores de su sonido. La elección de Elizabeth Fraser, de la banda indie Cocteau Twins, me parece un poco extraña dada su distancia respecto a la escena electrónica del momento, y he de decir que creo que su actuación en Teardrop la acerca más a Enya o Sally Oldfield de lo que me hace sentir cómodo. Y la evolución del sonido de la banda me parece demasiado acomodaticia con la situación imperante en 1998, esos crescendos guitarreros que ensucian canciones como Angel, puede ser una impresión de este que esto escribe, alejan el sonido de la banda de sus premisas iniciales, para mal. Los samples de oscuras figuras del jazz o el funk se han desvanecido. Solo la voz de Horace Andy nos remite a los colosales temas que se convertían, singles al margen, en los valores de Blue Lines. 

Seguramente, el mito ya se había consolidado y esa apuesta por un sonido endurecido, más radiable, más friendly con la generación del grunge y el indie, sea su disco más vendido y el que les procuró más seguidores ajenos a la escena electrónica. Incluso con algunos excesos más o menos aceptables con la coartada de la experimentación, como en Dissolved Girl, se percibe la sensación de que la inspiración ya ha tomado el camino a la puerta de salida, y podemos considerar su cierre,  Exchange, como la última muestra clara del talento de la banda. Tras eso, una triste decadencia y mucho vivir de rentas y royalties (y de la sempiterna sospecha de que 3D es Banksy, que eso también acaba vendiendo).

domingo, 16 de enero de 2022

Jazmine Sullivan: Heaux Tales

Año de publicación: 2021

Valoración: recomendable

Ya en 2018 hice una reseña algo quejica a cuenta del disco de la fallecida SOPHIE, aunque no señalaba mi desacuerdo con las extrañas decisiones de Pitchfork (del Pitchfork vendido a los grupos editoriales más versados en moda y tendencias, etc, etc, etc...), y tres años después, me encuentro otra vez algo estupefacto ante la chocante elección del medio de este Heaux Tales como mejor disco del 2021.

Algo que, claro, aquí nos dedicamos a eso, hay que contrastar, en la limitada medida de lo posible que pueda representar no tener tiempo material de oír todo lo publicado (doy por sentado que la miríada de colaboradores de Pitchfork sí, en su conjunto) e incluso, contraviniendo las más básicas normas de atención a la actualidad, dedicando cuantiosos momentos a escuchar música de épocas anteriores (ergo, no de 2021).

Pues bien, este cuarto disco de la solista de Filadelfia resulta ser uno más de esos discos del océano soul/ r'n'b de corte ligeramente reivindicativo que se publican de forma regular. Con buenas interpretaciones vocales, un cierto tono narrativo, producción minimalista (y casi a consecuencia de ello, precisa y relativamente impactante), canciones sin estridencias y colaboraciones coherentes - en este caso, por ejemplo, Anderson.Paak, que repite después de lo de la semana anterior. Posiblemente me esté perdiendo algo no fijándome en los mensajes contenidos en las letras. La apariencia en la portada, a medio camino entre Missy Elliott y alguna de las estrellas del universo más reciente del género, no despeja las dudas. No sé si estamos ya abusando del estereotipo, pero, sin pararme demasiado lejos (podría llegar hasta Nina Simone...) el terreno sonoro aquí presente ya lo han recorrido infinidad de artistas, en ese concurrido terreno de géneros que coquetean con el hip hop, con el soul, con todo el crisol de negritudes. Aquí ha estado Neneh Cherry, Erikah Badu, Amy Winehouse, Solange Knowles, muchas de las divas sin rostro que aportaban calidez al trip-hop (denostado género que aún colea en los números downtempo), mucha, demasiada gente con buenas intenciones y aportaciones destacadas, como para pretender que este sea un disco que se alce por encima de todos ellos. Aún así, canciones como Pick Up Your FeelingsGirl Like Me o The Other Side pueden destacar por encima de la media  On It representa ese tipo de balada adecuada a determinado momento, y siempre es más tolerable que la insufrible y calculada Leave the  door open de la semana anterior.


domingo, 9 de enero de 2022

Silk Sonic: An evening with Silk Sonic


Año de publicación:
2021
Valoración: recomendable (pero inocuo)

Si fuera de los que subraya o retiene frases en libros, encontraría alguna en el brillante Retromania de Simon Reynolds que apuntalara ciertos planteamientos. Sin acritud, sin ser corrosivo y manteniendo que evocación o recreación no son sinónimos de nostalgia. 
Pero no es así; Silk Sonic, acertado nombre, es un proyecto a medias entre Anderson.Paak (al que no he prestado demasiada atención entre todo el océano a medias entre el hip-hop y el r'n'b que Pitchfork lleva años obsesionado en promocionar) y Bruno Mars (imposible no prestar atención a ese omnipresente émulo de Jamiroquai supurante de una algo saturadora energía positiva).
Es un proyecto que no se conforma con la fidelidad sonora, sino que apela, de forma muy eficaz, a la estética. Los sonidos negros de los 70, los trajes blaxploitation, las coreografías, los planos divididos en pantalla en los videos promocionales, se convierten en un complemento de lo sonoro, todo tan preciso y perfecto que me provoca cierta incomodidad. Hace una semana hablé aquí de Fiona Apple, una artista sin miedo a incluir en sus canciones elementos disonantes, incluso abiertamente agresivos o poco amigables con el oyente potencial. Porque es su manera de expresarse. Pero aquí esto no tiene cabida. No sé quién es más influyente en el proyecto, pero parece que Mars, obviamente más popular y aspirante (Marc Peig ya lo apuntaba aquí - spoiler: ha de comer muchas sopas) al inhóspito trono de King of Pop, ha conseguido anestesiar cualquier conato de rebeldía: esto es soul, o funk, o r'n'b, de sedosa (...) producción, de impecable ejecución, que parece no haber reparado en medios ni en artificios promocionales, que ha cuidado hasta el último detalle para alcanzar a todo oyente potencial, olvidando que, a determinados niveles, el órgano al que alcanzar no es ni corazón ni estómago sino hígado. Y eso le falta a este proyecto. Todo es premeditado, desde la compensación de baladas almibaradas con pequeños guiños callejeros, que estamos en 2021  2022, hasta la inclusión de números funkies al uso, con la intervención de estrellas del ayer (Bootsie Collins) y el hoy (Thundercat) ese balance que parece ignorar lo rápido que el mainstream lo absorbe todo con avidez. No diré que aquí haya malas canciones ni plagios: está claro que esto es un homenaje a los Delfonics, a Stevie Wonder, a Isaac Hayes, Mayfield, Gaye, la interminable retahíla de artistas y sonidos (Philly) presentes en el imaginario común desde hace, ya, más de medio siglo. Que el homenaje es respetuoso, tanto que la innovación en tonalidades, en sonidos, en armonías, ha sido desestimada como un punto más a cumplir en la rendición de reverencias. Tanto, que el disco me parece tan brillante y agradable y sencillo en la escucha - apenas 31 minutos, sin devaneos instrumentales -  como inocuo.

domingo, 17 de octubre de 2021

James Blake: Friends that break your heart


Año de publicación: 2021

Valoración: recomendable

Nadie dice que un artista esté obligado a evolucionar constantemente. Pero sí podemos afirmar que los grandes artistas, aquellos de largos recorridos, especialmente, debe ser una casualidad que muchos de ellos sean solistas, personajes como David Bowie, Scott Walker, Marc Almond o David Sylvian, tuvieron o tienen la habilidad de dar giros a su carrera (no reinvenciones como Madonna,que hasta se deja superar por alguien tan mediocre como Lady Gaga), de adelantarse a las tendencias o de, directamente, responsabilizarse de generarlas.

James Blake, cuya cumbre creativa sigue siendo Overgrown, parece, a cada disco, más necesitado de observar esta - supuesta - máxima. Mientras escuchaba y dudaba (apenas hace un par de horas) en  mi valoración sobre este disco, iba anotando las veces que las canciones que iban resultándome familiares me habían hecho vacilar si no era alguna de las contenidas en sus anteriores discos. Porque eso, sin ser un problema irresoluble, sí que es un condicionante, sobre todo cuando, aunque no lo hayas deseado, te has convertido en un artista de masas, un artista que tiene expectante a un público. Definiendo como público ese ente de individuos bienintencionados que actúa con extrema crueldad como colectivo. Porque es así: el veredicto de las ventas, de los visionados, de las escuchas en streaming, un veredicto sin cara ni dirección electrónica a la que pedir explicaciones, se acerca peligrosamente a la terrible indiferencia si Blake sigue entregando discos como este.

Que no es un mal disco, pero que empieza a parecer demasiado intercambiable (gracias, Patricio Pron) en su estructura básica - buenos temas introspectivos de alto voltaje emocional, donde abunda la primera persona y una cierta sensación de desvanecimiento, tan ajustada a sus innegables cualidades vocales y a su esmerado minimalismo sonoro, aderezados con colaboraciones que demuestran que se mantiene á la page y que figuras de un nuevo universo musical (Finneas, SZA) no le son ajenas ni mucho menos, más bien colaboran de forma brillante y entusiasta. 

Ese es un detalle revelador: las canciones más arriesgadas en lo sonoro no son sus números en solitario: parece que Blake necesita invitados en casa para sacar lo mejor de sí mismo, la innovación o la salida de la zona de confort en que parece ubicarse y que (a lo tibio de su EP de versiones me remito) puede abocarle a un universo de lenta pero imparable decadencia. James sabe que hasta el fan más rendido necesita algún detalle que le sorprenda. James también sabe que cada vez ese detalle le está costando más encontrarlo.


domingo, 25 de octubre de 2020

Lorde: Melodrama

Año de publicación: 2017

Valoración: recomendable

Envuelto en una portada simplemente perfecta, el segundo disco de Lorde fue aclamado de forma unánime en su momento. Figura que se ha encumbrado en su práctica adolescencia presenta segundo disco que representa un paso firme de madurez, y se desmarca de forma decidida (al menos en actitud) de la pléyade de figuras pop al uso que dominaba la escena por aquellos lejanos (llamémosle era pre-Billie Eilish, el fenómeno que lo reformuló todo) años: Lorde no quiere ser Rihanna, ni Taylor Swift o Lily Allen o Katy Perry o Lana Del Rey.

Y he de decir que aunque ese me parece un planteamiento válido su traslación al sonido no acaba de cuajar de una manera contundente. De hecho, tras decenas de escuchas, me cuesta retener más melodías en la cabeza (signo evidente de cuando un disco gusta) que la de la brillante pieza que abre el disco de forma inmejorable, para bien o para mal, el piano percusivo, puro House de Green Light , con el fraseo atípico de la neozelandesa que aleja el disco de ese perfil de medios tiempos y baladas cargadas de angustia y nos lleva a algún lugar de euforia levemente decadente, incluyendo coros femeninos algo ingenuos y filosofía hands in the air que resulta, cuando menos, chocante. Y no es que sea exactamente un problema que la secuencia del disco se descabalgue de ese fulgurante inicio; el problema es, corte de colaboradores de lujo que debe pesar lo suyo, que a medida que nos adentramos en la lógica variedad de las once canciones del disco (dos, de hecho, reprises de un par de las otras nueve), nos damos cuenta de que tanta gente participando en el sonido del disco (con Jack Antonoff, productor y compositor al frente) acaba llevándolo demasiado a terrenos conocidos: buena producción, efectos molones, etc. que ya nos suenan algo conocidos. Sin ir más lejos, Sober ya reproduce algunos vientos sintéticos que suenan, por ejemplo, en las producciones de Diplo que empezaron a dignificar a, glups, Justin Bieber. Y conforme avanzamos en el disco la paleta de sonidos pierde personalidad y se diluye en exceso hasta, claro, afrontar el clásico "momento Adele" que lo lastra en su conjunto: Liability es la clásica balada confidente, desgarrada, guiada, como no, por piano y cuerdas, balada, que claro, rendirá a los fans que la corearán e iluminarán la sala de conciertos con las pantallas de sus móviles de última generación. En sí, esta canción, objeto de uno de los reprises, viene a simbolizar que estamos dispuestos a experimentar pero lo justito, y que Lorde ha vendido un montón de discos de su debut y la discográfica no va a dejar que se pase de la raya. 

Si bien se puede alegar que es un disco digno y que no hay canciones que desentonen, que temas como Sober II o The Louvre pueden emocionar puntualmente en algunos momentos, la lucha (generalizada) de ciertos artistas por desmarcarse del pop, por evitar la generalización, se ha acabado volviendo en su contra: una virtud esencial de todo buen disco debería ser echarlo de menos una vez este concluye, optar por la repetición a la búsqueda de los momentos que nos han impresionado en la primera escucha. Yo he buscado en Melodrama esos momentos, esas nuevas dosis a por las cuales se regresa, y he encontrado muy pocos.

domingo, 4 de octubre de 2020

Perfume Genius Set my heart on fire immediately

Año de publicación: 2020
Valoración: recomendable

He de reconocer que las valoraciones elevadísimas que recibe este disco en sitios tan heterogéneos como Pitchfork, Jenesaispop, o Metacritic (si bien esta última valoración no es más que una esencia de otras muchas) son no solo lo que me han hecho prestar atención a este disco sino incluso reiterar las escuchas a la búsqueda de los motivos de tanto entusiasmo. Paradójicamente, la respuesta acabo de encontrarla de forma contundente. Uno de esos sitios le asesta un contundente 9,8/10 de puntuación al disco y considera a Describe la mejor canción de lo que califica como una obra maestra.

Y yo considero que esa canción, segunda en el tracklisting del disco, es un horror, que su inclusión desgracia el tono en que el disco ha empezado su incursión, y que es el punto de desequilibrio en contra. Mejor que el oyente juzgue, que tenemos video y todo, aquí.
Me explico: Perfume Genius es Mike Hadreas, un músico norteamericano que ya cuenta con unos cuantos discos y que, sabéis como odio haber de etiquetar/clasificar/definir, podríamos decir que tienen una consistente carrera en lo que podríamos definir como música queer. Que es otra lamentable etiqueta que parece que obligue a reivindicar la música straight y desde luego este blog no va por esos derroteros. El disco se ha iniciado con una brillante y vibrante (perdonad la redundancia, pero es que aquí hay vibratos para parar un tren) Whole Life, quizás algo afectada e inspirada en potentes crooners sensibles como Roy Orbison o Chris Isaak (con el que por cierto Hadreas guarda cierto parecido), pero eficaz en su inclusión ahí, es música inflamada, intensa, de un dramatismo algo histriónico y que se define sensible, elaborada, intensa. Y aunque quizás si todo el disco, todas esas trece canciones, mantuvieran el tono, quizás entonces nos quejaríamos de un exceso en toda regla, de una suerte de Antony and The Johnsos actualizados y elevados al extremo. Pero es que lo que sucede a continuación viene a corroborar la paradoja: cuando Hadreas sale de esa zona de confort (algo constante en el disco), lo vemos incómodo. La guitarra saturada en Describe lo muestra, en el mal sentido, como pez fuera del agua: sin matices, sin melodía, sin clímax, la canción es un riff saturado con un tipo intentando impostar una dureza que no le sienta bien, una especie de mala digestión de influencias discutibles. Y a ese vaivén nos condena el disco: canciones excelentes, como Jason, con ese falsete al extremo en una delicada pieza que retrotrae a Serge Gainsbourg, a Air, a Broadcast, con un juego instrumental delicioso que cubre el exceso vocal y lo equilibra, o Leave, que evoca (y alguna pieza más recrea esa sensación, y ni eso consigue que me pronuncie decididamente por recomendar demasiado el disco) a los Goldfrapp más retorcidos y cinemáticos, o One More Try, otra vez Orbison al mando, se combinan con malos experimentos de Hadreas, intentos de ampliar la base. On the Floor tiene, aparte de un juego de guitarras mal ecualizado, la cualidad de recordarme a partes iguales a Billy Ocean y a Paloma San Basilio: un deprimente intento de hacer pop bailable al estilo de los 80 que merece el mismo infierno que el pop bailable al estilo de los 80. En Your Body Changes Everything la voz y el ritmo pretendidamente industrial se quedan en los Erasure de la eterna decadencia. Quiero decir: el objetivo de Hadreas es loable, sus resultados, discutibles precisamente cuando se empeña en poder gustar a todo el mundo. Este disco, despojado de esas salidas de tono y del territorio dominado, podría haber cuajado como una obra sobria y profunda de 8-9 canciones. No quiero decir, el skip ayuda, que no sea disfrutable de ese modo, pero una vez acometida su valoración como álbum, como unidad que el músico presenta, me resulta tan notablemente desigual que mi recomendación es contenida y relativa. Qué le vamos a hacer.


domingo, 12 de abril de 2020

The Alan Parsons Project: Tales of Mystery and Imagination

Año de publicación: 1976
Valoración: recomendable técnico

Cómo no recomendar un disco así: ejecutado por excelentes músicos de estudio, composiciones correctas, sonido excelente, grabación impecable adelantada a muchos recursos técnicos posteriores, coartada que engarza con lo literario en el concepto del álbum, alternancia de registros suaves y algo más agresivos. 

Ahora bien, si ahondamos y nos situamos en contexto, tal como mencionamos hace unas semanas al reseñar el clásico de Pink Floyd, Alan Parsons, aún no cumplidos los treinta, venía de ser reputado ingeniero de sonido y, veáse si no el hecho de llamarse al grupo el proyecto de Alan Parsons, en algún punto decidió dar un paso adelante y, siendo consciente  y conocedor de los pasos a dar, rodearse de los medios (músicos, estudios de grabación, vocalistas) necesarios para emprender una aventura que le duró lo suyo. Iniciada con este disco dedicado a la obra de Edgar  Allan Poe, al que seguirían en el futuro discos dedicados a Asimov, a las pirámides, a Gaudi, en una obra que se fue escorando más y más a un pastiche AOR que, curiosamente y de forma muy breve, Daft Punk evoco en ciertos momentos de su ya lejano último disco.

Evidentemente tal ecuación no tenía resquicio alguno en medio de la espiral del rock sinfónico o progresivo, o como queráis llamarle, su aparatoso despliegue sonoro (ejemplificada en The fall of the house Usher) causó enorme impacto en un escenario aún convaleciente de La Gran Herida de la música pop  (la separación de los Beatles), Alan Parsons también había participado en la grabación de Abbey Road y todo ese cúmulo arrastraba a la música a una especie de necesidad de evolución que había roto con la idea primigenia del rock como movimiento de contestación y rebeldía. Hay que culpar a los músicos que vestía con sari, a la guitarras de doble mástil y a la eclosión del LSD como apoyo constante del proceso creativo. A lo mejor.

Y este disco es solo un ejemplo más de esa decadencia, irreproducible en directo por obvios motivos, diseñado hasta la saciedad, con cada nota en su sitio, con cada vocalista adaptado a las necesidades del tema a interpretar. Música precisa que da lo que de ella se espera. La víscera, la rabia, ya al año siguiente.


domingo, 17 de noviembre de 2019

The Police: Outlandos D'Amour


Año de publicación: 1978
Valoración: recomendable justito

Antes de empezar con mi opinión sobre el disco, dejad que os diga que la carrera en solitario completa de Sting me parece el mayor montón de mierda pretenciosa que nadie haya logrado empaquetar y presentar como música de calidad. De hecho, analizando la carrera del grupo que lideró (¿alguien recuerda algo sobre los otros dos integrantes, salvo que también eran rubios?) llego a una terrible conclusión. Conforme Sting gana peso en el liderazgo del grupo éste se va desgraciando y, a partir de discos desastrosos como Zenyatta Mondatta  o canciones ñoñas y lánguidas y facilonas (y merecedoras de demandas por su extremado machismo) como Every breath you take todo se estropea de un modo tan irreversible que desde luego nada mejor que su disolución o a saber qué clase de basura estarían publicando hoy bajo ese mítico nombre.

Mítico, dije. Exageré ahí. Nunca fui un gran fan de la banda. Compré sus dos primeros discos a raíz del enorme éxito y he de reconocer cierto disfrute juvenil ante himnos de pop-reggae acelerado como So lonely o Can't stand losing you. Disfrute que ahora relativizo pero que fue legítimo. A pesar de sus precedentes musicales dispares, hablamos de músicos de diversos orígenes, incluyendo el jazz, que se unen a la sombra de la explosión punk y el gusto por la misma marca de tinte, y ciertas canciones de Outlandos D'Amour dan el pego como píldoras de pop acelerado, que es lo que se acababa suponiendo que iba a ser la definición última del punk. Las canciones que prescinden del componente pop y se dedican a absorber ese elemento son simplemente de una sencillez  primaria que no perdura. Dan el pego quizás sea la definición exacta: el disco contiene Roxanne, primera de las emblemáticas canciones del grupo (porque estamos en los 70 y dedicar una canción a una prostituta es, uh, la leche de osado, Scott Walker lo había hecho hacía una década con Rosemary) y eso casi es el hito del disco de debut para la que se convirtió en una banda emblemática con su posterior disco, Reggatta de Blanc, generando con apenas una decena de canciones notables en toda su carrera una especie de hype global que no sé explicarme. Ni su influencia del reggae da para tanto ni sus logros en el pop van más allá de los parámetros puros de lo comercial. Lo demás, puro marketing.

domingo, 20 de octubre de 2019

Nick Cave and the Bad Seeds: Ghosteen

Año de publicación: 2019
Valoración: recomendable 

Ponerle etiqueta a esta música es un auténtico rompecabezas. ¿Se le puede llamar pop a un disco que suena como una ceremonia alejada de banalidad? ¿Merece el apelativo de rock un disco en el que guitarras y sección rítmica se hallan a milímetros de lo perceptible, cuando no definitivamente ausentes?
No voy a crear ninguna de las siguientes etiquetas: música sacra, música con mayúsculas, o cualquiera otra que quizás ayudaría a situar al oyente pero que, quizás, alejaría la atención de la dimensión real del disco.
Dimensión que es respetable. Este disco fue concebido, producido e interpretado con Cave ya consciente del trágico suceso, en 2015. de la muerte de su hijo, que se precipitó por un acantilado, y parece ser que en las circunstancias de su fallecimiento, con 15 años, intervino el consumo de ciertos estupefacientes.
Entonces Cave, que arrastra la leyenda de sus largas y recurrentes adicciones, sempitermo traje oscuro y camisa blanca, tupé ligeramente anacrónico y pose de poeta francés maldito extraído nde su siglo de origen, confirma en Ghosteen todo lo que el anterior disco, The Skeleton Tree (que se compuso antes pero se grabó y publicó después del suceso) apuntaba. Que la carrera de Cave, que ya no era precisamente un ejemplo de dinamismo y aires festivos, ha entrado, y ya son dos discos importantes, en el área de interés del dolor, un dolor sereno y profundo, no la rabia ni el aire agreste que quizás hubiera cabido esperar allá por 1994, sino el dolor meditado de un hombre que ha superado los sesenta años de edad, que lleva una carrera que se extiende por décadas y al que ahora la terrible realidad aplasta y condiciona.
Ghosteen es hielo que quema. Son largos desarrollos instrumentales, casi siempre teclados orgánicos y sintéticos, sobre los que Cave declama, recita letras de aire poético y trágico, nombrando a Jesús por doquier, elevándose solo un poco sobre unas bases estáticas, poderosas, creadas por Warren Ellis, colaborador de largo recorrido aquí mostrando, discreto, respetuoso, a veces tan sobrio que pensamos si estas melodías se han creado para ser interpretadas desde un órgano en medio del desierto, de noche, rememorando las hechuras conseguidas a lo largo de los scores que ha ido firmando. Cave, contenido, preciso, las recita y de vez en cuando toma aire y a veces esa voz distintiva acomete algo parecido a una melodía puntual y luminosa, apenas luz de Luna entre tanta tiniebla, como mantras para respirar en medio de ese pesar que asfixia el disco, que lo sitúa en un territorio poco agradable, pura solemnidad cariacontecida, ni un amago de rabia, ni una concesión a la rebeldía.
Por supuesto poner en tela del juicio la oportunidad o no de que un músico tan reputado refleje de manera tan contundente la realidad en que se mueve (Cave obviamente se refiere al hecho como algo que ha cambiado su existencia para siempre) queda sobre el tapete. Cave no es músico al que su discográfica, ni su pequeño ejército de fieles seguidores, plantee condiciones de tipo comercial. Seguro que el disco, tan brillante en su ejecución como doloroso en su comprensión, ha sido creado en un entorno de absoluta libertad creativa. Pero desde luego no es ni para todos los públicos ni para todos los días.

domingo, 3 de marzo de 2019

J Balvin: Vibras


Año de publicación: 2018
Valoración: ejemplar (y recomendable)

Un nuevo estilo musical se apodera del gusto de la gente joven. Es simple y repetitivo, se diría que machacón. El ritmo es prácticamente el mismo en cualquier canción y sus mensajes son exasperantemente primarios, casi todos ellos basados en las relaciones personales y estableciendo analogías poco disimuladas de carácter sexual. Pero es un estilo que está condenado a no perdurar. Tan pronto la gente se canse de oír constantemente lo mismo, tan pronto como la gente se canse de sus estrellas emergentes, el estilo desaparecerá o quedará confinado a un rincón minoritario, y se regresará a los cánones de calidad y respeto por las formas, de las cuales igual nunca debería haberse salido.

Su nombre empieza por R.

Pregunto: ¿no pensáis que esto se dijo del rock'n'roll en los 50 o del rap en los 80?
Pregunto: ¿quién nos otorga la vara de medir para decir que este género tan denostado no puede evolucionar, como hicieron los dos nombrados como ejemplo. 
Pregunto: ¿y por qué evolucionar, si a la gente a que gusta el género puede que le guste así, y ya está? ¿Es que hay que evolucionar siempre hasta alcanzar la zona en la que el oyente "promedio" se siente cómodo y puede seguir aplicando sus prejuicios y su conocimiento de la verdad absoluta?
¿Es que tenemos que mantener nuestros oídos bloqueados ante ciertas músicas porque hay una barrera que ya desistimos de intentar franquear? Y esa barrera: ¿cultural, social, de idioma, de raza, de clase, generacional? ¿De verdad creemos que hemos de auto-limitarnos el acceso a según qué música alegando según qué argumento? ¿No será que no soportaríamos que nos gustara la misma música que a según quién? En algún sitio tiene que estar escrito, sí, que no puede gustarte a la vez Leonard Cohen, The XX, los Jam y J Balvin. O sea, que ciertas cosas son excluyentes, y que algo inconcreto que flota en el aire dictamina y determina esa incompatibilidad.
O sea, que algunos somos LOS ELEGIDOS.

(espacio dejado en blanco para que os echéis por el suelo de la risa)

Lo reconozco: aunque intentemos reseñar novedades de vez en cuando, este blog no tiene otro remedio que ir un poco a remolque de la atención que medios más poderosos marcan. Ese es forzosamente un primer filtro porque ni asistimos a prèmieres ni accedemos a maquetas o a conciertos de estrellas en ciernes. Nos nutrimos de nuestras colecciones, de las plataformas de streaming y de esa persistente nube de opinadores que nos influye a ir probando. Lo de ir probando es algo sumamente aconsejable en lo concerniente a la música, y algo sustancial a eso de ir probando es encontrarse con cosas que a uno no le gustan. O que no le gustan a la primera.
Es obvio que si J Balvin no hubiera sido portada de RockDeLux, una revista que no suele claudicar con las corrientes mayoritarias, yo hubiera seguido prescindiendo de escuchar sus discos. Pero Balvin no es un fenómeno puntual: Vibras es su quinto disco. También es el primer músico colombiano al que prestamos atención aquí, y quizás aquí podría iniciar una disertación que se extendería por unos cuantos párrafos sobre la creciente influencia de la comunidad hispanoparlante en Estados Unidos y, por tanto, en una parte muy sustancial de la industria musical. Lo dejo ahí. Pero cinco discos son ya suficientes para comprender que esto no es un éxito de un tipo que entrega a un mercado lo que el mercado quiere hasta que la gente se harta de él. Tampoco es que entonces necesariamente la calidad (¿qué cojones es la "calidad"?) tenga que estar presente por esa circunstancia. Vibras es un disco que obviamente habrá contado con el apoyo (supongo, condicionado) propio de esa infraestructura que, hallado el filón comercial, pretende que este continúe dando resultados y que, en la medida de lo posible, genere su correspondiente star-system que le aporte continuidad. Puede, entonces, que la industria simplemente se haya decidido por apostar fuerte por el reggaeton (vaya; decenas de líneas y no había dicho la palabra de marras) a base de señalar a sus figuras señeras y no escatimar en medios a la hora de producir sus discos, aportar colaboradores, promocionarlos, organizar giras. Todo eso que cierto sector del mercado respeta sin dudarlo si lo hace Radiohead, por ejemplo.
Si os dáis cuenta, toda esta parrafada es una mera justificación. Hablaré de Vibras. Portada austera a más no poder, incluso algo cutre. El nombre del artista no figura en ella: no hay desde luego ninguna de las imágenes que uno espera de un disco de este género. Ni macho dominante rodeado de chicas ligeras de ropa en pose procaz ni vehículos de alta gama ni profusión de ropa de marca y tatuajes.
Hablemos de la música: el reggaeton es, básicamente, música para bailar. Incluso diría que para un tipo de baile concebido como preámbulo de algo más, erm, físico.  Basada en un ritmo suave, marcado, sincopado, pausado, y con un fuerte peso de la melodía a cargo de la parte vocal. Permitidme que haga una pequeña confesión: a veces es mejor no comprender la letra de las canciones que se escuchan. Este disco es un caso paradigmático: las letras son una acumulación de tópicos basadas en las relaciones personales, con una tonalidad romántica más respetuosa que algunos ejemplos del género, pero por lo general de una ligereza y una simplicidad argumental bastante patente. No es que yo fuera a esperar de una letra de J Balvin ningún mensaje vital de calado.
Tomemos como ejemplo el tercer tema del disco, Ambiente, con frases como "su pelo que le llega al suelo" o, visionando el videoclip refrescante y rebosante de estética caribeña, el sonrojante estereotipo (tipo al que le gusta chica cañón, pero ella prefiere las chicas, y, aunque le da un beso apasionado, vuelve con las chicas) solo puede quedar como un retrato arquetípico del estilo: letra memorizable, ritmo pausado e incluso atractivo, voz omnipresente pasada por auto-tune (ergo, luego los directos son insufribles, supongo). Aunque es curioso que contenga algunos hallazgos sonoros, que delatan cierta inquietud, quizás osadía. Ese amagar con un principio de silaba para ganar un pulso en el ritmo (aq-aquí), ese intercalar un primer golpe de una estrofa sobre el último de la anterior. Sobre una base que ya no es reggae sino dub. Venimos de un clásico como Mi gente donde los golpes de percusión son casi de batucada. Y vamos a Cuando Tú Quieras", este incorpora marimbas y todo, además de un título paradigmático que viene a demostrar que J Balvin quiere separarse del concepto machirulo del género y adoptar una actitud algo más "romántica".
Vibras, por supuesto, tiene algunas canciones horrorosas, supongo que concesiones pues no se trata de experimentar a destajo con el ritmo. No es justo es carne de fondo sonoro de reality-show, Machika es una apoteosis de vulgaridad, la colaboración de Rosalía, Brillo, es una buena canción, pero es una canción de Rosalía más que de Balvin.
Sugiero que oigáis el disco, intentéis despojaros de preconcepciones, no atendáis demasiado al contenido de las letras, y juzguéis por vosotros mismos.
Aunque eso es lo que habría que hacer siempre.

domingo, 4 de noviembre de 2018

Benjamin Biolay: Vengeance

Año de publicación: 2012
Valoración: Recomendable

Escribir un artículo sobre Benjamin Biolay y asociar su nombre al de Serge Gainsbourg parece haberse convertido en una especie de lugar común, pero no está exento de cierta razón. Dos vendrían a ser los principales motivos, en mi opinión: su eclecticismo musical y sus sonadas conquistas amorosas (Carla Bruni, Vanessa Paradis o Chiara Mastroianni en el caso de Biolay y Jane Birkin o Brigitte Bardot en el caso de Gainsbourg).

Centrándonos en lo musical y en el comentado eclecticismo de Benjamin Biolay, este disco es buena muestra de el: hay saxos, programaciones, arreglos orquestales, etc en temas que abarcan del rock al rap pasando por el pop, el soul, la chanson francesa más "tradicional" o el hip-hop en castellano. Todo cabe en "Vengeance". Pero dos son las razones que hacen que este disco no acabe de funcionar del todo.

La primera son las malditas comparaciones. Y es que "Vengeance" llega inmediatamente después de "La Superbe", ese disco doble ambicioso y magistral que supuso la gran evolución musical de Benjamin Biolay. Cualquier disco palidece en comparación con "La Superbe", pero "Vengeance" tiene la mala suerte de ser solo "el siguiente".

La segunda, íntimamente ligada a la anterior, es el exceso que recorre "Vengeance". Creo que Biolay es perfectamente consciente de lo que ha conseguido con "La Superbe" y, precisamente por eso, trata de dar un arriesgado triple salto mortal. Parece que pretende demostrar que es capaz de abarcar multitud de registros y que no piensa vivir de los réditos musicales de "La Superbe". Sinceramente, creo que se equivoca. Tanto eclecticismo y tanto querer abarcar diferentes estilos hace que "Vengeance" carezca, a mi entender, de coherencia interna y que la escucha del disco avance como a trompicones.

Frente a esto, hay que reconocerle a Biolay ese querer salir de su zona de confort y ese afán experimentador, algo que no suele ser muy habitual. Además, es obvio que a Biolay no se le ha olvidado eso de componer canciones. Algunos de los temas incluidos en "Vengeance" son de notable alto. Destacan el single "Aime mon amour", con su saxo in crescendo hacia el final dela canción, la más rockera "Le sommel attendra", la levemente electrónica "Marlene deconne" (buenas programaciones), el intensísimo rap "Ne regrette rien" a dúo con Orelsan o la naif "Confettis", esta vez a dúo con Julia Stone.

En fin, un disco que, aunque no está entre los mejores de Benjamin Biolay, demuestra por momentos que nos encontramos ante de uno de los mayores (o el mayor) talentos de la música francesa de los últimos años. Eso sí, si no habéis oído nada de este hombre, empezad por "La Superbe", "Rose Kennedy" o !A l'origine", por ejemplo.

domingo, 24 de junio de 2018

Bruno Mars: 24K Magic (Álbum + Crónica del concierto en BCN del 20-06-18)

Año de publicación: 2016
Valoración: recomendable

Se ha hablado mucho en los últimos tiempos de Bruno Mars. Hay quien le sitúa en la línea musical de Stevie Wonder, hay quienes lo colocan como el sucesor de Prince, hay incluso quienes lo comparan con Michael Jackson (por favor, un respecto al rey del pop..., que ya somos mayorcitos para dejarnos encandilar por el primero que presenta ciertas tablas...). En cualquier caso, es indudable que estamos delante de un gran artista, aunque habrá que ver si la prometedora carrera musical que inició hace únicamente tres discos sigue evolucionando o se estanca. De momento, nada parece que limite su ascenso, sino al contrario.

Venía Bruno Mars de un primer disco («Doo-Wops & Hooligans») marcado especialmente por canciones pegadizas, marcadamente comerciales, baladas a ritmo medio, buscando un mercado claramente amplio. Su segundo álbum («Unorthodox Jukebox») ya iba más encaminado a melodías más cercanas a la música disco, con acompañamientos electrónicos, sintetizadores, aunque sin dejar de lado las baladas. Diríamos que un disco más maduro, aunque probablemente inferior en calidad al primero. Y llegó «24K Magic», con un Bruno Mars plenamente situado entre las estrellas del escenario musical mundial. Un ascenso meteórico, basado principalmente en su capacidad escenográfica y, claro está, su talento.

Entre todas las piezas del álbum, destacaría principalmente «24K Magic» que da entrada al álbum, empezando con una serie de coros modulados electrónicamente, que dan paso a una composición musical perfecta, potente, equilibradamente editada. Sonido limpio, pocos instrumentos, los justos para que la batería y el bajo pegue con fuerza, al ritmo de la voz de Bruno Mars y los sintetizadores que marcan la melodía de la canción. Rapeando durante gran parte de la canción, la potencia de la misma viene del estribillo, que nos devuelve a esa música sintetizada de los años 80, música disco a pleno rendimiento. A «24K Magic» le sigue «Chunky», canción con un ritmo a medio tempo, entonación, ritmo y calidez que recuerda mucho a Craig David, con esas pausas intencionadas que dan paso a casi susurros. Canción íntima, sensual, perfectamente acompañada por coros femeninos que acompañan el estribillo, alternando la parte vocal con la del propio Bruno.

Parte central del disco con melodías más suaves, más a ritmo lento, música más íntima, que en ocasiones puede recordar a las TLC en «That's what I like» o incluso, sí, va, lo reconozco, a Michael Jackson en «Versace on the floor». Porque no nos engañemos, esta es la gran canción del disco, es el gran homenaje de Bruno Mars al «Rey del Pop", una canción que en su tramo inicial bien podría ubicarse dentro de las grandes baladas del artista, con una voz limpia y casi tímida, suplicante, íntima y tristes. Pero no solo eso, también en su puente, con una voz algo forzada, que nos trae directamente recuerdos del gran Stevie Wonder.

Siguen tres canciones que pasan sin pena ni gloria, para acabar el álbum con «Too good to say goodbye», una buena balada final para cerrar el disco, con la voz de Bruno Mars acompañada de una batería suave, lejana, y, en ocasiones, un piano casi en solitario que permite que la voz de Bruno se sitúe en primer plano, cogiendo el protagonismo de la canción y que deja paso a un estribillo de coros que nos devuelve a los años sesenta y setenta de The supremes y la música negra coral.

Así, con este álbum, Bruno Mars hace un recorrido por la música pop y disco que le han marcado en su infancia, y nos recupera la sensación es de aquella música que fue, en gran parte la precursora de mucha de la música negra actual. 

Y claro, para poder valorar plenamente al artista, ¿qué mejor que verlo en directo? ¡Allá vamos!

Escenario: Estadi Olímpic Lluís Companys, Barcelona. 20 de junio de 2018. Hora de inicio 22h.


Bueno, decir hora de inicio 22h es algo aproximado, pues lamentablemente el concierto empieza con treinta minutos de retraso, unos treinta minutos que el público aguantó bien al principio, con DJ Rashida como telonera, pinchando música hip-hop y funk, amenizando la velada, pero que, al llegar a la media hora, el baile de la gente se convirtió en fuertes silbidos y abucheos. No empezaba muy bien el concierto, y parecía un presagio de lo que vendría después.

Y finalmente apareció Bruno Mars y, hay que reconocerlo, arrancó cómo se esperaba: música a todo volumen, efectos pirotécnicos que sorprendieron al público combinados con la música y una coreografía bien ejecutada, y efectos lumínicos que preparaban el escenario perfecto para el lucimiento del artista. Parte inicial del concierto donde el artista se movía a su gusto, con canciones que imprimían el ritmo que las almas que inundaban la pista reclamaban, con canciones como «Treasure» (con sus marcados ritmos funk), «24K Magic», «Chunky». Todo funcionaba a la perfección: inicio trepidante, Bruno Mars marcándose sus primeros pasos de baile, sonido bien equilibrado, músicos haciendo la coreografía, todo iba según lo esperado, llegando al momento álgido con «Versace on the floor» (con un público muy entregado) a la que le sigue una lograda «Marry you». 

Pero aquí aparecen los primeros síntomas de agotamiento de la fórmula: coreografía cada vez más ausente, los efectos pirotécnicos que ya no sorprendían, y Bruno que arranca con un «When I was your man» que empieza bien, pero que el alto volumen del teclado tapa su voz y estropea una muy buena canción, pues el piano se sobrepone a la voz del cantante y con ello eclipsa una estela que brillaba fuertemente hasta el momento. Y en lugar de corregir la situación, otro episodio que lastra más la actuación: Bruno presenta a los músicos, dejándoles espacio para los solos, y el teclista se anima a realizar uno de los solos de teclado más largos, interminables, caóticos y mal ejecutados que uno recuerda. Y claro, también hay un turno para el saxo, en este caso mucho más corto, pero totalmente insulso (y ya es difícil no emocionar con un saxo, y más si uno piensa en como lo toca Clemons de la e-street band, y no hablamos de Clarence, que ya era algo estelar, sino incluso de su sobrino Jake).

A partir de aquí, reaparece Bruno Mars para terminar con un trio de canciones que sirvieron para levantar otra vez el ánimo, pues hablamos de «Locked out of heaven» (con su entrada al estilo de The Police), «Love the way you are» (donde Bruno no encontró la octava de la canción hasta la segunda estrofa) y finalmente, sí, la gran «Uptown Funk» de Mark Ronson, la que probablemente es la mejor canción de la discografía de Bruno Mars, aunque esta vez sin apenas coreografía en el concierto. A pesar de eso, ahí sí, el público totalmente entregado, el colofón que les dejaría con un buen regusto final de concierto. Y poco más, no hubo más vises, no hubo más extras, no hubo más gestos.

En resumidas cuentas, el concierto se quedó en poco más que eso: parece como si la hora y media justita (sí, solo hora y media) de concierto, se le hiciera larga al artista, pues el concierto fue claramente de más a menos, solo salvado por un final donde el público recobró la conexión con el artista y vibró de nuevo al ritmo de su música y su baile. Parece como si el cambio de vestuario que el músico hizo hacia el tramo final (durante los solos de teclado y saxo) le hubieran dado una dosis de fuerza para acabar el concierto con un buen regusto. Y el resultado final es correcto, aunque no podemos olvidar las lagunas existentes y sería bueno que las corrigiera si quiere seguir atrayendo a los conciertos a aquellos fans que ya no se dejarán sorprender con lo mismo. Porque pasada la euforia del momento, y horas después de terminar, el concierto acaba dejando una sensación bastante fría, con un Bruno Mars que parecía no tener muchas ganas de buscar complicidades con el público (a excepción de momento en castellano en la canción «Calling all my lovelies» que resultaron forzadas y hasta incluso vergonzantes). 

Esperábamos mucho del show de Bruno Mars, y más aun teniendo en la retina grabada su actuación estelar en la Superbowl (según parece, la más reproducida en Youtube, que no es poco). Era difícil llegar a ese nivel, al menos de forma sostenida. Hubo algunas lagunas evidentes y motivos por los cuales no lo consiguió: falta de conexión, falta de sorpresas, voz y sonido con algunos fallos evidentes y falta de coreografía, pues en muchas ocasiones el cantante se quedaba solo en los bailes (sus acompañantes eran los músicos, y claro, es difícil hacer dos cosas a la vez y hacerlo con nivel alto). Faltaba impacto escénico y más recursos, no únicamente musicales sino como espectáculo; no ayudaba el escenario, plano, y sin pasarelas para acercarse a un público que lo hubiera agradecidoParece que los fuegos pirotécnicos iniciales fueron el prólogo de lo que vendría, una metáfora de un gran impacto al inicio, pero sin dejar poso. El concierto sorprendió más por los efectos que por la música, y el espectáculo, cuando se está al nivel al que se le supone al músico, no puede fallar en su parte principal: la música. Y es que centrar todo el espectáculo en torno a la figura de Bruno Mars puede lastrar mucho la actuación si no se acompaña de una buena coreografía, y creo que eso es, temas de sonido aparte, lo que el público más echó de menos.

Así, uno termina el concierto y, a pesar de haber disfrutado por momentos, se va del estadio pensando: «¿y se supone que Bruno Mars debe ser el nuevo rey del espectáculo?» Porque si esta es la intención y si se trata de hacer un buen show en solitario, mejor que hable con Robbie Williams que le contará cómo hacerlo.

domingo, 1 de abril de 2018

Antony and the Johnsons: I am a bird now


Año de publicación: 2005
Valoración: sobreexpuesto

a) Está bien: lo que voy a decir a continuación es muy cruel y puede que sea hasta injusto. Injusto porque cuando un artista publica un disco puede que pierda el control de hasta dónde éste pueda llevarle. Podría ser este, por eso, el caso de un artista que crea para sí mismo y es completamente ajeno al revuelo que su obra pueda causar. Oh. Puse obra en minúscula.


b) ¡¡ Qué prodigio de sensibilidad, qué Obra maestra de matices y cuánto dolor y cuánta incomprensión están detrás de estas canciones!!

a) No voy a discutírtelo. Pero ese dolor y esa apariencia sórdida empiezan a parecerme algo programadas, ese uso de la imagen de portada, del transexual (agonizante, dicen) en la habitación de hospital me resulta excesivamente preconcebida, apelando a sentimientos tan obvios (puede que en ese tan lejano 2005 no lo fueran) que la simple audición del disco empieza con una actitud del oyente completamente sesgada, del estilo "pobre de mí como esto no me guste".

b) Pero, ¿y las canciones? esa es solo la imagen de alguien con quien Antony (que recientemente ha firmado algún disco como Anohni)

a) un pseudónimo de ambigüedad ya definitivamente exacerbada...

b) no me interrumpas...alguien que ha sufrido marginación por su condición sexual antes de erigirse en un estandarte y revelar el artista que hay bajo su apariencia frágil. Todo el disco habla de eso. De sentirse rechazado por el aspecto, por la condición sexual, por ser diferente dentro de un mundo estereotipante y estereotipado.

a) Buf. Este territorio es terriblemente pantanoso. Uno elige mal una sola palabra y tiene a toda la sociedad (no solo la comunidad LGTBI) tirándosele encima. Las canciones son buenas: muy homógeneas en su parco tratamiento - casi siempre un espartano piano+voz - muchas de ellas brillantes piezas de pop decadente, con influencias de Nina Simone, de Billie Haliday, y las colaboraciones son brillantes. Pero perdonadme, no puedes ser tan marginal cuando captas la atención de Lou Reed (que ya había tanteado los lados marginales en Transformer, sin llegar a este engolamiento) o el últimamente desaparecido  Rufus Wainwright, tanto que se avienen a colaborar en tus canciones.

b) ¿Insinúas entonces que todo pueda ser una pose? ¿Que el desgarro...

a) tardaba en salir la palabra desgarro...

b)¡que no me interrumpas! ¿que el desgarro detrás de canciones como Bird Gerhl o My lady story no es sino una apelación forzada, música afectada como manera de captar atención y vender discos? Y qué hay del valor intrínseco de esa música. También son tristes y decadentes otros discos. Por poner ejemplos dispares, Berlin de Lou Reed, o Felt mountain de Goldfrapp. Qué culpa tiene Antony and the Johnsons de que la gente use su música para eso. Será un valor que hay que reconocerle.

a) ya. Pero lo mismo puede pasar con Chandelier, con Happy, con I will survive, con Viva la vida. Que las canciones quedan asociadas de tal manera a situaciones particulares que acaban convirtiéndose, a su pesar, en entes ligeramente paródicos, algunas tienen la suerte de ello o les cae esa piedra, en botones de generar situaciones . Es lo que pasa con ésta, casi casi, el pretexto para toda esta reseña. Hope There's Someone. Creo que poca gente se ha fijado en que a partir del tercer minuto o así es prácticamente inescuchable, con Antony aporreando el piano y entregándose a la gimnasia vocal. Pero su uso exhaustivo para crear "atmósferas introspectivas" (lo que viene a decirse música para cortarse las venas), o cuando Isabel Coixet (otra reina de la alegría y la juerga) la usó en una de sus películas, o cuando alguna de esas marcas de perfume que nos amenizan las navidades, todos esos niveles de empleo de la canción, la han convertido en una especie de mecanismo de activar situaciones. Antony no tiene la culpa. Él, como si huyera de la jaula del estereotipo que sus primeros discos crearon, se ha reinventado e intenta crear música con otro espíritu, con otra intención. Pero este disco, seguramente un buen disco para todo aquel que tenga la suerte de oírlo por primera vez sin todo el aura que le rodea, le persigue y le perseguirá.

domingo, 25 de marzo de 2018

La Habitación Roja: Memoria

Año de publicación: 2018
Valoración: Recomendable

"La Habitación Roja" siempre ha sido un grupo de canciones. Desde los ya lejanos tiempos de "Ahora", "Lo mejor que me ha pasado" o "Cuando te hablen de mi", todos sus discos han incluido un buen puñado de himnos casi generacionales pero, en mi modesta opinión, los valencianos no han sido capaces de hacer un disco "redondo", siendo el "Nuevos tiempos" grabado con Steve Albini lo más parecido a eso. De hecho, creo que es un grupo que hubiera funcionado mejor en formato EP / single que en formato LP.

El caso es que este "Memoria" tampoco será EL disco de "La Habitación Roja", pero es un buen disco, bastante mejor que los últimos publicados por los valencianos, lo cual tampoco es mucho decir.

El comienzo del disco es más que prometedor. Las cuatro primeras canciones del álbum son cuatro potenciales singles y constituirían un muy buen EP. Los cuatros temas nos remiten a una versión mejorada de los últimos discos de los valencianos: multitud de guitarras, cuerdas, teclados, toques bailables, etc y las ya clásicas melodías y estribillos pegadizos. De las cuatro me quedo con "Líneas en el cielo", una canción llena de intensidad, de esas que engancha, y que es, para mí, la canción del álbum, la que en unos años figuraría en un hipotético "Greatest Hits", aunque poco a poco la "neworderiana" "Madrid" y la muy influencia por The Cure (ay, ese comienzo) "La última noche del año" van ganando terreno.

A partir de aquí, el disco flojea. Comienzan a alternarse temas prescindibles como "Berlín", "Desde aquí" o  "¿Quién eres tu?", anodinos y largos en exceso, con temas aceptables como "Estrella de la muerte", con el piano recorriendo el tema, el "hipersintentizado" "Algo de verdad" o el saltarín y bailable "Nada cambia" y algún que otro candidato a single, como los guitarreros "No fueron tiempos para enmarcar" o "En días como hoy", dos temas que podrían ser verdaderos pelotazos en las manos del Steve Albini de "Nuevos tiempos".

Resumiendo, los chicos de "La Habitación Roja" continúan instalados en un plácida madurez y mantienen casi intacta su capacidad de crear buenas canciones. Vale que no han inventado la pólvora, pero lo cierto es que nunca lo han pretendido y nadie se lo puede exigir después de más de veinte años de carrera. Eso sí, nos entregan su mejor disco en años, un disco cargado de buenas melodías, guitarras, teclados y arreglos de cuerda, y eso es más que suficiente. 

domingo, 18 de marzo de 2018

Zaz: Recto Verso


Año de publicación: 2013

Valoración: recomendable

Vale, ya lo sé: pega poco una reseña de una cantante tan cuqui com Zaz en este blog que tiene entradas dedicadas a gente tan molona como Daft Punk, Kraftwerk o, ya insuperables, The Clash... Pero:
  1. Podría ser peor: pensad que Amaia de OT, aún no ha sacado disco... 
  2. Zaz -es decir, Isabelle Geffroy- tiene un pasado algo perroflaútico que la redime del azúcar con la que puede estar recubierta ahora. Y, sobre todo, es una gran cantante.
  3. Hay que tener apertura de mente, chicos y chicas. No vaya a ser que realmente se confirme que Zaz es la heredera actual de Édith Piaf  (yo lo dudo, pero eso dicen...) y dentro de unos años, cuando seáis unos maduritos en la  pre-prejubilación, os matéis a escucharla, porque se la considere una clásica de la canción francesa y europea.... (¿que no? Estas orejas han oído cómo se recuperaba sin rebozo alguno a Nino Bravo, a Camilo Sesto e incluso a ...glups, el ínclito Raphael).
Pero bueno, a lo que íbamos: Recto verso es el segundo álbum de estudio (¿aún se dice lo de álbum?) de esta cantante, después de su descubrimento para el gran público francés -c'est á dire, El Gran Público- con el exitazo que supuso Je veux e iniciativas posteriores más complacientes, como las versiones del disco Paris, incluyendo duetos como el que tuvo con (¡ay!) Pablo Alborán.

El estilo manouche o gipsy-jazz queda aquí, sin embargo, acotado a dos o tres temas. Comme-ci, comme-ça, la divertida Oublie Loulou  (versión de una canción de Charles Aznavour) y, quizás con menos decisión, Toujours. El resto del disco lo podemos adscribir a un pop más o menos estandarizado; más pizpireto, casi nipón, en Gamine, más rockero en el caso de Déterre. Aunque también hay lugar para los ritmos sudamericanos, como ocurre en el tema La lune... pero lo que destaca sobre todo es la magnífica voz de Zaz -un poco ceceante, pero eso le da más encanto-, que luce en todas las canciones , desde la primera del disco On ira, hasta la última, aunque en algunas -se diría que compuestas ex-profeso para ello-, con un poderío aún más destacable; es lo que ocurre con T'attands quoi o Si.

¿Mis preferidas' Pues aparte de la contagiosa energía de On ira,con que se abre el disco, yo diría que la agridulce Cette journée y, como muestra de la cruda delicadeza con que se puede tratar un tema tan poco "pop" como la senilidad, Si je perds, obra, como otros temas del disco, del también cantante  F.rédéric Volovitch.

Hacedme caso y dadle una oportunidad a Zaz.... ya veréis cómo os va a conquistar... ; )

domingo, 6 de agosto de 2017

Arcade Fire: Everything now

Año de publicación: 2017
Valoración: recomendable (justito)

No nos asustemos. Arcade Fire parecen ser incapaces de entregar un mal disco. Van cinco, ya, y ninguno es un mal disco. O sea, y léase la valoración, insisto, puede que sea injusto no darle una oportunidad a Everything now simplemente porque un comentarista de Internet venga y traslade, aquí, su mohín de escepticismo a unas cuantas líneas. 
Hay bastantes cuestiones, por eso, que justifican esta relativa frialdad. 
Una obvia: cuatro discos previos con un promedio realmente sobresaliente, incluyendo una evolución sonora, como mínimo, sorprendente en un sentido satisfactorio.
Otras más complejas.
Por ejemplo, que el grupo base la estructura del disco en el tema que le da título, que aparece en tres fragmentos, en distintas duraciones, arreglos, y tomas. Importante, sí, pero no es desde luego la mejor canción del grupo. Quizás la más inmediata, con ese esplendoroso y fascinante arreglo de cuerda y piano inicial , que les ha reportado bromas como lo de llamarles ABBArcade Fire. Pero una canción, y pronto empiezo con los tabús, basada en esa contagiosa melodía, que se repite a lo largo de los cinco minutos: el piano, la primera estrofa, el coro de niños, la sección de cuerda en su reprise. El fogonazo, véase el vídeo, es intenso y parece perdurable: pero se desvanece, allá por el minuto tres, y tras un estribillo más bien insulso (demasiados estribillos insulsos en este disco, algunos como arengas para justificar un paso a la siguiente estrofa), estamos deseando que se repita la melodía base, porque la canción, nos tememos, no da mucho más de sí.
Las labores de producción: desde luego no se podrá recriminar al grupo ser fagocitado por sus productores, pues la labor de Thomas Bangalter (Daft Punk) o Geoff Barrow (Portishead) apenas se filtra en meros detalles, lo cual sería una buena noticia según cómo. Creo que la influencia de James Murphy en Reflektor era un factor positivo y, de hecho, algunas de las mejores canciones de Everything now son las que recuperan el sonido de su anterior disco, como Good God Damn, con su bajo juguetón y su guitarra afilada. Aunque he de reconocer que hasta ahora no sé si esos logros compensan las lagunas, algunas de las cuales me han provocado cierta preocupación sobre el futuro de una banda gobernada, en la cuestión vocal y de imagen, por un matrimonio, pero que parece disfrutar de una cierta democracia en lo que concierne a la concepción de su sonido y en las aportaciones estilísticas. Por ejemplo: Creature comfort, otro de los sustentos del disco, o Electric blue, ambos muestras de  que Régine Chassagne está mejor parapetada tras los instrumentos que haciendo aportaciones vocales. O las dos inexplicables versiones de Infinite content, la primera, punk y vulgar, la segunda folk lleno de slide guitar y limítrofe con lo cursi. Hay hallazgos, claro, ciertos tonos dub y reggae afloran tímidamente, pero resulta curioso que en un disco donde abundan los efectos de transición entre canciones la sensación final sea tan dispersa, como si el disco se hubiera finalizado precipitadamente a base de encajar las aportaciones de diferentes orígenes y presentarlas de la manera más unitaria posible, hasta el packaging y la imagen de los vídeos parecen forzarlo, y no.
¿Hay que salir huyendo? Bueno, eso sería exagerado. El grupo muestra la suficiente inquietud como para, a pesar de su éxito global, evitar caer en pestilentes síndromes mesiánicos a la manera de U2 o Coldplay. El disco tiene aciertos aislados a pesar (esos estribillos monótonos) de no aportar más que un par de canciones a la inapelable lista de clásicos de la banda. Quizás un año más hubiera permitido disponer de más material donde elegir, pues los descartes (Chemistry, horrorosa) son obvios.
En fin, 4 sobre 5 discos de Arcade Fire son excelentes.
No muchas bandas pueden decirlo.