domingo, 20 de octubre de 2019

Nick Cave and the Bad Seeds: Ghosteen

Año de publicación: 2019
Valoración: recomendable 

Ponerle etiqueta a esta música es un auténtico rompecabezas. ¿Se le puede llamar pop a un disco que suena como una ceremonia alejada de banalidad? ¿Merece el apelativo de rock un disco en el que guitarras y sección rítmica se hallan a milímetros de lo perceptible, cuando no definitivamente ausentes?
No voy a crear ninguna de las siguientes etiquetas: música sacra, música con mayúsculas, o cualquiera otra que quizás ayudaría a situar al oyente pero que, quizás, alejaría la atención de la dimensión real del disco.
Dimensión que es respetable. Este disco fue concebido, producido e interpretado con Cave ya consciente del trágico suceso, en 2015. de la muerte de su hijo, que se precipitó por un acantilado, y parece ser que en las circunstancias de su fallecimiento, con 15 años, intervino el consumo de ciertos estupefacientes.
Entonces Cave, que arrastra la leyenda de sus largas y recurrentes adicciones, sempitermo traje oscuro y camisa blanca, tupé ligeramente anacrónico y pose de poeta francés maldito extraído nde su siglo de origen, confirma en Ghosteen todo lo que el anterior disco, The Skeleton Tree (que se compuso antes pero se grabó y publicó después del suceso) apuntaba. Que la carrera de Cave, que ya no era precisamente un ejemplo de dinamismo y aires festivos, ha entrado, y ya son dos discos importantes, en el área de interés del dolor, un dolor sereno y profundo, no la rabia ni el aire agreste que quizás hubiera cabido esperar allá por 1994, sino el dolor meditado de un hombre que ha superado los sesenta años de edad, que lleva una carrera que se extiende por décadas y al que ahora la terrible realidad aplasta y condiciona.
Ghosteen es hielo que quema. Son largos desarrollos instrumentales, casi siempre teclados orgánicos y sintéticos, sobre los que Cave declama, recita letras de aire poético y trágico, nombrando a Jesús por doquier, elevándose solo un poco sobre unas bases estáticas, poderosas, creadas por Warren Ellis, colaborador de largo recorrido aquí mostrando, discreto, respetuoso, a veces tan sobrio que pensamos si estas melodías se han creado para ser interpretadas desde un órgano en medio del desierto, de noche, rememorando las hechuras conseguidas a lo largo de los scores que ha ido firmando. Cave, contenido, preciso, las recita y de vez en cuando toma aire y a veces esa voz distintiva acomete algo parecido a una melodía puntual y luminosa, apenas luz de Luna entre tanta tiniebla, como mantras para respirar en medio de ese pesar que asfixia el disco, que lo sitúa en un territorio poco agradable, pura solemnidad cariacontecida, ni un amago de rabia, ni una concesión a la rebeldía.
Por supuesto poner en tela del juicio la oportunidad o no de que un músico tan reputado refleje de manera tan contundente la realidad en que se mueve (Cave obviamente se refiere al hecho como algo que ha cambiado su existencia para siempre) queda sobre el tapete. Cave no es músico al que su discográfica, ni su pequeño ejército de fieles seguidores, plantee condiciones de tipo comercial. Seguro que el disco, tan brillante en su ejecución como doloroso en su comprensión, ha sido creado en un entorno de absoluta libertad creativa. Pero desde luego no es ni para todos los públicos ni para todos los días.

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