domingo, 12 de mayo de 2019

Vampire Weekend: Father of the Bride


Año de publicación: 2019
Valoración: muy recomendable

Seis años después del colosal Modern Vampires of the City, las incógnitas sobre el futuro de la banda y la publicación de este disco eran, como mínimo, justificadas, sobre todo cuando uno de los factótum de su sonido, el guitarrista Rostam Batmanglij había dejado de ser miembro estable de la banda, cuestión algo ambigua que poco bueno hacía presagiar.
Con lo cual Ezra Koenig parece haberse decidido a dar un paso al frente, un paso contundente si hemos de valorarlo en función de su aportación casi acaparadora a este disco.
Disco que se presenta como doble (supongo que en la era del streaming esa condición se manifiesta a través de las prohibitivas y elitistas ediciones en vinilo que tanto gustan a los soplagaitas que se compran los discos para mirarlos en vez de escucharlos), pero en cualquier caso 18 canciones reales - no interludios, no cortes que son cuatro frases sin una sola nota - cuya duración total no llega a los 60 minutos. Lo que nos aporta un promedio de menos de 3 minutos y medio por canción, promedio que definiríamos como la duraciòn idónea para el  pop radiable y, por qué no, una muy razonable marca para acumular audiciones en streaming (glups, dos veces que sale la palabrita de marras en esta reseña), cosa que parece empezar a abocarse, aparte de los conciertos, como principal vía de ingresos de cualquiera que piense en dedicarse a la música.
Dije "pop". Pues parece que Vampire Weekend se ajuste mejor a esa etiqueta que a cualquier otra y 18 canciones permiten que prácticamente cada oyente encuentre algo de su gusto, incluso añadiría que, en mi caso, cada escucha ha ido revelando algún detalle en alguna canción diferente a la anterior. Hoy en día, es difícil que de la manera en que se escucha la música uno disponga de la paciencia o incluso el tiempo para no caer en la tentación del skip. En su primera audición, el disco me decepcionó un poco: lo aprecié, con el retorno a las intros marcadas por los punteos de guitarra, como una especie de involución, un regreso a los dos primeros discos. Aunque el tema inicial, dueto algo solemne con Danielle Haim, parecía evocar el tono íntimo que manifestaba en su conjunto su anterior disco, algo en ese comienzo de disco (la presencia de una voz invitada, el tono escorado hacia el country) me chirría un poco. El cambio es diametral en el segundo tema,  Harmony Hall, que parece una declaración vital de principios, aderezada con puro sonido Madchester -esos pianos percusivos a lo Happy Mondays, uno de los temas más extensos del disco, cinco minutos de cambios de ritmo a medio caballo entre lo íntimo y lo festivo. Y a partir de ahí ya no pararemos: el disco se adentra en un variado viaje donde ninguna canción sobra (cosa que podía pasar en algún disco anterior) y todas van desvelando con las sucesivas escuchas sus matices y sus atractivos. No es un atractivo inmediato, no hay aquí tonalidades épicas como las de Step o Hannah Hunt, pero si hay sustanciales logros que harían que este fuera un disco perfecto si tuviera diez o doce canciones... cuya selección cambiaría prácticamente en cada caso dependiendo a quién preguntáramos. Diría que Harmony HallUnbearably White (con sus efectos sonoros, sus cuerdas en tensión y sus capas de sonido ligeramente apocalípticas), This Life (sonido puro del grupo con juegos de guitarras casi constantes entre estribillos eufóricos) My Mistake (balada de aires jazzies y un tono confesional que atrae el disco hacia los aires neoyorquinos después de varios paseos por California), o Married in a gold rush (otro dueto con Danielle Haim, esta más animada que el inicio y más cargada de cuerdas), serían las tres casi seguras componentes de una selección perfecta. Pero no podemos dejarnos los aires marcianos del dúo Sunflower/Flower moon, que parecen bromas psicodélicas pero que esconden una firme voluntad experimental. O las tonalidades íntimas de 2021, How long, Big Blue, los aires festivos de Sympathy (que mezcla house, palmas de rumba y caos sonoro a lo Animal Collective), la orfebrería de Bambina, o la melancolía de Spring Snow, previa al broche con que se cierra, de forma íntima otra vez, el disco.
Entonces, si he mencionado como una docena de canciones a destacar, ¿por qué no imprescindible?. Pues quizás un planteamiento algo caprichoso. No me acaba de cuadrar basar un disco importante (tras seis años) en las colaboraciones, cuando éstas no habían sido visibles en sus anteriores trabajos. Cuando el disco se escora hacia ellas (los tres duetos con Danielle Haim) el sonido toma un aire country que resulta chocante en unos señores tan neoyorquinos. También le faltan temas de los que impactaban de forma inmediata en sus discos anteriores. Pero es posible, lo es, que si descartamos esas exigencias personales y caprichosas, si aplicamos lógica y promedios, este sea en su conjunto el mejor disco del grupo. Mira por dónde. Vampire Weekend puede que no tengan la arrogancia o la intención de convertirse en una banda de repercusión mundial o en el grupo favorito de una generación o una parte sustancial de ésta. Creo que se conforman con ser una apuesta musical sólida y coherente, sin pretender arrastrar a las masas o enloquecer a fans de esos que se forran carpetas y se gastan un dineral en goodies. Como Metronomy, por ejemplo, o los Talking Heads en su día. Músicos entusiasmados con su trabajo que no pretenden quebrantar la existencia de quienes escuchan sus canciones. Bravo por ellos.

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