Valoración: muy recomendable
Casi 36 años, aún suena fresco y audaz. Sin la inmediatez de Music for the masses ni la perfección canónica de Violator y con la inclusión de alguna canción que parece sobrar (nunca he acabado de entender el cierre con New dress, que me parece disonante y no solo por su mención a Lady Di), este disco marca el principio de la trilogía dorada de la banda. Su quinto disco, precedido por cuatro LPs notables, todos ellos incluyendo magníficos singles - sus recopilaciones de ese período son ejemplares como muestras de la evolución de un sonido - pero aún no, ahora sí, obras capitales en su conjunto.
Pero lo cierto es que muy pocas bandas pueden mostrar una trayectoria coherente y creciente hasta un séptimo disco como los de Basildon. Con el mérito añadido de haber superado el temprano abandono de uno de sus líderes, Vince Clarke (quizás algún día reseñemos a Erasure aquí), pero demostrando una evolución que no solo daría para mostrar sus influencias sino casi para ejemplificar el rumbo de la electrónica pre-acid, un camino desde el synth-pop con acné hasta los ritmos solemnes de su época berlinesa o los ásperos conatos industriales de su anterior disco, Some great reward. Ni un disco despreciable, todos ellos aportando material consistente a un catálogo que nutría y aportaba versatilidad a sus directos. En 1986, Depeche Mode había experimentado la mutación que otras bandas (The Cure, New Order o The Smiths) estaban completando, desde los diferentes polos del universo alternativo, hacia algo más gigantesco y nebuloso: ya eran rock-stars. Poco importaba que no tuvieran una configuración al uso. Los contados instrumentos no electrónicos eran un mero contrapunto de su material, que seguía siendo básicamente pop sintetizado, y que había ido añadiendo texturas, que en Black Celebration empiezan a revelarse en toda su riqueza, mostrando tanto su permeabilidad (el disco combina influencias de proyectos tan heterogéneos como Kraftwerk o The Cure) como proyectando sus resultados hacia otros estilos. No solo porque los miembros de la banda lucieran melenas, cuero y tatuajes (que sustituían a los cardigan de sus inicios) sino porque el mensaje de la banda ya era hermético y polifacético.
Desde el fastuoso arranque del disco, nada mejor que abrirlo estableciendo el tono con la canción que le da titulo, solemne y épica, alejada de lo comercial y con una oscuridad inherente, hay un camino por recorrer. Canciones casi a capella como Sometimes o It Doesn't Matter Two, que hubieran encajado mal en trabajos previos, aquí tienen plena justificación desde la declaración estética del disco. Los singles son menos obvios, con la excepción de A Question Of Time, lo más cercano que hasta entonces la banda había estado de crear un riff alternan con magníficos temas de complemento condenados a la veneración por el fan irredento Here Is The House, con sus cambios de ritmo y su rica estructura melódica, el conjunto es a la vez variado en su sonoridad y cohesionado en su intención. Como suele suceder con los pasos arriesgados de las bandas consolidadas, el disco representó un relativo retroceso comercial, pero fue reconocido a posteriori como lo que fue: una inyección de confianza artística en la banda antes de afrontar sus dos siguientes discos, dos obras maestras indiscutibles un pequeño escalón por encima de este, pero inconcebibles si este disco no hubiera plantado ciertas semillas.
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