Año de publicación: 1989
Valoración: muy recomendable
Valoración: muy recomendable
Angelo Badalamenti tendrá siempre su nombre asociado de forma indeleble al de David Lynch: como compositor de la música de muchas de sus películas y, por encima de todos de la música de la icónica e influyente (en grado superlativo) serie Twin Peaks. Siempre, en los trabajos para Lynch, ajustado a ese tono a medias entre lo melódico y lo trágico. Pero sus obras para otros directores no son, desde luego, nada desdeñables y dicen mucho de su maleabilidad como músico y su capacidad de adaptación al soporte visual. Cousins, la película, dirigida por Joel Schumacher (prolífico director con variadas aportaciones a la historia de la época) fue una indescriptible comedia de tonos algo canallas pero elegantes sobre una reunión familiar (la típica que se desenvuelve en los jardines de alguna casa de los estados más pudientes de los USA) que se desarrolla en medio de escarceos amorosos. Fue estrenada con el oportuno pero algo forzado título de Un toque de infidelidad, contaba con Ted Danson (archiconocido por aquella época por Cheers) y Sean Young (ídem por Blade Runner) y era una película amable y un poco memorable, aunque fuera por la banalización carnal y esas cosas. Por cierto, excelente fotografía la de la portada, casi un mapa posicional de la trama y una de esas imágenes icónicas.
Badalamenti firma una de sus obras maestras en un tono cercano al pop, digamos que toma los tonos levemente italianos o afrancesados de algunas partituras de Morricone y los hace suyos aportando música que podríamos llamar "ligera" pero que es un acompañamiento ejemplar. Al modo clásico, se permite iniciar con un Overture que funciona como un medley de todos los desarrollos melódicos por venir: lirismo contenido y un tono algo frívolo le van como anillo al dedo y ajustan el tono, con títulos para los temas tan acertados como Adulterer`s blues y con coqueteos con baladas hinchadas de cuerdas, delicados temas al piano, fanfarrias desbordantes de vientos, alguna espontánea aportación vocal, en fin, apenas cuarenta minutos de música que materializan su inagotable inspiración y toman vida propia incluso alejadas de sus imágenes, las de una película menor pero más profunda de lo que podía parecer. Badalamenti toma de aquí y de allá, elige instrumentaciones más convencionales que en algunos otros trabajos (aquí no hay atmósferas turbias saturadas de teclados, por ejemplo) pero se encarga de que cada una de las melodías se incruste en nuestra memoria.
Veneremos a este hombre en vida, por favor.
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