Valoración: muy recomendable
Curioso que, incluso en 2017, año de puesta en marcha de este blog, a pocos meses de su fallecimiento, hubiera resultado oportuno, pero he tardado casi 4 años y medio en reseñar un disco del músico de Minneapolis, aún reconociendo que prácticamente tengo toda su discografía de su "época dorada" - dejé de comprar sus discos tras el decepcionante Come, sobre el año 94 o así, momento en que dije "basta" como muchos solemos hacer cuando músicos que hemos admirado publican discos, nos damos cuenta de que apenas escuchamos el anterior, y dejamos de pasar por taquilla.
Pero Sign O' the times se inscribe en esa época, es un álbum doble y contiene una de las canciones más emblemáticas (inicia y da título al álbum, cuestión que condiciona enormemente la escucha, como si todo fuera a hacer bajada) de su carrera, no solo por su austero esqueleto sonoro sino por la mera trascendencia de su letra, canción que habla de los tiempos del SIDA, de las bandas callejeras, de las drogas, casi casi un emblema de esa angustia de final de siglo resumida en cinco minutos inmejorables. Y es que Prince siempre me pareció un artista de singles perfectos y de álbumes no tan perfectos. No por culpa de su talento, que muchos se han proclamado estrellas del pop antes que él y ahí lo tenemos, prácticamente haciéndose el álbum él solito, componiendo, cantando, asumiendo instrumentos, arreglos, producción (mucho antes de los tiempos de las colaboraciones que anegan actualmente cualquier disco). Pero esa ambición empujaba a Prince a abarcarlo todo en sus discos, no había estilo que se le escapara y en el cual no fuera brillante, pero, cosas de los gustos de cada uno, el Prince más funky, el más influido por George Clinton y el p-funk, en disco resulta forzado y a veces cargante. En vivo, una maravilla (ni el horrendo sonido me impidió disfrutar su concierto hace décadas en el Palau Sant Jordi), pero en formato grabado, esas canciones tan rítmicas, tan cargadas en producción, resultan algo pesadas, como me pasa con Housequake o con la larguísima It's gonna be a beautiful night.
Pero aquí hay dieciséis canciones y hay de todo. Rock'n'roll clásico a la Springsteen en I Could Never Take The Place Of Your Man, jazz-funk de Rhodes (obvia inspiración para el Tyler The Creator de Flowerboy) en la sobria y elegante Ballad of Dorothy Parker, vertidos r'n'b de azúcar hipersexualizados en Slow Love, mantras espirituales de cariz reflexivo en The Cross, junto a cénits creativos marca de la casa, los dos últimos minutos de It podrían ser una especie de adelanto de la oleada electrónica que (1987) apenas se vislumbraba en el horizonte, y su poderío narrativo y creatividad se desbordan en Forever in My Life y Strange relationship. Y nos olvidamos de más de uno de los numerosos singles que se extrajeron de este disco, al que solamente aleja de la consideración de obra maestra esa obsesión hiper-fecunda de Prince que le llevaba a publicar a un ritmo endiablado, resintiéndose alguno de sus discos (con frecuencia en formato de doble LP) de su necesidad de publicar, no saciada como sabemos con sus propias grabaciones, sino con constantes cesiones de material a otros artistas. Ochenta minutos de música (ajustados al límite del entonces pujante formato CD) que, convenientemente depurados, hubieran dejado un disco perfecto de 10-11 canciones, pero Prince fue un hombre de excesos y en huida permanente del confort.
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