Año de publicación: 2020
Valoración: imprescindible
Valoración: imprescindible
Pues a estas alturas ya deberíamos estar especulando sobre los mejores discos de este extraño año (perdonen la redundancia) y este quinto disco de Fiona Apple acaba de erigirse en firme candidato, y solo una extraña e inexplicable sensación de que ciertos creadores puedan estar madurando obras en este entorno (no hablo de cosas pútridas como los Stayhomas ni de esos patéticos videos multipantalla generados para el insano pero rentable ejercicio de forzar el desvanecimiento del mal rollo) me hace especular con que puede que este año dispongamos de buenos discos tardíos, reiterándome en mi ya clásica espera del anhelado tercer disco de Frank Ocean.
Pero vamos a ser más concretos y directos: hasta hoy, este es el disco del año. Con mucha ventaja, y voy a dejar para unas semanas más adelante el concretar porqué algunos de los otros contendientes no lo son (pero este sí), pero Fiona Apple ha conseguido desprenderse de la incómoda capa de "joven autora con talento en entornos art-pop-rock" (si bien contó en su momento con la genial ayuda de Jon Brion), para entregar un disco enormemente coherente, una muestra de evolución tan contundente como desconcertante para el oyente incauto que se deja llevar por apariencias.
Y nadie dice que los discos geniales deban ser forzosamente agradables de escuchar, pero esto no es Metal Machine Music (disco que he mencionado un par de veces en este blog de forma reciente) y esta aseveración hay que matizarla: sucesivas escuchas revelan esa genialidad detrás de ese sonido crudo y también generan una necesidad de avance en el disco, de descubrimiento progresivo de elementos que atraen al oyente, que lo capturan y lo convierten en sumiso admirador. Y entonces ocurre lo que suele suceder: las favoritas iniciales, más inmediatas, son sucedidas por cortes más densos o elaborados, se comprenden los interludios, se encajan los efectos más dispares (p.e. el cierre del tema que da título al disco, con los ladridos de perros), todo bajo el efecto, o el yugo, de la fascinación más absoluta.
En un disco que suena único aunque puedan hallarse referencias, las primeras más directas proceden del entramado sonoro, con percusión, voz y piano en primeros planos absolutos, se hace dificil no evocar a la Bjork más radical, a Tom Waits, a Fever Ray o al ya lejano último disco de The Knife aunque uno también podría incluir elementos más extemporáneos como Adam and The Ants o The Art of Noise. Las canciones, trece sin apenas fisuras, se suceden en una secuencia que podría traicionarlas: cuesta distinguirlas hasta que se asimilan sus diferencias y estas nos atrapan. A veces tienen aires de torch song mutante, como Ladies, o de blues, como Cosmonauts, incluso be bop en Drumset. A veces no tienen estribillos y a veces parecen un mantra que se repite, una pura línea de percusión armonizada, en Relay, con una voz, voz, por cierto, la de Apple, que es uno de los atractivos más poderosos del disco, tan capaz del matiz como de desgañitarse en Rack of His o de doblarse en Heavy Balloon, pero más aún de la agresividad, del desgarro incontenido y sin miedo al exceso. Fetch the bolt cutters no es un disco, desde luego, de productor omnipresente, la sensación de frescura, de pocas tomas y ya vale, de necesidad de captura del zeitgeist del disco que lo despoja de detalles superfluos, y la arquitectura sonora es la que hay, bajo, guitarra y teclados al margen del piano hacen contadas apariciones y se convierten en complementos, pero la voz manda allí, lleva las canciones donde quiere que vayan, sin caer en el lucimiento técnico aquí Fiona Apple se planta ante el oyente y hace eso tan cacareado de TRANSMITIR, transmite rabia y determinación, transmite contundencia y aplomo, frena y acelera con un absoluto dominio en todo momento, y todo suena sincero y desnudo, resuelto y rotundo.
A ver quien iguala esto en los cinco meses que quedan.
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