Año de publicación: 1995
Valoración: muy recomendable
Valoración: muy recomendable
Habrá quien discuta incluso si un disco de sesión de DJ debe ser acreditado como autor de un disco aunque sea para poner los puntos sobre las íes sobre autoría, asuntos legales y esas cosas. Pero en 1995 la cuestión no merecía duda alguna para la industria. Los DJ eran los poderosos ganchos con que atraer a los compradores de discos, ávidos de vivir de la manera más fiel posible (ahí hay mucha edición y no creo que existan realmente demasiados discos que sean realmente sesiones en vivo, ni en el caso de ese icono intocable llamado Jeff Mills) la experiencia de oír música seleccionada y mezclada y enlazada por una serie de tipos que habían conseguido hacerse con status muy cercanos a los de las estrellas del pop y del rock.
Por culpa del fenómeno de la música house (o techno, o electrónica) y por culpa del fenómeno de las fiestas rave, que habían arrastrado a una enfervorizada masa de oyentes, por culpa de la explosión de las drogas de síntesis, claro, cómo evitar tan obvio argumento. La gente tomaba pastillas y bailaba enloquecida con los ojos en blanco y la mente en multicolor al ritmo de cualquier cosa que tuviera un bombo, un ritmo 4x4 y pudiera diferenciarse de un zumbido.
Agotado o no, ese sonido marcó la música desde los primeros 90 y eclipsó incluso los intentos de la industria de retroceder a una escena convencional que pudieran dominar. Y sí, en aquella época surgió aquello del britpop y los medios azuzaban la sempiterna rivalidad Blur-Oasis. Pero la gente iba a los clubs y bailaba. El listado de DJs de la época es interminable: Sasha, Paul Oakenfold, Darren Emerson, Sasha, John Digweed, Danny Tenaglia, Armand Van Helden, Paul Van Dyk...
Deep Dish eran un dúo, circunstancia bastante curiosa, como lo eran sus orígenes. Dos jóvenes de procedencia iraní afincados en Washington DC que habían organizado un sello en el cual publicaban material propio, de otros artistas, y remezclas. Hablamos de auténtico sonido underground, de música que es prácticamente reproducida en los clubs a los pocos días de grabarse, de conceptos como los acetatos, los dubplates, los white label. Y esos discos de ediciones limitadas eran los tesoros que los DJs protegían con total celo pues esa exclusividad representaba su carta de presentación, por encima incluso de capacidades técnicas o posibilidades artísticas. La mayoría de ellos se revelaron como músicos atroces cuando intentaron lanzarse a ejercicios creativos, pero no se trata de juzgar eso ahora El DJ como selector, antes de fenómenos nauseabundos como David Ghetta, era una figura necesaria para abrirse paso en la jungla de una producción que, gracias a la asequibilidad técnica y material de los medios para su confección, era de un volumen y una variedad desbordante. Esta sesión es paradigmática: empieza en modo casi reflexivo, piano eléctrico y voz que parece recitar un mantra, que progresivamente intensifica su ritmo hasta meternos en 70 minutos de frenesí house, un frenesí elegante, melódico, no exactamente un desmelene sino más bien un viaje que ejemplifica una época, casi una actitud hacia la música, quizás frívola o superficial, apenas hay letras aquí, solo intensidad electrónica, lisérgica, una cualidad apreciable en uso de la plena conciencia y desde luego, un sucedáneo muy digno de la experiencia física del club. Los pies que no paran, el cabeceo, el bajo en el estómago.
Podéis oír el disco completo aquí.
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