Valoración: muy recomendable
A mediados de los 70 Japan era una banda con severos problemas de identidad. En lo estético, parecían una horda de travestidos politoxicómanos de poco fiar. En lo sonoro, destilaban una agresividad a tono con su imagen, pero decididamente poco brillante. No es que escondieran nada: la mayoría de los miembros del grupo había remodelado su nombre para hacerlo reminiscente de algún miembro de los New York Dolls, y ese compás marcaba el ritmo de un grupo que había adoptado por la provocación, una provocación que hoy nos parecería ingenua o a la altura de personajes rayanos en lo circense como eso en que se ha convertido Mario Vaquerizo. Llamar a un disco Adolescent sex, curioso, hoy nos parecería casi escandaloso.
Supongo que en algún momento y a la vista de su escasa trascendencia comercial tomaron la determinación de reenfocar su carrera. Y en algún momento decidieron que su imagen se hiciera más ambigua y se sofisticase. Quizás mantuvieron sus maquillajes y sus tintes, pero abandonaron la chaqueta de cuero y empezaron a usar trajes. Quizás se inspiraran en otras referencias más sutiles, quizás sus referencias mutaron o se renovaron. Lo cierto es que con Quiet life demostraron haber oído ("here we are stranded") a Roxy Music. La voz de David Sylvian, cantante e imagen visible del grupo, se contuvo y empezó a incorporar una tonalidad elegante y decadente, parecida a la de Bryan Ferry. Lo cual no significa que se tratara de un grupo imitando a otro. Solo que en medio de las turbulencias de la época el grupo supo sostenerse y configurar un sonido que fue propio, aunque los grandes popes del glam-rock, Bowie y Roxy Music fueran influencia obvia, Japan se las apañaron para publicar tres discos magníficos de los que este fue el segundo.
Con la poderosa estética de la portada no es de extrañar que su imagen y su sonido inspiraran, por ejemplo, grupos emergentes como Duran Duran, ni que la prensa del momento los encuadrara en uno u otro extremo de los movimientos emergentes. Se les vinculó con el new-romanticism, se les relacionó (porque usaban sintetizadores y habían firmado con la ubicua Virgin, hogar de Magazine, de Human League, de Simple Minds) con el tecno-pop. Llegaron a colaborar con Giorgio Moroder. Pero Japan era una banda que solo quiso sobrevivir entre esa tormenta.
Gentlemen take Polaroids no solo dispone de un título emblemático. Es un disco de temas largos y con potentes desarrollos instrumentales. Hay ritmos secuenciados, hay saxo, hay solos de guitarra, es un disco concebido como una unidad y en la que la corta evolución futura (solamente grabaron un disco más de estudio, Tin Drum, completamente inmerso en influencia oriental) de la banda ya parece atisbarse. No en vano Ryuichi Sakamoto participa en, Taking islands in Africa, la última canción. Pero, sobre todo, es un disco de una banda que ha encontrado su sonido y prescinde de si este es o no comercial. La tensión se palpa pero esa tensión beneficia. Algún músico debía preguntarse cómo recorre una banda el camino que va de Rhodesia, agresivo reggae de uno de sus primeros discos, al espectacular homenaje a Satie que está detrás de Nightporter, esencia de la fragilidad que hoy puede parecernos algo inflamada, pero que en su momento encandiló de tal manera que forzó su aparición como single. Simplemente se trataba de otra época, una inconcebible hoy en día, en que la música experimental no se encontraba segregada, en que no había compartimentos estanco donde etiquetar una música excluyendo a las demás. Escúchese Swing. Para nada carne de hit, con su extraña intro, el bajo burbujeante del desaparecido Mick Karn, el saxo, cómo se desvanece en el final de la canción. Por un momento esos tipejos de caras maquilladas y aspectos amanerados (una pantomima: parece ser que los líos de novias fueron causantes de poderosas discrepancias en el seno de la banda) estuvieron en una primera línea que hoy nos parecería de lo más extraño.
Publicado Tin drum, portada con Mao y entrega total a la experimentación, la banda se esfumaría para protagonizar una extraña resurrección pasados unos años (bajo el nombre de Rain Tree Crow) y David Sylvian acometería una prolongada carrera entregada a la música experimental donde se las ha apañado para evitar una y otra vez la nauseabunda etiqueta new age.
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