domingo, 1 de marzo de 2020

Simply Red: Stars

Año de publicación: 1991
Valoración: manipulador

Pues hasta me parece excesivo el regalo para Simply Red de atribuirse la activación de una nueva etiqueta en este blog.
Aclaro: no puedo decir que Picture Book, su disco de debut, fuera un mal disco. Tenía alguna buena canción que conseguía incluso equilibrar la detestable versión de Heaven  de Talking Heads, despojada de su ironía neoyorquina para cargarla de gorgoritos de Hucknall, factótum del grupo e individuo merecedor de un par de tomos dedicados al narcisismo.
Men and Women ya bordeaba el desastre, un segundo disco mediocre y ramplón que, sin duda, debió incidir en ese repensar el grupo, adecuarlo a la era yuppie,  que tendría como colofón este Stars, cuarto disco de la banda que acumuló records, referencias e incluso poses genuflexas postradas de personalidades diversas que pensaban que aquello era un nivel superior.
Hucknall, por cierto, publicaba opiniones en entrevistas aconsejando a otros músicos ser respetuosos con los clásicos del sonido negro como los del sello Stax.
Para jeta la del amigo.
Claro que entonces Simply Red ya era una máquina de vender y gustar, especialmente a aquella gente poco proclive a complicarse la vida en lo que a música se refiere, quizás no su hábitat natural en sus inicios, pero obviamente el nicho de mercado que permitió al grupo hacerse ricos y célebres o viceversa. 
Y Stars es un disco paradigmático. Me gustaría explicarme, aunque ello sea difícil. Hay discos de Steely Dan, por ejemplo, que son prodigios a nivel técnico, pero tras ese prodigio se aprecia alguna otra intención. Stars es un disco, repito, para gustar y ser vendido. Aséptico hasta la extenuación, canciones intercambiables que suenan a estereotipo: esta es introspectiva y sensible, esta es rítmica y marchosa, aquí me luzco de esta manera, aquí la guitarrita acústica que genera esa sensibilidad, aquí el coqueteo con el jazz para que se vea que soy un amante de los sonidos clásicos.
El resultado, el paso del tiempo lo demuestra, es un disco anodino, plano, desposeído de la pasión que se le entendería a música de inspiración, perdonad el término, negroide. Blue-eye soul se le vino a llamar, y por aquella época hubo mucho whitey perpetrando intentonas de sonido, y en ese cajón de sastre que abarcó desde sonidos desnudos del indie como los Young Marble Giants hasta reciclajes como The Style Council pasando por cosas muy extrañas, no siempre para mal, como Johnny Hates Jazz, Black, Love and Money, Everything But The Girl, Curiosity Killed The Cat... esa segunda mitad de los 80 solo podía espabilar con el cataclismo rompedor que representó ese nuevo punk llamado acid house.
Mientras, Mick Hucknall le copiaba el peinado a Nicole Kidman y se creía el emperador pelirrojo del mundo. De esa gente que sale con modelos, se viste con camisas caras y se pringa el cuerpo con cremas con olor a algo dulzón. De esas celebrities que piensan que, por el mero hecho de serlo, pueden colarse a pelotear en el entrenamiento de un equipo de fútbol. Dios mío. Stars (no pongo links con canciones, Stars sonará como For your babies y no os daréis cuenta de la diferencia, seguro) ha sido relegado a su categoría natural: soul sin alma, música calculada para generar ciertas atmósferas, ejecutada impecablemente por profesionales que tocaban cada nota con precisión y volvían a su casa a cenar.
El tiempo diluyó el impacto del grupo, que Hucknall ya monopolizó sin recato, publicando unos cuantos discos intrascendentes con títulos estúpidos. Supongo que de vez en cuando debe salir de gira y su público debe nutrirse de asistentes a fiestas remember recreando intentonas de aventuras extramatrimoniales al ritmo de sus hits más bailables.
Francamente, me importa un pepino.

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