domingo, 22 de noviembre de 2020

Phoebe Bridgers: Punisher

Año de publicación: 2020

Valoración: bastante recomendable

Phoebe Bridgers es una cantautora estadounidense de 26 años. Como todas, no se conforma con ser otra cantautora y, como muchas, quiere alejarse del estereotipo que las escenifica agarradas al mástil de una guitarra, casi siempre acústica, cantando con voz dulce alguna melodía de fuerte peso vocal conteniendo letras de fuerte peso, este emocional. Todas huyen, por distintos caminos, de ser etiquetadas la nueva Joan Baez, la nueva Joni Mitchell. Claro que el volumen de artistas en esas condiciones ha proliferado de tal manera que en esa huida muchas se encuentran en destinos coincidentes.

Sin negar que haya, espero no ser malentendido, algo de carga sexual en esa estampa. La mayoría de ellas cuentan con un atractivo físico indudable que en todo momento sitúan en segundo plano, tanto para evitar que ello mediatice sus carreras como para desmarcarse del otro tipo de perfiles: las hipersexualizadas estrellas femeninas del trap, del reggaeton. 

Pero aquí estamos para hablar de música, de cómo se desarrollan sus carreras y de cuáles son sus resultados sonoros. 

Bridgers acomete un segundo disco largo con un aval como es Conor Oberst, que participa en muchos temas de este disco y aporta ese halo ligeramente indie de artista que ha combinado las dos escenas, la pura electrónica y el folk, y ello es muy coherente con lo que Punisher ofrece. Porque me ha costado bastante tiempo decidirme a pronunciarme sobre el disco ya que en todo momento me sonaba a obra ligeramente conceptual, a disco abierto y cerrado por grandes canciones cuyo contenido intermedio queda un poco deslavazado, incluso algo monótono, pero que se hace valedor de condición de gran obra (aquí creo que algunos medios han exagerado) por la potencia de arranque y cierre, cosa que hoy en día no suele ser habitual. El streaming ha condenado a las últimas piezas de los discos a la irrelevancia. 

Entonces, después del apunte que representa DVD Menu, pieza casi estática que adelanta las siete notas que armarán la fanfarria de cierre del disco, nos encontramos con  Garden Song, a la que yo quizás le quitaría esa obsesión por doblar las voces, que despersonaliza el tema, y a la que sigue Kyoto, uno de los temas dinámicos del disco, desde luego una toma muy floja en estudio aunque la versión para los Tiny Desk Concert  consigue despojarla de esa desagradable sensación de encontrarse ante un clon de Suzanne Vega, y aquí ya nos hallamos ante el bloque intermedio del disco, donde las canciones parecen fluir sin distinguirse demasiado unas de las otras, destacando, pero no demasiado, Punisher, tema que da título, Savior Complex, puro country de esos que incluye fiddle, exacerbado en Graceland Too, o  Moon Song, que apunta a sonoridades algo más aguerridas recordando a FKA Twigs, todo ello convertido en preámbulo para el grand finále que representa I Know the End, final épico a más no poder, como si todo el disco fuera un crescendo que nos lleva hasta ahí, compendio de ampulosidad sonora ambiciosa y contundente (Phil Spector anda por ahí) y ligero aroma de angst tardoadolescente, que tan pronto puede convertirse en canción del año como acabar agobiándonos si alguna marca comercial o canal de TV decide incorporarlo como especie de himno post-pandemia, cosa por la que un servidor, ateo recalcitrante, está dispuesto a rezar para que no suceda.

Por cierto, una más que aceptable toma en vivo de muchas de estas canciones podéis encontrarlas en  este concierto.


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