Valoración: muy recomendable alto
Una mención, en estos tiempos de anonimato digital de los recursos visuales, a esa portada, con esa perspectiva tan propia de los gráficos de los Sims y una especie de adecuación geométrica, una particular obra emblemática que, sin nombrar grupo ni título, pasará (si el mundo es justo) al catálogo de imágenes que se asocian a un grupo. De hecho, una composición visual que tiene su reflejo en el contenido musical: algo aparentemente gris y anodino que va revelando sus detalles.
Vaya: me hice a mí mismo un pequeño spoiler. Voy a sincerarme: las primeras veces que escuché este disco (la mayoría, una vez acostado y con auriculares) caí dormido. Quiero decir, puede que fueran situaciones en las que estaba algo cansado y el escaso margen en que me mantuve despierto me dio tiempo de apreciar el inicio y como hasta la tercera canción, sin llegar al momento de ruptura (en mi opinión) del disco, que es a partir de la sexta canción. Me resultó algo curioso: al primer single (There’d Better Be A Mirrorball) del disco me parecía percibir que seguía un curioso tándem de canciones que emparejé, respectivamente, con las tonalidades de la primera y segunda cara de Low, I Ain't Quite Where I Think I Am, con sus jugueteos funky en los arreglos, incluso con un fraseo en puro tono Bowie, y Sculptures Of Anything Goes, con su desarrollo basado en la percusión electrónica (supongo que todo un sacrilegio para la base de fans histórica de la banda). Curiosas referencias que me sumieron en un cierto escepticismo sobre el disco. Que se completó cuando the needledrop le propinó un sonoro 3,5/10 en su crítica. Creí que mi opinión se decantaba en el mismo sentido, cosas de las premuras por opinar sobre un disco o incluso cierta sensación de urgencia por pasar a algo, pensaba, más disfrutable. Entonces pensaba que el uso continuado del falsete, la inundación de cuerdas y la continuidad con la línea neo-crooner avanzada en Tranquility Base. Hotel & Casino se le había atragantado a la banda. Que los referentes a ciertos tótems de la escena alternativa, el mencionado Bowie o Scott Walker, o el funk suave y sexy de Jet Skis On The Moat, y la necesidad de demostrar que el cambio de sonido era tajante, que el liderazgo de Alex Turner era absoluto ( de hecho, percibía cierta cara de aburrimiento en algún músico en la interpretación de Body Paint, como si añoraran los tiempos de los riff y los ritmos trepidantes) y que el camino de la banda no solo era un suicidio comercial (cosa perfectamente respetable, véase Kid A) sino artístico (véanse millones de ejemplos) y que el siguiente paso solo podría ser (allá por 2025) un regreso a las bases con la cola entre piernas.
Pero no: las sucesivas escuchas giraron la opinión como un calcetín. Gracias, paciencia, la que seguro que no tuvo Anthony Fantano, la tuve yo. La segunda mitad del disco, la que no llegaba a disfrutar, sumido en el sueño, empezó a resplandecer, seguramente al decidirme a escucharlo de día. Y apareció el tema que le da título, con su poderoso y marcial bombo, su avance casi acústico, su tono narrativo y su solo de guitarra casi morriconiano, ojo, la cosa empezaba a mostrar sus capas y el escepticismo cedía a un entusiasmo que se había hartado de ser contenido. El siguiente tema lo confirmaba: la desinhibición era absoluta, la necesidad de reafirmarse en el cambio había quedado satisfecha y tocaba liberar el sonido: Big Ideas parecía ironizar sobre esa situación: "I had big ideas the band were so excited". Delicioso arreglo de cuerda y glorioso solo de guitarra que ha sido pasto de un aluvión de recreaciones. Este, por cierto, más cerca de David Gilmour de lo que cualquier trabajo de la banda podría hacer presagiar. Como si la condición de Alex Turner como líder aplastante pudiera ser puesta en duda. A los que dicen que este es un disco del solista (o de su proyecto alternativo The Last Shadow Puppets) no se les puede ni confirmar ni contradecir: el tono ligeramente frívolo de Hello You resulta curiosamente discordante pero volvemos a tener un arreglo de cuerda que remata a la perfección el tema. Y Mr Schwartz nos acerca al final con tonos de jazz fresco y casi tropical, (otra vez, las cuerdas) como si los Style Council hubieran rejuvenecido en un punto intermedio entre Paris, Rio de Janeiro y Philadelphia.
Prácticamente hemos destacado todo el disco. Pocos trazos de esa eventual dictadura creativa lo sea a costa de unos músicos abatidos y tiranizados. Menos aún de que el giro creativo sea una travesura o una apuesta a caballo perdedor. Siete discos son muchos para una banda como para entregar este destacadísimo ejercicio de eclecticismo y buen gusto en las influencias. Los incondicionales de sus primeros trabajos, ariscos y nervudos, demostrarán haber crecido con ellos asimilando su brillante evolución o despotricarán si pretenden esperar de la banda un bucle de repetición y hastío. Todo el mundo es libre de decidir. Todo el mundo puede optar por criticarles tras pocas y poco atentas escuchas. Claro. Ellos se lo pierden.
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