domingo, 23 de febrero de 2020

Nirvana: MTV Unplugged in New York

Año de publicación: 1994
Valoración: Imprescindible

Los Sony Studios de Nueva York y el 18 de noviembre de 1993 fueron el lugar y la fecha de este concierto acústico que supuso la última grabación de Nirvana, grupo que hoy hace doblete en dos de nuestros blogs: aquí y en Un libro al Día con la reseña de “Serving the Servant. Recordando a Kurt Cobain” de Danny Goldberg (podéis leerla AQUÍ)

Centrándonos en el disco, publicado en Noviembre de 1994 (7 meses después de la muerte de Kurt Cobain) y en 2007 con DVD y material inédito, hay dos aspectos dignos de mención y que en vista del posterior suicidio pueden parecer hasta premonitorios: uno sería la estética del concierto, con un escenario decorado con velas y flores que parecen sugerir un velatorio o un funeral y el setlist, que incluye varios temas en los que la muerte es clara protagonista.

Más allá de estas teorías premonitorias, el propio setlist de la actuación es fundamental a la hora de sugerir un cambio de “tendencia” o de “orientación” musical de la banda. Hay que recordar que los tres discos de estudio de Nirvana (“Bleach”, “Nevermind” e “In Utero”) oscilan entre el punk más desgarrado y “ruidista” y el pop más convencional. Pues bien, los  ocho temas propios incluidos en la grabación original son probablemente las canciones más pop o más melódicas de la banda. Además, y como si quisiera marcar distancias con tiempos pasados, resulta curiosa la no inclusión de los primeros singles de Nevermind e In Utero, el celebérrimo Smells like teen spirit y el Heart-Shaped Box.

Por otra parte, seis son las versiones incluidas en el disco: tres de los Meat Puppets, una de The Vaselines, el The Man who sold the world de Bowie y el final Where did you sleep last night de Leadbelly. Las inclusión de temas de las dos primeras bandas, contemporáneas de Nirvana, son una muestra del apoyo de Kurt Cobain a grupos a quienes admiraba y de la importancia que otorgaba a sus orígenes musicales. Con la interpretación de los otros dos temas, el de Bowie y el de Leadbelly, alcanza las cotas de mayor intensidad de un concierto en estado de gracia. No creo que me equivoque si digo que el The Man who sold the world de Nirvana es más conocido que el de Bowie (por algo será) y si digo que el Where did you sleep last night pone los pelos de punta a culquiera. Buscad el video por Internet. El tema comienza suave, lento, casi como una (macabra) canción de cuna. Lentamente crece, Novoselic, Groh, la guitarra de Pat Smear y el cello de Lori Goldston se van incorporando, la voz de Cobain sube de volumen… Llegamos al minuto 3:30. Silencio y parece que el tema vuelve a comenzar, pero es un espejismo. En el 3:51 Kurt Cobain comienza a aullar

My girl, my girl, don't lie to me

Tell me where did you sleep last night

In the pines, in the pines
Where the sun don't ever shine
I would shiver the whole night through


Hasta que la última vez que lo grita, en la última frase que canta en la que sería la última canción que grabara, vuelve a  aullar I would shiveeeeeeeeeeeeeer alargando la e unos segundos, la música para por un momento, the whole, Y AQUÍ ABRE SUS OJOS AZULES MIRANDO A LA NADA Y DICIÉNDOLO TODO, LANZA UN SUSPIRO y acaba night through. Buscad el vídeo, de verdad.

Acabo hablado un poco del sonido y los arreglos de las canciones. De cara al sonido destaca la utilización de baquetas con escobillas por parte de Dave Grohl. Si al bueno de Dave le dejan usar sus baquetas de siempre, revienta el concierto. Así, la voz de Cobain y el resto de instrumentos ganan protagonismo. En cuanto a los arreglos, es genial la introducción del cello es unos temas y un ambiente que le van como anillo al dedo.

Poco más que añadir. Se nota demasiado que fue uno de los discos de cabecera de mi adolescencia, ¿no?

domingo, 16 de febrero de 2020

David Bowie: Blackstar

Año de publicación: 2016
Valoración: muy recomendable

Cuatro años serán, espero, suficientes para juzgar un disco como este con cierta perspectiva. Es decir, una de las estrellas más destacadas de la música, una referencia que franquea ámbitos por todos los lados, desbordante, que publica un disco, el segundo digno y memorable desde que  su carrera iniciara un cruel descenso desde Scary Monsters (puede que Let's dance contuviera alguna canción memorable pero ninguno de sus discos posteriores hasta The Next Day había sido capaz de aportar material a su legado de clásicos) y que se muere dos días tras la publicación, en una serie de hechos que parecen diseñados por un perverso equipo de marketing.
O por un genio como Bowie, y perdonad que cuatro años no hayan sido suficientes para evitar preguntarse si Bowie era muy consciente de que ésta era su despedida como artista y decidiera vaciarse y entregar una especie de auto-elegía compendiando detalles de su carrera.
Aunque quizás The Next Day, un disco bastante digno aunque su voz sonaba triste y cansada, fuera un primer conato.
Blackstar suena poderoso desde el primer minuto. El tema que le da títulotítulo es un obvio resultado de la admiración de Bowie por Scott Walker y suena como las partes más accesibles de los discos menos accesibles del igualmente fallecido autor americano, ahora con Bowie declamando con marcialidad, su voz resonando en una especie de salmodia que parece definir el sonido del disco, cantando sobre ejecuciones en una temática muy parecida a ciertos temas de The Drift. Bowie suena elegante, especialmente cuando la canción se sitúa, a media duración, en una perspectiva más pop, y Bowie ya inflexiona, canta, narra. Blackstar, la canción, es una magnífica apertura que proclama las intenciones del disco, unas intenciones que se debaten entre los condicionantes de la obra cohesionada y esos aires, imposibles de alejar, de resumen de carrera, de despedida, no solamente las letras de las canciones, la posición final de una canción titulada (traduzco algo libremente) "No puedo regalarlo todo". Para la crítica fue algo difícil diseccionar el disco en dos días antes de que Bowie muriera y en general las opiniones sobre el disco se alumbraron bajo la enorme sugestión colectiva. Blackstar es un disco irregular, con magníficas piezas cuanto más lentas e introspectivas, con el artista dosificando su voz sin pretender sonar forzadamente energético: Lazarus(que parece homenajear a The Cure en su inicio), la canción que le da título, la muy íntima Dollar Days. No he oído la palabra Berlin a lo largo de todo el disco. Las piezas más dinámicas, alguna de ellas apelando al drum'n'bass, otras más rock, alguna coqueteando con el electrojazz, desequilibran levemente el disco, pero el conjunto es brillante, inspirado, conmovedor, aunque yo le quitaría algo de peso a tanto saxo, pero supongo que fue la manera de Bowie de homenajear al que fue su primer instrumento. Y casi es todo: hubo quien, desde la sobriedad de la portada, opinó que Bowie había dedicado un disco a la muerte. Desde luego fue (no era difícil) su mejor disco en décadas y desde luego como colofón a su carrera se nota que Bowie tuvo especial empeño en que el disco dejara huella.

domingo, 9 de febrero de 2020

Semana del Cine, Spin-Off. Themeology. The Best of John Barry


Año de publicación: 1997

Valoración: imprescindible

Esto de que un blog literario dedique una semana al cine tiene sus cosas. Me ha dado por imaginar algo que difícilmente existió: una enemistad entre John Barry y Ennio Morricone. Basada en los típicos asuntillos de egos artísticos, indignados porque uno fuera tenido en cuenta para algún proyecto de relumbrón, los ví asistiendo a una gala de entrega de premios, situados estratégicamente por los organizadores en mesas alejadas, poniendo cara de póker cuando el otro se levantaba a recoger algún galardón.
Supongo que afortunadamente no fue así. Lo espero, vamos, porque siempre he concebido a los grandes compositores de música para películas como tipos amables, anónimos, meticulosos y geniales con un smoking guardado en el armario para cuando tenían que mezclarse con ese mundo de farándula en el que pretendían no encajar. Arrinconados por los puristas de la música alternativa y ninguneados por el elitista cosmos de la música clásica. 
Pero el mundo anda con paso firme y hace décadas hacia el mestizaje. No es que haya hecho que ese colectivo (el que incluiría a Mancini, Badalamenti, Shore, Schiffrin, Herrmann, Zimmer y otros muchos) sea más conocido. Cuesta mucho ponerles cara. Pero sí que ha actuado hacia el lado correcto. Hemos visto cine y hemos asumido el sonido que le ha acompañado. Hemos dejado que escenas e imágenes queden indisociadas de la música que les prestó respaldo. No solo las cuerdas acompasadas con la mano de la madre de Norman o el silbido acompañando a Darryl Hannah por el pasillo del hospital. La música concebida para acompañar a imágenes puede volar por sí sola y ya ha habido compositores para películas que no han existido.
Es decir: de la gloriosa obra de John Barry he de decir que solo recuerdo haber visto unas cuantas películas de James Bond y dormido a gusto en la platea mientras proyectaban Memorias de África. Pero no me hace falta sincronizarme con nada para apreciar el escandaloso (e influyente) tema para The Ipcress file, que seguramente era una discreta película policial protagonizada por Michael Caine y con alguna implicación con la guerra fría. O saborear los aires de melancolía pop del tema para Midnight Cowboy. O recordar los esplendorosos dos minutos que abrían cada capítulo de Los persuasores. Barry compuso clásicos instantáneos ajenos al éxito o al taquillaje de las películas que los acompañaban. Ganó 5 Oscar, y en alguno de ellos se le derramó el tazón de azúcar. Compuso el tema de James Bond e hizo que todo el mundo pensara que nadie podía cantar mejor que Shirley Bassey. Grabó una obra maestra para anunciar un champú. John Barry falleció en 2011 y su obra influía ya entonces y sigue haciéndolo. Recopilatorios como este, incluso algunos más exhaustivos y ambiciosos, deberían lucir en estanterías al lado de grandes obras maestras de pop y rock. Aunque su autor no haya salido en ningún video clip.

domingo, 2 de febrero de 2020

Goldfrapp: Tales of us

Año de publicación: 2013
Valoración: muy recomendable

La condición o atributo de "ser camaleónica" ha sido frecuentemente adjudicada a la carrera de Madonna. Permitidme la discrepancia. Madonna es una estrella del ámbito comercial que ha ido asimilando sonidos que han abierto camino antes. Se ha adaptado constantemente y eso puede ser loable pero no es ser original.
Goldfrapp, en cambio, han optado por abrir ellos sus vías. Su espectacular debut es un fascinante ejercicio indefinible de pop electrónico noir pringado de influencias por todos los lados. Pero el grupo se decidió a desconcertar en todos sus pasos. Siete discos en dos décadas y ninguno ha tenido gran cosa que ver con cualquiera de los otros, especialmente con aquel que le precedió. Tales of us, sexto disco publicado en 2013, siguió a uno de sus experimentos con el disco-pop, el irregular Head first. El tono crepuscular, sugerido por título y por sobria portada en blanco y negro, apuntó un relativo regreso a las aguas calmas (con turbias corrientes bajo la superficie) de su debut. Pero no: Tales of us cuenta con menor presencia de los teclados y del tratamiento del sonido. Donde Felt mountain era un disco que apuntaba perversiones y amagaba con detalles sórdidos aquí y allá, Tales of us es un disco más orgánico, guitarras y cuerdas están presentes en primeros planos ineludibles. Parece una mirada atrás hacia ese pasado de excesos sugeridos en letras surrealistas. Aquí las canciones tienen nombres de mujer (todas menos la soberbia Stranger) y, con la excepción del ritmo dislocado de Thea, el tono reflexivo abunda, sea en baladas clásicas como en números de tenues aires folk (serios, sin la ironía que desprendían en Seventh Tree, otro de sus discos que crece con las escuchas), como si Alison Goldfrapp hiciera un repaso retrospectivo de su historial amoroso y tuviera algo que dedicar a cada uno de esos nombres.
Otra vez estas composiciones son de otro mundo. Música con poderosa personalidad, quizás pueda hablarse de Kate Bush o Françoise Hardy como influencias que se atrapan, pero un trabajo sólido, cohesionado, con un aire de irrealidad al que ayudan los elegantes videos de soporte en blanco y negro, ligeramente dramáticas, trágicas, desasosegantes en la búsqueda de lo oscuro, de lo oculto y escondido. Annabel, sobre la identidad sexual, Drew, subyugante con sus golpes y su exquisita orquestación, explícito de forma elegante. Las cuerdas gobernando por doquier, la voz de Alison Goldfrapp siempre situada en su sitio y exudando una sensualidad equívoca, otoñal. Solo saber que fueron capaces de experimentar con el sonido y llevar más allá los hallazgos sonoros en su debut impiden considerar a este disco otra obra maestra. Pero por muy poco,