sábado, 23 de septiembre de 2017

KLF: The White Room

Año de publicación: 1990
Valoración: imprescindible

Llamar a The KLF grupo musical, o banda, de acuerdo con lo leído en Caos y magia puede que les quede un poco estrecho. Pero este blog habla de discos.  E igual que hemos de ignorar sus devaneos previos bajo otros nombres, sus aventuras paralelas, los discos en que puede que estuvieran involucrados, hemos de centrarnos en este The White Room, LP oficial de inauguración y a la vez clausura de su carrera, disco publicado en 1990, no tan lejos de discos como Technique de New Order, ejemplos de la asimilación de lo electrónico por una escena musical, la inglesa, todavía acaparada por las estructuras pop y rock. Y qué decir. El disco es excelente. Y aunque su hábitat natural sea la pista o incluso los atronadores altavoces de cualquier fiesta en las carreteras orbitales de Londres, os aconsejo una atenta audición con auriculares. Casi tres décadas después, aún suena vivo, fresco y potente. Y aunque los singles (la Stadium House Trilogy) dominan y polarizan la escucha, nada de lo demás sobra. Como si se tratara de un disco conceptual, ciertos ganchos regresan puntualmente, fruto obvio de la liturgia autoreferencial y de la total confianza del dúo en un material sonoro que ya se había testado y al cual solamente le faltaba ser completado en un ámbito más profesional y menos "inflamado" por todas las cuestiones que la banda arrastraba en varios frentes: su defensa de la libertad de los derechos de copia (Kopyright Liberation Front: se habían ido a Suecia a destruir copias de sus discos fusilando a ABBA con el sampler), sus derivas intelectuales, sus proyectos paralelos. etc.
The White Room pasaría por ser uno de los discos más consistentes hasta ese momento (1990) de los dedicados a la música electrónica, terreno reservado al formato 12 pulgadas y a los discos de sesión. KLF consiguieron generar un sensación distinta, con nexos que unen las canciones, con idas y venidas de melodías y mensajes, cohesionado más en espíritu que en sonido. El acid house con el TB 303 desbocado atrona en What time is love y en Last train to Trancentral, auténticos huracanes de cautivar a las masas, adornadas con vídeos delirantes donde la banda se despacha a destajo con su extraña filia por las túnicas, las caperuzas, las estructuras triangulares, el contraluz y cierta estética mezcla de barco pirata y extra de Mad Max. 3 AM Eternal, tercer hit, navega aguas algo más tranquilas en lo rítmico, pero las soflamas, los gritos, continúan. Carne de lista de éxitos, sus ventas espectaculares no fueron ni siquiera el acicate suficiente para que el trabajo tuviera continuidad. Un cuarto single, Justified and ancient, contó para su publicación en single (no incluida en este disco) con la chocante y discordante presencia (que sin embargo, funciona) de una vieja gloria del country de Nashville: Tammy Winette.
Pero el resto no es material de relleno: la segunda cara decelera y juega, vía vocales, con ambientes más cercanos al dub (The Orb fue otro de los proyectos con los que los miembros del grupo tuvieron algún contacto), en The white room o en No more tears y demostrando, con su sutileza, que su parón, fuera lo que fuera lo que lo motivó, nos privó de unos cuantos buenos momentos que no sabemos en qué quedarán.

domingo, 17 de septiembre de 2017

Lou Reed: Transformer


Año de publicación: 1974

Valoración: imprescindible

Para su segundo disco en solitario tras dejar la Velvet Underground, Lou Reed decidió recurrir a las amistades. Nada menos que David Bowie interviene produciendo y aportando voces (muy distinguible su voz entonando los pom-pom-pom en Satellite of love). Y, sin renunciar a su personalidad como artista, la maniobra surge efecto. Un efecto deslumbrante, porque habrá quien prefiera la agresividad de sus discos en vivo o la tristeza de Berlin, pero Transformer es el disco por antonomasia de su autor y, seguramente, una de las piezas clave en la historia de la música, renunciando al impacto sonoro (todo en este disco es tan sutil, con una especie de elegancia perezosa que impregna cada surco), otorgando protagonismo a las partes vocales (casi recitadas, marca de la casa), pero a la vez compensando la parte instrumental en un equilibrio prodigioso que muchos llevan tiempo intentando imitar. Cuestión difícil: Transformer tiene, entre otras muchas cualidades, la de sonar como un disco donde su autor ha vivido en ese mundo que describe. Aquello de la autenticidad. Sin ser necesario entender las letras, y aunque la historia acumulada por Reed - amistad con Warhol,  ambigüedad, adicciones, etc. - ya se encarga de advertirnos, estas son historias donde los personajes marginales pululan. Ya la contraportada del disco en vinilo mostraba una poderosa imagen: mujer atractiva de aspecto ambiguo con chulo en peculiar pose luciendo considerable erección palpitante bajo el blue-jean. Y todo oscuro y como de callejón o trastienda de club nocturno y de ambiente a la vez fascinante y poco recomendable. 
Pero todo eso carecería de relevancia si no lo acompañase el ramillete de espléndidas canciones con condición de clásico instantáneo que desfilan una por una, encabezadas por el tema más paradigmático del cantante (ergo: la canción que tanto reportero original se aventuró a situar de fondo cuando falleció): la eterna, aunque sobreexpuesta Walk on the wild side, a la que siguen canciones en apariencia sencillas pero con una inspiración y un poder evocador considerables. Satellite of love, conducida por el piano y dispuesta a que Rufus Wainwright la usase de inspiración para toda su discografía. Wagon wheel, guitarra rítmica que acompaña un medio tiempo en el que Reed parece estar lo más cerca de cantar con aires clásicos, Make up, canción de amor que parece esconder algo turbio, con un cierto aire cabaretero (parece un oboe lo que contesta la voz en cada verso) acompañando ese vals con aires despedida que es Goodnight ladies, evocada una y otra vez en la futura carrera de Tom Waits, y otro de los futuros clásicos, Perfect day, o como hasta las estrellas del underground neoyorquino de los setenta nombraban la sangria in the park mucho antes del bochornoso café con leche.
Transformer es de esos discos (normalmente grandiosos) que se explican mucho mejor simplemente sugiriendo al oyente que lo escuche y se deje llevar. Por algún motivo Lou Reed parecía asociado a un sonido más contundente (supongo, el riff de Sweet Jane en Rock'n'Roll live) y la sutileza y la aparente simplicidad de su sonido pueden desarmar al oyente. Pero a ello sigue la seducción: una seducción incómoda y desconcertante por cuanto Reed parece juguetear con el equívoco y tender un anzuelo hacia un recorrido perturbador. Se dice que acabó siendo un disco más de Bowie que de él, lo cual desde luego está muy lejos de ser considerado un defecto. Inexplicable, pero una de las cumbres de la música de todos los tiempos.

domingo, 10 de septiembre de 2017

Kraftwerk: Trans Europe Express

Año de publicación: 1977
Valoración: imprescindible

Desde la extraordinaria portada de regusto kitsch, con la firma del laboratorio fotográfico al  pie, con los miembros del grupo vestidos de voyalabodademihermanalamediana, con ese fondo degradé, con esa superposición de imágenes ligeramente desproporcionada, hasta el último eco de la última canción, este disco puede, y que me perdone todo aquel que se sienta aludido, que sea el más merecido imprescindible de los que por aquí han desfilado, Cuestión que a lo mejor no responda en el sentido estricto a sus méritos musicales, que son extraordinarios. Imprescindible lo es porque, cuatro décadas después de su publicación y, aparte de que sus sonoridades adelantadas a su época no han envejecido un ápice, el torrente de música que este y otros discos de Kraftwerk provocaron no ha cesado. De hecho, si nos tomáramos la molestia de escarbar hacia atrás en todas las direcciones de influencia de muchas de las grandes corrientes musicales dominantes, puedo afirmar que hallaríamos a Kraftwerk en un muy elevado porcentaje.
En esta extraña época de cultura skip en que nos encontramos, en que se es tan cruel con el producto que no entra a la primera, he de decir que este disco ya valdría la pena solamente por unos pocos segundos de la canción que le da título. El mero crescendo de siete notas, la última de ellas alargada, junto al bajo sintetizado y el ritmo maquinal, justo antes de irrumpir la voz tratada con vocoder. Si este disco solo tuviera esos treinta segundos, ya sería más que suficiente para considerarlo una obra maestra inapelable, por todo lo que ese breve lapso implicaría de innovación, de adelantarse a su tiempo, de hallazgo. Pero nos perderíamos todo el resto. Claro que el disco está aglutinado en torno al concepto de la canción, Trans Europe Express, que esta evoca un recorrido hipotético en tren, que el ruido metálico de los rieles y su ritmo (y los otros trenes que se cruzan) se musicalizan para adaptarlos y lanzarse a una especie de improvisación sobre ellos (continuada en Metal on Metal, más explícito como título no se puede ser). Pero limitarse a ello es perderse demasiadas cosas. Europe Endless, otro homenaje al continente (curioso que se muestren tan globales: alemanes de la generación que ha madurado mientras sus padres y abuelos intentan pasar página de la mayor tragedia europea de todos los tiempos), esta vez en forma de ritmo acompasado, perezoso, dominado por un regusto clásico y con cierta marcialidad que resulta fascinante. Showroom dummies, anticipándose por años al hieratismo y estaticidad del tecno-pop y el new-romantic. Hall of mirrors, a la medida de cualquier película de Fritz Lang. Franz Schubert, que recupera parcialmente el ritmo y la tonalidad de aires impresionistas de Europe Endless. O dicho de otra manera: Kraftwerk remezclándose a sí mismos.
En una época en que la duración promedio de los discos, por las limitaciones del formato vinilo, no excedía de los 40 minutos, Kraftwerk supo no desperdiciar un segundo. Supo continuar con la línea de aires temáticos que había sido el percutor de su ascenso a la aclamación global. Supo usar cada segundo para reivindicar su visión de la música, una visión que a veces puede parecer distante y corporativa por una cuestión puramente estética. Mientras alguno de sus compañeros de los inicios del Krautrock desbarraban en contoneos neo-hippies y en devaneos con la pura anarquía y caos sonoro (cuestión respetable que algún día trataremos aquí), ellos, personalidad, firmeza, determinación, continuaron por su vía.
O mejor dicho, por su raíl.

domingo, 3 de septiembre de 2017

Pulp: Different Class

Año de publicación: 1995
Valoración: imprescindible

Para ser sincero, he cedido algo a la elección obvia aquí. Porque podría haber elegido His'n'hers, juguetón, chispeante, rotundo, o This is hardcore, maduro, reflexivo, otoñal, y hubiera cambiado solamente el año de publicación, sin alterar valoración. Así que este disco se sitúa en el centro de un trío impecable de obras maestras y despunta solo un poquitín por ser el disco del grupo por antonomasia, incluir una de sus canciones más célebres (Common people, versioneada hasta la saciedad, con excelentes resultados como los Manel) y situarse en el tiempo como una mosca cojonera, incordiando y terciando en esa guerra que convirtió a Blur y Oasis en las dos referencias del britpop.
Wow, el britpop. Uno (otro) canto de cisne de la dominación musical británica que se arrastraba desde los tiempos de los Beatles, seguramente el último movimiento identificable con resultados artísticos y comerciales de un cierto nivel, otra etiqueta con la cual resituarse en el centro del universo musical, pero, pasadas dos décadas, un cinturón demasiado compresivo para abarcar elementos demasiado dispares. Porque podríamos llamar britpop a muchos músicos que simplemente pasaban por ahí o grabaron algún disco por aquel entonces o se apuntaron al carro con tal de acaparar portadas de semanarios y primeras líneas de estanterías, en una época en que los CDs se vendían como rosquillas. Inspiral Carpets, Happy Mondays, The Farm (puagh), Stone Roses, Paris Angels, World of Twist, Radiohead, Manic Street Preachers, Primal Scream, Ride, Suede, y me dejo unos cuantos, todos ellos se relacionaron con la etiqueta de una forma u otra, algunos superaron esa limitación, otros (Oasis: dos discos magníficos seguidos de un montón de discos atroces) parecen vivir de las rentas y de los royalties  que generaron sus himnos para adolescentes en uniforme.
Pero qué hago: a Pulp esa etiqueta les iba muy pequeña. Primero porque venían de las penurias de discos ignorados y después porque no eligieron el momento de su eclosión, las cosas vinieron así. Y después porque, incluso desde la perspectiva de sus inteligentes letras (insisten en el libreto: no leas las letras mientras oyes la música) era claro que su huida de los estereotipos los situaba en un nivel diferente. Y Different class, hasta los topes de clásicos, no lo desmiente ni en un segundo de su intensa escucha. Un disco variado pero sorprendentemente unitario, con una banda poderosa, después de rodarse en su brillante predecesor, que arranca potentísimo con Mis-shapes, poderosos golpes de ritmo y cambios de tempo, estribillo en dos fases con imparable acelerón como si el grupo pudiera permitirse atropellar en cuatro minutos con más ideas que las que algunos de sus "compañeros" de movimiento (más ocupados algunos en copiar a los Beatles o a los Stones o a los Who) metían en un disco completo. Empezar con esa canción inapelable ya nos previene sobre lo que se acerca: Pencil skirt suena elegante y muy british, preámbulo de Common people y a las que seguirán un reguero de canciones que dieron forma a una generación: Live Bed Show es la extraordinaria crónica de una ruptura desde la perspectiva de una vieja cama de cuyos crujidos nocturnos los vecinos han dejado de quejarse ('cos it never makes a sound), Disco 2000 parece juguetear en su riff con el estribillo de Gloria. Y la gloria se alcanza muchas veces: Different Class fue un disco repleto de singles: Sorted out for E's and wizz se convirtió en una especie de himno de esa generación rave con la que Pulp parecía cohabitar la mar de bien, los aires bucólicos de Something changed...cualquier canción puede mencionarse por uno u otro detalle.
Supongo que en algún momento Jarvis Cocker, carismático líder de la banda y nominado no sé cuántas veces como persona más cool de Inglaterra, se preguntaría qué fallaba en sus primeros discos y qué botón tocaron para elevarse a estos niveles estratosféricos. Different Class es impresionante en su sonido absolutamente atemporal, en sus guiños sonoros (las cuerdas de I Spy, la pulsación krautrock de Common People, el fraseo exacto de Cocker, influido en su justo punto por Bowie o Scott Walker, la modernidad emanente de la omnipresencia de los teclados sin renunciar a su condición de banda de estructura clásica -esas guitarras con feedback-, sus guiños obvios a la cultura dance y a la escena electrónica), pero pocos discos acumulan tantos méritos artísticos y consiguen a la vez, sin parecer pretenderlo, convertirse en emblemas de su época.