Valoración: imprescindible
Llamar a The KLF grupo musical, o banda, de acuerdo con lo leído en Caos y magia puede que les quede un poco estrecho. Pero este blog habla de discos. E igual que hemos de ignorar sus devaneos previos bajo otros nombres, sus aventuras paralelas, los discos en que puede que estuvieran involucrados, hemos de centrarnos en este The White Room, LP oficial de inauguración y a la vez clausura de su carrera, disco publicado en 1990, no tan lejos de discos como Technique de New Order, ejemplos de la asimilación de lo electrónico por una escena musical, la inglesa, todavía acaparada por las estructuras pop y rock. Y qué decir. El disco es excelente. Y aunque su hábitat natural sea la pista o incluso los atronadores altavoces de cualquier fiesta en las carreteras orbitales de Londres, os aconsejo una atenta audición con auriculares. Casi tres décadas después, aún suena vivo, fresco y potente. Y aunque los singles (la Stadium House Trilogy) dominan y polarizan la escucha, nada de lo demás sobra. Como si se tratara de un disco conceptual, ciertos ganchos regresan puntualmente, fruto obvio de la liturgia autoreferencial y de la total confianza del dúo en un material sonoro que ya se había testado y al cual solamente le faltaba ser completado en un ámbito más profesional y menos "inflamado" por todas las cuestiones que la banda arrastraba en varios frentes: su defensa de la libertad de los derechos de copia (Kopyright Liberation Front: se habían ido a Suecia a destruir copias de sus discos fusilando a ABBA con el sampler), sus derivas intelectuales, sus proyectos paralelos. etc.
The White Room pasaría por ser uno de los discos más consistentes hasta ese momento (1990) de los dedicados a la música electrónica, terreno reservado al formato 12 pulgadas y a los discos de sesión. KLF consiguieron generar un sensación distinta, con nexos que unen las canciones, con idas y venidas de melodías y mensajes, cohesionado más en espíritu que en sonido. El acid house con el TB 303 desbocado atrona en What time is love y en Last train to Trancentral, auténticos huracanes de cautivar a las masas, adornadas con vídeos delirantes donde la banda se despacha a destajo con su extraña filia por las túnicas, las caperuzas, las estructuras triangulares, el contraluz y cierta estética mezcla de barco pirata y extra de Mad Max. 3 AM Eternal, tercer hit, navega aguas algo más tranquilas en lo rítmico, pero las soflamas, los gritos, continúan. Carne de lista de éxitos, sus ventas espectaculares no fueron ni siquiera el acicate suficiente para que el trabajo tuviera continuidad. Un cuarto single, Justified and ancient, contó para su publicación en single (no incluida en este disco) con la chocante y discordante presencia (que sin embargo, funciona) de una vieja gloria del country de Nashville: Tammy Winette.
Pero el resto no es material de relleno: la segunda cara decelera y juega, vía vocales, con ambientes más cercanos al dub (The Orb fue otro de los proyectos con los que los miembros del grupo tuvieron algún contacto), en The white room o en No more tears y demostrando, con su sutileza, que su parón, fuera lo que fuera lo que lo motivó, nos privó de unos cuantos buenos momentos que no sabemos en qué quedarán.