Valoración: muy recomendable
Barry Adamson es de esos músicos prácticamente desconocidos para el gran público cuya trayectoria hay que explicar citando nombres y entonces es cuando las referencias se convierten en inmejorables. Antes de iniciar su carrera en solitario, Adamson fue bajista para los Buzzcocks, Magazine, Visage y los Bad Seeds de Nick Cave. Ahí es nada el ramillete de bandas a las que perteneció. Un músico siempre en la sombra, que cuando abordó su carrera en solitario reveló las influencias en su estilo y sorprendió a más de uno. Donde cualquiera hubiera desgranado obviedades, Adamson muestra a Barry, Lalo Schiffrin o Bernard Herrmann. Nada de tópicos funkoides. La herencia recibida se recicla y muestra en su esplendor en su obra, que fue calificada en muchas ocasiones con adjetivos como humeante, cinemática, poderosa en lo visual.
Soul murder, su tercer disco, es una inmejorable muestra de ello. Lejos de circunscribirse en su estilo, este falso score que incluye piezas que parecen diálogos de películas (que predice un James Bond de color décadas antes de Idris Elba) acumula toda serie de inspiradas piezas instrumentales que no desmerecerían si fueran acompañadas de soporte visual a medida. Por eso el disco es una especie de recorrido húmedo y misterioso que decanta hacia el jazz noir pasado por tamices de dub, de electrónica, de minimalismo pero también de grandilocuencia. Y cuesta imaginar otros músicos tan despreocupados de ofrecer al oyente algo diferente a lo que su currículum haría prever, y en ello Adamson se apunta triunfo tras triunfo pues es capaz tanto de apelar a sonidos empapados de melancolía como alegres tonadas que suenan a existencialismo, pero la variedad del disco es notable e incluso se permite homenajear a John Barry y el tema de 007, cuestión que muestra ambición y desinhibición a partes iguales.