Se ha hablado mucho en los últimos tiempos de Bruno Mars. Hay quien le sitúa en la línea musical de Stevie Wonder, hay quienes lo colocan como el sucesor de Prince, hay incluso quienes lo comparan con Michael Jackson (por favor, un respecto al rey del pop..., que ya somos mayorcitos para dejarnos encandilar por el primero que presenta ciertas tablas...). En cualquier caso, es indudable que estamos delante de un gran artista, aunque habrá que ver si la prometedora carrera musical que inició hace únicamente tres discos sigue evolucionando o se estanca. De momento, nada parece que limite su ascenso, sino al contrario.
Venía Bruno Mars de un primer disco («Doo-Wops & Hooligans») marcado especialmente por canciones pegadizas, marcadamente comerciales, baladas a ritmo medio, buscando un mercado claramente amplio. Su segundo álbum («Unorthodox Jukebox») ya iba más encaminado a melodías más cercanas a la música disco, con acompañamientos electrónicos, sintetizadores, aunque sin dejar de lado las baladas. Diríamos que un disco más maduro, aunque probablemente inferior en calidad al primero. Y llegó «24K Magic», con un Bruno Mars plenamente situado entre las estrellas del escenario musical mundial. Un ascenso meteórico, basado principalmente en su capacidad escenográfica y, claro está, su talento.
Entre todas las piezas del álbum, destacaría principalmente «24K Magic» que da entrada al álbum, empezando con una serie de coros modulados electrónicamente, que dan paso a una composición musical perfecta, potente, equilibradamente editada. Sonido limpio, pocos instrumentos, los justos para que la batería y el bajo pegue con fuerza, al ritmo de la voz de Bruno Mars y los sintetizadores que marcan la melodía de la canción. Rapeando durante gran parte de la canción, la potencia de la misma viene del estribillo, que nos devuelve a esa música sintetizada de los años 80, música disco a pleno rendimiento. A «24K Magic» le sigue «Chunky», canción con un ritmo a medio tempo, entonación, ritmo y calidez que recuerda mucho a Craig David, con esas pausas intencionadas que dan paso a casi susurros. Canción íntima, sensual, perfectamente acompañada por coros femeninos que acompañan el estribillo, alternando la parte vocal con la del propio Bruno.
Parte central del disco con melodías más suaves, más a ritmo lento, música más íntima, que en ocasiones puede recordar a las TLC en «That's what I like» o incluso, sí, va, lo reconozco, a Michael Jackson en «Versace on the floor». Porque no nos engañemos, esta es la gran canción del disco, es el gran homenaje de Bruno Mars al «Rey del Pop", una canción que en su tramo inicial bien podría ubicarse dentro de las grandes baladas del artista, con una voz limpia y casi tímida, suplicante, íntima y tristes. Pero no solo eso, también en su puente, con una voz algo forzada, que nos trae directamente recuerdos del gran Stevie Wonder.
Siguen tres canciones que pasan sin pena ni gloria, para acabar el álbum con «Too good to say goodbye», una buena balada final para cerrar el disco, con la voz de Bruno Mars acompañada de una batería suave, lejana, y, en ocasiones, un piano casi en solitario que permite que la voz de Bruno se sitúe en primer plano, cogiendo el protagonismo de la canción y que deja paso a un estribillo de coros que nos devuelve a los años sesenta y setenta de The supremes y la música negra coral.
Así, con este álbum, Bruno Mars hace un recorrido por la música pop y disco que le han marcado en su infancia, y nos recupera la sensación es de aquella música que fue, en gran parte la precursora de mucha de la música negra actual.
Y claro, para poder valorar plenamente al artista, ¿qué mejor que verlo en directo? ¡Allá vamos!
Escenario: Estadi Olímpic Lluís Companys, Barcelona. 20 de junio de 2018. Hora de inicio 22h.
Bueno, decir hora de inicio 22h es algo aproximado, pues lamentablemente el concierto empieza con treinta minutos de retraso, unos treinta minutos que el público aguantó bien al principio, con DJ Rashida como telonera, pinchando música hip-hop y funk, amenizando la velada, pero que, al llegar a la media hora, el baile de la gente se convirtió en fuertes silbidos y abucheos. No empezaba muy bien el concierto, y parecía un presagio de lo que vendría después.
Y finalmente apareció Bruno Mars y, hay que reconocerlo, arrancó cómo se esperaba: música a todo volumen, efectos pirotécnicos que sorprendieron al público combinados con la música y una coreografía bien ejecutada, y efectos lumínicos que preparaban el escenario perfecto para el lucimiento del artista. Parte inicial del concierto donde el artista se movía a su gusto, con canciones que imprimían el ritmo que las almas que inundaban la pista reclamaban, con canciones como «Treasure» (con sus marcados ritmos funk), «24K Magic», «Chunky». Todo funcionaba a la perfección: inicio trepidante, Bruno Mars marcándose sus primeros pasos de baile, sonido bien equilibrado, músicos haciendo la coreografía, todo iba según lo esperado, llegando al momento álgido con «Versace on the floor» (con un público muy entregado) a la que le sigue una lograda «Marry you».
Pero aquí aparecen los primeros síntomas de agotamiento de la fórmula: coreografía cada vez más ausente, los efectos pirotécnicos que ya no sorprendían, y Bruno que arranca con un «When I was your man» que empieza bien, pero que el alto volumen del teclado tapa su voz y estropea una muy buena canción, pues el piano se sobrepone a la voz del cantante y con ello eclipsa una estela que brillaba fuertemente hasta el momento. Y en lugar de corregir la situación, otro episodio que lastra más la actuación: Bruno presenta a los músicos, dejándoles espacio para los solos, y el teclista se anima a realizar uno de los solos de teclado más largos, interminables, caóticos y mal ejecutados que uno recuerda. Y claro, también hay un turno para el saxo, en este caso mucho más corto, pero totalmente insulso (y ya es difícil no emocionar con un saxo, y más si uno piensa en como lo toca Clemons de la e-street band, y no hablamos de Clarence, que ya era algo estelar, sino incluso de su sobrino Jake).
A partir de aquí, reaparece Bruno Mars para terminar con un trio de canciones que sirvieron para levantar otra vez el ánimo, pues hablamos de «Locked out of heaven» (con su entrada al estilo de The Police), «Love the way you are» (donde Bruno no encontró la octava de la canción hasta la segunda estrofa) y finalmente, sí, la gran «Uptown Funk» de Mark Ronson, la que probablemente es la mejor canción de la discografía de Bruno Mars, aunque esta vez sin apenas coreografía en el concierto. A pesar de eso, ahí sí, el público totalmente entregado, el colofón que les dejaría con un buen regusto final de concierto. Y poco más, no hubo más vises, no hubo más extras, no hubo más gestos.
En resumidas cuentas, el concierto se quedó en poco más que eso: parece como si la hora y media justita (sí, solo hora y media) de concierto, se le hiciera larga al artista, pues el concierto fue claramente de más a menos, solo salvado por un final donde el público recobró la conexión con el artista y vibró de nuevo al ritmo de su música y su baile. Parece como si el cambio de vestuario que el músico hizo hacia el tramo final (durante los solos de teclado y saxo) le hubieran dado una dosis de fuerza para acabar el concierto con un buen regusto. Y el resultado final es correcto, aunque no podemos olvidar las lagunas existentes y sería bueno que las corrigiera si quiere seguir atrayendo a los conciertos a aquellos fans que ya no se dejarán sorprender con lo mismo. Porque pasada la euforia del momento, y horas después de terminar, el concierto acaba dejando una sensación bastante fría, con un Bruno Mars que parecía no tener muchas ganas de buscar complicidades con el público (a excepción de momento en castellano en la canción «Calling all my lovelies» que resultaron forzadas y hasta incluso vergonzantes).
Esperábamos mucho del show de Bruno Mars, y más aun teniendo en la retina grabada su actuación estelar en la Superbowl (según parece, la más reproducida en Youtube, que no es poco). Era difícil llegar a ese nivel, al menos de forma sostenida. Hubo algunas lagunas evidentes y motivos por los cuales no lo consiguió: falta de conexión, falta de sorpresas, voz y sonido con algunos fallos evidentes y falta de coreografía, pues en muchas ocasiones el cantante se quedaba solo en los bailes (sus acompañantes eran los músicos, y claro, es difícil hacer dos cosas a la vez y hacerlo con nivel alto). Faltaba impacto escénico y más recursos, no únicamente musicales sino como espectáculo; no ayudaba el escenario, plano, y sin pasarelas para acercarse a un público que lo hubiera agradecido. Parece que los fuegos pirotécnicos iniciales fueron el prólogo de lo que vendría, una metáfora de un gran impacto al inicio, pero sin dejar poso. El concierto sorprendió más por los efectos que por la música, y el espectáculo, cuando se está al nivel al que se le supone al músico, no puede fallar en su parte principal: la música. Y es que centrar todo el espectáculo en torno a la figura de Bruno Mars puede lastrar mucho la actuación si no se acompaña de una buena coreografía, y creo que eso es, temas de sonido aparte, lo que el público más echó de menos.
Así, uno termina el concierto y, a pesar de haber disfrutado por momentos, se va del estadio pensando: «¿y se supone que Bruno Mars debe ser el nuevo rey del espectáculo?» Porque si esta es la intención y si se trata de hacer un buen show en solitario, mejor que hable con Robbie Williams que le contará cómo hacerlo.
Venía Bruno Mars de un primer disco («Doo-Wops & Hooligans») marcado especialmente por canciones pegadizas, marcadamente comerciales, baladas a ritmo medio, buscando un mercado claramente amplio. Su segundo álbum («Unorthodox Jukebox») ya iba más encaminado a melodías más cercanas a la música disco, con acompañamientos electrónicos, sintetizadores, aunque sin dejar de lado las baladas. Diríamos que un disco más maduro, aunque probablemente inferior en calidad al primero. Y llegó «24K Magic», con un Bruno Mars plenamente situado entre las estrellas del escenario musical mundial. Un ascenso meteórico, basado principalmente en su capacidad escenográfica y, claro está, su talento.
Entre todas las piezas del álbum, destacaría principalmente «24K Magic» que da entrada al álbum, empezando con una serie de coros modulados electrónicamente, que dan paso a una composición musical perfecta, potente, equilibradamente editada. Sonido limpio, pocos instrumentos, los justos para que la batería y el bajo pegue con fuerza, al ritmo de la voz de Bruno Mars y los sintetizadores que marcan la melodía de la canción. Rapeando durante gran parte de la canción, la potencia de la misma viene del estribillo, que nos devuelve a esa música sintetizada de los años 80, música disco a pleno rendimiento. A «24K Magic» le sigue «Chunky», canción con un ritmo a medio tempo, entonación, ritmo y calidez que recuerda mucho a Craig David, con esas pausas intencionadas que dan paso a casi susurros. Canción íntima, sensual, perfectamente acompañada por coros femeninos que acompañan el estribillo, alternando la parte vocal con la del propio Bruno.
Parte central del disco con melodías más suaves, más a ritmo lento, música más íntima, que en ocasiones puede recordar a las TLC en «That's what I like» o incluso, sí, va, lo reconozco, a Michael Jackson en «Versace on the floor». Porque no nos engañemos, esta es la gran canción del disco, es el gran homenaje de Bruno Mars al «Rey del Pop", una canción que en su tramo inicial bien podría ubicarse dentro de las grandes baladas del artista, con una voz limpia y casi tímida, suplicante, íntima y tristes. Pero no solo eso, también en su puente, con una voz algo forzada, que nos trae directamente recuerdos del gran Stevie Wonder.
Siguen tres canciones que pasan sin pena ni gloria, para acabar el álbum con «Too good to say goodbye», una buena balada final para cerrar el disco, con la voz de Bruno Mars acompañada de una batería suave, lejana, y, en ocasiones, un piano casi en solitario que permite que la voz de Bruno se sitúe en primer plano, cogiendo el protagonismo de la canción y que deja paso a un estribillo de coros que nos devuelve a los años sesenta y setenta de The supremes y la música negra coral.
Así, con este álbum, Bruno Mars hace un recorrido por la música pop y disco que le han marcado en su infancia, y nos recupera la sensación es de aquella música que fue, en gran parte la precursora de mucha de la música negra actual.
Y claro, para poder valorar plenamente al artista, ¿qué mejor que verlo en directo? ¡Allá vamos!
Escenario: Estadi Olímpic Lluís Companys, Barcelona. 20 de junio de 2018. Hora de inicio 22h.
Bueno, decir hora de inicio 22h es algo aproximado, pues lamentablemente el concierto empieza con treinta minutos de retraso, unos treinta minutos que el público aguantó bien al principio, con DJ Rashida como telonera, pinchando música hip-hop y funk, amenizando la velada, pero que, al llegar a la media hora, el baile de la gente se convirtió en fuertes silbidos y abucheos. No empezaba muy bien el concierto, y parecía un presagio de lo que vendría después.
Y finalmente apareció Bruno Mars y, hay que reconocerlo, arrancó cómo se esperaba: música a todo volumen, efectos pirotécnicos que sorprendieron al público combinados con la música y una coreografía bien ejecutada, y efectos lumínicos que preparaban el escenario perfecto para el lucimiento del artista. Parte inicial del concierto donde el artista se movía a su gusto, con canciones que imprimían el ritmo que las almas que inundaban la pista reclamaban, con canciones como «Treasure» (con sus marcados ritmos funk), «24K Magic», «Chunky». Todo funcionaba a la perfección: inicio trepidante, Bruno Mars marcándose sus primeros pasos de baile, sonido bien equilibrado, músicos haciendo la coreografía, todo iba según lo esperado, llegando al momento álgido con «Versace on the floor» (con un público muy entregado) a la que le sigue una lograda «Marry you».
Pero aquí aparecen los primeros síntomas de agotamiento de la fórmula: coreografía cada vez más ausente, los efectos pirotécnicos que ya no sorprendían, y Bruno que arranca con un «When I was your man» que empieza bien, pero que el alto volumen del teclado tapa su voz y estropea una muy buena canción, pues el piano se sobrepone a la voz del cantante y con ello eclipsa una estela que brillaba fuertemente hasta el momento. Y en lugar de corregir la situación, otro episodio que lastra más la actuación: Bruno presenta a los músicos, dejándoles espacio para los solos, y el teclista se anima a realizar uno de los solos de teclado más largos, interminables, caóticos y mal ejecutados que uno recuerda. Y claro, también hay un turno para el saxo, en este caso mucho más corto, pero totalmente insulso (y ya es difícil no emocionar con un saxo, y más si uno piensa en como lo toca Clemons de la e-street band, y no hablamos de Clarence, que ya era algo estelar, sino incluso de su sobrino Jake).
A partir de aquí, reaparece Bruno Mars para terminar con un trio de canciones que sirvieron para levantar otra vez el ánimo, pues hablamos de «Locked out of heaven» (con su entrada al estilo de The Police), «Love the way you are» (donde Bruno no encontró la octava de la canción hasta la segunda estrofa) y finalmente, sí, la gran «Uptown Funk» de Mark Ronson, la que probablemente es la mejor canción de la discografía de Bruno Mars, aunque esta vez sin apenas coreografía en el concierto. A pesar de eso, ahí sí, el público totalmente entregado, el colofón que les dejaría con un buen regusto final de concierto. Y poco más, no hubo más vises, no hubo más extras, no hubo más gestos.
En resumidas cuentas, el concierto se quedó en poco más que eso: parece como si la hora y media justita (sí, solo hora y media) de concierto, se le hiciera larga al artista, pues el concierto fue claramente de más a menos, solo salvado por un final donde el público recobró la conexión con el artista y vibró de nuevo al ritmo de su música y su baile. Parece como si el cambio de vestuario que el músico hizo hacia el tramo final (durante los solos de teclado y saxo) le hubieran dado una dosis de fuerza para acabar el concierto con un buen regusto. Y el resultado final es correcto, aunque no podemos olvidar las lagunas existentes y sería bueno que las corrigiera si quiere seguir atrayendo a los conciertos a aquellos fans que ya no se dejarán sorprender con lo mismo. Porque pasada la euforia del momento, y horas después de terminar, el concierto acaba dejando una sensación bastante fría, con un Bruno Mars que parecía no tener muchas ganas de buscar complicidades con el público (a excepción de momento en castellano en la canción «Calling all my lovelies» que resultaron forzadas y hasta incluso vergonzantes).
Esperábamos mucho del show de Bruno Mars, y más aun teniendo en la retina grabada su actuación estelar en la Superbowl (según parece, la más reproducida en Youtube, que no es poco). Era difícil llegar a ese nivel, al menos de forma sostenida. Hubo algunas lagunas evidentes y motivos por los cuales no lo consiguió: falta de conexión, falta de sorpresas, voz y sonido con algunos fallos evidentes y falta de coreografía, pues en muchas ocasiones el cantante se quedaba solo en los bailes (sus acompañantes eran los músicos, y claro, es difícil hacer dos cosas a la vez y hacerlo con nivel alto). Faltaba impacto escénico y más recursos, no únicamente musicales sino como espectáculo; no ayudaba el escenario, plano, y sin pasarelas para acercarse a un público que lo hubiera agradecido. Parece que los fuegos pirotécnicos iniciales fueron el prólogo de lo que vendría, una metáfora de un gran impacto al inicio, pero sin dejar poso. El concierto sorprendió más por los efectos que por la música, y el espectáculo, cuando se está al nivel al que se le supone al músico, no puede fallar en su parte principal: la música. Y es que centrar todo el espectáculo en torno a la figura de Bruno Mars puede lastrar mucho la actuación si no se acompaña de una buena coreografía, y creo que eso es, temas de sonido aparte, lo que el público más echó de menos.