Año de publicación: 1982
Valoración: muy recomendable
La misa televisada cuyos cantos oigo tenuemente desde la terraza en que escribo esta reseña me hace recapacitar sobre la icónica portada de este disco. Contundentes cruces, marmol veteado en tonos violáceos: poderoso mensaje que, de publicarse el disco hoy y no hace casi cuatro décadas, sería muy interpretado. Y el propio título del disco: Nuevo sueño dorado.
Siguiendo en la pauta de centrarnos en lo sonoro y desestimar otro tipo de códigos, aunque se manifiesten de forma tan directa, tratamos aquí del quinto disco de la banda escocesa, una ruptura relativa con un sonido, secuela que actúa como precuela del siguiente, Sparkle in the rain, disco en el cual a la banda se le empieza a escapar todo de las manos. El dinero entra por la puerta, la inspiración sale por la ventana. O la innovación que el hambre excita, o lo que sea. A partir de Alive and kicking y de la inclusión de su hit Don't you forget about me, composición ajena a la que aportaron sublime interpretación, en la banda sonora de aquella oscura película llamada The Breakfast Club, Simple Minds dan el gran salto al mercado USA y tiran su carrera por la borda.
Sin discusión posible.
Pero este disco es grandioso: a pesar de una producción endeble, que da a algunas canciones un aspecto sonoro quebradizo y vulnerable, como si los sintetizadores hubieran sido ecualizados para hacer lucir a las guitarras o a la extraña voz, a la vez profunda y temblorosa, de Jim Kerr, rock-star a su pesar con sonados emparejamientos con Chrissie Hynde o Patsy Kensit, todo un gotha del estallido post-punk, como si esos teclados atronadores, intimidadores que marcaban ritmos marciales en alguno de sus discos anteriores, como el excelente Sons and fascination, teclados que eran hijos bastardos del kraut rock y que iban a palidecer, opino que de forma lamentable, en su obra posterior.
Curioso: oyes los primeros discos de U2 y suenan a Simple Minds: oyes posteriores discos, cambio de sonido incluido, de los Simple Minds, y parecen (tomando incluso productores prestados) querer imitar a U2.
Lo de una patética banda malagueña imitándolos descaradamente (a los Simple Minds de este disco) vamos a dejarlo correr.
New Gold Dream lo componen nueva canciones, cinco y cuatro por cara en la era del vinilo, con un pequeño nudo argumental que las aglutina: un cierto misticismo agudizado por el uso en el tema que le da título de esa serie numérica, como si el grupo quisiera resumir cierto ciclo vital. Suena algo añejo, para qué negarlo, pero su música es fresca y decidida: abrir con una canción perfecta como Someone Somewhere in Summertime, bajo tenso y teclados que preludian cada arranque del estribillo, guitarras cristalinas pero no omnipresentes: la banda muestra un equilibrio entre cierta pulsación electrónica y una especie de funk blanco tímido, aunque el disco suena enormemente, ejem, europeo.
Colours Fly And Catherine Wheel manifiesta un tono más marcial, el bajo sigue ahí marcando el paso de forma decidida y el sonido muestra carácter, veo generaciones posteriores influidas por este aplomo. Promised You A Miracle: otro ejemplo curioso, con sus transiciones entre una línea de bajo trotona y esa especie de puentes levemente místicos. Dando paso a una segunda fase del disco donde los temas son más largos, con alguna tenue influencia de ritmos africanos (los adivino escuchando compulsivamente algunos de los discos de Talking Heads), con maravillas ocultas entre las obvias (y necesarias en la época) elecciones de singles. Big Sleep tiene, no me hagáis explicarlo, aires casi literarios, con esas notas de teclado constantes, la irrupción de las guitarras, algún día habrá que hablar de esas canciones escondidas en los grandes álbumes, incluyendo temas instrumentales que explican la conciencia de grupo al margen de protagonismos individuales. Más gemas, claro, el épico tema que da New Gold Dream al disco, con una guitarra secuenciada que parece emular a la de Robert Fripp en Heroes y la magnífica Hunter And The Hunted, etérea canción que se eleva y desciende, icónica definición del sonido de la época, de un disco cúspide de una banda cuya decadencia se precipitó y acabó siendo una caricatura de sí misma. Inmerecido que ese agrio final haga olvidar discos como este.