Valoración: muy recomendable
En 2004 y en el mundo de la época en lo concerniente a la música (el anterior a Drake o a Justin Trudeau), Canadá era un origen casi ignoto, representado por cantautores vagamente relacionados (Cohen, Mitchell, Wainwright) que siempre parecía que tenían que acabar en Nueva York para apuntalar su estrellato. Por lo cual el impacto de una banda como Arcade Fire fue mayúsculo. Su propia escenografía ayudaba lo suyo: un montón de componentes en un escenario siempre atiborrado, instrumentos exóticos (violines que parecen más bien llamarse fiddles), aunque el paso del tiempo definiera un incuestionable liderazgo, el del hombretón Win Butler y su ya esposa por entonces Régine Chassagne, parecían la excusa perfecta para lo que acabaron haciendo, de alguna manera: redefinir el indie y alejarlo de ciertas premisas sonoras.
Porque lo que ejemplifica la música de Arcade Fire es, por encima de todo, su intensidad, su transversalidad sin perder un ápice de patina de auténtico, esa especie de indefinición de no sonar muy americanos pero tampoco europeos. Su debut, este glorioso Funeral, representa el primer portazo de una carrera que (tras el muy desorientado Everything Now) parece hallarse hoy en una especie de periodo de reflexión. Un disco del que cuesta destacar canciones (de hecho, cuatro de las cinco primeras del disco parecen conformar una especie de opus tras el título común de Neighbourhood #1 a #4) pero que sabe conjugar influencias tanto alternativas como algo mainstream y acabar sonando nuevo. Porque está claro que la banda, o algunos de sus muchos miembros, se había criado en una mezcolanza que incluiría desde Bruce Springsteen a los Talking Heads, desde el grunge a U2, todo ello filtrado convenientemente con sonidos electrónicos en boga y, pero esto es mi teoría, el krautrock. Sonando, eso sí, por encima de todo como una banda de guitarras (aquí hay riff a diestro y siniestro, Win Butler demuestra ser un guitarrista muy eficaz) que usa violines y teclados para apuntalar las texturas, sin miedo a que en momentos tomen protagonismo.
Suenan, en un disco de debut, contundentes sin buscar agresividad, matizados y sin miedo a acometer canciones más reflexivas, intensos sin perder frescura, ligeramente desquiciados sin mostrar histeria sonora, todo está en ese fascinante territorio fronterizo que permite matices y crescendos casi maquinales sin llegar a explotar el recurso de aturdir al oyente. Y todos los instrumentos aportan sus detalles, incluso Butler cede, se transformaría en una costumbre en la banda, el protagonismo vocal a Régine en un momento clave del disco como es la última canción. Todos esos matices aún resuenan: discos como el último de Phoebe Bridgers muestran sus resonancias. Alguien dijo de Arcade Fire que podían acabar como U2 (cumpliendo cada cierto número de años con discos intrascendentes que no aportan más que alimento para giras), pero eso fue bastante después de este esplendoroso primer disco.