Valoración: muy recomendable
Asociado indeleblemente a un momento histórico - los estertores del franquismo - y a un movimiento - la canción protesta - de resultados artísticos desiguales, he de confesar ser un oyente puntual y tardío de Lluís Llach. También porque, en lo estrictamente musical, la década de los 70 disponía de una oferta exuberante y tan diferente que, parecía, entregar los oídos a canciones tristes, desesperadas, casi sórdidas, podía representar una especie de renuncia a todo lo demás. La música disco emergía, el rock de vanguardia entregaba sus mejores obras, el glam-rock explotaba en todas direcciones. Sería farragoso detallar, desde Bob Marley, Pink Floyd, hasta Roxy Music, cuántos artistas capitales en la historia publicaban discos justo en ese año, pero, cuestiones de cercanía a veces son importantes, un disco de un artista comprometido políticamente, publicado el año en que el dictador agonizaba y moría era, por lógica, una cuestión de mucho peso. Aún así, aunque muchas de las letras mantienen un poderoso simbolismo y eran proclives a lecturas de tono muy politizado, el disco aún podía ser víctima de la censura. Cuestión que solo hacía que aumentar el poder de atracción de Llach, pero que también levantaba - me incluyo - más de un prejuicio.
Grave error: musicalmente, Viatge a Itaca es un disco muy valioso. Incluso diría que sin la interferencia del entendimiento del mensaje, si se valora exclusivamente en lo sonoro, hablaríamos de un muy notable ejercicio de pop de cámara, quizás en algún momento condicionado por el estilo de producción de la época, veteado con sonoridades de jazz suave o folk clásico. Y justo, aunque se haya caricaturizado a destajo, es hablar de la poderosa performance vocal de Llach, capaz de transmitir la emoción de las canciones sin caer en el abuso, con esa dicción que alarga las sílabas y encadena las palabras. La suite que ocupa la primera mitad del disco, Viatge a Itaca es una muy convincente secuencia de temas atravesados por la adaptación de un poema de Constantino Kavafis, melodía y armonía que surge y viene y va, aparentemente difícil de defender desde el punto de vista comercial, quince minutos son muchos incluso para las corrientes musicales minoritarias, pero ferviente e inspirado, con sus aires que mezclan instrumentaciones rock, clavicordio y flautas. Curiosamente Llach, que siempre se mostraba reticente al mensaje del rock, parece más cerca del prog que de la canción de acampada a la que estaba asociado. La segunda cara contiene cuatro canciones de aires íntimos y letras de obvio aire reivindicativo A força de nits debió volver locos a los censores. Parece una canción de añoranza romántica pero se tiñe (no olvidemos ningún nombre) de aires de venganza política. Gloriosa. Y la canción que cierra el disco, Abril 74, dedicada a la revuelta de los claveles portuguesa, es todavía menos equívoca, con sus armonías vocales de corte clásico. Veintinueve minutos de música que, despojados de mensajes reivindicativos cuya oportunidad aún podría reivindicarse, resultan contener sonidos estimulantes, aún hoy en día.