Año de publicación: 2018
Valoración: casi imprescindible
Pues hay que ir espabilando. O nos va a pillar el final de año y no vamos a tener idea de qué será lo que nos quede en lo musical.
Blood Orange es el nombre del proyecto liderado por Devonté Hynes. Otro vocalista de color, multiinstrumentista, productor, que no es exactamente un rapper. O sea, que no le hace ascos a colaboraciones de entornos hip-hop, pero que decididamente quiere tener su voz propia. Perdonad este gesto al afirmarlo de forma poco humilde. No es que Hynes sea un recién llegado. Con 32 años, Negro Swan es su cuarto disco bajo el nombre Blood Orange, pero ya ha participado en muchos otros proyectos. Fue el guitarrista de los Test Icicles, un breve combo proto-adolescente de agresivo y nervioso punk. De eso, pasó a un proyecto, ya en solitario, completamente inclasificable llamado Lightspeed Champion, má s cercano estéticamente a cosas como lo nerd, y musicalmente en un sonido pop de regustos ochenteros y más reminiscente de cosas como Prefab Sprout o los Lightning Seeds que de toda la negritud que, puede, se avistara en su futuro como Blood Orange.
Y con este disco se postula al trono de rey del r'n.b Parece que de estos andan saliendo unos cuantos. Muertos Michael Jackson y Prince, ese cetro se lo empiezan a disputar muchos. Más cercanos al sonido urbano o con más tendencias a la innovación, pero ahí andan unos cuantos. Algunos más aventurados, otros más asequibles. The Weeknd. Kanye West. Millas por delante, Kendrick Lamar, y aún más allá, Frank Ocean, inconmensurable en su momento y más aún cuando sus discos maduran con el paso del tiempo. Ocean es una obvia influencia de Blood Orange. No tanto en lo sonoro como en ese espíritu libre y esa desinhibición para abandonar poses duras y presentarse (véase la espléndida portada, a años luz de la pose machorra arquetípica) como puros músicos alejados de corrientes comerciales, ergo sin ninguna clase de cortapisa para, sin abandonar la socorrida etiqueta del r'n'b, tontear con todas las tradiciones (en algún momento me recuerda al emblemático 25 years later de los Blaze) y sacar adelante un disco sumamente atractivo, casi irresistible a la primera escucha (gracias, trucos de producción), que solo el paso del tiempo pondrá a su lugar.
Puede que haya quien le recrimine no ser el primero en alinearse en la liga de los artistas de la escena urbana alineados con el colectivo gay, puede que otros le echen en cara que lo del disco conceptual con intros habladas, aires jazzies y fragmentos recurrentes ya lo hizo Kendrick Lamar de forma casi inmejorable. Yo digo: si esos dos elementos producen, al asimilarse, incorporarse y traducirse al lenguaje propio del artista, maravillas como el neo-soul en Orlando, el espectacular hit, casi godspell, que es Jewelry, la carga de pop fresco y refrescante que es Saint, o esos tracks escondidos entre nubes de algodón, imaginería de producción de alta gama, las ineludibles colaboraciones propias de esa comunidad tan hermanada (por oposición a las rudas guerras del rap) que es la escena r'n'b, si este disco nos reserva maravillas a las alturas del track 10 en adelante (esos que la manía de llenar álbumes con lo que sea), como ese Dagenham Dream que parece tomar prestado por igual de Soft Cell o de The Blue Nile, o Minetta Creek, jugueteo pop inusual, casi una broma que hubiera firmado gustoso el Prince de discos como LoveSexy o Around the world in a day.
Pues eso: a lo tonto, Blood Orange ha entregado, tres meses quedan para que alguien levante la mano para contradecirme, un serio contendiente a disco del año.
Y con este disco se postula al trono de rey del r'n.b Parece que de estos andan saliendo unos cuantos. Muertos Michael Jackson y Prince, ese cetro se lo empiezan a disputar muchos. Más cercanos al sonido urbano o con más tendencias a la innovación, pero ahí andan unos cuantos. Algunos más aventurados, otros más asequibles. The Weeknd. Kanye West. Millas por delante, Kendrick Lamar, y aún más allá, Frank Ocean, inconmensurable en su momento y más aún cuando sus discos maduran con el paso del tiempo. Ocean es una obvia influencia de Blood Orange. No tanto en lo sonoro como en ese espíritu libre y esa desinhibición para abandonar poses duras y presentarse (véase la espléndida portada, a años luz de la pose machorra arquetípica) como puros músicos alejados de corrientes comerciales, ergo sin ninguna clase de cortapisa para, sin abandonar la socorrida etiqueta del r'n'b, tontear con todas las tradiciones (en algún momento me recuerda al emblemático 25 years later de los Blaze) y sacar adelante un disco sumamente atractivo, casi irresistible a la primera escucha (gracias, trucos de producción), que solo el paso del tiempo pondrá a su lugar.
Puede que haya quien le recrimine no ser el primero en alinearse en la liga de los artistas de la escena urbana alineados con el colectivo gay, puede que otros le echen en cara que lo del disco conceptual con intros habladas, aires jazzies y fragmentos recurrentes ya lo hizo Kendrick Lamar de forma casi inmejorable. Yo digo: si esos dos elementos producen, al asimilarse, incorporarse y traducirse al lenguaje propio del artista, maravillas como el neo-soul en Orlando, el espectacular hit, casi godspell, que es Jewelry, la carga de pop fresco y refrescante que es Saint, o esos tracks escondidos entre nubes de algodón, imaginería de producción de alta gama, las ineludibles colaboraciones propias de esa comunidad tan hermanada (por oposición a las rudas guerras del rap) que es la escena r'n'b, si este disco nos reserva maravillas a las alturas del track 10 en adelante (esos que la manía de llenar álbumes con lo que sea), como ese Dagenham Dream que parece tomar prestado por igual de Soft Cell o de The Blue Nile, o Minetta Creek, jugueteo pop inusual, casi una broma que hubiera firmado gustoso el Prince de discos como LoveSexy o Around the world in a day.
Pues eso: a lo tonto, Blood Orange ha entregado, tres meses quedan para que alguien levante la mano para contradecirme, un serio contendiente a disco del año.