Año de publicación: 1987
Valoración: muy recomendable
A día de hoy da un poco de miedo ver a Marc Almond luchar contra el paso del tiempo a base de meterse bótox a destajo y teñirse el pelo como una anciana buscando plan. Alguien debería explicarle lo de envejecer con dignidad aunque uno sea un divo y arrastre decenas de buenos discos que a la postre, ante esa audiencia que te hace popular y millonario, Marc Almond solo sea el cantante de Soft Cell en la ubicua Tainted Love y el tipo que, una vez metido en su carrera solitario, alcanzó otro fugaz éxito en un dúo con Gene Pitney. Dos canciones que ni tan siquiera creaciones suyas sino versiones de clásicos olvidados.
Injusto absolutamente. La discografía de este vocalista de voz levemente nasal y toque comedidamente histriónico merece ser revisada y Mother Fist es un ejemplo perfecto como lo podrian ser Enchanted, The Stars We Are o Tenement Symphony. Pues desde que los excesos de todo tipo finiquitaron la carrera de Soft Cell, Almond había aprovechado el tirón de su fama para publicar uno tras otro discos que siempre contenían buenas canciones y en los que mostraba una torrencial inquietud creativa. Desde que los sintetizadores de Soft Cell se habían endurecido y habían presentado ese fascinante esperpento de tecno-pop-after-punk llamado This last night... in Sodom, Marc Almond se había despojado de muchas cortapisas y era un desbocado crooner atípico fagocitador de influencias a priori y a posteriori. Había hecho versiones de Syd Barrett, de Procol Harum, de Jacques Brel, de Scott Walker, había puesto a Lola Flores en la portada de uno de sus proyectos paralelos. Había publicado discos inaudibles y había publicado muchos discos fascinantes. Pero quizás Mother Fist (título completo, Mother fist and her five daughters, alusión tomada de Truman Capote a la mano que se usa para masturbarse) fuese la eclosión absoluta de su personalidad, tanto en lo estético como en lo sonoro. En lo estético, dicen que Marc vivía por aquella época en Barcelona (de hecho la menciona en la canción inicial que da título al disco) y la funda interior y la portada del disco toma una perversa onda marinera, de barrio portuario y de cuchitril. En lo musical, parece escorarse hacia una especie de cabaret decadente, usando instrumentos inusuales en su música hasta ese momento. Acordeones, trompetas con sordina, vientos, muchas más guitarras de lo habitual. Y las letras acusan ese cambio igualmente. Historias tenebrosas y descarnadas, escenas sombrías que albergan pocas dudas sobre el desmadre que era la vida del artista en ese momento, desmadre que en cualquier caso afectaba positivamente al proceso creativo.
Mother Fist ya muestra ese camino, Almond aparece en el video con un grotesco atavío de marinero y la cosa no resulta nada ambigua. Ese aspecto muta para el clip de Ruby Red: mantiene la gorrita pero hace ver su extrema delgadez y su piel ha ido cubriéndose de tatuajes. Ahora parece un chapero yonki digno de aparecer en los lavabos del zoo de Berlin en Yo Christina F. Está claro que Almond vivía de las rentas económicas del bombazo de Tainted Love y había decidido firmemente hacer lo que le viniera en gana, seguir los pasos de su instinto, un instinto que los pasos posteriores de su carrera le llevaría a muy diversos caminos. Pero en Mother Fist hay más cosas: pop épico más o menos convencional, (dentro de sus parámetros) en Melancholy Rose, jazz de taberna y borrachera de absenta en Mr. Sad, junto a piezas más cercanas al rock como There is a bed.
Artista y disco parecen bastante olvidados pasado tanto tiempo. Pero la coherencia de Almond como músico inquieto y respetuoso es digna de atención. Con el breve interludio producido por la convalecencia de un grave accidente de motocicleta, ha publicado un montón de discos a lo largo de más de tres décadas, sin importarle gran cosa sus cifras de ventas o su repercusión comercial. Ha lucido aspecto sano con tupé y chupa de cuero, ha hecho videos irrisorios para canciones magníficas ataviado de torero (por si no os lo creéis). Ha adaptado canciones rusas, ha coqueteado con el euro-disco, con el glam-rock, con el spoken word, ha colaborado con media humanidad, ha cantado a Georges Bataille y a Charles Aznavour, se ha convertido, vuelvo al primer párrafo, en esa entrañable e incómoda vieja gloria que, en España, acudiría a cualquier decadente plató televisivo una tarde de sábado. Pero UK no es España y Marc Almond conserva un mínimo de dignidad. Y cuando toma el micrófono, de momento, todo se transforma.
Artista y disco parecen bastante olvidados pasado tanto tiempo. Pero la coherencia de Almond como músico inquieto y respetuoso es digna de atención. Con el breve interludio producido por la convalecencia de un grave accidente de motocicleta, ha publicado un montón de discos a lo largo de más de tres décadas, sin importarle gran cosa sus cifras de ventas o su repercusión comercial. Ha lucido aspecto sano con tupé y chupa de cuero, ha hecho videos irrisorios para canciones magníficas ataviado de torero (por si no os lo creéis). Ha adaptado canciones rusas, ha coqueteado con el euro-disco, con el glam-rock, con el spoken word, ha colaborado con media humanidad, ha cantado a Georges Bataille y a Charles Aznavour, se ha convertido, vuelvo al primer párrafo, en esa entrañable e incómoda vieja gloria que, en España, acudiría a cualquier decadente plató televisivo una tarde de sábado. Pero UK no es España y Marc Almond conserva un mínimo de dignidad. Y cuando toma el micrófono, de momento, todo se transforma.