Valoración: muy recomendable
Cuando David Bowie publica Scary Monsters, en 1980, lleva más de una década publicando discos prácticamente cada año, y después de publicarlo pasa tres años hasta publicar Let's dance, en 1983, con una imagen ya alejada de excentricidades y ambigüedad y empezando a trazar un camino descendente que solo se romperá con sus dos últimos discos, tres décadas más tarde.
Así que Scary Monsters representa una marca en la carrera de Bowie, y no pocos lo consideraron durante mucho tiempo su última obra maestra, la que finaliza su período de efervescencia, como el epílogo a su legendaria Trilogía de Berlín. Puede que este sea un disco algo inferior, especialmente si consideramos que es un disco variado a conciencia, menos ambicioso como obra, un disco menos concebido con aires vanguardistas o conceptuales (ese sitio en el podio se lo que da el extraordinario Low, de 1977), un disco que en ciertos momentos parece un catálogo de sus posibilidades, pasado por el tamiz de su atención hacia todo lo (mucho) que sucedía a su alrededor, en una escena musical imparable a la que Bowie no era ajeno: venía de colaborar con Eno y en este disco Robert Fripp se encarga de muchas de las partes de guitarra. Steve Strange, a la postre líder del fugaz pero influyente combo Visage, hace un cameo en el video de Ashes to Ashes, torch-song cibernética de muchos kilates en cuya letra Bowie amagaba con un puñado de autoreferencias que podían interpretarse como un aviso de cambio de ciclo. Muchos de sus músicos y productores de referencia, como Carlos Alomar o Tony Visconti, están ahí.
Lo cual no significa que no tenga cohesión: se la aporta el abrir y cerrar el disco con la misma canción: It's no Game (Part 1) arranca de forma caótica y abigarrada; la primera voz que oímos no es la de Bowie sino la de una narradora declamando la letra traducida al japonés. Cuando Bowie irrumpe, ya en inglés, su voz es agresiva, amenazadora, desgarrada, puro espíritu after-punk a cargo de aquel que había convivido con el punk, y las guitarras, casi a destiempo, desgranando riffs tratados con toda clase de efectos. Queda claro que Bowie no plantea un disco menor, a pesar de que a primeras de cambio ya se juegue al despiste: Up The Hill Backwards parece una salida de tono aparentemente tranquila, con sus voces a coro, como un reposo tras los alaridos con que se abre el disco, que reprende velocidad con el tema que le da título, canción oscura que no se desentonaría en la obra de grupos como The Mission o The Psychedelic Furs.
Quede claro que la mera inclusión de Ashes To Ashes con su status de clásico instantáneo y su incorporación inmediata a la selección (ya nutrida) de mejores canciones del músico, ya justificaría el disco, pero ninguna canción de las que le hacen compañía desmerece aquí: el tono casi sarcástico de Fashion, número funky que parece una colaboración con los Talking Heads (a los que unía, entre otras cosas, la influencia de Brian Eno como productor), la pausa narrativa de Teenage Wildlife o incluso los aires casi reflexivos de la reprise del primer tema: It's no Game (Part 2) que cierran con elegancia cuarenta minutos que han empezado rodeados de caos y rabia. Otra obra de un genio.