Valoración: muy recomendable
Pues este es el cuarto disco de Goldfrapp que reseñamos en este blog (casualmente también el cuarto de los siete que tiene publicados) y habrá quien se eche las manos a la cabeza sobre lo que podría parecer una desproporción o incluso una flagrante injusticia, pero quizás se trata más de llamar la atención, a veces, sobre discos que podrían pasar desapercibidos o, incluso, revelar, no negaré cierta inclinación por la provocación, las carencias de algunos discos que han sido objeto de desmesurados elogios o de una unanimidad que les va grande. Pero nos declaramos culpables: no hemos reseñado a los Beatles ni a los Stones ni a Led Zeppelin ni a Michael Jackson ni a Madonna. Sí a AC/DC o a los Dire Straits o a Simply Red. No a Metallica, sí a Nirvana. No a Mecano, sí a Rosalía.
Cosas que tienen los gustos de cada uno. Seventh Tree fue el cuarto disco del grupo y representó una relativa decepción inicial en su trayectoria. El regreso a los tonos introspectivos como notas dominantes en un disco abría el apetito del incondicional al grupo por esa estratosférica obra maestra llamada Felt Mountain y el dúo había arrojado dos jarros de agua fría apelando respectivamente al electro-clash y al glam-rock. Y el disco no se parecía a su disco de debut. Era otro bandazo, el cuarto ya, y crítica y público empezaban a sentirse en una fase de desorientación permanente. Todo hacía presagiar lo que los posteriores discos (incluyendo algún patinazo, pero vaya Vd. a saber a qué cambios de opinión abocan las escuchas sucesivas y exhaustivas) vinieron a confirmar: la primera premisa para cualquier disco de Goldfrapp es tirar a la basura todo aquello que evoque al inmediatamente anterior. Por eso Seventh Tree se abre con la espeluznante Clowns, crítica velada a las operaciones de aumento de pecho ("solamente los payasos jugarían con esos globos") ausencia de percusiones, cuerdas sintéticas y orgánicas que elevan la voz de Alison, obviamente más empeñada en que su voz encaje con la melodía que de entregarse a un fraseo inteligible. Obvio atractivo del grupo, que siempre ha priorizado lo sonoro. Y la canción es intensa, casi dramática, más cercana, esa guitarra acústica de una especie de folk borroso, eso sí, de producción excelsa (cortesía de Flood), en el que los detalles electrónicos no se resignan a aportar colchón, sino que se deslizan en capas hasta llenar cada hueco. La escucha con auriculares es particularmente gratificante.
Son seis las canciones de aires más o menos reposados las que se suceden: todas ellas tienen algún matiz que las distingue. La psicodelia del cierre de Little Bird confirma que esas melodías hipotéticamente anodinas y planas a primera escucha son de largo recorrido. Ese aire ligeramente naif se muestra en el video de Happiness, una toma que parece una especie de reto a lo Michel Gondry, en general el disco es más deudor de Michel Legrand, de Nick Drake o de Serge Gainsbourg, en ese tramo inicial donde esos tempos helados, como la también colosal Eat Yourself, otra letra críptica al servicio de la canción. Hacia el final entramos en tonos más dinámicos, salimos de la campiña inglesa y el sonido de Cologne Cerrone Houdini, limpio, curiosamente europeo, precede a Caravan Girl, que parece preceder los aires kitsch-disco de su siguiente disco, Head First, que podría pasar (pero unas cuantas escuchas más puede que me vean desmintiéndolo en unos meses) por su primer disco fallido. Pero claro, a esas alturas, cuatro discos, todos ellos de estilos dispares y todos ellos, como mínimo, brillantes.
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