Año de publicación: 2001
Valoración: muy recomendable
Si se entiende que el último disco en la carrera de un artista ha de tener algún significado, transmitir un mensaje codificado, que Pulp terminara su andadura con un disco como We Love Life solo sería un elemento más de su constatación como una de las mejores bandas de la historia, en cuanto a concentración y calidad de carrera se refiere. Sus cuatro últimos discos son gloriosos.
En distintos niveles, e incluso cuando parecen ser colecciones de canciones de géneros diferentes, tal es su alcance como grupo.
Por supuesto, We love life es el menos popular de ellos. No dispone de esos singles nervudos y llenos de ganchos que eran Common People o Babies. Cuestión que les alejó de las ventas de siete cifras, cuestión que los aparcó definitivamente en un estado diferente al britpop, con Oasis hundiéndose en el muro de sonido y Blur huyendo hacia cualquier dirección, de la etiqueta. We love life completa el desvío que This is hardcore había tomado, pero cuenta con una ayuda extra. La banda recurre para la producción a Scott Walker, obvio ídolo de Jarvis Cocker y, ya por aquel entonces, recluido y absolutamente ajeno al pop de masas o al rock convencional. Y consigue hacer notar su intervención, pero no se apropia del disco, abre un espacio en que la banda se siente cómoda y el disco no acusa el agotamiento propio de los discos de despedida, si es que esa decisión llegaba a estar presente en su concepción. Lejos de eso, el sonido es rico, dinámico y por momentos avasallador. Las canciones más largas adquieren una tonalidad épica en que es fácil abrumarse por el torrente sonoro, pero cada instrumento está en su sitio. Los desarrollos en esas canciones suenan lógicos, naturales, y el contrapeso de temas más breves y ligeros funciona a la perfección, equilibrando el disco sin renunciar a una sensación cohesionada.
Y tampoco es que se echen de menos los singles directos: las canciones más cortas suenan matizadas y más adaptables a patrones pop, mientras que las largas son extrañas, como si fueran concebidas como para representar una suite. El propio título del disco, habida cuenta de la ironía siempre presente en sus letras, parece conscientemente retorcido, e incluso la opción de abrir con dos canciones tituladas igual (
Weeds y Weeds II, esta última parece un brillante outtake en pleno modo Screamadelica) se erige en una especie de declaración de principios: no estamos ante un disco convencional) dejando paso a un número excelso, con poderosos y limpios riff en The Night That Minnie Timperley Died, para continuar el disco alternando elementos casi pop en The Trees o The Birds In Your Garden con los temas largos que establece el fondo del disco. Calma y saturación alternan el tema que titula el disco, en Sunrise Pulp o en Wickerman, con sus momentos shoegaze intensos, qué poco daba que pensar que estábamos ante su último material grabado.
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