Año de publicación: 1990
Valoración: irrelevante
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This joke isn't funny anymore, decían los Smiths. A tomar el pelo a otro lado, dije yo, creo, a cuenta de algún libro hace un cierto tiempo y repito hoy en el otro blog. Las intenciones, en cualquier manifestación artística, cuentan, claro. Pero éstas no han de estar por encima de los resultados. Por mucho pretexto que nos sirva la experimentación, reto aquí al lector a decir que prefiere, por ejemplo, Metal machine music a Transformer. Aunque aquél fuera una jugarreta para cerrar un caso legal, no me vengan con esa boutade. Y por mucho respeto que me produzca un disco muy destacable como The White Room, origen de cientos de influencias (la primera: el mestizaje desvergonzado), aunque Chill out diera nombre a un movimiento... esto es una tomadura de pelo. Claro que aquí priman muchos otros matices más allá de los estrictamente musical.
El primero, el status mitológico al que, por las más variadas circunstancias, había accedido el grupo. Que si problemas con los derechos de autor de los samples que proliferaban en su producción, que si una imagen de secretismo, que si su efectismo con los medios de comunicación, siempre achacado a su espíritu entre punk, indolente y provocador. Todo ello aderezado con una obvia oleada de inspiración con no pocos indicios de ser incentivada químicamente, a tenor de sus notas en los discos, de su ampulosa ingenuidad en hablar de sí mismos, en fin, un largo cúmulo de etcéteras de los que hay que parar de hablar.
Porque musicalmente, Chill out, por mucho que diera nombre a un movimiento, casi a un estilo de vida, es bastante decepcionante. Como si uno hubiera dejado una grabadora en medio de una pradera, con una cinta ya grabada metida en ella, como si esa cinta contuviera previamente una serie de muestras de sonido de diversa índole sobre la que se han depositado los ruidos del ganado (balidos incluidos, sí, dije balidos) y al que cierta tarea algo desganada de post-producción ha añadido alguna clase de notas dispersas de teclados con aires new-age pero espíritus no new-age. Es decir, un pastiche poco disfrutable en lo sonoro salvo que uno se obsesione en buscarle coartadas y paralelismos, en situarlo en contextos o en contraponerlo ante lo que había hecho triunfar al grupo: los excesos decibélicos del acid-house más hedonista.
Así que, en plena coherencia con sus planteamientos de carrera, el despliegue propagandístico pasa por encima de todo y lo eclipsa: pero donde The White Room confirmaba que el ruido era justificado, este disco o ejercicio estético o artefacto de campaña flaquea en lo principal, y no hay música aquí fascinante ni memorable que pase a los anales de la historia de la música o cualquiera de sus subgéneros. Y quizás el cometido de la música ambiental es ese: pasar desapercibida. Pero también habrá que retener algo, ¿no? Global Communication lo consiguieron, Aphex Twin, también. KLF, en Chill Out, no.
El primero, el status mitológico al que, por las más variadas circunstancias, había accedido el grupo. Que si problemas con los derechos de autor de los samples que proliferaban en su producción, que si una imagen de secretismo, que si su efectismo con los medios de comunicación, siempre achacado a su espíritu entre punk, indolente y provocador. Todo ello aderezado con una obvia oleada de inspiración con no pocos indicios de ser incentivada químicamente, a tenor de sus notas en los discos, de su ampulosa ingenuidad en hablar de sí mismos, en fin, un largo cúmulo de etcéteras de los que hay que parar de hablar.
Porque musicalmente, Chill out, por mucho que diera nombre a un movimiento, casi a un estilo de vida, es bastante decepcionante. Como si uno hubiera dejado una grabadora en medio de una pradera, con una cinta ya grabada metida en ella, como si esa cinta contuviera previamente una serie de muestras de sonido de diversa índole sobre la que se han depositado los ruidos del ganado (balidos incluidos, sí, dije balidos) y al que cierta tarea algo desganada de post-producción ha añadido alguna clase de notas dispersas de teclados con aires new-age pero espíritus no new-age. Es decir, un pastiche poco disfrutable en lo sonoro salvo que uno se obsesione en buscarle coartadas y paralelismos, en situarlo en contextos o en contraponerlo ante lo que había hecho triunfar al grupo: los excesos decibélicos del acid-house más hedonista.
Así que, en plena coherencia con sus planteamientos de carrera, el despliegue propagandístico pasa por encima de todo y lo eclipsa: pero donde The White Room confirmaba que el ruido era justificado, este disco o ejercicio estético o artefacto de campaña flaquea en lo principal, y no hay música aquí fascinante ni memorable que pase a los anales de la historia de la música o cualquiera de sus subgéneros. Y quizás el cometido de la música ambiental es ese: pasar desapercibida. Pero también habrá que retener algo, ¿no? Global Communication lo consiguieron, Aphex Twin, también. KLF, en Chill Out, no.
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